—¿Través? —dijo Daine en voz baja.
Los dos habían subido hasta la cámara del segundo piso y habían recorrido el borde de la sala. Al principio, Daine quedó decepcionado. Pensó que su suerte había dado un vuelco, que habían encontrado el orbe esperándolos sin vigilancia.
Cuando cruzó la sala y se reencontró con Través, su decepción se convirtió en preocupación. El forjado ignoró la señal de Daine, incluso sus palabras, y pasó ante él de camino a las escaleras.
—No puede oírte.
La voz procedía de debajo de uno de los colmillos que había en el centro de la sala. Y era una voz que Daine conocía bien.
—Lakashtai —dijo—. Y yo que creía que tendría que luchar contra todo ese ejército para encontrarte.
—¡Oh, Daine! ¿Has venido por mí? Estoy conmovida.
Lakashtai entró en el círculo de colmillos y su ligera sonrisa provocó un escalofrío en Daine. Era una criatura de sueños, demasiado perfecta para la naturaleza, su piel blanca como la nieve, su pelo como un río negro manado por su espalda, sus rasgos esculpidos por un artesano con talento para la belleza, pero incapaz de comprender la emoción. Los ojos verdes de Lakashtai parecían brillar a la débil luz que subía desde la cámara inferior, e incluso desde el otro lado de la sala, Daine sintió la fuerza de su personalidad, su carisma casi irresistible.
Daine no dudó. Se lanzó hacia ella con la punta de la espada a la altura de su garganta. La respuesta de Lakashtai fue perfecta. Dio un largo paso atrás, con una lánguida elegancia, como si no le preocupara cómo acabara aquello. Pero ese paso fue suficiente para alejarla de Daine. Éste estaba atacando por segunda vez cuando ella volvió a hablar.
—¡Lei!
Una palabra, pero fue suficiente para detener a Daine. Mantuvo su espada alzada, dispuesta a atacar.
—¿Qué pasa con ella?
—Si te preocupan Lei y Través, te recomiendo que bajes la espada.
—¡Lei! —gritó Daine. La luz se estaba haciendo más fuerte. Lei estaba subiendo por las escaleras—. ¡Lei! —gritó de nuevo.
No hubo respuesta. Mirando por encima de su hombro, Daine vio que Través estaba arrodillado, como si examinara algo en el suelo. Lei apareció en la cima de la escalera. Si oyó a Daine, no dio muestras de ello, ni reconoció su presencia. Miró por la sala con una expresión confundida.
—¿Qué les has hecho? —dijo Daine.
—Baja la espada, capitán Daine, o te aseguro que lo descubrirás.
Los ojos de Lakashtai refulgían en la oscuridad, y Daine sintió una sutil necesidad de obedecer su orden. Era un efecto poderoso e insidioso, y sólo entonces se dio cuenta de las muchas veces que lo había utilizado con él en el pasado. Aunque en ese momento tuvo poco impacto, no tenía elección. Bajó el arma.
—Debo reconocer que nunca esperé ver a un forjado aquí —dijo Lakashtai, observando cómo Través se ponía en pie y cómo Lei cruzaba la sala—. Si hubiera sabido que era posible, podría haberme centrado en Lei desde el principio y eso habría sido mucho más fácil.
—¿Qué les has hecho? —dijo Daine.
—Controla tu temperamento, capitán —dijo Lakashtai. Una bruma negra jugueteaba alrededor de sus pies y unas sombras pendían del dobladillo de su túnica negra—. Ya no estás en tus sueños, pequeño Daine. Estás en los míos. Ellos ven lo que yo quiero que vean.
—Pues no. ¿Interesante, verdad? —dijo Jode.
El mediano debía haber seguido a Lei. Estaba apoyado en uno de los colmillos curvados. Los ojos de Lakashtai se abrieron como platos. Para ello, eso era tan significativo como un grito.
—¿Sorprendida de verme?
—Esa maldita esfinge —dijo Lakashtai, y su tranquila fachada se vino abajo para revelar la ira que había tras ella—. Lo reconozco, me he preguntado qué había sido de ti, Daine, por qué ya no podía tocar tu mente.
Daine recordó su primer sueño después de beberse la poción en Karul’tash… La visión del gigante oscuro aplastando el escudo de luz.
—No podías vencer nuestras fuerzas sumadas.
Lakashtai sonrió.
—¡Oh, Daine! Sí, vuestras almas gemelas son más poderosas de lo que esperaba. Una jugada inteligente. Pero ahora te has puesto en mis manos. Puedes tener la fuerza de dos almas, pero yo soy una de las elegidas por la mismísima Oscuridad onírica, y éste es el lugar en el que tengo más poder. Deberías haberte marchado solo y disfrutar del poco tiempo que le queda a tu mundo.
—Eres lista —dijo Jode—, pero pese a tus bravatas, sigues aquí. No creo que puedas detenernos. Danos la luna de cristal y acabemos de una vez.
Lakashtai se rió, fue un sonido terrible.
—¿No crees que pueda deteneros? No tienes ni idea, mediano. La Oscuridad onírica me ha recompensado por mi leal servicio y no puedes ni imaginar cuál es mi poder. Estás vivo sólo porque me divierte…, y creo que ya he tenido suficiente contigo. —Miró a Daine y sonrió—. Daine, ¿por qué no matas a tu amigo para mí?
—¿Por qué iba a…?
—Porque si lo haces, dejaré que Lei se vaya y os permitiré a ambos despertaros y pasar vuestros últimos días juntos. Si no es así, morirá ante tus ojos. Después mataré a tu amigo. Y si tienes suerte luego dejaré que mueras. —Extendió el brazo, y la oscuridad ascendió hasta rodear sus dedos—. Tienes cinco segundos.
—No —dijo Daine—. No es necesario. Has ganado.
Algunas imágenes cruzaron su mente. El vasto ejército en el exterior. Criaturas de pesadilla derribando las murallas de Altos muros y Sharn. Y Lei. Tendida en una cama en Thelanis, prácticamente muerta. El desgarro de su corazón cuando creyó haberla perdido.
—Daine… —dijo Jode.
—Lo siento.
Daine expulsó todas las emociones de su mente. Alzó su espada y su daga y recurrió a la velocidad y la fuerza del fuego del dragón que todavía ardía en su interior.
Golpeó a Lakashtai.
Por una vez, Daine cogió a Lakashtai desprevenida. La punta de la espada de su abuelo desapareció en la garganta mientras la daga destellaba hacia un ojo verde brillante. Fue rápido y brutal, y Daine no se enorgulleció de lo hecho. Pero no podía arriesgarse a dejarla viva un momento más.
Pero siguió viva. Cayó sobre sus rodillas. La sangre le goteaba por la pura piel blanca. Pero no murió. Abrió el ojo destrozado, que ahora era un estanque de pura oscuridad.
En ese momento, Través se lanzó contra Lei; su mayal fue como un rayo de luz en las sombras. Daine oyó un terrible crujido cuando la bola impactó contra el pecho de Lei. Le salió sangre de la boca mientras retrocedía dando un traspié.
—¡No! —gritó Daine.
Obligó a Lakashtai a permanecer en el suelo golpeándola una y otra vez. La ira abrumaba todos sus sentidos. Cuando su visión se aclaró, tenía las manos cubiertas de sangre y la vida había abandonado el cuerpo de Lakashtai. Se volvió, asustado por lo que podía encontrarse.
Lei debía haber devuelto el ataque de Través; ambos estaban tendidos en el suelo. El jergón verde de Lei estaba hecho trizas y quemado, y le salía sangre del pecho. La mitad de los músculos de Través se habían partido y tenía las placas de la armadura abolladas, algunas colgando de su cuerpo. Jode se arrodilló junto a Lei y la Marca de dragón de su cabeza ardió con luz azul.
Daine estuvo allí en un instante, arrodillado entre los dos.
—¿Es grave?
—Estoy… bien… —dijo Través; su voz fue apenas un susurro. Levantó la cabeza, aunque pareció tener dificultades en mantenerla erguida—. ¿Lei?
—Estoy haciendo lo que puedo —murmuró Jode.
Un instante después, Lei tosió y le salió sangre de los labios.
—Jode —dijo débilmente, y el corazón de Daine dio un vuelco.
—Sí, Lei —dijo Jode—. Todavía no te has deshecho de nosotros.
«¡Oh!, pero yo lo haré».
La nueva voz resonó a su alrededor, y Daine no supo si era un sonido o tenía lugar en su mente. No había nada humano en esa voz. Era miedo frío, la fuerza que un niño ve en la oscuridad, un horror aún peor por no ser visible.
—¿Creéis que matar un cuerpo significa algo para mí? No tenéis ni idea de lo que somos. Soy tus pesadillas, Daine. Soy cada miedo que has tenido en tu vida, y los horrores que nunca has imaginado.
—Protégelos, Daine —dijo Jode, cogiendo al capitán por la muñeca—. Sabemos que podemos hacerlo. No le permitas que se haga con ellos otra vez.
Una vez más, Daine sintió un calor manando de Jode a él. Notó las emociones de su amigo, su amor y su valentía. Pensó en Lei y Través, y extendió sus sentimientos hasta cubrirles de luz. Y se volvió.
Había una sombra sobre el cadáver de Lakashtai, una masa de pura oscuridad. Daine vio las formas ocultas en su interior…
Lakashtai de nuevo en pie.
Su padre con una espada en la mano.
Niños asesinados en las calles de Altos muros.
El terror y la desesperación se apoderaron de él, y sintió un loco deseo de cortarse el cuello. Pero Jode estaba a su lado, y Lei y Través le necesitaban. Lanzó su voluntad contra la temible tormenta, y ésta se aplacó.
—Impresionante. Tenía tantas esperanzas de ver cómo os matabais entre vosotros. Pero no puedes luchar contra mí.
Unos tentáculos salieron de la nube, unos tentáculos reptiles de sombra sólida. Algunos tenían cabezas de terribles bestias y otros terminaban con afiladas hojas. Avanzaron hacia Daine y Jode, lenta pero inexorablemente, y el capitán sabía que ninguna espada podía tocar esa oscuridad.
Pero el fuego sí.
El brazo de Daine se alzó por voluntad propia, y su espada cayó de unos dedos que, de repente, se habían quedado sin nervio. La energía en su interior formó una ola, el fuego del dragón, el regalo del eidolon dracónico. La oscuridad se derrumbó sobre sí misma en una red de luz prismática. Y la sombra aulló.
—¿Qué estás haciendo? —susurró Jode.
Daine no tenía ni idea. Sentía que el poder crecía en su interior, pero no lo estaba haciendo él.
—¡No puedes hacerme daño! —La voz rugió a su alrededor—. Soy parte de este reino, ¡una parte de la oscuridad! ¡No puedo morir!
Daine sintió un terrible dolor, como si le estuvieran vertiendo ácido en la espalda. La Marca de dragón le abrasaba la carne y un brillo rojo vivo llenó la cámara, una luz procedente de su marca que atravesó la armadura para iluminar la sala. La agonía crecía a cada momento. Y entonces, explotó. Un rayo de energía salió de su pecho, una masa de líneas retorcidas. Era como si la Marca de dragón se estuviera expandiendo. Ese rayo impactó contra la nube de oscuridad, la envolvió, la consumió… Y desapareció, volviendo a introducirse en Daine con otra oleada de dolor. Lo único que quedaba del espíritu de Lakashtai era una bola de luz brillante, un orbe de cristal. La esfera cayó al suelo y rodó.
—Luna —dijo Lei. Se incorporó sobre una rodilla, y Jode la ayudó a acerarse a la esfera.
—¿Qué has… hecho…, capitán? —Través se puso en pie trabajosamente—. Shira… dice… que el espíritu está… destruido. Imposible.
—No lo sé —dijo Daine.
Cada uno de sus nervios gritaba de dolor y la espalda todavía le ardía. En lugar de disminuir, la presencia del fuego de dragón era más fuerte que antes.
—Capitán —dijo Través—. Lei y yo… sólo un momento… Shira muere. —Caminó dando tumbos hacia Lei.
La torre se estremeció.
—¿Qué es eso? —dijo Daine.
Través se arrodilló junto a Lei, que tenía en la mano la esfera de cristal.
—Tu obra… no ha pasado desapercibida —dijo—. La Oscuridad onírica… se alza.
—Necesito tiempo —dijo Lei. La esfera latía en sus manos, y ella tenía el rostro tenso por la concentración.
Jode cogió a Daine de la mano.
—Un momento más, amigo mío. Mantengamos este lugar en pie.
Los muros se estremecieron. Todas las bocas se abrieron y un aullido inhumano llenó la sala. Las paredes se abrían hacia fuera.
—Imagina —dijo Jode.
Daine lo hizo. Mientras la torre se derrumbaba a su alrededor, imaginó un refugio seguro. Una casa. Un confortable luego. Las voces de niños procedentes del piso de abajo. Las murallas de carne y marfil se cayeron y sólo el suelo permaneció en su lugar. Estaban atrapados en el ojo de una tormenta, y todo a su alrededor era una oscuridad aullante, un caos de horror.
—Sí —dijo Lei—. Quiere ser destruida. Es una arma. Fue hecha para atravesar, para romper los vínculos entre planos. Lo único que tengo que hacer es encontrar el camino adecuado. Un momento más…
Tenía la cara manchada de sangre, la ropa rasgada, la piel llena de rasguños y quemaduras. Pero era la mujer más hermosa que Daine había visto jamás, y la luz de sus ojos le daba fuerza, para luchar contra la tormenta.
Entonces, Lei desapareció.
La esfera estaba brillando, latiendo en su mano, y cayó al suelo. Lei y Través habían desaparecido. Daine vio una sombra en el lugar de Través que después fue arrastrada hacia la espiral que les rodeaba.
—¡No! —gritó.
La desesperación le abrumó, partió su escudo emocional. El suelo tembló bajo sus pies, y Daine y Jode cayeron hacia la oscuridad. El horror aullaba, triunfante.
Pero mientras caían, la luna cayó con ellos.
Aparecieron grietas, primero pequeñas, después cada vez más grande. Y mientras la oscuridad se levantaba para encontrarse con ellos, el orbe se convirtió en una esfera de pura energía, brillante como el sol, y les envolvió con su fulgor.
Daine sintió que el fuego de dragón crecía en su interior de nuevo, partiendo carne y espíritu y tirando.
Y el sueño se desvaneció.
Luz.
Luz del sol.
Un desierto. Estaba tendido en un desierto de arena, bajo un sol brillante.
No…, dos soles brillantes.
—¿Daine? —Jode se puso en pie y miró a su alrededor—. ¿Estás herido?
—Creo que no —dijo Daine.
Se sentó. Algo iba mal. Algo faltaba. El fuego de dragón. Esa sensación de energía ardiente, la extraña presencia en su interior…, había desaparecido.
De repente, la tierra tembló y todo cambió. Aire, arena, hasta los soles; por un momento, parecieron parpadear y casi apagarse.
—¿Dónde estamos? —susurró Daine.
—Esto es un sueño —dijo Jode, mirando alrededor—. Estamos en el linde de Dal Quor.
—¿No es un sueño mío? —dijo Daine, mirando los dos soles.
—No, creo que no. —Jode puso la mano en el pecho de Daine y su Marca de dragón brilló—. No sé qué ha sucedido, pero creo que ya no estás soñando.
—¿De qué estás hablando? —dijo Daine. El estremecimiento se repitió, y esa vez fue más fuerte. Cuando pasó, la arena se había convertido en una lámina de cristal rojo.
—Estos terremotos… creo que son a causa de lo que hemos hecho. El plano está saliendo de su alineamiento con Eberron. No sé si ésa es la razón o no, pero te has convertido como yo. Has perdido la relación con tu cuerpo.
—No.
—Entonces, despierta. —Jode tendió su mano.
Daine la cogió y pensó en el primer sueño en Karul’tash, recordando lo que había hecho.
«Despierta».
Abrió los ojos…, y el desierto seguía allí.
—Lei —dijo—. Través. ¿Están…?
—Deben estar bien —dijo Jode—. Través ha dicho que su conexión estaba fallando. Han desaparecido antes de que la luna estallara en pedazos. No hay ninguna razón por la que sus espíritus no hayan vuelto a sus cuerpos.
«Lei». La vio en su mente, ensangrentada y hermosa, orgullosa y fuerte. Enfrentándose al Hombre del Bosque. Mirándole aquella noche en Thelanis, con la luna en sus ojos. Recordó la calidez de sus brazos. «Habrá tiempo para nosotros», le había dicho.
—No —dijo Daine—. No lo acepto. Hay un camino de salida. Tiene que haberlo. Y vamos a encontrarlo. —Bajó la mirada hacia Jode—. Para los dos.
Otro temblor. Se abrieron grietas en el desierto de cristal.
—No estamos solos —dijo Jode—. Quizá hayamos impedido que la Oscuridad onírica abriera sus puertas, pero los quori todavía reinan en este lugar. Tendremos que permanecer en el linde, seguir moviéndonos.
—Lo que haga falta. Pero encontraré un camino de vuelta a Lei, Jode.
—¿Aunque tengas que enfrentarte a mil pesadillas para hacerlo?
Daine asintió.
—Creo que acabamos de salvar el mundo. No puede ser tan difícil.
Jode sonrió y le tendió la mano.
—Entonces, vamos, amigo mío. Si la mujer adecuada está soñando, conozco una posada que prepara un estofado de tríbex como ninguno que hayas probado en el mundo despierto.
Daine le cogió la mano, y ambos se alejaron.