8

Seguí el rastro de David mientras Cassie volaba en absoluto silencio sobre mí. Sus alas de búho no hacían ningún ruido, ni siquiera para mis oídos.

<Se detuvo aquí —indiqué. Estábamos a un kilómetro del granero, en mitad de un campo—. Y se transformó. Estoy captando un olor nuevo.>

Husmeé con cuidado el suelo, caminando en círculos.

<¡El muy idiota! —grité de pronto, demasiado furioso para conservar mi felicidad perruna—. Ha asumido la forma de león que tú le diste.>

<A lo mejor sólo quería probarla —sugirió Cassie—. Todos hemos hecho cosas así.>

<Sí —accedí—. ¿Pero un león? ¿Tan cerca de las casas?>

<Te recuerdo que tú te transformaste en tigre y te dedicaste a corretear por los tejados de la gente, Jake.>

<Ya. Bueno.>

Seguí el olor del león. Atravesamos los campos de la granja de Cassie y entramos en el bosque. Cassie me seguía sin esfuerzo. Al cabo de un rato se nos unieron otro búho silencioso y un halcón mucho más escandaloso.

<No he encontrado a Ax —informó Rachel—. Pero Tobías ha venido.>

<Sí. Vaya suerte>, gruñó Tobías.

Salimos del bosque.

Nos encontrábamos cerca de una carretera principal. Al otro lado se alzaban varios edificios: un par de bares, una tienda de neumáticos, dos gasolineras y un Holiday Inn.

Yo volví a olfatear.

<Aquí recuperó su forma.>

Me acerqué a la carretera y a los coches que pasaban disparados a ciento veinte kilómetros por hora.

<Aquí volvió a transformarse. Esta vez en águila real.>

Respiré hondo y comencé a recuperar mi cuerpo. Todo aquello me daba muy mala espina. Quería poder mirar a mi alrededor como humano para ver lo que David había visto.

Una vez convertido en ser humano de nuevo, y nada feliz, miré a un lado y a otro de la calle.

—Bueno, a lo mejor vino sólo para conseguir algo de comida. A lo mejor tenía hambre.

<Yo le dejé unas patatas fritas en el granero>, dijo Cassie.

—Sí, pero igual le apetecía una hamburguesa. Cassie, ¿te dijo algo David esta noche?

<Se quejaba porque echaba de menos su habitación, su serpiente, sus cosas, la tele…>

Yo asentí con la cabeza.

—Sí, la tele, —señalé el Holiday Inn—. Cassie, Tobías, Rachel, id a echar un vistazo —dije—. Yo voy para allá.

Diez minutos más tarde me encontraba en el alfombrado pasillo del Holiday Inn, llamando a la puerta de la habitación 2135. Dentro se oía la tele.

—David, soy yo, Jake. Sé que estás ahí.

La puerta se abrió. David llevaba unas mallas ajustadas y una camiseta. Yo mismo le había prestado esa ropa. Era evidente que había aprendido a transformarse vestido, como todos los demás.

Entré en la habitación sin esperar a que él me invitara. La televisión seguía encendida, aunque le había quitado el volumen.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —pregunté, no con mucha calma, la verdad.

David se encogió de hombros.

—Pasar el rato viendo la tele. Quería dormir en una cama normal. ¿Qué pasa? ¿Está prohibido?

—Sí, está prohibido —dije—. No has pagado por esta habitación.

—¿Y qué? Estaba vacía.

Señalé la ventana rota que habíamos visto desde fuera.

—Has roto una ventana para entrar.

David esbozó una sonrisa torcida.

—¡Ehh! Fue un pájaro el que rompió la ventana, ¿vale? Un pájaro tiró una piedra para romper el cristal. ¿Es un delito? Yo no lo creo. Policía, detengan a esa águila. ¡Venga, hombre!

—Mira, a mí no puedes engañarme. Yo sé que la forma de águila no es más que un cuerpo y unos instintos. La mente es tuya. La águilas no andan por ahí metiéndose en hoteles. Has sido tú.

David se dejó caer en la cama, alzó el mando a distancia de la televisión y se puso a cambiar de canal sin hacerme caso.

—Escucha, David. Nosotros no vamos por ahí violando la ley. Al menos si no es absolutamente necesario. No hacemos daño a personas inocentes. Tenemos que controlar nuestro comportamiento. No somos una banda de delincuentes. ¿Recuerdas cuando estábamos en la playa y necesitábamos ropa? Hoy mismo he enviado por correo el dinero a la tienda. ¿Vas a hacer tú lo mismo aquí?

David dejó de jugar con el mando.

—¿Qué va a pasar conmigo, Jake? No tengo casa, ¿vale? Mi familia quiere entregarme a los yeerks. ¿Qué queréis que haga? ¿Vivir para siempre en el granero? Para ti es muy fácil. Tú tienes una familia y una casa. Todos tenéis casa. Todos dormís en camas por la noche y veis la tele y coméis en una mesa.

—No todos —contesté—. Tobías no. Ni Ax.

—Ax ni siquiera es humano. Y Tobías tampoco. Pero yo sí. Yo soy humano, como Marco, Cassie, Rachel y tú. Y todos vosotros tenéis casa. Todos podéis andar por ahí sin que se os echen encima todos los controladores del mundo.

—Ya sé que es una situación horrible —admití.

—Sí. ¿Y qué vas a hacer al respecto, Jake?

—Pues… Mira, sólo podemos solucionar las cosas de una en una, ¿de acuerdo? En este momento los líderes de los países más poderosos del mundo están amenazados por los yeerks. El tiempo se nos acaba. Ya sé que tu vida es un asco, pero ahora mismo no sé qué hacer. Más tarde, cuando terminemos esta misión, nos dedicaremos a ello.

David me miró con auténtico cinismo.

—Ya, muy bien. A ver qué te parece esto, Jake. Ya me encargo yo de mi vida. Tú sigue siendo el gran jefe de los animorph, y yo me cuido de mí mismo.

Yo sabía lo que debía responder. Tenía las palabras en la punta de la lengua, pero eran muy duras. Si las pronunciaba, sería como cruzar una línea con David. Sería dar un paso que tal vez no pudiéramos desandar.

—Es como estar en el colegio, o en casa, ¿sabes? —prosiguió él—. Sí, ser un animorph es como estar en el colegio o en casa, y tú eres el profesor o el director o lo que sea. Pero cuando se acaban las clases, ya no eres tú el que manda.

Yo moví la cabeza.

—No, eso no es así, David. No quiero discutir contigo, pero ésta es la situación: si quieres andar por ahí utilizando tus poderes de forma egoísta, no puedes quedarte con nosotros. Eres un peligro para el grupo y estás en contra de lo que nosotros defendemos.

David abrió mucho los ojos y se levantó de la cama.

—¿Me estás amenazando?

—No, sólo te digo cómo son las cosas. Ahora somos tu única familia, David. Las únicas personas en las que puedes confiar. Los únicos que podemos ayudarte. Somos lo único que tienes, David. Debes afrontarlo.

David me miró sombrío, con resentimiento, la verdad es que no se lo pude reprochar. Yo acababa de hacer el papel de esos padres que dicen: «Mientras vivas en mi casa tendrás que seguir mis reglas». Parecía una amenaza.

Y lo era.

—Vamos —dije.

Nos fuimos.