24

Volamos a casa en la oscuridad. Yo conocía a mis amigos. Sabía quién explotaría y cuándo. Fui contactando con todos uno a uno, por telepatía privada.

<No digas ni una palabra, Marco>, advertí.

<¿Sobre qué? ¿Sobre que David estaba dispuesto a…?>

<No tengo tiempo de discutir, Marco. ¡No digas nada!>

Es una cosa que no hago nunca. Nunca doy órdenes. Es verdad que se supone que soy el líder, pero no doy órdenes. Me da la sensación de que no tengo derecho. Pero esta vez no tuve más remedio. Una palabra mal dicha, y la situación podía empeorar todavía más.

<Oíd, chicos, vosotros sabéis que sólo intentaba engañar al yeerk, ¿verdad?>, dijo David.

<Sí, ya,> contestó Rachel.

<¡Rachel, cállate!>, le espeté en privado.

<¡Es verdad! —insistió David—. ¡No pensaba rendirme! ¡Y no tienes derecho a llamarme cobarde, Rachel! ¡Puede que la cobarde seas tú!>

<¡Rachel! No digas ni una palabra —ordené de nuevo—. ¿Me has oído? Ni una palabra.>

Luego fui contactando con Tobías, Ax y Cassie. El mensaje era siempre el mismo: que nadie contradiga a David. Todos debíamos aceptar su historia. Todos le seguiríamos la corriente como si le creyéramos.

<A ver —decía David—, al final fui yo quien le atacó, ¿verdad? Yo corrí el riesgo. Y eso que Cassie me había mordido la pierna, una cosa que no hacía ninguna falta.>

<Lo has hecho muy bien, David>, aseguré.

<Sí. Creo que casi terminaste con Visser>, apuntó Marco.

<Me has dejado impresionada —dijo Rachel, aunque luego me añadió en privado—: El muy cobarde traidor. Va según sopla el viento. Se volvió contra Visser Tres en cuanto vio que podíamos vencer.>

David pareció relajarse. Luego fue un poco más allá: comenzó a presumir.

<¿Os creéis que ese tipo me da miedo? Ni hablar. Visser y yo tenemos una cuenta pendiente. Habría acabado con él, lo que pasa es que no pude porque tenían atrapada a Cassie.>

<Sí, gracias por contenerte, David —respondió Cassie—. Supongo que me has salvado la vida.>

<No ha sido nada.>

Y así fuimos durante todo el trayecto de vuelta al granero: David presumiendo, nosotros siguiéndole la corriente. Y la verdad era que yo no podía estar totalmente seguro de que David estuviera mintiendo.

Mi instinto me decía que mentía. Que se había rendido a Visser y que sólo se había vuelto contra él cuando, como Rachel había dicho, vio que el viento soplaba a nuestro favor.

Pero no podía estar seguro. Lo único que sabía con seguridad era una cosa: no podíamos mostrarle nuestras sospechas. Si David mentía, no haríamos más que ponerle en guardia. Y si decía la verdad, nuestras dudas destruirían la frágil confianza que había entre nosotros.

De modo que teníamos que callarnos y seguirle el juego. De momento.

Llegamos al granero muy tarde. Rachel tuvo que volver a su casa a toda prisa si no quería quedarse castigada para toda la eternidad. Cassie se inventó la historia de que había encontrado a un mapache herido y que el animal se le había escapado. Sus padres aceptarían una excusa así. Marco estaba frito, a menos que tuviera suerte y su padre hubiera salido esa noche. Pero resultó que no era así, y Marco tuvo que pasarse una semana abonando el césped y sin tele.

Ax y Tobías no tenían problemas de ese tipo. Yo tampoco. Sabía que Tom estaría fuera, y como mis padres habían salido de la ciudad, no corría peligro de que me castigaran.

Hablé en privado con Tobías y Ax, luego volví a casa y recuperé mi cuerpo. Deshice la cama y metí un par de almohadas debajo de las mantas para que pareciera que estaba durmiendo. Devoré algo de comida y dejé los platos sucios para que Tom pensara que había cenado antes de irme a la cama. Incluso dejé encendida la televisión, una cosa que a veces hago sin darme cuenta.

Entonces me volví a transformar y volé de vuelta al granero. Allí recuperé la forma humana, agachado y temblando sobre la plataforma del camión del padre de Cassie. No vi a Ax ni a Tobías, pero sabía que estaban ahí fuera en la oscuridad.

Medianoche. Nada.

La una de la madrugada. Nada.

Quizá me equivocaba. Tenía la esperanza de equivocarme. Pero si no me equivocaba, no sabía qué iba a hacer.

Os voy a decir una cosa. A la una de la mañana es muy difícil intentar ser optimista. Todo resulta de lo más deprimente a esa hora.

La casa de Cassie estaba a oscuras. Todo el mundo dormía.

Las dos de la mañana.

Había empezado a caer una ligera lluvia. Sólo que no hay lluvia que sea «ligera» cuando uno está agachado sobre un saco de turba en la plataforma de un camión, vestido con pantalones de ciclista y una camiseta.

Bajé con cuidado de la plataforma y me metí en la cabina. ¡Increíble! La llave estaba en el contacto. Encendí la batería y puse la radio muy bajita. Por lo menos era todo un progreso.

Las dos y media.

Me había equivocado con David. Si se quedaba en el granero, yo estaba equivocado. Y David seguía en el granero.

Yo no hacía más que recordar la escena una y otra vez. El momento en el que dijo: «¡Espera! ¡No dispares! Me voy a transformar. No me importan éstos…». Y luego la pelea entre Cassie y él.

¿Decía David la verdad? ¿Había sido un plan para acercarse a Visser Tres? ¿Cassie se había metido por medio sin necesidad?

«¡Me están amenazando!», había gritado cuando se puso de lado de Visser Tres. ¿Era todo parte de un plan?

Intentaba combatir el sueño, pero sin mucho éxito. Estaba tan adormilado que la cabeza se me caía hacia delante. Tenía irritados los ojos de tanto mirar el granero.

Y así que, cuando pasó, me lo perdí.

Pero Ax estuvo al tanto.

<Aquí Aximili —dijo telepáticamente, todo lo fuerte que pudo—. Tenemos un águila saliendo del granero.>

La voz telepática de Tobías llegó desde un punto más cercano.

<Ya la veo. Jake, espero que me oigas, porque tenemos un traidor.>