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Cassie había dicho que tenía una idea para entrar en la urbanización. También admitió que me pondría los pelos de punta.

Y, como siempre, había sido sincera.

Al día siguiente tuvimos que faltar al colegio: Marco, Rachel, Cassie y yo. Nunca habíamos faltado los cuatro el mismo día porque era arriesgado. No podíamos permitirnos llamar la atención.

Pero esta vez la situación era desesperada.

No estábamos en el granero. El padre de Cassie iba a trabajar allí todo el día, así que nos reunimos en el bosque, cerca del prado de Tobías.

—Veréis, el problema es que los yeerks que están en los equipos de seguridad notarán cualquier cosa mayor que un insecto —explicó Cassie—. Pero ninguna de las formas de insecto que tenemos es adecuada para esta misión. Es demasiada distancia para una cucaracha, y lo mismo para una mosca o una hormiga. Mucho que andar, y sentidos que no son muy buenos para captar objetos lejanos.

—Ya —dijo Marco, asintiendo sombrío—. ¿Y qué se te ha ocurrido? Aunque casi no me atrevo a preguntarlo.

Cassie sacó de su mochila un bote de cristal. Dentro había un gran insecto color verde brillante, con dos pares de alas.

—¿Qué es eso, una libélula? —preguntó David.

—Eso es —contestó Cassie—. Miradla bien, veréis qué ojos tiene. Son enormes con relación al tamaño del cuerpo. Le cubren toda la cabeza.

—Ni hablar —dijo David.

Cassie prosiguió sin hacerle caso.

—Las formas de insecto que tenemos se alimentan de basura y cosas así, de modo que no necesitan un gran sentido de la vista. Pero las libélulas comen otros insectos voladores. Atrapan mosquitos en pleno vuelo. Y como sabemos que no tienen un sistema de radar como los murciélagos, deben utilizar el sentido de la vista para cazar.

—Espera un momento —terció David—. ¡Cuando nos convertimos en cucarachas casi nos aplastan!

—¿Siete libélulas entrando allí todas juntas? —preguntó Marco escéptico—. ¿Y si los controladores se dan cuenta de que de pronto hay una plaga de libélulas?

Cassie hizo una mueca.

—Bueno, también he pensado en eso. A ver, sólo uno de nosotros se transformará en libélula, entrará en la urbanización y buscará un sitio donde todos los demás nos podamos transformar para espiar por ahí.

<No entiendo nada —dijo Ax—. ¿Cómo entraremos los demás?>

—Bueno… Ésa es la parte que puede resultar bonita o espantosa, según se mire.

—¡Ay, ay, yo no quiero oírlo! —gimió Marco.

—Veréis, la libélula es tan grande y tan fuerte que puede llevar pasajeros.

Todos nos quedamos pensando un momento. Todos mirábamos fijamente a Cassie.

<¿Qué tipo de pasajeros, Cassie?>, preguntó por fin Tobías.

—Bueno… creo que seis pulgas en fila…

—¡Pero venga ya! —exclamó David.

—O sea, uno de nosotros se transforma en libélula. Los demás se hacen pulgas y se suben a la libélula como quien sube a un ala Delta, ¿no es eso? —preguntó Rachel—. ¿Y cómo nos vamos a sujetar? ¡Será como ir en el ala de un avión!

Cassie sonrió.

—Ah, eso es fácil. Las pulgas se agarran estupendamente a las cosas. Además, para mayor seguridad, podréis morder bien a la libélula y no soltarla.

Otra vez nos la quedamos mirando.

—Mira que llegas a ser siniestra a veces —dijo Marco.

Rachel suspiró.

—¿Y quién será la afortunada libélula con seis pulgas enganchadas?

—Podemos echarlo a suertes —sugerí.

—Un momento… ¿Esto va en serio? —exclamó David—. ¿Pero estáis locos?

Marco le señaló con el dedo.

—Por una vez estoy con él.

Yo cogí un puñado de agujas de pino del suelo, conté siete y partí una por la mitad.

—El que saque la aguja más corta será la libélula.