Solté la bomba, abrí un poco las alas, aminoré la velocidad y me hice a un lado para dejar paso a la bomba de David. A continuación bajaron, más despacio, otros tres pesos.
¡TUNK!
¡TUNK!
Los dos primeros controladores cayeron como si alguien hubiera… Bueno, como si alguien hubiera dejado caer un peso de plomo sobre sus cabezas: se desplomaron, vaya.
El tercer tipo los estaba mirando boquiabierto cuando un plomo le golpeó en el hombro. El controlador pegó un brinco y esquivó la siguiente bomba. Pero la última le cayó justo en la cabeza, y el hombre quedó tendido sobre los otros dos.
Todos volábamos en círculo dentro del rayo. De pronto Rachel bajó como una exhalación, con Marco en las garras. Aminoró la velocidad en el último segundo y entró con pericia por el agujero.
Los demás la seguimos. Uno de los controladores se movía, intentaba darse la vuelta. Rachel soltó a Marco, que cayó justamente sobre el hombre y le hundió los colmillos en la pierna. Sólo soltó una pequeña dosis de veneno. Lo suficiente, esperábamos, para dejar sin sentido al controlador, pero no para matarlo.
El lugar estaba atestado. Había cientos de personas. Los hombres iban de esmoquin, las mujeres con traje de noche. Estaban sentados ante largas mesas, y charlaban, inclinándose unos sobre otros para susurrar algo, picoteaban aperitivos y bebían vino blanco.
Pero no eran personas normales. Eran personas importantes, poderosas.
La mesa principal estaba justo delante de nosotros. El hombre más cercano podía habernos tocado. Sólo que, si hubiera estirado el brazo, a él le habría parecido tocar una fría columna de mármol.
Advertí que uno de los pesos de plomo había rebotado fuera del holograma, y yacía a los pies de una mujer. Por suerte nadie lo había visto surgir de un pilar de mármol macizo.
Nos transformamos rápidamente, pero creo que todos nos habíamos quedado un poco pasmados. Tres sillas más allá, en la larga mesa, estaba el primer mandatario ruso. ¿Y a su lado? El primer ministro francés.
Tuve que resistir la fuerte tentación de salir de la columna y avisarles.
—¡Eh! ¡Mirad aquí a mi amigo Ax! ¡A ver si os enteráis! ¡Nos están invadiendo los extraterrestres! —quería gritar.
Pero me tuve que aguantar porque aquello estaba abarrotado de tipos vestidos de negro con siniestros bultos bajo las chaquetas y expresiones muy serias.
Si salía de la columna con Ax, nos caería encima una lluvia de balas de cinco países antes de que pudiéramos decir ni hola.
El tema de la cumbre era el Oriente Medio. Supongo que la gente se pone muy susceptible cuando se habla de este tema. Y los tipos de los trajes negros y las pistoleras ya debían de ser susceptibles de por sí.
Así que recuperamos nuestras formas y nos quedamos donde estábamos, apretujados en torno al estanque yeerk. Ax tenía que agarrarse la cola para que no saliera. Yo no quería ni imaginarme lo que pasaría si aquella cuchilla surgía de pronto de una columna de mármol.
—¿Y ahora qué? —susurró Rachel.
—Esperaremos —contesté, también en un silencioso susurro. Aunque con el jaleo que había en aquella sala, podríamos haber gritado sin que nadie nos oyera.
Esperamos hasta que el presidente se sentó entre una salva de aplausos. Esperamos mientras servían la sopa. Y luego esperamos mientras servían la ensalada. Y esperamos mientras servían el pescado.
De pronto noté un hormigueo en la nuca. Algo iba mal. Algo… Hice una seña a Cassie.
—Oye, ¿no has dicho que viste al presidente ahí fuera?
Ella asintió con la cabeza, con expresión interrogante.
—Dijiste que llevaba pantalones cortos. Ahora lleva puesto un esmoquin.
Cassie parecía desconcertada.
—Me habré equivocado. Sería alguien que se parecía al presidente.
Uno de los controladores se empezó a mover, de modo que Marco se transformó de nuevo en cobra y le inoculó una pequeña dosis de veneno en la pierna.
Luego vinieron los postres. Y lo peor de todo es que nosotros estábamos muertos de hambre. Con sólo tender la mano habría podido alcanzar un plato de la mesa. Era una cosa rarísima. Era como ser el hombre invisible.
Pero por fin llegaron los discursos.
—Preparaos —dije, levantando a los demás, que ya estaban medio dormidos de aburrimiento—. Vamos a quitarles los trajes a estos tipos. Esto… tú no, Rachel. Ni Cassie. Me parece que es un trabajo sólo para los chicos.
Tardamos unos cinco minutos en tener tres trajes y tres tipos inconscientes en ropa interior.
Ax, David y yo adquirimos cada uno a uno de los controladores.
Ya sé lo que estáis pensando. Tenemos una regla sobre convertirnos en otras personas. Pero para mí aquéllas no eran realmente personas. Sus cuerpos eran humanos, pero sus mentes eran yeerks.
Además, no teníamos más remedio. Hasta Cassie había accedido por esta vez. Si no conseguíamos realizar nuestro plan, los líderes del mundo acabarían como esclavos de los yeerks. No podíamos permitirlo.
Ax comenzó a transformarse en un tipo de unos treinta años; David en lo que casi parecía una versión de nosotros mismos dentro de veinte años; Rachel y Cassie, muy discretas, se volvieron de espaldas.
Era una metamorfosis fácil, pero extraña. Tenía la sensación de que no estaba bien utilizar el ADN de otra persona de aquella forma. Era algo un poco… espeluznante. En cierto modo estábamos haciendo algo bastante parecido a lo que hacían los yeerks: estábamos dominando a un ser humano.
No su mente, por supuesto, porque la metamorfosis sólo te da el cuerpo y los instintos, no la memoria, los pensamientos, el espíritu de un individuo.
Básicamente estábamos clonando a aquellos tres hombres inconscientes. Haciendo un duplicado exacto de sus cuerpos.
Para mí la metamorfosis no fue nada. Tenía un aspecto diferente, es verdad, pero no me sentía diferente. Sólo un poco más alto, más pesado, y como si necesitara afeitarme.
Me puse rápidamente el traje y me pasé la corbata por la cabeza. En cuanto Ax tuvo brazos humanos le pusimos la camisa del otro controlador. Ya habíamos visto a Ax intentar ponerse «piel artificial», como la llamaba él, y no teníamos tiempo para que Ax comprendiera la diferencia entre los brazos de una chaqueta y las perneras de un pantalón.
Luego intentamos ponerle la corbata. Pero hubo un ligero problema. Cassie había recogido la corbata del suelo y con los nervios había deshecho el nudo. Y ninguno de nosotros tenía ni idea de cómo volverlo a hacer.
Durante unos diez segundos Marco, David, Tobías y yo nos miramos unos a otros, miramos la corbata, nos volvimos a mirar.
—¡Mira que sois inútiles! ¿No os habéis puesto nunca corbata? —susurró Rachel entonces.
Me la arrebató de las manos, la puso al cuello de Ax, hizo un nudo estupendo, lo tensó, le abrocho los botones de la camisa que nosotros habíamos dejado abiertos, le abrochó la chaqueta, le alisó las solapas y le colocó bien el pelo. Y todo en menos tiempo del que nosotros habíamos perdido mirándonos unos a otros con cara de tontos.
Luego agarró a Ax de un hombro y le dio media vuelta para ponerlo frente a la «puerta» del campo de fuerza.
El plan de los yeerks era sencillo: esperar hasta que uno de los presidentes o primeros ministros desapareciera detrás de la columna de mármol. Entonces, cuando se abriera el holograma durante una fracción de segundo, los dos controladores que estaban junto a la columna empujarían dentro a su víctima.
El emisor de hologramas proyectaría una imagen del líder, que subiría al estrado y pronunciaría su discurso.
Una vez terminara el discurso, el hombre parecería caminar por detrás de la columna. En ese momento, el auténtico líder, convertido en controlador, saldría del holograma y se sentaría junto a su esposa y sus asistentes.
Nuestro plan era igual de sencillo. Esperaríamos a que los controladores empujaran al presidente o a un primer ministro dentro de la columna. Nosotros lo retendríamos y dejaríamos que el emisor proyectara su imagen en el estrado. Mientras tanto, le explicaríamos lo que estaba pasando. Le enseñaríamos a los yeerks. Ax recuperaría su forma para demostrar que era un extraterrestre.
Luego dejaríamos ir al tipo y repetiríamos la operación con el siguiente líder.
Era una locura, sí.
Pero no se nos había ocurrido otra cosa. Y podría haber funcionado.
Sí, podría haber funcionado si… Si yo me hubiera parado a pensar lo bien que ve un búho de noche, y lo fácil que es reconocer al presidente y el tiempo que hace falta para ponerse un esmoquin.