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Nos reunimos todos: Jake, Rachel, Marco, Ax con su cuerpo de andalita (que es como un cruce entre un ciervo azul, un centauro y un escorpión), Tobías que, aunque ha recuperado sus poderes mórficos, es un halcón ratonero, y yo.

Estábamos discutiendo qué podíamos hacer, si es que teníamos que hacer algo, con una nave espacial de juguete que volaba.

Pero la verdad es que solo podíamos hacer dos cosas. Una de ellas era hablar con Ax.

—Ax, ¿es posible que los yeerks utilicen alguna especie de… cosa voladora en miniatura para localizar la caja azul? —preguntó Jake.

<¿Una cosa voladora, príncipe Jake? ¿Qué es una cosa voladora?>

—Pues una cosa que vuela —explicó Marco, siempre tan servicial.

—Como… como una nave espacial de juguete —dijo Jake, sin hacer caso a Marco.

<¿Y para qué iban a utilizar una nave de juguete? Los yeerks tienen naves de verdad.> Ax miraba a Jake con sus ojos principales, mientras que con los ojos de sus cuernos nos miraba a Marco y a mí.

Jake se encogió de hombros. Yo también.

Lo cual nos dejó con la otra alternativa que se nos había ocurrido: ir a la tienda de la beneficencia a buscar el «juguete» que mi padre había entregado.

Nos transformamos en gaviotas y fuimos volando. Bueno, Tobías no se transformó, él ya tiene sus propias alas. En cuanto llegamos, recuperamos nuestros cuerpos y Rachel, Jake y yo entramos en la tienda. Miramos rápidamente las estanterías y vimos que el juguete que buscábamos no estaba allí.

Entonces fui a hablar con el dependiente, un chico de unos veinte años.

—Hola. Mi padre ha traído unos juguetes hace un par de horas, además de otras cosas. Y resulta que… bueno, hemos traído algunas cosas que no teníamos que haber traído.

—Sí. Su nave espacial de juguete —añadió Rachel señalando a Jake

—Sí, eso es —corroboró Jake.

—Si acaba de entrar debe de estar en la trastienda, con los demás juguetes.

—Muy bien. ¿Podemos ir a buscarla? —pregunté, dedicándole mi sonrisa más radiante.

—¿Cómo era la nave? —preguntó el dependiente.

—De juguete —contestó Jake.

El chico puso los ojos en blanco.

—Digo que de qué clase. ¿Rómulan, de la Federación, klingon, dominion? Tal vez era del universo de Babylon 5, ¿mimbari, de las sombras? ¿O era de Star Wars?

Rachel y yo nos volvimos hacia Jake.

—Rómulan —dijo él.

El dependiente señaló con el pulgar sobre su hombro.

—Está ahí atrás. Pero no os llevéis nada que no sea vuestro. Más vale que volváis con una nave rómulan.

—De todos los dependientes del mundo nos ha tenido que tocar un loco de la ciencia ficción —masculló Jake.

Atravesamos unas puertas y entramos en el almacén. Había varios muebles apilados, cajas de componentes electrónicos, televisiones viejas, un montón de ropa usada y una montaña de juguetes: muñecas, muñecos articulados, juegos, Legos, un triciclo. Parecía que todos los juguetes de la última década estuvieron celebrando la convención sobre el frío suelo de cemento.

—¿Qué, lo ves por alguna parte? —me preguntó Jake.

Pasé entre los juguetes con cuidado de no pisar las Barbies sin pelo y los X-Men sin cabeza. De pronto, la vi entre un revoltijo de cosas.

—¡Ahí está!

—¿Al lado del crucero de batalla klingon y el módulo de ataque de G.I. Joe?

Yo puse los ojos en blanco.

—¡Eres un crío! A veces casi se me olvida que eres… ya sabes. La verdad es que tiene su encanto.

—¡Venga yaaa! —era Rachel, por supuesto.

Jake suspiró y se agachó para recoger la nave. La miró de cerca, arrugando la frente.

De pronto, a través de la puerta del almacén…

Entró volando una veloz máquina plateada, de unos diez o doce centímetros.

—¡Vaya! —exclamó Jake—. Cada vez hacen juguetes más alucinantes. Yo nunca había había visto una nave que pudiera…

¡TSIUU! ¡TSIUU!

—¡Aaah! ¡Ay!

—¿Qué? —grité, corriendo junto a Jake.

Se agarraba el brazo derecho. En la manga de su atuendo de metamorfosis se veían dos diminutos agujeros quemados.

—¡La nave de juguete me ha disparado!