—Vamos a intentarlo —dijo Jake—. ¡A ver si crecemos!
Yo me había transformado muchas veces en muchos animales, pero no recordaba haber sentido nada tan gratificante.
Quería ser grande otra vez, quería volver al mundo en el que las pulgas y los ácaros eran… bueno, pulgas y ácaros.
Estaba creciendo muy deprisa y mis rasgos humanos ya se fundían y se distorsionaban… Cuando Visser Tres apareció entre el pelaje.
Se nos quedó mirando atónito.
<¡Claro!>, exclamó.
Pero no tuve tiempo de preocuparme por él, porque estaba creciendo a una velocidad de vértigo. Me alzaba más y más sobre el pelaje, hasta que mi cabeza salió del lomo del oso hormiguero. Seguí creciendo hasta que Tobías, que pasó volando, me pareció pequeño.
Crecí y crecí hasta que Ax, con su forma de aguilucho, ya no parecía más grande que un avión.
Crecí hasta que pude ver a los otros, todos alzándose de la piel del oso hormiguero como globos elevándose sobre una selva.
El oso hormiguero se sacudió de pronto, y caímos al suelo. Pero era maravilloso. El polvo era simplemente polvo.
¡Estábamos recuperando nuestro tamaño normal!
El oso hormiguero en el que me estaba convirtiendo tenía buena vista. Vi que Ax se había posado en el suelo, con Tobías al hombro. Vi la nave helmacron, todavía aferrada a la caja azul, envuelta en la garra de Ax.
Un oso hormiguero es un animal de aspecto muy curioso. Desde la punta de su cola peluda hasta el extremo de su cabeza puntiaguda, mide un metro y medio más o menos, y unos cincuenta centímetros de altura. No es un animal muy grande, pero a nosotros nos parecía maravilloso.
Mi boca en forma de tubo llenaba casi todo mi campo de visión. Parecía extenderse hasta el infinito.
Pero a pesar de su aspecto cómico, el oso hormiguero no es un animal indefenso. Sus instintos comenzaban a surgir bajo mi propia consciencia humana. Me preparé para sentir una fuerte reacción de pelea o de huida, pero el oso estaba tranquilo, era una criatura letárgica. Más tarde averigüe que el oso hormiguero es uno de los mamíferos con más baja temperatura corporal. Se sabe que llegan a dormir unas quince horas diarias.
Pero no era un animal estúpido. Tenía un oído excelente y un sentido del olfato muy aguzado.
Veía claramente a los helmacrones y los controladores humanos que correteaban por el suelo.
Tenía tal dominio sobre mis instintos más obvios, que ni siquiera tuve que pensar qué hacer.
¡FLIT!
¡Mi lengua salió disparada medio metro! Pegué un lengüetazo sobre un grupo de helmacrones, los bañé en saliva pegajosa, los enganché con los pelillos de la lengua y me los metí en la boca antes de darme cuenta de lo que estaba haciendo.
<¡Adelante, Cassie!>, me animó Marco.
Sentí algo en la boca, como si fueran dientes diminutos. Empecé a masticar…
<¡No!>, exclamé, paralizando los músculos de las mandíbulas.
<¡Ríndete, y te salvaremos del tormento eterno que mereces!>, oí desde el interior de mi boca.
Me quedé de piedra. Saqué la lengua y con un gran esfuerzo de voluntad la mantuve ahí fuera, extendida en el suelo. Pegados a ella había como unos veinte helmacrones.
<Mirad, no quiero tener que mataros>, dije.
<¡Ríndete y póstrate ante nosotros!>
En ese momento oí otra voz telepática, más grave, más siniestra.
<Andalita idiota y sentimental —me espetó Visser Tres. Había imitado nuestro truco y también era un oso hormiguero—. No se puede matar a un helmacron. Son una especie de hongos. Si matas a uno de ellos, su mente, si es que se le puede llamar así, es absorbida por otro. Los helmacrones nunca mueren. Ni siquiera cuando están muertos están muertos. Sin embargo los andalitas… >
¡FLIT!
Su lengua salió disparada y atrapó no una hormiga, sino un pájaro diminuto que pasaba volando.
<¡Aaaaaah!>
<¡Tobías!>, exclamó Rachel.
Visser Tres dejó la punta de la lengua fuera, manteniendo a Tobías, atrapado e indefenso, a un milímetro de su boca.
<Ahora vamos a hablar>, dijo Visser con malicia.
Ax saltó con la velocidad del rayo. Su cola cayó y se detuvo temblando contra el cuello de Visser.
<Ahora vamos a hablar.>