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Oh, gran señor, el más valiente de los líderes, nos arrodillamos ante ti, aunque estamos a años luz de distancia. Es nuestro triste deber informar que los traidores del Rompegalaxias han huido. ¡Capturaron a dos de los prisioneros alienígenas que eran nuestros por derecho y huyeron! Nos han dejado solos, a tus leales guerreros, para combatir contra los enormes alienígenas mientras buscamos la caja azul de energía transformadora.

Del diario de la nave helmacron, Chafaplanetas.

—Esto es como Arma Letal 5 —dijo Marco—. ¡Mola un montón! Es la persecución más rara que he visto en la vida.

Visser Tres se había transformado en humano antes de subir a la limusina. Nosotros ya lo habíamos visto hacer eso antes. Supongo que le gustaban las limusinas porque tras los cristales ahumados podía transformarse sin que nadie lo viera.

También podía hacer otras cosas peores, más crueles. Visser Tres no era especialmente amable con sus subordinados.

Estaba anocheciendo, y las luces de neón del bulevar se habían encendido. Sobre las bruñidas curvas negras de la limusina se deslizaban los reflejos de los carteles y los anuncios luminosos.

Una ambulancia pasó con la sirena conectada. Varios vehículos avanzaban delante y detrás del coche negro que llevaba a la criatura más peligrosa de la Tierra, o de cualquier otro planeta.

Nosotros lo veíamos todo perfectamente, porque había pantallas por todo el puente. Y la nave volaba siguiendo la limusina, aunque un poco más atrás. Debíamos de estar a unos diez centímetros de la ventanilla trasera.

De pronto el Rompegalaxias viró a la izquierda y disparó.

¡TSIUUU! ¡TSIUUU!

Unos rayos de luz, que a nosotros nos parecían tremendos, alcanzaron la ventanilla. Pero, por supuesto, la ventanilla era para nosotros como una lisa pared negra. Las pantallas de los helmacrones no aumentaban las cosas, sino que las disminuían, de modo que a medida que los rayos se alejaban fueron encogiendo hasta convertirse en brillantes pelos de luz.

<¡Aaaah! ¡Muere, yeerk! ¡Siente nuestro poder!>, gritaban los helmacrones, como aficionados enfebrecidos en un partido de fútbol.

<¡Otra vez! ¡Otra vez! ¡Castigad al arrogante usurpador yeerk!>

¡TSIUUU! ¡TSIUUU!

Una vez más estallaron en vítores. Y entonces la ventanilla de la limusina comenzó a bajar y un rostro humano nos miró perplejo.

¡Visser Tres! Ya conocíamos su forma humana. Era Visser Tres, incapaz, ni siquiera con su disfraz humano, de ocultar su oscura maldad.

Pero en aquel momento, más que aterrador, parecía atónito. Su enorme boca formó la palabra: «¿qué?». Luego, poco a poco, su expresión se convirtió en sorpresa.

—¿Helmacrones?

<¿Qué palabras está pronunciando la criatura?>, nos preguntó el helmacron más cercano.

—Ha dicho «¿helmacrones?».

<¡Aaaah! ¡Yajaaaa!>, gritaron por telepatía. A continuación, de sus desagradables bocas de insecto surgió su grito de triunfo.

—¡Niiip! ¡Niiip! ¡Niiip!

<¡Ahora sabrás lo que es el terror, yeerk!>

¡TSIUUU! ¡TSIUUU!

El Rompegalaxias disparó a bocajarro a aquel rostro, que era como el de King Kong asomado a la ventana de un rascacielos.

Visser Tres se dio una palmada en la cara y se vio en la mano dos motitas de sangre. Se quedó mirando la sangre unos instantes y entonces se puso furioso.

<¡Mirad cómo tiembla de puro terror!>

—¿Tú ves algún temblor o algún terror? —susurré a Marco.

—No. Está que se muere de rabia.

Y entonces las tornas cambiaron de pronto.

La limusina giró bruscamente. La pared de acero y cristal, con su enorme y malvada cara, se lanzó contra nosotros como una ola gigantesca.

El Rompegalaxias se apartó dando marcha atrás, pero escapamos de milagro. Un humano gigantesco se asomaba por el techo de la limusina.

—¡La ventanilla del techo! —exclamó Marco—. ¡Es un controlador humano!

El controlador tenía un arma. No me gusta estar obsesionada con el tamaño, pero la verdad es que el arma con la que nos apuntó no era como un cañón, no. Un cañón parecería un juguete comparado con aquello.

Tenéis que comprender que nosotros medíamos un milímetro y medio de altura. Las balas de aquella arma probablemente eran diez o doce veces más grandes. Mi altura normal es de poco más de metro treinta, de modo que el equivalente sería una bala de unos trece o quince metros.

¡BAAAAANG!

Las llamas explotaron en el cañón de la pistola como una erupción volcánica. Y aquella bala gigantesca salió disparada contra el Rompegalaxias.