6

Mis padres se marcharon por fin, pero yo no aproveché la oportunidad para organizar una fiesta ni nada de eso. No había tiempo.

No, lo que hice fue pasarme la tarde buscando información, cosa que debería haber hecho antes. Me senté delante del ordenador, me metí en Internet y leí todo lo que pude encontrar sobre la conferencia, los líderes que acudirían, la urbanización Marriot, los servicios de seguridad de cada país, todo.

Hasta que de pronto encontré un artículo sobre el nuevo primer ministro de Francia, cuya esposa siempre, siempre, siempre viajaba con sus dos chihuahuas. Vaya, eso podía ser útil.

—¡Ajá!

—¿Ajá qué?

Me volví en la silla. Era Tom, que se había asomado a mi habitación. En la pantalla del ordenador aparecía el artículo sobre el líder francés.

«¡No te muestres culpable!», me dije en silencio. Pero de todas formas cerré la ventana de la pantalla.

—¿Vas a tener ocupada la línea toda la noche? —preguntó Tom—. Puede que alguien quiera llamar. Además, son ya las diez y es tu hora de irte a la camaaaaaaa —canturreó.

—Cállate —repliqué—. Sólo porque mamá y papá se hayan marchado no tienes derecho a…

—Desde luego que sí. Ahora yo soy el jefe.

Una vez más tuve el impulso de decirle: «¿Sabes qué, Tom? Lo sé todo sobre ti. Sé lo que eres. Así que, ¿por qué no vamos al grano?».

Pero me contuve.

—De todas formas ya he terminado —le contesté. Y al mismo tiempo apagué el ordenador.

—No te olvides de lavarte los dientes —dijo él con sorna.

Por fin se marchó y cerró la puerta. ¿Habría visto lo que había en la pantalla? Probablemente no. Y aunque lo hubiera visto, ¿qué?, ¿qué, si yo estaba interesado en el gobierno francés?

Sí, seguro, aquello era de lo más lógico. Con el gran interés que yo siempre había demostrado por los jefes de Estado europeos…

—Aaah —suspiré.

RRRIIIING RRRRIIIING RRRIIIING.

En ese momento sonó el teléfono. Vacilé. Era muy tarde para que alguien llamara. Debían de ser mis padres, pensé mientras corría a contestar.

—¿Contestas tú? —gritó Tom desde el pasillo.

—Sí —contesté—. ¿Diga?

—Hola, Jake. Soy Cassie.

Sentí un hormigueo en la nuca. Cassie parecía contenta, pero eso era porque nunca confiaba en que la línea fuera segura.

—Hola, Cassie, ¿qué pasa?

—¿Sabes una cosa? Mi perro Dave se ha escapado.

Ahora sentí algo más que un hormigueo. Me estaba hablando de David.

David había desaparecido.

—¿Lo has buscado bien?

—Sí, por todas partes.

—Bueno, no te preocupes. Ya verás como aparece enseguida en el sitio de siempre.

Los dos nos habíamos entendido: David había desaparecido y yo íria al «sitio de siempre», lo antes posible en cuanto pudiera escaparme sin que se notara.

Veinte minutos más tarde, Tom vino a ver si estaba acostado. Yo estaba en la cama, dormido. Bueno, haciéndome el dormido, tumbado en la oscuridad, escuchando. Hasta que oí el ruido de la puerta.

Tom se marchaba. Negocios yeerk, sin duda.

—Los yeerks son muy malas niñeras —murmuré entre dientes.

Me convertí en un murciélago y salí por la ventana abierta. Los murciélagos no vuelan muy deprisa, pero era una noche sin luna y no quería estrellarme contra los hilos eléctricos o cualquier otra cosa invisible.

Encontré a Cassie y Rachel en el granero. Aquello era un poco siniestro de noche. Las luces eran muy tenues, sólo daban para vislumbrar las hileras de jaulas y unas vagas siluetas paseando o tumbadas dentro de ellas.

Cassie parecía preocupada. Rachel como siempre, estaba muy guapa. Recuperé mi cuerpo y me quedé allí descalzo, temblando con mi camiseta y mis pantalones de ciclista.

—Oye, Rachel, seguro que te has tenido que transformar para llegar tan deprisa. ¿Cómo es que llevas puesta ropa normal?

Cassie miró al techo.

—¿Es que no lo sabes? Rachel siempre guarda algo de ropa aquí en el granero.

—¿Es un delito querer ir bien vestida? —preguntó Rachel, burlándose un poco de sí misma.

—¡Ay, Dios! —exclamé—. Bueno, ¿qué es lo que pasa?

—Pues que David subió al pajar a dormir a eso de las nueve. Era temprano, pero dijo que estaba cansado. A las diez me acordé de que tenía que dar la medicina al ciervo herido, así que vine, y David ya no estaba.