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Con mis ojos de águila, pude ver la extraña batalla aérea mucho antes de que nos acercáramos. Tobías viraba y giraba, se elevaba, se lanzaba en picado y en general daba toda una exhibición de vuelo.

Pero las dos naves helmacron le seguían en cada uno de sus movimientos.

<Snoopy y el Barón Rojo>, comentó Marco.

Y la verdad es que parecía una parodia de una película de la aviación de la Primera Guerra Mundial. Sólo que en lugar de metralletas, los helmacrones disparaban sus diminutos rayos dragón. Desde donde estábamos, se veían plumas quemadas. Pero Rachel se dio cuenta de algo más.

<¡Le están apuntando a los ojos! ¡Quieren dejarle ciego!>

Jake fue el primero en unirse a la batalla. Rachel tardó unos segundos más. Los demás llegamos al cabo de medio minuto.

Rachel se lanzó directamente a por la primera nave. La alcanzó con las garras, la hizo rodar en el aire y viró para acercarse a nosotros de nuevo.

Jake probó el mismo truco con la segunda nave, pero falló. Por suerte la nave se dirigió hacia mí, y yo estaba furiosa. ¡Habían intentado cegar a Tobías!

La nave me disparó sus diminutos rayos. Yo aleteé torpemente, pero logré descender medio metro. Luego abrí las alas, atrapé una corriente de aire y salí disparada hacia arriba, justo debajo de la nave.

No podía levantar las garras, de modo que me lancé contra ella con el pico.

No fue una buena idea. El impacto me dejó aturdida y con la vista borrosa.

No tenía ninguna gana de hacer lo mismo otra vez, pero, por suerte, los helmacrones se apartaron de mí para dirigirse hacia la granja, que estaba a medio kilómetro de distancia.

Nosotros éramos aves rápidas, pero las naves helmacron eran mucho más veloces. Habiendo decidido evitar más combates aéreos, llegaron a la bomba de agua antes de que nosotros pudiéramos reunirnos para perseguirlas.

<¡Tenemos que detenerlos!>, gritó Rachel.

Pero se trataba de alas contra motores, y las alas no pueden ganar esa clase de carrera.

<Tobías, ¿estás bien?>, pregunté.

<Sí, sólo tengo algunos agujeros aquí y allá. Casi me dan en el ojo derecho, pero fallaron. Llegasteis justo a tiempo.>

Ax volaba, convertido en aguilucho, un poco más adelante.

<La cuestión es: ¿por qué atacaron a Tobías?>

<Porque les estaba siguiendo>, apuntó Jake.

<Debieron de haber pensado que sólo era un pájaro —dijo Ax—. Seguramente saben ver la diferencia entre los humanos y las demás especies del planeta.>

<¿Estás sugiriendo que, de alguna forma, sabían lo que es Tobías?>, pregunté.

<No lo sé —contestó Ax receloso—. Sólo digo que me preocupa.>

Tal vez. Pero entonces yo también me preocupé. ¿Por qué habrían atacado los helmacrones a un pájaro?

De momento no teníamos tiempo para eso. Había que llegar hasta la caja azul. Pero ya era demasiado tarde. Las dos navecillas volaban sobre la bomba. Desde donde yo estaba, veía unos diminutos rayos de energía que cortaban, poco a poco, el acero de la bomba.

Aleteé con todas mis fuerzas, mientras los helmacrones hendían el metal en pos de la caja azul. Estábamos a unos sesenta metros cuando la bomba cayó en silencio al suelo, y allí, a la vista de cualquiera, apareció la caja azul.

Seguimos acortando distancias. Jake iba en cabeza, seguido de Rachel. Los demás íbamos agrupados un poco más atrás. De las naves helmacron surgió un rayo verdoso, distinto de los otros.

La caja azul se movió.

<¡Rayos de tracción! —exclamó Ax—. ¡Quieren llevarse la caja!>

Las naves se elevaron poco a poco, y la caja azul con ellas. Cuando las naves giraron, la caja giró también.

Entonces Jake atacó.

Y luego Rachel.

Una de las naves se apartó. El rayo de tracción quedó roto y la caja cayó al suelo.

El anterior combate había sido sólo un precalentamiento. Ahora las cosas se ponían feas de verdad.