¡BAAAAAAAM!
¡CRRRRRRAAAAASH!
Unos dedos enormes se alzaron por el borde de la nave y, poco a poco, se cerraron sobre ella.
Yo veía las espirales de las huellas dactilares, las grietas y pliegues de la palma. La nave podría haber escapado, pero iba demasiado cargada. Los helmacrones no querían soltar la caja azul ni rendirse.
Mi plan empezaba a parecer una mala idea.
—¡Recupera tu forma! —me gritó Tobías.
—¡Sí, transfórmate! —dijo Marco—. ¡Mejor enfrentarnos a los helmacrones que a los yeerks!
Yo empecé a invertir la transformación lo más deprisa posible.
¡Pero era demasiado tarde!
Un dedo pulgar del tamaño de Manhattan se alzó al otro lado de la nave. ¡Estábamos atrapados!
—¡Ya lo tengo! —bramó un vozarrón.
Y entonces, por encima y por detrás del pulgar, surgió algo que parecía una luna. Incluso a nosotros nos parecía que se movía deprisa.
¡FUUAAAP!
La cola de Ax golpeó el dedo pulgar, que desapareció de pronto. Más abajo se oyó un aullido atronador.
La nave oscilaba fuera de control. Tobías soltó a los helmacrones y se aferró a lo primero que pudo. Marco era todavía tan pequeño que no tuvo dificultad en agarrarse. Yo seguía encajada entre los motores.
Una mano diferente, de dedos más finos y numerosos, nos atrapó en el aire.
<¡Ya los tengo, príncipe Jake!>, exclamó Ax.
<¡Vámonos!>, ordenó Jake.
<¡Jake! ¿Dónde estás?>, pregunté por telepatía, contentísima de volver a oír de nuevo su «voz».
<A medio camino en la pierna de Ax. Aunque no sé qué pierna.>
<¡Estás a salvo!>
<La verdad es que no mucho. Rachel y yo no estamos solos. Visser Tres y unos veinte controladores están trepando por la pierna hacia nosotros. Somos un tigre muy pequeño y un oso diminuto contra Visser Tres, que se ha transformado en una especie de monstruo horrible.>
<¡Ax! —llamé—. Tienes que ponernos en tu pierna, para que podamos ayudar a Jake y a Rachel.>
<No sé en qué pierna están.>
Ax corría a toda velocidad, con la nave helmacron y la caja azul en sus débiles manos andalitas. Uno de sus dedos me apretaba, de modo que empecé a invertir mi transformación, para aliviar la presión.
Tobías me sostuvo en cuanto me encogí lo suficiente para desatascarme. Entonces me sentó en sus rodillas como si fuera una niña pequeña. Marco estaba sobre su otra rodilla y él se apoyaba contra uno de los dedos de Ax.
De pronto, vi una hilera de ojos como pelotas de ping-pong que pasaban justo más allá del dedo.
—¡Los helmacrones! —exclamé, ya humana de nuevo—. ¡Se escapan!
Tobías volvió la cabeza y los vio. Hizo una seña a Marco para que no hiciera ruido. Cientos de helmacrones abandonaban la nave, a través del espacio libre que quedaba entre los dedos andalitas.
Tobías era el más visible de nosotros, de modo que empezó a convertirse de nuevo en halcón, para hacerse más pequeño y menos evidente.
Marco movió la cabeza.
—Muy bien, lo admito —susurró—. Estaba equivocado. No habíamos llegado al punto Máxima Locura, porque éste es el punto de Máxima Locura.
<Corro más deprisa que mis perseguidores —informó Ax—, pero estoy entrando en zonas donde puedo ser visto. Debería convertirme en humano, pero entonces los controladores me darían alcance. ¡Y además sabrían que tengo una forma humana!>
<Ya saben que tienes una forma humana —replicó Rachel—. Por lo menos lo habrán podido deducir.>
<Rachel tiene razón —terció Jake, desde una de las piernas de Ax—. No tienes más remedio, Ax. Transfórmate en humano.>
<Sí, príncipe Jake.>
Yo esperaba que Jake regañara a Ax por llamarle príncipe. Pero se ve que estaba demasiado ocupado para eso.
<¡Rachel! ¡Es Visser! ¡Ese tentáculo! ¡Cuidado!>
Entonces Ax comenzó a transformarse.
<¿Adónde voy? —preguntó—. ¡Tobías! ¡Cassie! ¡Marco! ¿Hacia dónde me dirijo, en cuanto se me formen las piernas humanas?>
Intenté conservar la calma, pero a juzgar por los gritos entre Jake y Rachel, se estaba librando una fiera y mortal batalla entre el pelaje andalita.
¿Dónde? ¿Dónde podíamos ir? ¿Qué podíamos hacer? ¿Cómo íbamos a derrotar a un enemigo tan pequeño que podía ser una colonia de hormigas? ¿Qué arma podíamos…?
Hasta que de pronto vi la respuesta.
—Tobías, dile a Ax que no se transforme en humano. Tenemos que echar a volar.
<¿Adónde?>
—Al zoo. ¡Tenemos que llegar a Los Jardines!
<¿Pero por qué?>
—Para recargarnos —dije sombría—. Para recargarnos.