5

Nos fuimos. Volvimos a casa. Bueno, por lo menos Marco, Rachel, Cassie y yo. La casa de Ax está a unos cuantos billones de kilómetros. La casa de Tobías es su árbol favorito, desde el que se domina el prado que forma su territorio.

En cuanto a David, no tenía casa. Ni casa ni familia. Nadie con quien pudiera ponerse en contacto. Ni siquiera podía ser visto con su propio cuerpo, porque los yeerks le conocían y le estarían buscando.

De modo que David se fue con Cassie, al granero, que también es la Clínica de Rehabilitación de la Fauna Salvaje. Cassie le había preparado un sitio en el pajar.

Era evidente que aquello no podía durar. Otro problema al que había que hacer frente. Además de salvar a los líderes del mundo. Pero de momento David tendría que aguantarse.

¿Cuánto tardarían los yeerks en ponerse en movimiento? El presidente ya estaba en la urbanización, y los otros líderes llegarían en las próximas horas. ¿Esperarían los yeerks hasta que estuvieran todos reunidos, o intentarían capturarlos uno por uno?

Yo tenía una gran sensación de urgencia. Cada minuto perdido era un posible desastre. Pero nuestro primer intento había sido un fracaso total, y todavía no estábamos preparados para ponernos en marcha otra vez.

Cuando llegué a casa encontré a mis padres en el salón, con expresión ausente. Lo primero que pensé fue: «Oh, oh, ya he hecho algo».

Pero en cuanto me vieron los dos se levantaron de un brinco y me abrazaron. Entonces sí que supe con seguridad que algo iba mal.

—Gracias a Dios ya estás en casa —dijo mi madre.

—Estábamos preocupados —añadió mi padre.

—¿Por qué? Estaba con Marco.

—Ha pasado algo —afirmó mi padre muy serio—. Más vale que nos sentemos.

—¿Es Tom? —quise saber.

—¿Qué pasa con Tom? —preguntó éste. Había entrado en la sala justo detrás de mí. Me dio la desagradable sensación de que me había estado siguiendo.

—Tom, tú también tienes que oír esto —dijo mi madre—. Sentaos los dos.

—¿Quién se ha muerto? —bromeó mi hermano. O para ser más preciso, el yeerk que tenía en la cabeza hizo aquella broma de mal gusto porque era el tipo de bromas de mal gusto que Tom solía hacer.

Mis padres le miraron muy serios.

—Es vuestro primo, Saddler —comenzó mi madre—. Iba en bicicleta y un coche lo atropelló. Está vivo, pero con heridas muy graves. Lo han ingresado en cuidados intensivos.

Me da vergüenza confesar que mi primera reacción no fue pensar «pobre Saddler». No, lo primero que pensé fue cómo afectaría aquello a mis planes. En parte porque Saddler y yo nunca habíamos sido muy buenos amigos. Es dos años mayor que yo y, para ser sincero, bastante imbécil. Cuando éramos pequeños y nuestros padres nos hacían jugar juntos, se dedicaba a romper cosas para luego echarme la culpa a mí.

Era horrible que estuviera grave, pero al mismo tiempo intentaba imaginar de qué forma aquello me afectaría a mí. Saddler vivía con su familia en un pueblecito a unos ciento cincuenta kilómetros de distancia.

—Mamá y yo vamos a ir para allí ahora mismo para ayudar a Ellen y George con los otros chicos. Parece ser que trasladarán a Saddler al hospital de niños aquí en la ciudad dentro de un día o dos, si es que…

Mi madre le interrumpió.

—Lo cual significa que vosotros os quedaréis solos en casa hoy y mañana.

Tom y yo nos miramos. Los dos estábamos calculando lo que aquello significaba. Ambos teníamos planes secretos. Tom no conocía los míos. Si Tom llegaba a averiguar a qué me dedicaba cuando no estaba en casa o en el colegio, sería el fin de mi libertad. Y probablemente el fin de mi vida.

—Cuando trasladen aquí a Saddler, sus padres y los niños seguramente se quedarán con nosotros unos días.

Aquello casi me heló la sangre en las venas. Saddler tenía tres hermanos: Justin, Brooke y Forrest. Forrest tenía dos años y era un auténtico demonio. Exagero, es verdad, pero sólo un poco.

—¿Por qué no pueden quedarse con la familia de Rachel? —preguntó Tom—. Ellos también son sus primos.

—Bueno, desde que los padres de Rachel se divorciaron, Ellen y George ya no se sienten muy unidos a la madre de Rachel.

—Menuda suerte tiene Rachel —murmuró Tom.

Yo estaba cada vez más inquieto. Me sentía culpable por no compadecerme de Saddler.

Me sentía culpable porque no me gustaba que su familia se quedara con nosotros. Incluso me sentía culpable por pensar que era un alivio que mis padres se marcharan durante un día o dos.

Y encima de todo eso, me sentía culpable porque mientras yo estaba ahí sintiéndome culpable, los yeerks estarían infestando a los líderes más poderosos del mundo.