<Tobías, ¿nos oyes?>, llamó Ax.
No hubo respuesta. Pero no me extrañó. Seguramente Tobías estaba demasiado lejos para «oírnos». Nos íbamos a transformar en gaviotas, pero si volábamos hacia arriba saldríamos por el centro del tejado y parecería que habíamos surgido de la nada. Una docena de agentes de seguridad tenía el tejado vigilado, y entre ellos debía de estar el calvo.
Necesitábamos un movimiento de distracción.
—La alarma de incendios —sugirió David—. Yo lo hice una vez en el colegio para librarme de un examen —añadió, señalando la pequeña palanca roja en una pared cercana.
—Muy bien, —accedí—. Buena idea.
—Ya voy yo, —se ofreció David.
—Empezad a transformaros en gaviotas. David, tú tira de la palanca y vuelve enseguida.
—Perfecto.
—Bien. ¿Listos? ¡Vamos allá!
Mientras nosotros nos transformábamos David echó a correr. Llegó a la palanca, tiró de ella…
¡RRRIIIIIIIIINNNNNGG!
Volvió corriendo y…
¡PAF! Tropezó con la pata de una silla y se cayó de bruces. Un instante más tarde la puerta del salón se abrió de golpe e irrumpieron cuatro hombres armados.
Enseguida me di cuenta de mi error. Sí, la alarma de incendios distraería a los guardias normales, pero los controladores también la oirían y vendrían derechos a aquella sala… donde estaba escondido su estanque yeerk.
David rodó debajo de una mesa y desapareció de la vista.
Había que tomar una decisión rápida.
—¡Terminad de transformaros y salid de aquí! ¡Ahora mismo! Yo iré a por David.
—Pero… —protestó Rachel.
—Ahora no, Rachel —la interrumpí—. Cerrad el arco detrás de mí. David y yo encontraremos otra forma de salir.
Salí a gatas de la columna y me acerqué a la mesa sin que me vieran los controladores. Mirando entre la larga hilera de sillas localicé a David.
Sólo que ya no era David.
Cassie le había ayudado a adquirir una forma de combate, y él había elegido un león. En ese momento se estaba transformando, y la melena comenzaba a brotarle en torno al cuello.
Esbocé con los labios la palabra «no». Teníamos que escapar, no combatir. Pero David hizo una mueca. Todavía sonreía cuando le brotaron dientes caninos de seis centímetros.
—¡Bloquead la puerta! —ordenó uno de los controladores—. Bloqueadla con un par de mesas. Yo me pondré en contacto con los nuestros. No podemos permitir que entren las fuerzas de seguridad.
Varios pies se movieron. Oí que arrastraban una mesa por la alfombra.
—Muy bien. Si los andalitas han entrado aquí podrían ser cualquier cosa, incluso moscas. Aunque probablemente se trate de una falsa alarma. Seguro que no tiene nada que ver con nosotros. Lo sabremos en cuanto inspeccionemos el estanque. Si eran los andalitas… Bueno, nuestros amigos del estanque no estarán vivos.
Yo suspiré aliviado. No habíamos tocado a los yeerks del estanque.
Si lograba evitar que David cometiera alguna locura, tal vez escaparíamos de aquélla. En cuanto los controladores lo inspeccionaran, verían que sus hermanos estaban bien.
Empecé a gatear con infinito cuidado hacia David, que se encontraba a unos diez metros de distancia. Su rostro estaba oculto en la penumbra, detrás de las patas de las sillas, pero era evidente que seguía transformándose.
Yo no hacía más que decir que no con la cabeza y los labios. Pero él no me hacía ni caso. Una larga y peluda cola sobresalía ahora por debajo de la mesa. Varias piernas pasaron sobre ella, casi pisándola.
—Apagad el holograma —ordenó la primera voz.
Yo miré sobre el hombro. La columna de mármol desapareció al instante, reemplazada por el tanque de acero inoxidable, la estrecha mesa y el extraño «emisor». Dos pares de piernas se acercaron al estanque y se oyó el ruido de una bisagra.
—¡Están bien! —gritó otro controlador.
—Perfecto —dijo aliviado el líder—. Los andalitas no han entrado. Jamás habrían dejado vivos a los nuestros. Despejad las puertas y encended el holograma. Voy a avisar a los demás.
La columna volvió a aparecer.
David era ya un león. Estaba moviendo la cola, pero se encontraba fuera de la vista. Yo estaba a unos tres metros de distancia. Lo único que David tenía que hacer era quedarse quieto. Lo único que…
Varias piernas pasaron de largo. David volvió su enorme cabeza y se dispuso a atacar. Yo avancé lo más deprisa que pude, y una fracción de segundo antes de que él saltara, lo agarré por la melena.
Voy a parar un momento para explicaros que aunque me pase el día transformándome en animales, eso no significa que les haya perdido el respeto. Cuando vemos leones en la tele, en la películas, en los anuncios o cosas así, parecen siempre mansos y simpáticos, tumbados con las patas hacia arriba, durmiendo a la sombra en medio de la sabana…
Pero si los leones tienen tanto tiempo para dormir, es porque son cazadores muy eficientes. No emplean demasiada energía: mientras haya presas, dispondrán de comida.
Bueno, a lo que iba. Agarré al león por la melena, y un milisegundo más tarde se me ocurrió pensar que era la primera vez que David se transformaba en león y que tal vez no supiera controlarlo todavía. Lo cual significaba que yo podía estar a punto de perder el brazo.
—David —susurré casi en silencio—. No…, no hagas nada…, no hagas nada.
Él se me quedó mirando con sus ojos castaños y poco a poco, con toda intención, me enseñó los dientes.
—Muy bien, vámonos —dijo el líder controlador—. Todo en orden.
Las puertas se abrieron y los pies se alejaron. Yo todavía tenía al león agarrado, y la cara a pocos centímetros de la boca de David. En ese momento recordé que una de las formas en que un león mata es sencillamente aplastando el cráneo de su presa. Lo aplasta apretando las fauces hasta que se abre como un melón maduro.
<¿Te has asustado, eh?>, dijo David.
—No, ya sabía que te dominarías.
<Sólo quería estar preparado, por si había algún problema. Me extraña que no asumieras tu forma de tigre.>
—Ya. Bueno, no he visto la necesidad.
<Oye, ¿nunca has pensado en quién ganaría en una pelea entre un león y un tigre?>
Aquello me pilló por sorpresa. Dudé un momento.
<El león —dijo David con una carcajada—. Eso es lo que yo creo. Seguramente nunca pasará, pero es un tema interesante. Bueno, me voy a transformar.>
David recuperó su cuerpo.
—Creo que lo mejor será salir de aquí como entramos —sugerí mientras salía de debajo de la mesa—. Lo único es que no podemos perder tiempo intentando que te subas de un salto a mi lomo.
—¿Qué vamos a hacer entonces?
—No quiero que me malinterpretes, pero me tienes que morder.
—¿Qué?
—Muérdeme en la espalda. Nos transformaremos juntos. Y esperemos que cuando tu boca de pulga reemplace a tus dientes humanos, sigas pegado a mí.
—Sí, y esperemos que no haga como Marco y termine siendo una pulga de medio metro antes de encoger —replicó él—. El mordisco quizá te duela un poco.
La idea funcionó. Volamos a velocidad de locos por los conductos del aire acondicionado hasta que vimos la luz del sol. Así que había un conducto que daba al exterior… Pero estaba bien camuflado en la piedra del muro.
En cuanto salimos, Tobías nos atrapó en pleno vuelo.
Mientras volvíamos a casa yo iba pensando en la curiosa pregunta de David. ¿Quién ganaría en una pelea entre un león y un tigre? ¿Y por qué de pronto me preocupaba la respuesta?