Xu’sasar odiaba ir a caballo.
Había visto esos animales antes. Los extranjeros que iban a su tierra a saquear solían llevar caballos como monturas o bestias de carga, y sabía por las leyendas que los caballos corrían en estado salvaje en otras partes de Xen’drik. Xu’sasar era partidaria por naturaleza de ir a pie, y cuando perseguía a exploradores la magia de los espíritus le permitía igualar la velocidad de las monturas extranjeras. Pero esos caballos mágicos de Thelanis eran otra cosa. No le sorprendió. Eran, sin duda, espíritus de la velocidad, la inspiración para las criaturas mortales que se había encontrado en el pasado, y probablemente no podría haber seguido su ritmo a pie.
Por suerte para Xu’sasar, su caballo era amistoso y receptivo. Parecía conocer el camino y la elfa oscura no tenía más que mantenerse erguida. Trató de hablarle al caballo, pero si tenía la capacidad del habla decidió no utilizarla con ella, que se quedó a solas con sus pensamientos.
En ese momento, sus pensamientos eran sombríos. No entendía la relación entre Daine, Través y Lei. Lo único que Xu’sasar sabía era que no la incluía a ella, y que ahora había un fuerte vínculo entre Lei y Daine. Aquello era todavía peor ahora que sabía que no podría unirse a Daine en su lucha contra las fuerzas de la oscuridad. Se trataba de un conflicto épico, una oportunidad para batallar contra espíritus de leyenda, y ella tendría que quedarse mirando cono los demás dormían. Sola.
Mientras su caballo trotaba por la pradera, Xu’sasar echó un segundo vistazo al amuleto que le habían regalado. Era un relicario hecho de plata clara que llevaba una larga banda de piel negra. En la parte frontal, tenía un símbolo grabado que no significaba nada para ella. Al abrir el relicario se encontró un pedazo de cascarón de escorpión. Cuando se puso la tira de piel alrededor del cuello, sintió un cosquilleo. Sin duda el amuleto era un regalo de Vulkoor por vía de la reina del Ocaso. Xu’sasar llevaba poca armadura y confiaba en su velocidad y sus protecciones en los antebrazos para rechazar ataques. Si ese amuleto le daba a su piel parte de la fortaleza del cascarón del escorpión, sería toda una ventaja. Y con el Diente del Vagabundo en la mano, disponía de espada y escudo. Estaba preparada para los retos que la esperaban, aunque parecía que iban a negarle la posibilidad de luchar en la batalla más importante de todas.
Tal vez tuviera suerte. Tal vez un ejército atacara mientras los otros dormían.
Se quedó mirando a Kin. El vidente la inquietaba. Pese a tener dientes humanos, su sonrisa le recordaba a Xu’sasar al posadero Ferric. Xu’sasar era hija del mundo natural y había algo fundamentalmente artificial en Kin. Sus rasgos eran atractivos, pero mirándole estuvo segura de que bajo esa cálida máscara había otra cara.
—Ahí está —dijo Kin—. Las Andas del Dormilón.
Habían subido a una colina. En el pequeño valle que había abajo, Xu’sasar vio un anillo de árboles alrededor de un estanque de agua inmóvil. Mientras descendían la colina, Xu’sasar advirtió la presencia de un bloque de piedra junto al estanque, las andas de las que tomaba su nombre la arboleda. Al principio, Xu’sasar pensó que había un hombre tendido sobre la piedra, pero cuando se acercó vio que la figura era una estatua tallada en mármol negro. Kin desmontó junto a los árboles, y los demás le imitaron.
Xu’sasar corrió para examinar la estatua. Era la figura de un guerrero, con una armadura de malla y una larga espada a su lado. Tenía los brazos musculosos cruzados sobre el pecho. Extrañamente, Xu’sasar se dio cuenta de que no tenía cara. Al principio pensó que no había sido esculpida, pero cuanto más miraba la estatua más le parecía que alguna fuerza estaba apartando sus ojos, que el detalle estaba allí, pero que ella no podía verlo.
—¿Quién es? —dijo.
—El Dormilón es mucho más viejo que yo —dijo Kin—. Me temo que no conozco toda la leyenda. Era un soldado de vuestro mundo que contaba con el favor de la reina. Cuando murió, se erigió el monumento para honrar su memoria y guiar a los futuros viajeros.
—¿Dónde está su espada? —dijo Daine, examinando las andas.
Sólo entonces se dio cuenta Xu’sasar de que la vaina que había a su lado estaba vacía. Por un momento pensó en sus vainas vacías y en las dagas que le había dado su madre, depositadas junto al cadáver de su padre en el Monolito de Karul’tash.
—Una buena pregunta, maestro Daine, que te responderé. Por favor, acercaos al estanque con vuestros caballos. —Kin sacó un monedero de su bolsa y procedió a esparcir un polvo de olor amargo sobre sus acompañantes y él mismo—. Ahora, Daine, si quieres tocar esa vaina…
—¿Qué? —dijo Daine—. ¿Por qué?
—Las puertas pueden adquirir muchas formas distintas, como debes haber advertido en la Luna del Cazador —dijo Kin—. La vaina es el portal.
—¿Vas a encogernos para que podamos entrar en ella? —dijo Daine.
—No —respondió Kin—. Por favor, haz lo que te digo.
Cuando Daine puso la mano sobre la vaina de piedra, Kin lanzó otro puñado de polvo al aire, sobre el agua, y de repente estaban cayendo. La tierra se alzó, lanzándoles al estanque…
Y con la misma rapidez cayeron sobre tierra seca. Estaban junto a un estanque. Los árboles habían desaparecido. Las andas habían desaparecido. Y no había sol. Se veían cuatro lunas en el cielo, junto al débil brillo del Anillo del Dragón. Habían regresado a Eberron, aunque las estrellas y el Anillo le dijeron a Xu’sasar que estaban muy lejos de la tierra en que había nacido.
—¿Era esto lo que se suponía que iba a suceder? —dijo Daine.
Los otros se volvieron para mirar. Daine tenía una vaina en la mano, y no era de piedra, sino de cuero negro. Tenía piedras de dragón moradas incrustadas y estaba rematada en plata.
—¡Fascinante! —dijo Kin—. Me pregunto qué efecto tendrá en el viaje de vuelta. No importa.
—Creía que habías dicho que cruzaríamos la vaina —dijo Lei—. Yo diría que el portal era el estanque.
—Así es —dijo Kin. Se encogió de hombros—. Parece que estamos en el lugar adecuado, y eso es lo único que me preocupa.
—¿Estamos en el lugar adecuado? —Lei señaló el cielo—. Yo nunca había visto eso antes.
Había una nueva luna en el cielo, y era una luna que Xu’sasar tampoco había visto antes. ¿O sí? Parecía difusa, indistinta, y Xu’sasar sintió que podía ver las estrellas brillando en su corazón.
—Ésa es tu luna, señora Lei —dijo Kin—. Démonos prisa antes de que llegue con toda su gloria. Montad mientras me pongo algo más apropiado para este lugar.
Tras decir eso, su cara se erizó. La oscuridad emanó de su cabello como el humo del fuego y dejó de ser dorado para tornarse negro como el carbón. Un color cobrizo cubrió su piel. Su ropa también se transformó, y el terciopelo y la seda del cortesano se convirtieron en una túnica negra con el dobladillo de plata y un velo también plateado bajo una profunda capucha.
—¿Qué clase de criatura eres? —dijo Xu’sasar.
Tenía la rueda de hueso en la mano, dispuesta a arrojarla, y las puntas sudaban veneno en respuesta a su ira. Había sabido que Kin era un tramposo. Aunque ese poder no era prueba de traición, se mantuvo dispuesta a atacar.
—¿Oh, no lo sabíais? —dijo Kin. Su voz era más profunda, más lenta. Se quitó la capucha y ahora su cara piel había adoptado un gris pálido y sus ojos eran tan blancos como los de Xu’sasar.
—¿Eres un replicante? —dijo Lei.
—Sí —respondió Kin—. Nací en la tierra que conocéis como los Confines de Eldeen. La gente de mi aldea sigue las costumbres de los druidas cantores verdes y tiene estrechos lazos con la Corte de Hadas. De niño, llamé la atención a mi señora y me llevó a Thelanis para ser su enviado. —Mientras hablaba, recuperó su aspecto riedrano—. Pero ahora soy vuestro guía. El monolito que buscamos está a unas pocas leguas al norte. Los señores de esta tierra tienen unos impresionantes poderes sobrenaturales, y recomiendo que nos movamos de prisa.
—¿Qué hay de esto? —dijo Daine señalando con la vaina.
—Guárdala si quieres —dijo Kin—. Si no, me la quedaré yo.
—Está bien.
Daine tiró la vaina decorada con joyas al replicante y se montó en aquel caballo.
—¿Qué peligros podemos esperar? —dijo Xu’sasar.
—La gente de esta tierra prefiere no viajar —dijo Kin—. Con suerte, el único peligro al que nos enfrentaremos serán los guardianes del monolito. Si nos encontramos a alguien, dejad que hable yo. Puedo ser muy convincente cuando es necesario.
—No creo que ninguno de nosotros hable riedrano —dijo Lei.
—Te equivocas. Mi señora os ha dado conocimiento además de comida. Gracias a las aguas del Ocaso, comprendéis todas las lenguas, y todos los que os oigan hablar os entenderán. El efecto desaparecerá, pero debería bastar para la tarea que debemos cumplir, aquí y en Dal Quor. Ahora seguidme.
Xu’sasar pensó en la reina del Ocaso. No le gustaba Kin, y menos ahora que había visto su verdadera cara. Era evidente que Thelania era uno de los grandes espíritus, y había sido muy generosa con sus regalos. Pero también ella ocultaba su naturaleza tras una cara de elfa. Vulkoor era el gran escorpión, el cazador mortal que ataca sin ser visto. ¿Qué naturaleza primaria estaba ocultando Thelania?
Cabalgaron por la vasta llanura. Xu’sasar había nacido en una tupida selva y esas extensiones se hacían raras a sus ojos, tan vacías, sin siquiera las colinas o las formaciones rocosas del dominio del Cazador en Thelanis. Los campos estaban llenos de hierba, y los roedores y los insectos salían corriendo cuando los caballos se acercaban a ellos.
Daine cabalgaba junto a Lei, y ambos hablaban en voz baja. Aunque Xu’sasar todavía estaba aprendiendo las costumbres de los extranjeros, se dio cuenta de que no deseaban su compañía, así que se quedó junto a Kin y observó atentamente al replicante y el paisaje en sombras.
—¿Qué es eso? —dijo, señalando al oeste. Había una pequeña grieta en la silueta del pasto, un borde afilado que se alzaba por encima de las plantas.
—Ruinas, creo —respondió Kin—. Esta tierra tiene una larga historia de guerras, y cuando los señores actuales obtuvieron el poder, arrasaron las viejas ciudades y construyeron nuevas. Hay ruinas en toda Sarlona, normalmente lejos de las aldeas actuales.
Esa idea reconfortó un tanto a Xu’sasar. Xen’drik era una tierra de ruinas y los qaltiar utilizaban esos restos de la civilización de los gigantes a modo de refugio; se movían entre una ciudad arrasada y la siguiente. Sin duda, esas ruinas eran muy distintas de las que ella conocía. Con todo, era reconfortante saber que había refugios en la maleza, por si eran necesarios.
—Aquí está nuestro destino —dijo Kin, deteniéndose y señalando un punto. Una lágrima negra se silueteaba contra las estrellas, en lo alto, en el horizonte. No había luces ni indicios de actividad—. De ahora en adelante, debemos andarnos con mucho cuidado.
—¿No crees que tu disfraz bastará? —dijo Daine.
—Por favor, maestro Daine —respondió Kin—, no hay que preocuparse por mis habilidades. No sospecharán de mí. Pero los riedranos temen a los extranjeros, y la mera visión de unos desconocidos les alarmará.
—Entonces, supongo que estoy en deuda con su majestad. —Daine suspiró y sacó su capa de hilo ilusorio de la bolsa. Los cambiantes dibujos negros la hacían invisible en la oscuridad de la noche—. Lei, ¿puedes hacer un manto de invisibilidad temporal?
Lei asintió.
—Tardaré un poco, pero no es difícil.
—Través, Xu, quiero que os adelantéis para explorar. Penemos que saber qué nos espera.
Lei parecía inquieta y dudó un poco antes de hablar.
—Hay otra cosa. No sé si funcionará, pero…
—¿Sí? —dijo Daine.
Lei cerró los ojos y una expresión de profunda concentración se apoderó de su cara. Durante un segundo, nada sucedió. Después, Través habló.
—Te oigo.
—¿De qué estás hablando? —dijo Daine.
Lei abrió los ojos.
—Es el vínculo que me permitió curarle y herirle antes. Puedo tocar a Través a distancia. He pensado que podría comunicarme por medio de él, y parece que así es. —Miró a Través—. Trata de responder sin hablar. —Cerró los ojos de nuevo y al cabo de un momento sonrió—. Bien.
—Recuerdo que Lakashtai hacía lo mismo —dijo Daine—. ¿Puedes ampliarlo al resto?
Lei negó con la cabeza.
—No. Sólo podemos hacerlo Través y yo.
—Está bien —dijo Daine—; nos ayudará a coordinar las acciones. Través, Xu, adelantaos. Ved lo que podáis y esperad noticias de Lei. —Miró a Xu’sasar—. ¿Comprendido?
—Sí —dijo.
Sintió una ligera punzada de vergüenza por que Daine considerara necesario decírselo. Aquélla era una situación de gran trascendencia y sabía lo importante que era que el equipo trabajara como uno solo. Ella demostraría su valor a su debido tiempo.
Fue un placer desmontar y sentir el suelo bajo sus pies una vez más.
—Abre camino —le dijo a Través—. Te sigo.
Se valió de las sombras de su sangre y se consagró a aquella reconfortante oscuridad. Sostenía el Diente del Vagabundo, todavía en forma de rueda de hueso, y por primera vez desde que había entrado en el reino del Ocaso se sintió cómoda. El enemigo estaba ante ellos. La caza había empezado.
Los gigantes de Xen’drik construían con piedra, y Xu’sasar nunca había imaginado que el metal pudiera ser trabajado en una escala tan grande. El monolito era un huevo de liso metal, unas cien veces más alto que ella. No vio guardianes en su camino, pero habían recorrido sólo una corta distancia cuando Través levantó la mano. Xu’sasar únicamente había aprendido algunas de las señales que los demás usaban, pero ésta era fácil de interpretar. «Detente».
Xu’sasar se dejó caer en la hierba. Llamó al espíritu del escorpión y se valió de la inmovilidad del cazador para esconderse de sus enemigos. Al cabo de un instante, el enemigo estaba sobre ellos.
No había señal de movimiento en las llanuras ni rastro de actividad humana. Pero en ese momento, Xu’sasar sintió una presencia. Estaban siendo observados; de eso no había ninguna duda. De niña se había aventurado en la Ciudad de las Lágrimas, aunque el Contador de Cuentos la había advertido de los fantasmas; había tenido la misma percepción de una presencia en ese lugar, una personalidad que estaba más allá de la carne y la sangre. Xu’sasar retuvo el aliento y dejó que el espíritu del escorpión la calmara, y un momento después, la presencia se había ido.
«Sigamos», dijo Través con un gesto.
Aunque Xu’sasar no había entendido todo lo que había dicho la reina del Ocaso, comprendió que Través tenía un vínculo con un espíritu menor que le aconsejaba en asuntos de magia. Lo más probable era que ese guía hubiera visto el guardián que había pasado junto a ellos.
«¡Movimiento!». Había aberturas en la base de la gran pepita de metal, amplios arcos llenos de luz pálida. Y mientras avanzaban, Xu’sasar vio la silueta de un hombre cruzando el portal. La figura sólo fue iluminada por la luz un instante, pero fue suficiente. «Varón. Espada envainada. Armadura de malla, sin escudo pero probablemente lo tenga cerca». Contempló los demás portales. «Allí». Un arquero, apenas visible, observando desde un extremo de la puerta. Tenía la cara oculta bajo un casco negro y un velo plateado.
«Quédate aquí —le indicó Través—. Observa».
A su pesar, Xu’sasar se agachó. Habría preferido acercarse más, mirar dentro del monolito, pero entendía la táctica de Través. Alguien tenía que observar al arquero, estar preparado para atacar si la alarma sonaba o, si era necesario, huir y alertar a los demás. Así pues, esperó, contemplando las luces y visualizando la batalla que le estaba esperando.
El arquero no se movió, pero una nueva figura cruzó el arco. Vio la forma de una gran espada colgada a la espalda y un gran arco preparado para disparar, pero lo que le llamó la atención fue el inmenso tamaño de la criatura. Xu’sasar estaba acostumbrada a luchar contra gigantes, y se había enfrentado a enemigos más grandes. Con todo, ese guerrero la doblaba en estatura y pesaba varias veces más. Sus músculos delataban su temible fortaleza. E incluso desde la distancia, vio los cortos cuernos que le salían de la cabeza. «Éste es mi enemigo». Ninguna duda en su mente. Que los demás se enfrentaran a los soldados humanos. Xu’sasar vencería al gigante.
Través regresó. Su voz era apenas más alta que el viento en la hierba.
—Hay una mujer dentro que vigila la zona con su mente. Debemos eliminarla en el momento en que empiece la batalla, antes de que pueda llamar a otros poderes.
Xu’sasar chasqueó la lengua. ¡Un reto!
—Tú tienes la capacidad de acercarte sin que te vean y la de resistir las otras fuerzas que sean llamadas. Daine quiere que des un rodeo, entres en el monolito y cuando se inicie la batalla te asegures de que esa mujer es eliminada antes de que pueda actuar. ¿Estás dispuesta?
—Ya he visto los campos de la muerte —dijo Xu’sasar—. No tengo miedo y no fallaré. Pero déjame enfrentarme al gigante cuando la mujer haya caído.
Través se quedó en silencio. Xu’sasar imaginó que estaba mandando el mensaje a Lei.
—Muy bien —dijo—. Un estallido de fuego señalará el inicio del ataque. Golpea de prisa y duro. Llegaremos en cuanto podamos.
Xu’sasar puso su palma contra la de Través, carne oscura empequeñecida por el guante de metal.
—Luchamos como uno solo.
Se irguió y se adentró en la noche.
Tres arqueros hacían guardia en el monolito, observando las llanuras en busca de movimiento. Por muy habilidosos que fueran, eran sólo humanos, y no podrían hacer frente a Xu’sasar. Ella era un espectro del escorpión de los qaltiar. La sombra era su escudo y la noche su coto de caza. Atrajo la oscuridad hacia sí misma mientras se deslizaba en dirección a sus enemigos. Pronto se encontró en la base del monolito, junto a una de las puertas. Una pálida luz verde se derramaba sobre el suelo. La luz no era quebrada por ningún movimiento, y Xu’sasar miró por el borde de la puerta.
El monolito era un inmenso cascarón hueco, una sola cámara, y el único rasgo destacable era un rayo de luz que se alzaba desde el suelo. No, era cristal, un pilar brillante de cientos de pies de altura. Su gigante con cuernos, con su corpachón cubierto de malla metálica y cuero negro, caminaba incansablemente por la sala. Era una criatura rara, más bestial que los gigantes a los que ella se había enfrentado. Su pálida piel azul parecía cuero, y unos largos colmillos negros le sobresalían de la boca.
Dos soldados dormían en el suelo con espadas al alcance de la mano. Un tercer soldado estaba sentado en el suelo, limpiando su espada.
Entonces, Xu’sasar vio a la mujer de morado. Tenía los ojos cerrados, las piernas cruzadas y estaba flotando algunos pies por encima del suelo. La mujer llevaba una túnica de seda decorada con intrincados dibujos plateados y un tocado de cristal violeta con unos magníficos cuernos curvos que rodeaban su cabeza. Tenía la piel pálida y el pelo oscuro, y sus rasgos le recordaron a Xu’sasar a la mujer que acompañaba a Daine en la jungla en llamas, Lakashtai, la sirviente de los demonios.
Aunque había poca cobertura en el interior de la sala, la luz verde del cristal era débil, no más fuerte que la luz de la luna. Convocando a los espíritus del escorpión y la pantera cambiante para ocultarse de su enemigo, Xu’sasar se deslizó al interior del monolito. El gigante de piel azul se volvió cuando entró, pero su mirada no la detectó.
Xu’sasar alzó el Diente del Vagabundo. La rueda de hueso no era una arma para el combate cuerpo a cuerpo y consideró las opciones que tenía. Los cuchillos gemelos eran el arma de su madre, el arma heredada, pero utilizar el Diente de esa forma le recordaba a las reliquias que había perdido para siempre, los recuerdos que nunca olvidaría. ¿La espada simple? ¿La cadena? ¿La rueda envenenada? Al final, se decidió por el largo diente, una pértiga con una afilada hoja en cada punta. En cuanto el pensamiento estuvo claramente formado en su mente, el Diente se transformó en su mano, y el hueso y el cuero adoptaron su nueva forma. El equilibrio era perfecto, y aunque tenía la apariencia del hueso, el peso del arma delataba una verdad más extraña. Xu’sasar sintió el entusiasmo de la batalla creciendo en su interior. Sostenía el diente de uno de los grandes espíritus. ¿Qué criatura mortal podía alzarse ante ese poder? Ahora era sólo cuestión de esperar el ataque. «Un estallido de fuego», había dicho Través. Se arrastró hacia donde pudiera ver las llanuras a la espera de la señal.
«¡Allí!». Un destello en la noche. Una llama llenó el monolito. No era sólo una señal, era una bola de fuego mortal, un cegador estallido de calor. La pared de llamas ardió hacia Xu’sasar, y ésta oyó los primeros gritos de los soldados.
«Tú tienes la capacidad de resistir las otras fuerzas que sean llamadas», había dicho Través. Por suerte para Xu’sasar, estaba en lo cierto. La noche y la oscuridad estaban unidas a su alma, y esa sombra tenía la fuerza de extinguir la magia menor. Las llamas se alzaban por encima de ella, pero se desvanecían antes de tocarla. Todo el aire a su alrededor era fresco y respirable.
El fuego místico duró sólo un segundo y se desvaneció tan rápidamente como había aparecido. Xu’sasar ya estaba en movimiento con la punta de su arma contra la mujer-demonio demorado. El golpe inicial atravesó el pecho de la mujer y le alcanzó el corazón. Los ojos violetas se abrieron, llenos de estremecimiento y dolor. Xu’sasar le dio una patada en el dorso y se valió de la fuerza del golpe para liberar su arma. Antes de que nadie en la sala pudiera reaccionar, Xu’sasar saltó a un lado e hizo girar el Diente contra la mujer. Ambas hojas cortaron su cuello y atravesaron carne y músculo con facilidad. La mujer no hizo un solo sonido. Cayó y la sangre regó el suelo.
¡Ojalá hubiera tenido tiempo para saborear su triunfo! Xu’sasar se volvió y escudriñó los alrededores. Los soldados humanos estaban esparcidos por el suelo, y aunque algunos trataban todavía débilmente de hacerse con sus armas, el hedor a carne quemada y ropa carbonizada le dijo todo lo que necesitaba saber.
Pero ¿dónde estaba el gigante? La criatura con cuernos no se veía por ninguna parte.
«¡Allí!». Flotando en el aire, parpadeante, pues su ensalmo de invisibilidad estaba desvaneciéndose. Estaba preparando su gran arco para lanzar una segunda flecha. La primera rozó las costillas de Xu’sasar y ni siquiera el amuleto vidente pudo bloquear el proyectil.
El fuego recorrió las venas de la elfa oscura: excitación, no miedo. ¡Por fin un enemigo a su altura! Giró hacia un lado y la segunda flecha se clavó ante sus pies. Estaba claro que el gigante tenía la intención de cansarla y de utilizar su capacidad de volar en su favor. Pero Xu’sasar había luchado contra los trineos de fuego de los sulatar, y un simple arquero no iba a acabar con ella. Al mismo tiempo que la bestia disparaba una tercera flecha con su arco, Xu’sasar saltó y la fuerza de los espíritus en el ambiente la transportó por los aires. Su arma refulgió a la luz verde, partió el arco del gigante y arrojó pedazos de madera por toda la sala.
—¡Espíritu oscuro! —gritó la bestia, y su voz estruendosa resonó por toda la torre vacía. Y con eso, volvió a desaparecer.
Xu’sasar sintió placer. Esa bestia tenía mucho que aprender. Se apoyó en el pilar de cristal, puso su arma en posición de guardia y cerró los ojos. La oscuridad era una de las armas de los qaltiar, y todo hijo de su tribu era enseñado a luchar sin la ventaja de la visión. Sonido, olfato, incluso la presión del aire se combinaron para hacer un cuadro de los alrededores. Oyó cómo una espada se deslizaba en su vaina y cortaba el aire. Vio al enemigo en su mente, y mientras éste saltaba hacia lo que creía un enemigo desprevenido, Xu’sasar se lanzó hacia adelante y esquivó el ataque.
El gigante se apareció de nuevo cuando su espada impactó contra el pilar de cristal. Chispas y fragmentos de vidrio saltaron por los aires. Ya en movimiento, Xu’sasar sintió entusiasmo cuando su arma atravesó cuero y piel, y se hundió en carne azul. La criatura gimió de dolor al mismo tiempo que se volvía hacia ella.
La batalla empezaba de veras.
El gigante no era un idiota, aunque tuviera la arrogancia de luchar en lugar de huir. Aprendía de cada herida y luchaba con más cuidado, valiéndose de su tamaño y envergadura para mantenerla a raya. Su fuerza era formidable. Un golpe franco con la espada sería devastador, y él lo sabía. Y lo que era peor, sus heridas se estaban curando. Mientras giraban formando círculos, Xu’sasar vio que los cortes de su espalda habían desaparecido. La piel que había bajo la armadura estaba intacta.
Xu’sasar sintió los primeros atisbos de miedo. No tenía miedo de morir. Pero ¿ser la última de los qaltiar y morir a manos de un gigante sin herir a su enemigo? Aquello sería una deshonra. Sin duda, tenía que haber una debilidad que podría explotar. Mientras bailaba alejándose de la espada del gigante, se dio cuenta de que tenía la cara quemada, que se había recuperado del ataque de su arma, pero no del fuego.
Entonces, llegó Través.
El forjado giró y la cadena en movimiento cantó en el aire con la bola dorada refulgente de luz, casi tan brillante como el sol. El gigante volvió la cara hacia su nuevo enemigo; parecía que Xu’sasar no mereciera su atención por haber sido incapaz de haberle infligido ninguna herida real.
Fue un error fatal. Con un pensamiento, Xu’sasar alteró la forma de su arma. La dura empuñadura de la pértiga se dividió en un centenar de eslabones de cadena. Con un rápido movimiento, atrapó la pierna del gigante con una espiral de hueso afilado. Pese a toda su fortaleza, la criatura no estaba preparada para el ataque y cayó al suelo. Cuando empezaba a levantarse, el mayal de Través impactó en su cara. El hueso se partió bajo la bola de oro, pero la fuerza física fue sólo parte del golpe. El brillo del mayal era resultado de un terrible calor, y el ataque partió la carne tras rasgar la piel. Dos golpes más y el gigante cayó inmóvil.
—Mis disculpas —dijo Través—. Sé que querías enfrentarte a éste, pero…
—La manada es más fuerte que el que caza solo —respondió Xu’sasar. Mientras hablaba, devolvió al Diente del Vagabundo la forma de rueda de hueso—. Gracias por tu ayuda.
Los otros llegaron al momento. Daine miró los cadáveres quemados y negó con la cabeza.
—Una mala forma de morir —dijo.
—Te aseguro que no habría sido imposible razonar con ellos —comentó Kin. Bajó la mirada hacia la mujer de violeta—. Tenemos suerte. Era sólo un recipiente en formación, no la anfitriona de uno de nuestros verdaderos enemigos. —Kin puso la mano en el pilar de cristal y cerró los ojos—. Sí, eso haremos —dijo—. Lo único que tenemos que hacer es dormir.
—Pero no estoy cansado —se quejó Daine.
—Mira en la bolsa que te dio mi señora —respondió Kin—. La botellita de fluido verde es una poderosa pócima para dormir. Bébetela. Través, Lei…, dependeréis de la compañera de Través para que os dé entrada en el sueño de Daine.
—Sí —dijo Través—. Dice que pongáis la mano sobre mi pecho.
Xu’sasar se acercó a Daine, que estaba buscando en el interior de la bolsa.
—Lamento no poder acompañarte en tu viaje —dijo.
—Ya has hecho tu parte, Xu —dijo Daine sin levantar la mirada—. Y la has hecho muy bien. Sólo Áureon sabe lo que esa mujer podría haber hecho si no la hubieras abatido.
—Cualquiera de vosotros habría hecho lo mismo.
—Es cierto —dijo, alzando la mirada—. Pero ninguno de nosotros hubiera podido. Me alegro de que estés aquí, Xu. Es bueno saber que alguien cuidará de nosotros mientras dormimos.
Xu’sasar cerró los ojos, inclinó la cabeza y le dejó seguir con su trabajo. Lei sacó mantas de su mochila mágica, y Daine y ella no tardaron en estar tendidos en el suelo, con Través entre ellos. Lei puso una mano sobre el pecho del forjado y, por un momento, se quedó rígida. Después se relajó.
—Cuando estés listo, capitán ——dijo Través.
Xu’sasar se arrodilló junto a Daine mientras éste se bebía la poción. Sus ojos perdieron el enfoque y sus párpados se pusieron a revolotear.
—Vuelve —dijo Xu’sasar, poniendo la palma de su mano en la de Daine—. No me dejes sola.
Daine le sonrió.
Y se quedó dormido.