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Hicimos un trato.

Rachel y Jake atraparon con la lengua a los helmacrones y los hicieron prisioneros. Era un alivio saber que no podíamos matarlos. Pero de momento eran nuestros rehenes.

Marco y yo volvimos a convertirnos en humanos diminutos, fuera de la vista de Visser Tres, por supuesto. Entonces abordamos la nave helmacron. Allí encontramos algunos patéticos machos, a los que no nos costó convencer de que nos explicaran cómo funcionaba el rayo menguante.

A continuación, devolvimos su tamaño normal a Visser y Tobías, mientras Ax vigilaba a Visser, la nave helmacron y la caja azul.

Luego devolvimos su tamaño a los controladores humanos y dejamos que los yeerks se marcharan. La verdad es que no discutieron. Al fin y al cabo, estábamos en posesión del rayo menguante.

Visser Tres decidió que la conquista del mundo se le daría mejor si era un poco más grande que una mota de polvo.

Cuando los yeerks se marcharon, Rachel y Jake soltaron a los helmacrones y se convirtieron en humanos. Entonces nosotros les devolvimos su tamaño natural.

Por fin dejamos el rayo conectado y Marco y yo salimos de la nave y nos pusimos delante de él.

Pero primero tuvimos una larga charla con algunos helmacrones machos.

—Lo que necesitáis es un movimiento de liberación masculina —les dijo Marco—. ¿Por qué tenéis que aguantar que os traten como helmacrones de segunda clase?

Muchos de los machos estuvieron de acuerdo.

<¡Podríamos aplastar a las hembras bajo nuestros pies! ¡Gemirán y lamentarán su suerte mientras nosotros ocupamos nuestro lugar como los auténticos líderes de todos los helmacrones! ¡Entonces pondríamos en marcha nuestro justo plan de conquista de la galaxia! Todos se postrarán ante nosotros y… >

Bueno, el resto ya lo sabéis.

—Ya va siendo hora de volver a casa, ¿no? —me dijo Jake.

—Sí. Aunque a estas alturas seguramente ya me habrán castigado.

—Espero que no, porque… No sé, estaba pensando que a lo mejor podríamos ir a la playa mañana. Bueno, si hace sol y eso.

Rachel me miró haciendo una mueca de «te lo dije».

—No lo creo, Jake. Me parece que a Cassie no le gusta nada la playa… —comentó en voz alta, sólo para fastidiarme.

—¡Me encanta la playa! —me apresuré a decir, dirigiéndole una mirada de las que matan—. Y si no me castigan, me encantaría ir contigo, Jake.

Jake se sonrojó, esperando que Marco se burlara de él. Pero Marco se limitó a mover la cabeza fingiendo tristeza.

—Muy bien, Cassie, corre con Jake ahora que vuelves a tener tu tamaño normal. Supongo que esto es el fin de nuestro plan de poblar el mundo de una nueva raza de enanitos.

La nave helmacron se elevó hacia el cielo. A lo lejos todavía oíamos sus voces telepáticas.

<¡Todas las hembras se arrodillarán ahora ante nuestro tremendo poder! ¡Nos adoraréis como vuestros auténticos amos! ¡Los machos helmacron harán temblar al mundo!>

<¡Las hembras serán las señoras absolutas de todos los machos! ¡Dominaremos todo el universo, pero empezaremos con vosotros!>

Por fin nos dirigimos a casa, confiando en que los helmacrones, machos y hembras, arreglaran sus asuntos con sensatez. Aunque sabíamos con toda seguridad que eso era imposible.