Ahora conocíamos los planes de los yeerks. Iban a esperar al gran banquete.
Los jefes de Estado subirían al podio uno a uno para pronunciar sus discursos, y uno a uno pasarían por detrás de la columna holográfica.
Una vez fuera de la vista del público, serían introducidos dentro del pilar, donde los forzarían a meter la cabeza en el estanque yeerk. Un gusano yeerk entraría a través de sus oídos, y al cabo de unos minutos serían controladores. Mientras tanto el emisor holográfico proyectaría una imagen del jefe de Estado reapareciendo por el otro lado de la columna. Subiría al estrado y pronunciaría con calma su discurso. En cuanto terminara de hablar, el jefe de Estado real estaría listo para salir de nuevo.
—Tony, el jefe de protocolo de la Casa Blanca es el hombre de la raja en el zapato —expliqué a los demás en cuanto nos reunimos en el granero—. Por eso secuestraron el helicóptero. No era al presidente a quien querían, sino a él.
—O sea que quieren dar el golpe a lo grande —terció David—. Quieren conseguir a todos a la vez. Así que atraparon el segundo helicóptero, el que siempre acompaña al Marine One, para disuadir a posibles terroristas.
—Exacto —convine—. Necesitaban al jefe de protocolo, al tipo que decidiría cómo organizar el banquete. Así que Visser Tres adquirió su ADN y lo reemplazó.
—¿Y qué ha pasado con el auténtico, el verdadero jefe de protocolo? —preguntó Cassie.
—Probablemente sigue vivo —contestó Marco—. Visser Tres lo habrá drogado, y le habrá quitado la ropa y los zapatos para hacerse pasar por él. Más tarde el auténtico Tony despertará y no sabrá nada de lo sucedido.
<¿Y por qué no convertir a Tony en controlador?> , preguntó Tobías.
—No lo sé —dije yo.
<Los edificios donde viven y trabajan los jefes de Estado están muy vigilados, ¿no es así? —terció Ax—. Vigilan muy de cerca a todos los empleados, ¿no?>
—Ya sabes que sí.
<Estonces la razón es sencilla: rayos kandrona. Si el presidente y los demás se convierten en controladores, no podrían escapar de los agentes de seguridad el tiempo suficiente para visitar un estanque yeerk cada tres días y recibir su dosis necesaria de rayos kandrona. Así que debemos suponer que el plan es instalar un estanque yeerk, con rayos kandrona, dentro de la misma Casa Blanca.>
Rachel chasqueó la lengua con desdén.
—¿Cómo iban a mantener en secreto una cosa así?
—Sólo el presidente podría ordenar que se hiciera algo así en la Casa Blanca —contestó David—. Y sólo si la mayoría de los agentes del Servicio Secreto y gran parte de su equipo fueran también controladores.
—El gran objetivo es hacerse con el presidente y los demás —convino Marco—. Necesitan tener controlado al presidente, porque sólo mediante él es posible instalar los rayos kandrona en la Casa Blanca. Y necesitan tener los rayos allí. No pueden tener al personal de la Casa Blanca yendo y viniendo en secreto a un estanque yeerk. Por eso no han convertido a Tony en controlador, porque si el plan fracasa, estaría atrapado en la Casa Blanca sin rayos Kandrona.
Cassie movió la cabeza.
—Ya. Muy listos, chicos. Pero como siempre habéis pasado por alto la explicación más sencilla.
—¿Qué explicación? —pregunté.
—Es cuestión de orgullo. Recordemos que estamos hablando de Visser Tres. ¡Es el plan del siglo! Si sale bien, habrá ganado la batalla contra la Tierra. Será el gran héroe del imperio yeerk. Y si fracasa, quedará en ridículo. Así que, ¿qué va a hacer? ¿Quedarse en la nave-espada mirando con los brazos cruzados? De eso nada. Visser Tres quiere estar en primera fila, para poder decir: «Mirad, he sido yo. ¡Yo, yo, yo!».
Como siempre, Cassie había visto algo que yo había pasado por alto. Ahora sonrió.
—Típico de hombres —afirmó medio en broma—. Sólo pensáis en los hechos y os olvidáis de los sentimientos. Ésta es una cuestión de carácter. Visser Tres tiene que tomar parte en la acción porque es un ególatra.
Marco, David, Ax, Tobías y yo nos miramos un poco molestos.
—Pues a mí me sigue gustando nuestra explicación —afirmó David, hablando por todos.
—Bueno, supongo que el banquete será esta noche —dije yo, mirándome el reloj—. Y si no me equivoco, nos quedan muy pocas horas para pensar cómo podemos hacer fracasar su plan.
—Yo tengo que ir un rato a casa —objetó Rachel—. Y supongo que tú también, Jake.
—No, la verdad es que estoy bastante libre —repliqué—. ¿No te has enterado de lo de Saddler?
Rachel no sabía nada, así que le conté que nuestro primo estaba herido, que mis padres habían ido a su casa a ayudar y que no era seguro que Saddler sobreviviera.
Todo el mundo nos ofreció su condolencia, incluso David. Pero a pesar de todo vi algo inquietante en sus ojos. Algo que no supe interpretar.
David me miraba con el semblante luminoso, como si intentara disimular su alegría. Como alguien que acabara de descubrir la manera de ganar la lotería.
Y yo volví a oír en mi mente las palabras de Cassie: «Es una cuestión de carácter».