10

—Estoy armada y lista —replicó Rachel con tono sombrío.

—Dales un toque de advertencia. Pero ten cuidado de no alcanzar a Cassie o a los demás.

Rachel debió de tirar el ladrillo, porque hubo como un terremoto espantoso.

¡BAAAAAAM!

Sólo duró un segundo, pero me hizo caer de espaldas. Por suerte, la caída sólo fue de unos milímetros.

—¡Helmacrones, escuchad! —dijo Jake—. Eso ha sido un tiro de advertencia. El próximo os caerá encima. Dejad la caja azul. Devolved a los nuestros su tamaño normal y os dejaremos ir en paz.

<¡Jamás! ¡Vuestras armas ladrillo no nos asustan!>

—¿Ah, no? Pues la otra nave se ha llevado un buen golpe —replicó Rachel.

<Helmacrones, escuchad>, terció Ax telepáticamente, lo cuál seguramente significaba que tendría su cuerpo normal.

Genial. Era justo lo que me hacía falta: que mis padres llegaran a casa y encontraran a Jake, Rachel y un enorme ciervo con cola de escorpión batallando con una nave de juguete mientras yo lo observaba todo con mi tamaño de mosquito.

<Helmacrones —prosiguió Ax con paciencia—, si domináis el vuelo espacial también debéis comprender las leyes fundamentales del movimiento. El ladrillo tiene la misma masa que vuestra nave. Será lanzado a una velocidad que…>

<No nos vengas con lecciones de física. Eres un patético humano, un ser inferior.>

<No soy un patético humano. Soy un andalita.>

—¡Eh! —exclamó Rachel.

<Lo siento. No quería decir que los humanos sean patéticos.>

<¡Te aplastaremos, andalita! Todos los andalitas se arrodillarán ante nosotros.>

<No si mi amiga Rachel os alcanza con el denso cubo oblongo que tiene en la mano.>

—Es un ladrillo, Ax. Se llama ladrillo. Lo usamos para construir casas.

<Tal vez no deberías mencionar ese hecho —le dijo Ax en un aparte—. Los helmacrones ya desprecian bastante a los humanos.>

—Muy bien, ya estoy harta de tanta tontería alienígena. Voy a contar hasta tres antes de tirar el ladrillo. Vosotros, insectos, más os vale dejar en paz a mis amigos… y a Marco también… si no queréis recibir un ladrillazo.

<¡¿Te atreves a amenazarnos?!>

—Una…

<¡De rodillas! ¡Arrodíllate ante el poder de los helmacrones!>

—Dos…

¡TSIUUUU! ¡TSIUUU!

—¡Aaaah! —gritó Rachel.

—¡La otra nave! ¡Ha vuelto! —exclamó Jake—. ¡Cuidado!

Yo observaba lo que sucedía muy, muy a lo lejos.

Una Rachel gigantesca blandía un ladrillo del tamaño de un edificio. La segunda nave helmacron, que ya no parecía tan pequeña, entró volando y disparó a Rachel en el hombro. Ella tiró el ladrillo, pero sin apuntar. Fue un reflejo.

El ladrillo trazó un arco en el aire y comenzó a caer. Justo sobre nosotros.

—¡Corred! —chilló Marco, que era ya tan diminuto como Tobías y yo.

Yo eché a correr. Tobías echó a volar.

—¡Nooooooo! —exclamó Jake, lanzándose por los aires con las manos extendidas para atrapar el ladrillo.

Pero en ese momento…

¡CHAAAAAAS!

La cola de Ax restalló como un látigo. De pronto saltó una lluvia de chispas que a nosotros nos parecieron como unos fuegos artificiales. El ladrillo se había partido en dos.

Alcé la vista hacia los dos proyectiles que caían sobre nosotros.

—¡No os mováis! —grité.

¡BLAAAM! ¡BLAAAM!

Los trozos de ladrillo cayeron a ambos lados, de nuevo tirándome al suelo.

Luego se notó un impacto mucho más fuerte.

¡KABUUUUUM!

Jake había aterrizado, por suerte sin aplastarnos.

Tenía la cara de lado, tan grande como una casa de treinta pisos. Sus ojos eran como piscinas marrones y blancas, unos globos enormes que parecían a punto de estallar y rezumar como gelatina. Su boca era un valle, su nariz dos cuevas. Cuando soltó el aliento, estuvo a punto de derribar a Tobías, que seguía volando. Y cuando aspiró casi me absorbió.

Yo me lo quedé mirando, hipnotizada por aquella cara que siempre me había parecido atractiva. Tenía un grano que era más grande que yo.

Por suerte, Tobías prestaba atención a cosas más importantes.

<¡Jake! ¡Encima de ti!>

Jake rodó por el suelo justo cuando las dos naves helmacron, arrastrando la caja azul con sus rayos de tracción, intentaban pasar por encima de él.

Jake se puso de espaldas y alzó un brazo kilométrico. Sus dedos, del tamaño de taxxonitas, se cerraron en torno a la caja azul.

Las naves sufrieron una sacudida, pero al final se marcharon.

¡Habíamos recuperado la caja azul!

Por desgracia, Marco, Tobías y yo seguíamos siendo tan pequeños que podíamos haber montado un piso dentro de un dedal.