Me estaba haciendo pequeña, y a toda velocidad.
Yo ya me había encogido en otras ocasiones, como cuando me transformaba en insecto, por ejemplo. Pero aquello era nuevo. Estaba menguando como humana.
La única ventaja era que, por lo menos, mi atuendo de metamorfosis encogía también.
Ya es malo encoger, pero encoger sin ropa es muchísimo peor.
—¡Eh! —grité—. ¿Qué me habéis hecho?
<¡Ja! ¡Te vanagloriabas de tu abultado tamaño, humano! ¡Te has atrevido a desafiarnos! Ya veremos lo valiente que eres cuando tengas el mismo tamaño que nosotros. ¡Ahora conocerás la amarga derrota! ¡Ahora sentirás el dolor de la humillación eterna!>
—Yo no me he vanagloriado de nada… ¡Un momento! ¡Dejadme en paz!
Seguía haciéndome pequeña. Debía de medir menos de treinta centímetros, y no dejaba de encoger. Me volví hacia un mapache. Era más grande que yo. Y mil veces más agresivo, por supuesto.
<¡Cassie!>
Era Tobías, que entraba en el granero planeando como un avión a punto de aterrizar.
—¡Tobías! ¡Cuidado! Tienen un rayo menguante.
<¿Un qué?>
¡FLASH!
—Déjalo. Lo vas a averiguar enseguida.
<¡Ja ja! ¡Creíais que podíais resistiros a los poderosos helmacrones porque sois grandes y porque brilláis con la energía transformadora! ¡Pero nosotros también sabemos utilizar la energía transformadora! ¡Encoged! ¡Encoged! Os convertiréis en nuestros abyectos esclavos.>
<¡Eh! —exclamó Tobías atónito—. ¡Estoy encogiendo! ¡Y tú has encogido también!>
—Tobías, tienes que avisar a los demás. Que no entren aquí. Los helmacrones están utilizando la energía de la caja para hacernos pequeños.
<No puedo dejarte sola. ¡Pero si no mides ni quince centímetros!>
—¡Avisa a los otros!
Tobías se volvió, pero estaba encogiendo muy deprisa. Ya sólo tenía el tamaño de un ruiseñor. De pronto, la puerta le quedaba mucho más lejos que antes.
<Vaya, qué mala suerte>, dijo.
Una silueta gigantesca había aparecido en el umbral: Marco.
—¡Atrás! —grité.
Pero, claro, lo que él oyó fue: «¡Atrás!».
¡FLASH!
—¡Eh! —exclamó Marco—. ¡Nada de fotos!
<¡Marco! Deprisa, antes de que te encojas. ¡Avisa a los otros! ¡Que no entren!>
—¿Qué? ¿Antes de qué?
De todas formas se volvió.
—¡Jake! ¡Ax! ¡Rachel! ¡No entréis aquí! —gritó sobre su hombro.
Marco me miraba fijamente, con su enorme cara.
—Esto tiene muy mala pinta —dijo.
Yo seguía haciéndome pequeña. Ya tenía el tamaño de una cucaracha. El techo del granero me parecía tan lejano como el cielo. Había una luz allí arriba que bien podría haber sido la luna.
Marco se alzaba sobre piernas del tamaño de gigantescos árboles, y pies tan grandes como dos Titanics.
—¿Qué está pasando? —gritó Jake.
—Bueno —contestó Marco con calma—, los helmacrones tienen la caja azul y están haciendo cosas rarísimas con ella.
—Voy a entrar —afirmó Jake.
—¡No! —chilló Marco, con una voz como si hubiera inhalado helio—. No. Jake y Ax, no entréis —y luego, como si se lo pensara mejor, añadió—: Rachel puede venir.
<¡Marco!>, exclamó Tobías.
—No veo por qué Rachel tiene que andar por ahí con todo su tamaño mientras que yo estoy aquí, convirtiéndome en un enanito del bosque.
<Rachel, Jake… Quedaos todos fuera>, dijo Tobías telepáticamente para que todos lo oyéramos.
—Muy bien, todo el mundo quieto —ordenó Jake—. Bueno, la otra nave helmacron se ha ido. Rachel le dio con un ladrillo.
Yo me habría echado a reír, pero ya era tan pequeña que las briznas de heno del suelo parecían enormes árboles caídos. Las motas del polvo eran del tamaño de pelotas de fútbol.
—Creo que he dejado de encoger —dije. Claro, que nadie me oyó. De pronto algo apareció ante mi vista. Parecía muy grande. Era Tobías. Era más o menos del tamaño de una mosca, pero a mí me parecía enorme.
<Creo que he dejado de encoger>, afirmó.
—Yo también.
<Pero somos del mismo tamaño. Yo debería ser más pequeño que tú. Antes era más pequeño.>
—No sé. Creo que lo que pretenden los helmacrones es encogernos a todos al mismo tamaño que ellos.
Marco, que no medía más de siete centímetros, se acercó. A nosotros nos resultaba enorme, pero la verdad es que su cara era cada vez más pequeña.
—Vaya, sí que sois enanos —comentó—. ¡Cariño, he encogido a los animorphs!
—¡Rachel! ¡Busca un ladrillo! —exclamó Jake con un vozarrón que resonó en torno a nosotros.