¡Oh gran emperador! ¡El más sabio, el más clarividente! ¡Por fin hemos encontrado un planeta adecuado para la conquista! Es un planeta muy grande, que ocupa especies muy grandes. ¡Pero cuanto más grandes sean más bajo caerán, rebajándose y temblando ante nuestro poder imparable!
Del diario de la nave helmacron, Rompegalaxias
—Cassie, ¿qué haces?
Me incorporé con la espalda dolorida. Estaba dentro de la furgoneta de mi padre, donde acababa de dejar una bicicleta oxidada junto a las demás cosas que nos íbamos a llevar. Me enjugué el sudor de la frente y alcé la cabeza.
Rachel, como siempre, parecía recién salida de las páginas de una revista. Es la única persona del mundo capaz de ser atropellada por un autobús, enterrada en barro y arrastrada por un tornado, y acabar con la ropa perfecta, sin despeinarse el pelo y con todo el maquillaje en su sitio.
A veces resulta sobrenatural.
Yo, por mi parte, me había pasado la mañana limpiando los establos, poniendo supositorios a un ganso enfadadísimo y luego reuniendo trastos viejos para dar a la beneficencia. Y estaba… bueno, estaba como si me hubiera atropellado un autobús, me hubieran enterrado en barro y me hubiera arrastrado un tornado.
—Estoy trabajando —dije de mal humor—. Quizá deberías probarlo alguna vez.
Rachel no se dio por ofendida.
—Sólo te voy a decir dos palabras, Cassie: Ralph Lauren. Me parece muy bien que andes revolcándote entre la porquería, ¿pero tienes que llevar puestos unos tejanos baratos de chico? Para eso tenemos la marca Ralph Lauren, para las actividades al aire libre.
Bajé al suelo y me agaché a recoger una bola de tierra.
—Ven, quiero ver si es posible que se te pegue algo de suciedad.
—Que no se te ocurra tirarme esa tierra.
—Es un experimento. ¡Tengo que saber si eres realmente humana! ¡No puede ser que estés siempre tan limpia!
Tiré la bola con suavidad. Rachel la atrapó sin esfuerzo y la dejó caer.
—Muy bien, enséñame la mano —pedí—. Era tierra mojada. Te tiene que haber manchado la mano.
Rachel se echó a reír y se negó a mostrarme la mano.
—Venga, mujer. Es sábado. Hace una mañana estupenda y no tenemos ninguna misión, que yo sepa. ¿Te vas a pasar el día trabajando, o te vienes conmigo a comprar un bañador y luego a la playa? Tengo que ponerme morena.
—Yo ya estoy morenísima —repliqué—, y no quiero pasarme el día cociéndome al sol mientras tú te dedicas a mirar a los chicos. Tengo cosas que hacer.
Rachel hizo una mueca.
—Oye, ¿qué es eso?
—¿El qué?
Rachel estaba mirando una vieja bomba manual de agua. No la utilizábamos, claro. Era una antigualla que a mi madre le gustaba. Tenía pegado un objeto pequeño y plateado.
—Es un juguete —contesté—. Una nave espacial. Star Wars, Star Treck o Star algo —levanté el objeto con la mano–. Ah, debe de estar imantada.
—Pareces preocupada.
Yo me encogí de hombros.
—Será una casualidad —miré a mi alrededor para ver si alguien nos estaba escuchando—. En esta bomba escondí la caja azul. Para encontrarla no hay más que desatornillar la base.
—¿Qué has escondido ahí la caja azul?
—¿Se te ocurre un sitio mejor?
La caja azul es el dispositivo que utilizan los andalitas para transferir los poderes mórficos. Hace poco la encontró un chico llamado David. Utilizamos la caja para convertirle en animorph, pero David no supo hacer uso de sus poderes.
Ahora David era una rata. Literalmente. Viviría como una rata y moriría como una rata.
A mí no me gustaba mucho pensar en ello. El caso es que, cuando recuperamos la caja azul, me tuve que encargar yo de esconderla.
Y ahora había una nave espacial de juguete pegada a su escondite. Alcé el juguete y lo examiné. Medía unos diez centímetros y tenía forma de batuta, con tres grupos de tres tubos en un extremo y, en el otro, un puente de aspecto feroz, como una calavera alienígena.
Miré a Rachel y sonreí.
—¿Es una nave rómulan?
—Marco lo sabrá, o Jake. Te aseguro que cualquiera de los dos, en cuanto vean la nave, será capaz de explicarnos durante horas en qué serie y en que capítulos aparecía.
—La voy a meter con las demás cosas para la beneficencia —así lo hice. Luego miré al cielo. El sol brillaba entre algunas nubecillas blancas—. Está bien. No es que me guste mucho la playa, pero hace un día tan bueno que te acompañaré. Un momento, voy a ver si encuentro los pantalones cortos de rayas de mi madre.
Rachel hizo una mueca perfecta: de horror e incredulidad al mismo tiempo.
—Era una broma —dije—. Una broma. Voy a por el bañador. Mira que es fácil tomarte el pelo.