27

¡Oh, el más poderoso y tremendo líder! ¡La calamidad ha caído sobre nosotros! ¡Nuestra nave ha sido capturada! ¡Pero no tenemos miedo! Somos los más valientes entre los valientes. Los más bravos entre los bravos. ¡Nada nos detendrá! Dominaremos esta vasta expansión de pelaje azul y desde esa base lanzaremos de nuevo nuestro plan para conquistar el universo.

Del diario de la nave helmacron, Chafaplanetas

Tenía un plan, un plan muy bueno. Sólo había un pequeño problema: teníamos que sobrevivir hasta llegar a Los Jardines.

Cosa que cada vez se estaba poniendo más difícil.

Ax se estaba transformando en aguilucho. De esa forma podría volar llevando la nave helmacron y la caja azul en las garras.

Y todos nosotros íbamos sobre él. Marco, Tobías y yo en los dedos. Un puñado de helmacrones en su muñeca. Jake y Rachel en una de sus piernas, combatiendo contra Visser Tres y un grupo de diminutos controladores humanos.

El caso es que mientras Ax se transformaba, no todas las partes de su cuerpo conservaban la misma localización. Cada metamorfosis es diferente. No sé por qué, pero así es. El cuerpo de Ax se fundía, encogía, y de paso sucedían varias cosas muy lamentables.

Las manos en las que nosotros nos encontrábamos estaban desapareciendo.

Era como estar sobre un flan de gelatina. La piel que teníamos bajo los pies se iba fundiendo poco a poco y corría como un río lento y lodoso. Los dedos gigantescos que teníamos a izquierda y derecha se estaban soldando uno con otro, mientras la piel llenaba el hueco entre ellos, elevándonos con relación a los dedos, aunque en realidad nos encontrábamos más abajo, porque Ax no dejaba de encoger.

De pronto, fue como ir cuesta abajo sobre una cinta transportadora, que se transformaba en unas escaleras mecánicas que cada vez se hacían más empinadas.

—¡Cuidado! —gritó Marco.

<Transformaos en pájaros>, dijo Tobías, mientras se elevaba batiendo las alas.

Yo me deslizaba sobre el vientre, intentando agarrarme frenética a aquella piel resbaladiza. ¡Debajo tenía una caída de kilómetros!

Hasta que por fin… algo a lo que agarrarme.

Era un reborde milimétrico, pero cada vez se hacía más profundo.

Agité las piernas hasta que encontré otra grieta donde meter el pie. Y allí me quedé, colgada de un barranco que cambiaba, se deslizaba, se derretía.

De pronto me vi cabeza abajo. Pero gracias a mi insignificante masa, pude seguir agarrada a las grietas.

Marco colgaba también, no lejos de mí, metiendo manos y pies en las grietas del risco.

Habríamos terminado por caernos, pero, por suerte, comenzaron a aparecer gigantescos contornos de plumas sobre la piel. Aquellas formas se extendían cada vez más.

Entonces algo explotó entre Marco y yo. La «tierra» hizo erupción. Los planos contornos de plumas estaban cobrando de pronto tres dimensiones.

Una pluma surgió entre nosotros, arrastrándonos con ella a las alturas. Del nervio central, crecieron ramificaciones blancas que se hicieron cada vez más gruesas y rígidas hasta parecer cañas de bambú.

En aquel momento, ya casi estábamos de nuevo en horizontal. Sólo había una suave pendiente que bajaba por la pluma hasta el «suelo». Sentí un ligero movimiento arriba y abajo.

—Estamos en un ala —dijo Marco.

Tobías se posó junto a nosotros.

<Estáis en un ala —informó, jadeando y resoplando—. No puedo volar. Hay demasiada turbulencia. ¡Y tenemos problemas!>

—¿Problemas? —se burló Marco—. ¿Problemas? ¿Por qué dices eso? A mí me parece que todo va estupendamente, todo va de maravilla. Nunca me había sentido mejor.

Tobías no se rió.

<No sé cómo, pero hemos terminado todos en la misma ala. Una de las piernas de Ax se ha debido de fundir con su mano para formar esta ala. Jake y Rachel están a un centímetro de distancia. Los yeerks se acercan a toda prisa, y los helmacrones están formando lo que parece un ejército a unos siete milímetros más allá.>

—¿Lo ves? Ya te he dicho que todo va bien.

—Marco, tenemos que transformarnos. No podemos permitir que los yeerks nos vean como humanos.

Unos instantes más tarde había un gorila y un lobo en aquel extraño bosque de plumas. Bajamos por nuestra pluma hasta el «suelo». Justo a tiempo.

Un tigre y un oso se acercaban a la carrera. Puesto que Jake y Rachel habían sido encogidos cuando estaban transformados, también ellos medían un milímetro y medio de altura.

Jake tenía la cara ensangrentada y jadeaba.

<Me alegro de veros, chicos>, nos saludó.

<¿Dónde están los yeerks?>, preguntó Tobías.

<Llegarán en un momento, no te preocupes. Visser ha asumido una forma rarísima, con un montón de tentáculos cortantes. Como un hork-bajir hinchado de esteroides. Además tenemos un grupo de controladores humanos aterrorizados.>

<Estoy cansada de correr —terció Rachel—. Vamos a quedarnos aquí.>

Jake y Rachel se unieron a nosotros, hombro con hombro: un enorme oso, un ágil tigre, un poderoso gorila y yo, un lobo cuyos aguzados sentidos captaban a los yeerks, cada vez más cerca.

De hecho, tan concentrada estaba en los yeerks que casi no me di cuenta de que Visser se aproximaba por el bosque de plumas. Era como una cabeza de Medusa de color rojo anaranjado, y cada una de las serpientes llevaba un puñal. Detrás de él venía un grupo de controladores humanos muy nerviosos, entre ellos Chapman.

Visser Tres se detuvo ante nosotros.

<Extraño lugar para celebrar nuestra última batalla, andalitas —dijo, sin rastro de su habitual arrogancia—. Pero debemos luchar.>

Era una calma insólita en él. Creo que le deprimía eso de ser del tamaño de un copo de caspa.

Nos preparamos para la batalla. Yeerks contra humanos, aunque los yeerks todavía creían que éramos andalitas.

Pero en ese momento, entre las plumas de nuestra derecha, aparecieron docenas de criaturas de cuatro patas, cabeza plana y ojos saltones.

<¡Ja! ¡Nuestros patéticos enemigos reunidos! ¡Mejor que mejor! ¡Así temblarán todos de terror ante el poder helmacron! ¡Rendíos y vivid como nuestros esclavos! ¡Si os resistís moriréis como seres inferiores!>

Durante un largo momento nadie se movió.

Por fin, apartando sus tentáculos para dejar al descubierto un rostro espantoso, Visser se volvió hacia nosotros.

<Yo no sé vosotros, andalitas, pero a mí estas criaturas me tienen ya pero que muy harto.>

Bueno, ya sé que no es posible que un tigre sonría, pero juro que Jake sonrió.

Y por primera vez en la historia, y seguramente por última, humanos y yeerks nos volvimos como un solo hombre para enfrentarnos a un enemigo común.

Por suerte o por desgracia, la tregua no duró mucho.

<Estamos sobre Los Jardines>, anunció Ax justo en ese momento.

Yo le di varias instrucciones telepáticas y grité a los demás:

<¡Tenemos que bajarnos de este pájaro!>

<¿Qué?>, dijo Jake.

<Que tenemos que saltar. Tenemos que bajar de Ax.>

<¿Cómo dices? —terció Rachel—. ¡Pero si estamos a kilómetros de altura!>

<Confiad en mí —insistí—. Id hasta el final de una pluma y preparaos para saltar.>