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Me llamo Jake.

Y era una cucaracha aterrada.

<¡Aaaaahhhh!>, grité, mientras caía dando vueltas y vueltas hacia el suelo, muy, muy abajo.

Claro que no es que pudiera ver el suelo. Los ojos de cucaracha sólo sirven para ver de cerca. Y ni siquiera para eso van muy bien.

Así que no, no veía el suelo, que estaba a kilómetros de distancia. Tampoco veía a Marco, Cassie, Ax o David, que también eran cucarachas y también estaban cayendo al vacío.

Pero sí que los oía.

<¡Aaaaahhh!>, gritaba Marco.

<¡Aaaaahhhhh!>, chillaba Cassie.

Sólo Ax guardaba silencio. Ax es un andalita, y los andalitas no gritan tanto como los humanos. No es que sean más valientes, sino que son una especie que se comunica por telepatía, así que supongo que no han evolucionado para gritar mucho.

<¡Vamos a moriiiiir!>, chilló David presa del pánico.

<No creo que el impacto nos mate —dijo Ax—. No creo que nuestra masa sea suficiente para que el impacto nos cause la muerte.>

<¡Es verdad! —exclamó Cassie—. A una cucaracha no se la mata tirándola al suelo. Ni siquiera desde esta altura.>

<A menos que caigamos en el agua —apuntó Marco—, en cuyo caso podríamos ser devorados por algún pez hambriento.>

<¿Nos transformamos?>, preguntó Ax.

<No hay tiempo —contesté—. Nos haríamos más grandes, tendríamos más masa y entonces…>

De pronto dejé de caer, y algo me golpeó de costado. Una garra gigantesca se cerró en torno a mí.

<Sois vosotros, ¿no? —preguntó tranquilamente Rachel—. Vaya, ya decía yo que sólo podía tratarse de vosotros.>

<Sí, no suelen verse muchas cucarachas a quinientos metros de altura>, convino Tobías.

Rachel y Tobías no habían entrado en la nave espacial. La nave que había secuestrado el helicóptero del presidente. La misma de la que nos habíamos caído convertidos en cucarachas.

Me parece que más vale que pare un momento y os lo explique.

Todo comenzó cuando descubrimos que un chico llamado David había encontrado la caja azul, o sea, el cubo mórfico.

Bueno, no. En realidad todo empezó mucho antes. Hace meses, cuando Marco, Cassie, Rachel, Tobías y yo volvíamos del centro comercial atravesando un solar abandonado. Allí vimos aterrizar una nave dañada. Y allí conocimos a Elfangor, un príncipe andalita. Elfangor se estaba muriendo. Sus enemigos, los yeerks, lo seguían de cerca.

Así que, como no le quedaba mucho tiempo, Elfangor hizo una cosa que no suelen hacer los andalitas: confiar en alguien que no sea andalita. Concretamente, en nosotros cinco. Nos dijo que una raza de parásitos llamados yeerks estaba invadiendo la Tierra.

Los yeerks en realidad son gusanos. No tienen un aspecto muy impresionante, ni dan miedo ni nada. Pero tienen la capacidad de entrar en un cerebro —casi en cualquier cerebro—, dominarlo y ejercer sobre él un control absoluto y total.

Esto es lo que han hecho con toda la raza de los gedds, en su propio mundo. También se lo han hecho a los hork-bajir, y a los taxxonitas.

Y ahora es lo que intentan hacer con el Homo sapiens. Es decir, con los humanos, con gente como vosotros y como yo.

Elfangor nos dijo que habrá miles, tal vez decenas de miles de controladores humanos, es decir, humanos que tienen un yeerk en la cabeza controlando sus palabras y sus actos. La invasión estaba en marcha. Las fuerzas andalitas habían sido derrotadas en órbita alrededor de la Tierra. Podría pasar mucho tiempo antes de que llegaran más fuerzas andalitas. Demasiado tiempo.

Así que, si se iba a detener a los yeerks, tendrían que ser humanos quienes lo hicieran. Nosotros, para ser más exactos. Cinco chicos normales y corrientes, de los que se pasan el día en el centro comercial, se retrasan con los deberes, no saben qué corte de pelo hacerse ni cómo comportarse con el sexo opuesto. Chicos a veces listos y a veces no tan listos.

Los yeerks contaban con naves espaciales más rápidas que la luz, miles de controladores humanos imposibles de detectar, armas de rayos dragón y guerreros hork-bajir de más de dos metros de altura llenos de cuchillas. Nosotros, por nuestra parte, contábamos con… nada.

Excepto… excepto con una cosa que nos dio Elfangor: el poder de transformarnos. El poder de convertirnos en cualquier animal que hubiéramos tocado: Elfangor nos otorgó este poder con la caja azul. Y desde aquella noche horrible, en la que el príncipe Elfangor murió a manos del líder yeerk, Visser Tres, nosotros hemos utilizado ese poder para luchar contra ellos.

A veces incluso ganamos.

Más tarde se nos unió el hermano pequeño de Elfangor, Aximili, a quien llamamos Ax. Así que ya éramos seis, es decir, cinco chicos y un andalita contra toda la fuerza del imperio yeerk.

Sólo seis de nosotros. Hasta que…

Hasta que David encontró la caja azul.

Nosotros creíamos que había sido destruida, pero resultó que no. Resultó que David había encontrado la caja y los problemas comenzaron inmediatamente. Para empezar sus padres fueron capturados y dominados por yeerks. Ahora los dos son controladores.

¿Qué podíamos hacer nosotros? Tuvimos que utilizar la caja azul para convertir a David en uno de los nuestros. El sexto animorph.

Pero no pudo pasar en peor momento. Justo cuando estábamos a punto de emprender la que sería nuestra misión más importante. Los líderes de Estados Unidos, Japón, Rusia, Alemania, Inglaterra y Francia se iban a reunir en secreto para intentar resolver los problemas de Oriente Medio. Nosotros nos enteramos de que uno de estos líderes ya era un controlador, y sabíamos que los yeerks se habían propuesto apoderarse de todos los demás.

Los yeerks iban a aprovechar la conferencia para infestar a los líderes más poderosos del mundo. Si lo lograban, sería el final. La Tierra estaría condenada. Así que teníamos que impedirlo.

Cuando nos dirigíamos a inspeccionar la urbanización Marriot, donde se iba a celebrar la reunión, vimos que una nave yeerk camuflada capturaba el helicóptero del presidente. Aunque tal vez no fuera ese helicóptero, sino un señuelo.

Qué, ¿ya estáis hechos un lío? Pues no tanto como nosotros.

Los yeerks dejaron sin sentido a todos los que iban en el helicóptero y luego pusieron una proyección holográfica en lugar del helicóptero de verdad, para que pareciera que no había pasado nada. Del helicóptero sacaron a un hombre con una raja en la suela del zapato.

El caso es que nosotros éramos cucarachas en aquel momento, y no pudimos ver más que el zapato. Pensamos que los yeerks querían infestar al tipo aquel, el presidente o quien fuera.

Pero no. Visser Tres se limitó a adquirir su ADN, para poder transformarse en él. Veréis, es que Visser Tres es el único yeerk de toda la galaxia que ha conseguido controlar un cuerpo andalita. Es el único yeerk que puede transformarse.

Y ahora podía transformarse en el tipo del zapato rajado, fuera quien fuese.

¿Entendéis por qué saco malas notas en el colegio? Me paso el día metido en estos líos. Es para volver loco a cualquiera.

Por lo menos, en esta ocasión no acabamos despachurrados o de comida para peces. Tobías y Rachel nos rescataron y nos pusieron a salvo. A partir de aquel momento sólo debía preocuparnos el nuevo animorph (David, un tipo bastante raro) y también salvar a los líderes del mundo, naturalmente.

<Se me plantea una pregunta>, dijo Marco, mientras Tobías y Rachel nos dejaban en un lugar apartado, entre dos dunas de arena.

<¿Qué pregunta?>, dije.

<Bueno, soy una cucaracha, me acabo de caer de la nave espacial de unos gusanos ladrones de cerebros cuando intentaba salvar al presidente de Estados Unidos, me ha rescatado una chica convertida temporalmente en águila y un chico que es permanentemente un ratonero, y aun así… todo me parece bastante normal. Lo que era de esperar, vaya. Y me pregunto: ¿ya está? Al final ha pasado, ¿no?>

<¿Qué ha pasado qué?>, pregunté otra vez.

<Que me he vuelto loco —contestó Marco—. ¡Chiflado del todo! Majareta. Chalado. Como una cabra.>

<Bueno, bueno, no perdamos la calma —dije, intentando parecer el líder que se supone que soy—. Toda la raza humana depende de que ganemos esta batalla.>

<Pobre raza humana.>

Era un chiste, pero no tenía mucha gracia.