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Nos transformamos en las dunas sin problemas. Bueno, uno de nosotros sí que tenía un problema.

—Rachel, Cassie, mirad para otro lado —dije.

David era un nuevo animorph y todavía no había aprendido a transformarse con ropa. En realidad, ninguno de nosotros podíamos transformar la ropa muy bien, y sólo lo lográbamos con cosas ajustadísimas, como pantalones de ciclista, leotardos y camisetas. Así que en nuestros atuendos de metamorfosis estábamos patéticos.

Pero no tanto como el pobre David.

<Ya me encargo yo>, dijo Tobías. Se elevó aprovechando la brisa salada y desapareció tras las dunas.

Tobías todavía era un halcón. Es posible que Tobías sea un halcón para siempre, porque pasó más de dos horas con esa forma y quedó atrapado en ella. Ahora ha recuperado sus poderes de metamorfosis, pero no puede volver a ser permanentemente humano sin perder esos poderes.

<No entiendo a los humanos y sus extrañas creencias sobre la ropa>, comentó Ax.

Había recuperado su cuerpo andalita y sus cuatro pezuñas se hundían en la arena. Tobías nos avisaría si alguien se acercaba lo suficiente como para verlo.

<Lleváis piel artificial y pezuñas artificiales. Cuando hace frío, aún se entiende. Pero cuando hace calor resulta rarísimo. Y luego os preocupáis tanto cuando falta una prenda de ropa o cuando no se lleva correctamente.>

—¿Cómo la vez que te pusiste los calcetines en las manos? —preguntó Marco.

—¿O cuando llevabas la ropa interior por fuera de los pantalones? —añadió Rachel, que todavía nos daba discretamente la espalda.

—A vosotros os puede parecer divertido —terció David—, pero yo no le veo la gracia. ¿Y si viene alguien?

Yo me eché a reír.

—Bueno, David, si viene alguien no creo que se fije mucho en ti. Seguramente le llamará más la atención un alienígena medio ciervo de color azul, cuatro ojos y cola de escorpión.

En ese momento apareció Tobías, bajó en picado hacia nosotros y dejó caer un bañador de color naranja y una camiseta de los Grateful Dead. Las dos prendas todavía tenían las etiquetas del precio.

David la atrapó antes de que tocaran el suelo.

<Recordadme que tengo que devolver la ropa a la tienda de Kahuna Beach>, dijo Tobías.

—¿Las has robado? —preguntó Cassie.

<No, la he tomado prestada. Además, soy un pájaro y los pájaros no roban. ¿Qué van a hacer, detenerme?>

—Ya encontraremos la forma de llevar el dinero a la tienda —dije yo—. Más vale que no nos empecemos a liar con esas cosas. En una emergencia como ésta, quizás esté justificado que tomemos algo prestado, pero luego debemos pagarlo o devolverlo. Esa es la regla.

David se apresuró a vestirse, y Cassie y Rachel pudieron darse la vuelta por fin.

—Ya era hora —murmuró Rachel—. Estaba harta de mirar a ese cangrejo muerto.

—Oye, sería increíble… —comenzó David.

—¿El qué? —pregunté.

Él se encogió de hombros.

—Bueno, con nuestros poderes podríamos conseguir todo lo que quisiéramos. Podríamos transformarnos en guepardos, por ejemplo, entrar en una joyería, recoger todos los diamantes que tuvieran y salir disparados a cien por hora. Nadie podría hacernos nada. Además, luego volveríamos a ser humanos.

—Venga, vamos a hacerlo —dijo Marco secamente—. En cuanto consigamos evitar que los yeerks conviertan a los líderes más poderosos del mundo en zombis controlados por alienígenas, podremos empezar a robar joyerías.

—Oye, que era una broma —protestó David—. Se me había olvidado que aquí el único que puede hacer chistes eres tú, Marco.

Yo miré a Marco. ¿Se había enfadado? Sí, un poco. Luego miré a David. Había sido una broma…¿no?

Más tarde hablaría de ello con Cassie. A Cassie se le da mucho mejor que a mí averiguar los pensamientos y sentimientos de la gente. Ella lo sabría. Bueno, por lo menos eso esperaba yo.

Mientras tanto tenía que tratar a David como a cualquier otro miembro del grupo. No era tan grave que David y Marco no se llevaran bien. A veces todos nos poníamos nerviosos unos con otros. Era natural.

—Muy bien. Vamos a lo nuestro —dije—. Nos han pillado desprevenidos. Quizá sepan que éramos nosotros los que corríamos por ahí arriba, pero quizá no. De cualquier forma, tenemos que entrar en la urbanización y empezar a trabajar.

—Pero para entrar allí debemos atravesar el mayor sistema de seguridad del mundo —apuntó Rachel—. Habrá que ir por el aire, pero no podemos utilizar las formas de aves de presa porque llamarían mucho la atención.

—No hay problema —terció Cassie—. Estamos en la playa, y la playa está siempre llena de gaviotas.

—Sí, muy bien, pero yo no tengo el cuerpo de una gaviota —señaló David—. Aunque puedo convertirme en águila real otra vez y seguro que cazo una enseguida.

A mí me inquietó un poco su ansiedad. La idea no era mala, sólo que no hacía falta que David se transformara.

—¿Tobías? —grité. Tobías planeaba en la brisa y estaba casi inmovil sobre nosotros. Al oírme giró las alas y descendió—. Siento darte la lata otra vez, pero ¿podrías traernos una gaviota?

—Viva —añadió Cassie.

<¿Qué si puedo cazar una gaviota? ¡Vaya pregunta! Con los ojos cerrados. ¡Si no son más que ratas con alas!>

—Tobías está muy enterado de todo eso de los pájaros, ¿no? —preguntó David.

—Tobías tiene ciertas opiniones bien definidas sobre las aves —expliqué—. Respeta a la mayoría de las águilas, búhos y otros halcones. Desprecia a las gaviotas y palomas, y odia a muerte a los arrendajos, cuervos y águilas reales.

David se echó a reír.

—Así que es un racista o algo así, sólo que con los pájaros en lugar de personas.

—Todas esas aves son especies diferentes —señaló Cassie—. Los seres humanos somos todos de la misma especie, así que no es una buena comparación.

David se encogió de hombros, con expresión huraña.

—Vale, vale.

Yo empecé a decir algo, pero me callé. Debía controlar los nervios. Estábamos a punto de entrar en una urbanización con un sistema de seguridad tal que a su lado una prisión de alta seguridad parecería unos grandes almacenes durante las rebajas. Teníamos que enfrentarnos a la seguridad francesa, inglesa, japonesa, alemana, rusa y norteamericana. Y además estaban los yeerks, que ya se habían infiltrado en el lugar.

Y nosotros sin ningún plan, ninguna idea, y con un chico nuevo al que todavía no estábamos acostumbrados. ¿Cómo se las apañaría en la batalla? ¿Qué haría cuando las cosas se pusieran feas de verdad? De momento, cuando nos transformamos en cucarachas y nos persiguieron lo había hecho bien. No le había entrado pánico. Pero la situación podía ponerse peor. Podía ponerse muchísimo peor

Cassie me observaba. Seguro que había notado mi preocupación. Miré hacia el cielo, como buscando a Tobías, y cuando bajé la cabeza lo hice con mi expresión de «líder temerario». No tenía sentido preocupar a los demás.

Tobías apareció en ese momento. Llevaba en las garras una gaviota que pataleaba y aleteaba indignadísima.

<Ha sido muy divertido —comentó Tobías—. La atrapé al vuelo, justo cuando se arrojaba sobre el bocadillo de alguien. Y de paso, aunque la verdad es que no quería, he adquirido su forma, porque yo tampoco la tenía.>

Cassie arrebató la pobre gaviota de las garras de Tobías e intentó tranquilizarla. Cassie sabe tratar a los animales. Luego se la tendió a David.

—Ya empiezo a entender todo esto —dijo él, poniendo la mano en una de las alas de la gaviota—. No tengo más que concentrarme para adquirir su ADN.

—Sí —contesté—. Es fácil cuando te acostumbras. Venga, vamos allá. Nos transformaremos en gaviotas, volaremos por la playa y aterrizaremos en la urbanización. A ver qué averiguamos.

—Una cosa importante —señaló Cassie—. Comportaos como gaviotas, ¿eh? Los humanos no sospecharán nada de unas aves. Pero los yeerks sí.