—Quizá podrías presentarme a mis nuevos huéspedes, maestro Daine. No me gustan las sorpresas en mi casa.

Daine estaba mareado, desorientado. El mundo era un borrón de colores y ruidos, conversaciones y risas. Y la voz de la mujer le resultaba terriblemente familiar.

Alina Lorridan Lyrris.

De repente, todo cuanto le rodeaba cobró una forma nítida. La sala de Alina en Metrol, las paredes de cristal tintado, bailarines danzando al ritmo de una música espectral. La mujer gnomo estaba ante él, mirándole a la cara. En la tela de su túnica había tejidas ilusiones para que pareciera hecha de cristal tintado. Tenía gemas incrustadas en el pelo dorado pálido. De apenas tres pies de altura, tenía con todo el carisma de una reina; una presencia más fuerte, de hecho, que la de la reina de Cyre, a la que Daine había visto cerca del fin de la guerra. Y allí, a su lado, estaba Jode, vestido de gala con un jubón rojo y marrón. Su Marca de dragón se veía inusualmente vivida, e incluso más azul que los paneles de cristal de las ventanas.

—Disculpas, señora Lyrris. —Otra voz, igualmente familiar—. Permíteme presentarte a la señora Lei d’Cannith y su guardaespaldas, Través. Yo soy Jode, médico personal de la señora Lei. Nunca fue nuestra intención aprovecharnos indebidamente de tu hospitalidad. Mi señora tiene asuntos que solventar rápidamente con tu sirviente Daine, y en cuanto terminemos nos marcharemos.

—Qué intrigante —dijo Alina, alzando una ceja perfecta—. Espero un informe completo esta noche, Daine…, después de nuestros asuntos que solventar, por supuesto.

Su sonrisa era fría y depredadora, y se marchó sin pronunciar otra palabra.

—Siempre me he preguntado —dijo Jode— si te encogió o aumentó…

—Déjalo —dijo Daine.

—¿Jode? —dijo Lei con una nota de asombro en su voz.

Través y Lei estaban justo detrás de Daine, y tenían el mismo aspecto que en el monolito riedrano. Través sostenía su mayal dorado y todavía tenía manchas de sangre de ogro en la armadura.

—Ése soy yo —dijo Jode con una brillante sonrisa que estaría siempre grabada en la memoria de Daine.

Esquivó a Daine y Lei se arrodilló para abrazarle.

—Esto es un sueño. Tú no… —Sus palabras se apagaron cuando le miró a los ojos—. ¿Eres tú de verdad? ¿Cómo es posible?

—¿No te ha dicho nada Daine? —dijo Jode—. ¿La botella azul?

—Sí —dijo Lei—. La esencia de tu Marca de dragón. —Sus ojos se volvieron distantes—. Cuando traté de tocar tu espíritu, no había nada. ¿Estás diciendo que unieron tu alma a la Marca de dragón? ¿Y que Daine se la bebió?

—Más o menos —dijo Jode—. Las cosas fueron muy vagas antes de eso, pero cuando Daine se bebió la poción… Es difícil de explicar. Volvía a estar vivo. Y sentía a Daine. Creo que nuestras almas se han fusionado. —Miró a Daine—. ¿Te pasa algo en la espalda?

—Algo, sí —dijo Daine.

Miró la sala. Era la misma que se le había aparecido en el sueño de Thelanis, y sin embargo, había en ella una diferencia fundamental. Todo era más puro, más preciso. Pero además de eso, él se sentía totalmente alerta. La mayor parte de las veces, contemplaba sus sueños desde la distancia, el mundo y la gente cambiaban a su alrededor, pero ahora… Todo parecía más real que el mundo que había dejado atrás.

Jode levantó la mirada hacia Través.

—Aunque estoy entusiasmado con esta pequeña reunión, el hecho de que estéis aquí indica que algo raro está pasando —dijo Jode—. ¿Podríais contármelo?

Lei fue la primera en responder.

—Parece que los nativos de este lugar… —Se detuvo, contemplando la fiesta—. Bueno, no de aquí, sino de este plano…

—Comprendo —dijo Jode—. Llevo aquí más tiempo que vosotros. Créeme, veréis las diferencias.

—Parece que los nativos de este lugar se están preparando para invadir Eberron. Sin querer, les dimos la llave que necesitaban para restaurar el paso entre los dos planos. Ahora debemos destruirlo, y parece que el tiempo importa. —Lei miró la fiesta—. Nos han dicho que nos esperaría un guía, pero no sabemos quién.

Jode se aclaró la garganta.

—¿Qué? —dijo Daine—. ¿Tú eres nuestro guía? Pero has dicho que apenas estabas consciente antes de que yo… te bebiera.

—Me sorprendes —dijo Jode—. ¿Acaso no me ha gustado siempre examinar las cosas por mí mismo? Y por lo que respecta al tiempo, veréis que no es como lo conocéis. Hace más de tres meses desde nuestra primera conversación en sueños, Daine, y he hecho algunos amigos en el linde. Tu historia explica muchas cosas. Han corrido muchos rumores sobre la actividad en el núcleo. Muchos.

—¿Has estado en el centro de este reino? —dijo Través con una nota de sorpresa en su voz, normalmente inalterable.

—No, no —dijo Jode—, pero he hablado con algunos que sí. Arquetipos, sobre todo, ideas que obtienen fuerza de múltiples sueños. Como cuando sueñas que deberías estar haciendo la Prueba de Siberys y, de repente, te das cuenta de que vas desnudo. He conocido el temor que genera eso. Crispado, algo avergonzado, pero es un mal tipo.

—¡Eh, Daine!

Era otra voz que no había oído durante años, la voz de un hombre al que había matado. Morim d’Deneith, otro de los guardianes de Alina. A diferencia de Daine, a Morim le gustaba su trabajo. Una cruel sonrisa dividía su cara, y tenía manchas de sangre en el cuero de sus guantes.

—Uno de los invitados ha tenido un accidente en el vestíbulo. La señora Lyrris quiere que lo limpies.

—En un momento —dijo Daine. La aparición repentina del hombre muerto fue un sobresalto y le trajo recuerdos que había tratado de olvidar—. Ahora mismo estoy ocupado.

—Puedes volver cuando hayas terminado —dijo Morim, cogiendo a Daine por el brazo. Era un hombre corpulento y fuerte, y su mano parecía un grillete en su muñeca.

—Déjame, Morim —dijo Daine, puso la mano sobre la del guardián, pero éste se limitó a sonreír.

—¿Estás diciendo que tienes otras cosas que hacer? ¿Algo más importante que las órdenes de Lyrris?

—Eso es —dijo Daine.

—¡Qué pena!

Todo pasó a cámara lenta. Morim levantó la mano para golpear a Daine en la cara, pero en el lugar de su puño había una larga hoja de energía. Cuando ese punzón se acercó a los ojos de Daine, éste se agachó y utilizó el impulso para retorcer la muñeca de Morim y derribarle al suelo. Por un momento, Morim quedó suspendido en el aire, atrapado por el extraño flujo del tiempo. En cuanto su mano soltó la muñeca de Daine, todo se aceleró. Morim cayó al suelo, y Daine se alejó de él dando un traspié.

Morim se puso en pie, pero ya no era Morim. Ambas manos eran ahora hojas curvas brillantes. Su carne y su ropa explotaron y dejaron a la vista una armadura del rojo cascarón de algún insecto o crustáceo monstruoso. Tenía la cabeza más ancha, más plana, y un ejército de ojos ardientes bajo la piel.

«Eres un tipo interesante, viajero». La proyección telepática todavía tenía rasgos de la voz de Morim, pero estaban sofocados por una malevolente presencia ajena, gruesa y fría, corriendo por su mente. «Más despierto de lo que deberías. Déjame ver qué pasa cuando mueres».

Daine desenvainó la daga y la espada, y se puso en guardia. Después parpadeó. La daga que tenía en la mano izquierda no era su daga. En lugar de ser negro adamantino era de simple metal. Era algo trivial, sin consecuencias en el contexto. Pero fue una distracción, y eso era todo lo que la criatura necesitaba. El horror se liberó de los restos de la carne de Morim y atacó con ambas hojas.

Y corrió hacia Través y Lei.

El bastón de maderaoscura estaba en las manos de Lei. Tenía la punta cubierta de terribles espinas. El mayal de Través terminaba en una verdadera bola de fuego, un orbe ardiente que impactó contra el hombro cubierto por la armadura. Daine recuperó el equilibrio y hundió la punta de su arma en uno de los ojos azules de la criatura. Un aullido de dolor resonó en su mente, y la criatura desapareció.

Daine se volvió hacia Jode.

—Bueno, guía, ¿qué era eso, en nombre de Áureon? ¿Y por qué no hacen nada?

Los invitados de la fiesta seguían bailando y bebiendo, ajenos a la masa de carne que había en el suelo.

—Ya te he dicho que la gente de aquí es fácil de reconocer —dijo Jode—. Ese era uno de los más débiles. Esos otros, Alina…, son sólo productos de tu memoria. —Toqueteó los restos de Morim con la punta del pie—. Este espíritu tardará un poco en recuperarse, pero sugiero que nos pongamos en marcha. Dame la mano.

Sus dedos se tocaron, y Daine se tambaleó. Un torrente de sensaciones recorrió su mente, recuerdos e imágenes, como cuando había tocado a Jode en el primer sueño que habían compartido. Una vez más, sintió el mundo que le rodeaba, y comprendió que no era un mundo, sólo una burbuja vagando en un una vasta oscuridad.

—¡Daine! —gritó Lei.

—Suéltate —dijo Jode—. No trates de verlo todo. Concéntrate en mí. Sígueme.

El caos se desvaneció. Todo cuanto le rodeaba tomó una nueva forma. Jode tiró de la mano de Daine hacia las interioridades de la gran sala.

—Ven —dijo Jode—. Dime adonde tenemos que ir.

—Eidolon… dracónico —dijo Daine, todavía sin aliento.

—Se cree que es una región formada por los sueños de los dragones muertos —explicó Lei—. Un santuario para sus espíritus.

—¡Oh, sí! Creo que encontraremos el camino —dijo Jode. Daine se rió y Jode levantó la mirada hacia él—. ¿Qué es tan divertido?

—Tú —dijo Daine—. Te dejo solo un día y ya sabes cómo llegar a todas partes.

—Ya te lo he dicho, ha sido mucho más de un día para mí. Y ese santuario que estáis buscando… es una de esas cosas de las que habla la gente de aquí. Estamos en el linde de Dal Quor, donde la realidad cobra forma a partir de los sueños de los mortales. Los espíritus quori utilizan este reino como coto de caza, asaltan a los soñadores y los viajeros como yo. Este reino dragón, bueno, es uno de los pocos lugares en el linde al que los quori tienen miedo de ir. Naturalmente, nadie que va allí regresa, de modo que no es un destino popular.

Su entorno estaba cambiando, primero sutilmente. Los bailarines se ralentizaron y el color de las ventanas de cristal empalideció. Cuando Jode terminó de hablar, Daine vio que la gente que les rodeaba ya no eran de carne y hueso. Eran estatuas, y el suelo de paneles estaba cubierto de cálida arena.

—¿Qué está pasando? —dijo.

—Nos estamos moviendo —dijo Jode—, dejando atrás tus recuerdos y buscando otro sueño. Y permíteme que te diga que es mucho más fácil contigo aquí. Habría tardado horas en llegar solo.

—Dos almas en un cuerpo —susurró Lei.

—Eso creo —dijo Jode—. Es como te he dicho. Nuestros espíritus se han fusionado. Francamente, no sé cuál es nuestro potencial, pero tocándote siento el poder que hay en nuestro interior. Qué suerte que te bebieras la poción, ¿eh?

—No… —dijo Daine—. No, no fue suerte. Ella me dijo que lo hiciera.

—¿Quién?

—La esfinge. Llamaviento. «Te pedirán que entregues a tu mejor amigo». Cuando Harmattan se enfrentó a mí, recordé esas palabras.

—Interesante —dijo Jode—. Y fue Llamaviento quien me llevó a Olalia… y a mi muerte. ¿Estaba prediciendo nuestro futuro o creándolo?

—¿Hay alguna diferencia? —dijo Lei.

Las murallas de Metrol desaparecieron y fueron sustituidas por un desierto infinito. Pilares de piedra se erigieron a su alrededor, erosionados por el viento y la arena hasta adoptar formas que recordaban vagamente a las de los invitados a la fiesta que habían dejado atrás.

Las palabras de la criatura Morim regresaron a la mente de Daine.

—¿Qué pasa si morimos aquí?

Jode se encogió de hombros.

—Eh, yo ya estoy muerto, ¿lo recuerdas? Normalmente, te despertarías, creo. Pero ahora… hay algo distinto en tu caso. En el caso de todos vosotros. He conocido a unos cuantos soñadores, y vosotros sois más reales que ellos. Más parecidos a los arquetipos. Creo que de alguna forma estáis aquí. Y si es así, morirse es una mala idea.

—Shira está de acuerdo —dijo Través—. La muerte sería una experiencia traumática. Aunque sobreviviéramos, podríamos quedar en coma, espíritus heridos atrapados en nuestros cuerpos.

—¡Ah, sí!, Shira. —Junto a todo lo demás que estaba sucediendo, el espíritu amigo de Través se había deslizado a su mente—. ¿Estás seguro de ella, Través? Por lo que dijo Thelania, ¿no hemos llevado al dragón hasta el tesoro?

—Creo en ella, capitán —dijo Través—. Éste no es su hogar y ésta no es su gente. Esa criatura del salón le ha horrorizado tanto como a ti.

—Si tú lo dices.

Daine frunció el entrecejo. El desierto terminaba abruptamente y al otro lado de la arena no había más que estrellas.

—¿Jode?

—No te preocupes —dijo Jode, alegremente—. Sólo es el fin del mundo.

Tenían ante ellos un gran abismo. Si había algo al otro lado, Daine no alcanzaba a verlo.

—¿Y ahora adonde vamos? —dijo.

Jode le soltó la mano y señaló el cielo. Daine siguió el gesto y se quedó sin aliento, asombrado. Sobre ellos flotaba una piedra de dragón, un cristal dorado que ardía con una luz interior. Era más grande que cualquier otra piedra que Daine hubiera visto jamás, larga como un carro, y era sólo la primera y más pequeña de una larga cadena. Un cinturón de piedras de dragón doradas se alzaba hacia el suelo y se curvaba en el horizonte.

—El Anillo de Siberys —dijo Lei con la voz tomada por el asombro.

Jode sonrió.

—Bienvenidos al santuario de los dragones.