26

Corté el aire frío y quieto de la noche, y bajé hacia el agujero que había sido en otro tiempo una ventana.

Dentro se veía un extraño cuadro. Durante la batalla, habíamos destruido las paredes y los muebles, y la casa había quedado medio derruida. Pero alguien había puesto la cama en su sitio y frente a un televisor. El aparato estaba encendido, pero la imagen era mala, con interferencias.

En una pata de la cama estaba posada un águila real, viendo la televisión.

Y entonces vi al otro pájaro. Era un amasijo de plumas sobre una sábana arrugada y manchada de sangre.

<¡Tobías!>, exclamé.

No obtuve respuesta.

El águila real volvió la cabeza para mirarme.

<Me estaba siguiendo —dijo David—. Intentó detenerme.>

Una voz en mi cabeza gritaba «¡No!». Gritó una y otra vez, hasta que los gritos se convirtieron en un largo gemido «¡No, no, no, no!».

<¡Tobías!>, llamé de nuevo.

Nada.

No sabía qué hacer. El águila, David, era tres veces más grande que yo. Estaba solo. Agucé el oído, intentando oír la respiración de Tobías.

<David, no puedes hacer esto>, dije con toda la calma posible.

<¿Hacer qué, Jake? ¿Entregarme a los yeerks? Por supuesto que no. ¿De verdad me crees tan idiota?>

<¿Entonces qué estás haciendo? —grité, no tan calmado—. ¿Qué has hecho? ¿Por qué has herido a Tobías?>

<¿Herirle? No, hombre. Está muerto, por si lo quieres saber —aseguró David—. Muerto del todo.>

Fue como recibir un golpe en la cabeza. Seguía intentando captar algún sonido procedente del amasijo de plumas. Pero no se oía nada.

Me sentía débil, indefenso. ¿Cómo había podido pasar aquello? ¿Cómo había podido permitir que sucediera?

<¿Por qué haces esto?>, pregunté suplicante.

<¿Qué otra cosa puedo hacer? Los yeerks me conocen. Mis padres me entregarían a ellos. Y tú y los demás… Mira, la otra noche me lo dejaste muy claro en aquel hotel, ¿no es verdad? ¿Qué fue lo que dijiste? Algo como: «Si vas por ahí utilizando los poderes a tu antojo, no puedes quedarte en el grupo. Eres un peligro para nosotros».>

Yo no había olvidado aquellas palabras.

<¿Crees que no sé que me estabas amenazando, Jake? —prosiguió David—. No pienso pasarme el resto de mi vida recibiendo órdenes tuyas, ni de Marco, Rachel o Cassie. «Tienes que hacer lo que digamos o nunca serás un chico popular». Menudo rollo. Esto es como en el colegio. Mira, mi familia se mudaba muy a menudo, y yo siempre era el chico nuevo del cole. Me acostumbré a que los «chicos populares» me pisotearan. Y ahora pasa lo mismo. Marco, Rachel, tú, sois geniales y yo soy el chico nuevo, así que os creéis que me podéis mangonear. Rachel se atrevió a llamarme cobarde. ¿Por qué? ¿Porque quiero sobrevivir?>

<¿Has asesinado a Tobías porque pensabas que esto era como un estúpido lío de colegio?>, grité.

<¿Asesinarlo? No, hombre, no —contestó él con una carcajada—. Tobías era un pájaro. A un pájaro se le puede matar, pero no asesinar. Yo nunca cometería un asesinato. Nunca mataría a un ser humano. Pero un animal es una cosa muy distinta…>

Me miró fijamente con sus llameantes ojos de águila. ¿Qué podía hacer yo? David era más grande, e igual de rápido que yo. Si había vencido a Tobías, con toda su experiencia, podía vencerme a mí.

<¿Qué otra cosa puedo hacer, Jake? —preguntó David, casi con tristeza—. No tengo familia, no tengo casa. Ni siquiera puedo salir al descubierto como humano. Los yeerks me buscan. ¿Tengo que vivir para siempre en el granero de Cassie? ¿Tengo que pasarme la vida haciendo lo que me dicen? ¿Tengo que dejar que Marco se burle de mí y que Rachel me desprecie? ¿Y mientras tanto correr el riesgo de quedarme atrapado en el cuerpo de una pulga o algo peor? ¿O de que me maten? Mira, a lo mejor tú quieres ser un gran héroe, Jake, pero yo no. Ahora tengo poderes y pienso utilizarlos.>

<Los yeerks nunca dejarán de buscarte.>

<Pero nunca me encontrarán. Lo único que tengo que hacer es adquirir algún otro cuerpo humano. Puedo ser humano durante dos horas seguidas. Incluso tengo ya una persona en mente. Y gracias a mis poderes puedo conseguir lo que quiera. Puedo ser millonario si se me antoja.>

<Si no te atrapan los yeerks, te atraparemos nosotros>, aseguré.

<Sí, ya lo sé. Pero antes erais seis y ahora sólo sois cinco. Y muy pronto, Jake, sólo seréis cuatro.>

En ese momento el águila abrió las alas y se lanzó contra mí.