<¡AAAAAAAAHH!> Era el turno de Tobías.
Yo me quedé mirando al hombre calvo. Él a su vez miraba una gaviota que de pronto había dado un respingo en pleno vuelo.
¿Sería Tobías?
<¡Es aquel tipo! —exclamé—. ¡El calvo! ¡Es él!>
El hombre miró a otra gaviota, que también dio un respingo. El animal se recuperó y se alejó volando.
No era de los nuestros, sino una gaviota normal.
<¡Ax! ¿Qué está haciendo ese tipo? No veo que tenga ningún arma.>
Ax parecía tan perplejo como yo.
<Quizá… quizás está utilizando un rayo dragón de baja intensidad. Tal vez lo lleve oculto en su cuerpo. Las gafas de sol podrían ser el emisor.>
<¿Me estás diciendo que el tipo puede disparar a cualquier cosa que mire?>, pregunté.
<Sí. El rayo causa un tremendo dolor, como ya habrás notado.>
Viniendo de Ax, aquello era casi un chiste. Pero yo, que había recibido la «mirada» del calvo, no le vi la gracia.
<Así que es un controlador ahuyentando a las aves —dijo Tobías—. No nos mata porque eso resultaría demasiado obvio. Sería un poco sospechoso que empezaran a caer pájaros muertos por todas partes.>
<Está ahuyentando a posibles andalitas transformados>, convino Marco.
Los yeerks todavía creen que somos un pequeño grupo de andalitas. No tienen ni idea de que somos humanos con poderes de transformación andalitas.
<¡Dios mío! —gimió Cassie—. Me está mirando… ¡AAAAAAHHH!>
<¡Cassie!>
<¡Qué daño! Madre mía, esto va en serio. Ha sido como una visita al dentista sin anestesia.>
<Cassie, vete. Aléjate. Es lo que haría cualquier gaviota. ¡Pero no os vayáis todos a la vez! —advertí—. Que no se note que sabemos lo que está pasando.>
<¿Tenemos que quedarnos aquí y dejar que ese tío nos dispare? —preguntó David—. Deberíamos largarnos, o bajar todos a darle una paliza.>
Yo había sentido el dolor y sabía que era espantoso. Pero no podía permitir que nos marcháramos todos de golpe. Teníamos que actuar como gaviotas normales. De todas formas, sabía lo que sentían los demás, sobretodo porque yo sentía lo mismo. No era nada agradable andar por allí volando indefenso, expuesto, esperando que el calvo me disparase otra vez.
<¡Me está mirando! —gritó David—. ¿Qué tengo que hacer?>
<Nada —contesté—. Aguantar. Luego podrás huir.>
<¡AAAAAAHHHH!>
Me sentí fatal obligando a David a recibir el disparo. Pero no podíamos traicionarnos, porque eso confirmaría a los yeerks que estábamos intentando entrar en la urbanización.
David dio un respingo. Yo sabía que había sido muy doloroso. La parte de mi cerebro que no estaba ocupada sintiéndose culpable se preguntó cómo reaccionaría David.
<Muy bien, ya me han disparado —dijo él—. ¿Me puedo largar ahora?>
<Sí, vete —accedí—. Ah, a propósito, David, buen trabajo.>
<Gracias —parecía sincero, pero enseguida añadió con tono sarcástico—: Muchísimas gracias.>
Ax, Tobías y Rachel habían logrado alejarse de la línea de visión del calvo sin llamar la atención. Pero yo seguía allí.
El hombre me miró.
Si hubiera tenido dientes, los hubiera apretado. El dolor fue tan espantoso como la primera vez, y yo grité igual que antes.
Luego me alejé siguiendo a los otros y pensando que tal vez el mundo estaba condenado. Porque tal como yo lo veía, nos habían derrotado antes de empezar.