Oh, grande entre los grandes, el más magnífico de los magníficos, hemos capturado a dos de los extraños alienígenas. ¡Ahora se postran ante nosotros! ¡Ahora se humillan! ¡Tiemblan en su cobarde terror! Y debería hacerse constar que el Rompegalaxias no ha sido de la más mínima ayuda.
Del diario de la nave helmacron, Chafaplanetas.
<¡Humillaos ante el capitán!>
Marco me miró.
—¿Cómo se humilla uno? Yo no me he humillado nunca.
Yo me encogí de hombros.
<¡Humillaos!>
—No sabemos cómo —le dije al helmacron más cercano—. Ya sabéis: distintos pueblos tienen costumbres diferentes. Quizá deberíais enseñarnos.
Ellos se miraron entre sí.
<Os podéis humillar al estilo de vuestro pueblo. Humillaos como os humilláis normalmente.>
Una chispa se encendió en los ojos de Marco.
—Ya has oído, Cassie. Vamos a humillarnos.
Se tumbó de espaldas con las manos bajo la cabeza, como si estuviera tomando el sol en la playa.
—Me humillo ante el poderoso capitán helmacron, el más poderoso de los poderosos, el indiscutible campeón del mundo de los pesos polvo. Nos humillamos como los patéticos perdedores que somos. Nos humillamos como el chico que no tiene pareja para el baile de fin de curso y la única chica disponible es la capitana de las animadoras. Así nos humillamos. Cassie, te puedes apuntar cuando quieras, ¿eh?
—Nos humillamos como… esto… como humillantes.
Marco me miró con desdén.
—Menudo discurso. A ver, por un poco de sentimiento.
—Me humillo como… como una persona que se humilla mucho, mucho.
Marco estaba cada vez más entusiasmado. Al fin y al cabo estaba disfrutando de su público.
—Oh poderoso cadáver helmacron, nos humillamos como un adicto a los videojuegos atrapado en una sala de juegos sin una moneda, así nos humillamos. ¡No te imaginas cuán intensa es nuestra humillación! Nos humillamos como aquel que pide ración doble de patatas fritas cuando el único salero del bar está en la mesa del matón del colegio. Nos humillamos…
<¡Ya basta! Ahora decidnos la localización de la fuente de energía.>
—¿La caja azul? —pregunté.
<Sí, la caja azul de energía transformadora.>
—No sé dónde está. Uno de mis amigos la ha escondido.
<¿Amigos?>
—Sí, los otros como nosotros. Los chicos con los que estábamos.
<¡Conectad el visor externo!>
De pronto, toda la bóveda del techo se iluminó con una imagen tridimensional del interior del granero. Allí estaban Jake, Rachel y Ax. Todos vivos, todos con sus cuerpos. Estaban mirando furiosos la nave en la que nos encontrábamos.
La pantalla hizo un zoom hasta enfocar a Tobías, todavía diminuto, posado en el hombro de Rachel.
<¿Cuál de ellos conoce la localización de la caja azul?>
Fue un auténtico alivio ver que los chicos estaban bien, a pesar de que Tobías seguía siendo pequeño, y no tenía ninguna intención de convertir a ninguno en cabeza de turco.
<¿Cuál? —gritó un helmacron—. ¿El de los cuatro ojos? ¿El de las alas? ¿El de los horribles ojos azules? ¿El más grande?>
—Ninguno de ellos —contestó Marco—. Es el otro. El que no está ahí.
Yo asentí con aire solemne.
—Sí, el otro.
No teníamos ni idea de lo que estábamos hablando, claro. Pero los helmacrones nos proporcionaron una respuesta.
<¡No intentéis engañarnos! Nuestro sensores revelan a aquellos que irradian energía transformadora. Encontraremos a cualquiera que lleve esa firma energética.>
Marco y yo nos miramos.
—Energía transformadora… ¿Queréis decir que podéis localizar a todo el que tiene poderes mórficos? —preguntó Marco.
<Nosotros somos los helmacrones, señores de la galaxia. Nuestra ciencia y tecnología son enormemente superiores. Podemos penetrar con facilidad vuestros sencillos disfraces y ver la energía transformadora que se esconde bajo ellos.>
—Saben detectar a los que tienen el poder de transformarse —le dije a Marco. Tuve que aguantarme las ganas de echarme a reír. Pero por una vez Marco no se había imaginado todavía lo que yo estaba pensando.
»Oh, poderosos señores —dije—. Ha sido una locura creer que podríamos engañaros. Sólo hay otro ser como nosotros en este planeta. Sólo otro ser que posee el poder de la transformación. Él es quién tiene la fuente de energía de la caja azul. Es a él a quien debéis encontrar. ¡Es a él a quien debéis derrotar!
<¡Lo aplastaremos como a la más infame de las criaturas! ¡Se humillará ante nosotros durante una eternidad!>
Marco todavía parecía perplejo.
—No tiene sentido intentar engañar a los helmacrones, Marco. Sólo hay otra criatura con poderes mórficos en la tierra. Y los helmacrones tendrán que acabar con ella.
De pronto, se encendió una lucecita en su cabeza.
—¿Visser Tres?
Yo asentí, encantada conmigo misma.
—Visser Tres.