Mientras cabalgaban hacia los campos del atardecer, los pensamientos de Lei eran un caos. Kin les llevó hacia el poniente. No había ningún camino que seguir, y se abrieron paso entre llores silvestres y rastrojos. El emisario les estaba esperando en la puerta principal con más regalos de la reina: mochilas de piel engrasada con hebillas de oro llenas de comida, bebida y salvias curadoras; y cinco caballos, hermosos corceles negros con crines plateadas y lunares blancos en el lomo.

Su mente regresó al momento de la despedida, a las palabras finales de la reina.

—Si queréis partir, no os entretendré más —había dicho Thelania—. Adiós, Daine. No nos veremos de nuevo.

—¿Y qué hay de Corazón Oscuro? —preguntó Lei. La voz de la dríada —«¡Libérame!»— todavía resonaba en sus pensamientos, y por eso se lo preguntó de nuevo.

—Su destino sigue unido al tuyo, Lei —dijo la reina—. Su destino está en tus manos, no en las mías.

En ese momento, Daine se llevó a Lei. En cuanto salieron de la sala, él le exigió una explicación acerca de las palabras de la reina.

—No quiero hablar de eso —había dicho ella, apartándose de sus manos—. Ahora no. No aquí. Sólo quiero salir de este lugar.

La batalla con el Hombre del Bosque, el asombro del Ocaso, el lujo del palacio, todo eso había ayudado a Lei a olvidarse por un tiempo de las visiones del río, y había estado contenta de que pudiera hacerlo. Las palabras de la reina demostraban, sin duda alguna, que aquello no había sido un sueño, que pronto tendría que enfrentarse a su pasado.

Kin prometió un viaje rápido.

—El portal que buscamos está en las Andas del Dormilón —dijo—. No está lejos de aquí. Llegaremos antes de que caiga la noche.

—¿Cae la noche aquí alguna vez? —dijo Daine al mismo tiempo que montaba en su caballo.

—No —dijo Kin—. Pero no está lejos.

Durante un rato cabalgaron en silencio, y Lei trató de no pensar en nada y de impregnarse de la belleza de los campos. Sus compañeros tenían otras ideas, y pronto Daine y Través retrocedieron para cabalgar a su lado.

—¿Necesitas respuestas? —espetó ella—. ¿Tú necesitas respuestas? ¿Crees que yo no quiero respuestas tanto como tú?

—¿De modo que no tienes ni idea de lo que estaba hablando? —dijo Daine—. ¿Tu vínculo con el bastón? ¿Oír voces de gigantes muertos?

—Yo… —Lei negó con la cabeza.

—Lei —dijo Través—, no deseo aumentar tu malestar, pero esas afirmaciones tenían algo de lógica. Tú preguntaste por qué Lakashtai golpeó a Daine cuando, en realidad, quería manipularte a ti. Si lo que ha dicho la reina es cierto, no podía tocar tus sueños. Daine era el único de nosotros al que podía amenazar.

—Eso me hace sentir mucho mejor —dijo Daine entre dientes.

—Aparte de eso, he estado pensando en Harmattan —prosiguió Través—. Quizá hay otras razones por las que no te mató. En Karul’tash te llamó «hermana»…

—Lo sé —dijo Lei—. Habló conmigo mientras vosotros explorabais. «No es culpa tuya que te forjaran con carne en lugar de metal», dijo. Pensé que era una metáfora. Creí que le diría lo mismo a cualquier humano. Pero ahora…

—No lo entiendo —dijo Daine—. ¿Qué eres?

—¿Qué soy? Soy la mujer a la que has besado esta mañana, ¿o es que lo has olvidado?

—No —dijo Daine, buscando las palabras—. Quiero decir que…

La ira de Lei había ido creciendo y ahora se desbocó. En realidad, no estaba enfadada con Daine, pero necesitaba dirigir su furia, su confusión, contra alguien.

—¿Así que ahora soy un monstruo? Soy de carne y hueso, Daine, y no sé más que tú qué significa esto. Cuando me caí al río, vi a mis padres…, vi a mis padres hablando de matarme, como si fuera un experimento fracasado. —Se llevó la mano a su Marca de dragón—. ¡Vi cómo me marcaban como a una res!

Ahora habló Través.

—De modo que tu Marca de dragón es fal…

—¡No lo sé!

El miedo, la furia y la inseguridad habían llegado a su máximo. Durante toda su vida se había definido cono una hija de Cannith, una de las más jóvenes portadoras de la Marca de los hacedores. Cuestionar su humanidad era algo tan grande, tan impensable, que le hacía difícil hacerse una idea. Su Marca de dragón era su identidad. Se revolvió en la silla para mirar a Través, y en ese momento toda su ira estalló.

Través se convulsionó, su cuerpo se agitó, después se quedó rígido y cayó de la silla.

«Dios mío… ¿qué he hecho?».

Tiró de las riendas de su caballo y saltó de la silla. Daine era mejor jinete y ya estaba arrodillado junto a Través.

—¡Través! —gritó Daine. Miró a Lei—. Está inerte. No veo ningún daño.

—Es interno —dijo.

Mientras se arrodillaba a su lado sabía ya lo que había sucedido. Mientras su ira crecía, había visto la red vital de Través en su mente, había sentido ese patrón y había arrojado toda su furia contra él. Algo así era imposible. Debería haber tenido que tocarle para causarle ese daño.

Se arrodilló junto a Través, pero no le tocó. En lugar de eso, visualizó su red vital y encontró su espíritu como había hecho en la batalla con el Hombre del Bosque. El patrón se apareció en su mente y le estremeció ver el daño que había en él.

—¿A qué estás esperando? —dijo Daine—. ¡Arréglalo!

Lei bloqueó su voz, expulsó todo el ruido y todo el caos de sus sentidos. El patrón de Través se convirtió en su mundo y empalmó roturas y tejió de nuevo las hebras. Y terminó. El mundo regresó a ella, Daine gritando, Xu’sasar y Kin observando, perplejos.

Y Través se sentó.

—¿Qué ha pasado? —dijo. Se detuvo, sin duda para escuchar su voz interior—. Me has atacado —le dijo a Lei.

—No quería hacerlo —dijo ella—. Ni siquiera sé cómo lo he hecho, Través. Hay un vínculo entre nosotros. Puedo sentirte.

—¿Cómo es posible?

Otro recuerdo destelló en la mente de Lei: la visión que había tenido al atacar por primera vez a Través, una serie de redes vitales vinculadas, sus padres comparando los patrones.

—Creo que Harmattan tenía razón. Somos familia. Creo que Fuimos creados al mismo tiempo, y que ese vínculo… Mis padres debieron hacer esto.

—Eso es una locura —dijo Daine, tendiendo el brazo y cogiéndole la mano—. Lei, lo siento. No soy bueno con las palabras. Nada de esto ha salido como quería. No eres un monstruo. Eso es todo. No eres…, no eres un Forjado. Eres humana. Esta mujer está jugando contigo, como Lakashtai hizo conmigo.

—No, Daine —dijo Lei—. Alguien está jugando conmigo, pero no es Thelania. Ya oíste a esa serpiente. Dije que nací en el útero de mi madre y me respondió que estaba equivocada. Y me enseñó la verdad.

—Te enseñó algo —dijo Daine—. ¿Cómo sabes que era la verdad?

—Lo sé —dijo Lei—. I odo cuadra. Ese sahuagin, Thaask. Harmattan. Las visiones del río. Esa vez que casi morí… Sentía mi varita sanadora, incluso mientras agonizaba. Debería haber estado inconsciente, pero algo activó la varita. Me hice volver.

—Eso no lo sabes.

Lei se miró la mano. Su meñique, arrancado por Harmattan en las junglas de Xen’drik.

—Dame tu daga —dijo.

—¿Qué?

Tendió el brazo y sacó la daga de Daine de su cinturón.

Antes de que él pudiera detenerla, se pasó el filo por la palma de la mano.

De la herida salió sangre.

—Mira —dijo Daine—. Sangre. Eres…

Una vez más, Lei expulsó las visiones y los sonidos que la rodeaban. Esa vez no era a Través a quien buscaba. Esa vez buscaba en su interior. En una ocasión, había soñado con su madre, en lo que ahora sabía que era el taller oculto de León negro. Aleisa estaba encima de ella, estudiándola y comparándola con un patrón que sostenía en la mano. Ahora Lei buscó ese patrón…

Y lo encontró.

Era distinto de cualquier red vital que hubiera visto antes. El forjado contenía materia en forma de madera y raíces, pero eran objetos inanimados que obtenían la vida por medio de la magia. Ese patrón… El cuerpo era carne y sangre, pero la maga estaba también allí, en cada vena y en cada músculo.

«¿Cómo empezó todo esto?», se preguntó. Era una niña. «Crecí en la casa. ¿Nací? ¿O me hicieron con materias primas?». Recordaba las palabras de su madre, en los últimos momentos de la visión del río: «Que mi sangre fluya a ti una vez más».

Estudió el patrón más de cerca. «¡Ahí!». Era tan pequeño que apenas podía verlo, pero allí estaba el corte en la palma de su mano. Concentrándose, trató de devolver la pureza al diseño. Reparar un daño menor como ése en Través habría sido un momento. Pero aquello era una batalla. Nunca había visto una red más rara que aquélla. Pero lentamente, muy lentamente, se rehízo.

Abrió los ojos.

—… sangrando —estaba diciendo Daine.

El corte había desaparecido y sólo quedaban unas cuantas gotas de sangre para mostrar que allí había habido una herida.

—Lei —dijo Través—, ¿cómo has hecho eso?

—Todo es cierto —dijo—. No soy humana.

Las palabras parecieron vacías. Su ira se había desvanecido y lo único que sentía era cansancio. Cayó de rodillas. Las flores silvestres le rozaban el pecho.

—Me da igual. —Daine cayó al suelo a su lado y le volvió la barbilla para que le mirara—. Forjado, humana, con Marcade dragón o sin ella… Me da igual que seas un duende, Lei. No me importa qué eres. Sólo me importa quién eres. —Tenía las manos en sus hombros—. Te quiero, Lei.

Ella le besó y, en ese momento, él fue el mundo. Cuando se separaron, sintió que estaba llorando.

—No sé qué significa esto —dijo ella.

—Lo descubriremos juntos —respondió Daine.

Ella asintió, y las lágrimas recorrieron sus mejillas. Miró a Través y tendió su mano hacia lo alto. El forjado la ayudó a ponerse en pie.

—Través, no sé qué decir.

—No hay nada que decir. Daine tiene razón. Parece que todos tenemos misterios que resolver. No importa qué nos depare el futuro, estaré a tu lado.

Lei asintió, secándose las mejillas.

—Gracias, hermano —le dijo a Través.

Se volvió hacia Daine, y las palabras de la dríada volvieron a ella: «Tenes la vida. Tienes el amor, si es que dispones del coraje necesario para atraparlo».

—Esto es muy conmovedor, pero el futuro no deparará nada si nos quedamos aquí lloriqueando —dijo Kin—. Las Andas están al otro lado de la colina. Damas y caballeros, ¿creéis que podéis contener vuestras emociones hasta que hayáis salvado vuestro mundo?

Lei ignoró al guía con la mirada todavía puesta en Daine. Él estaba sonriendo, y había en sus ojos una alegría que ella no había visto nunca.

—Daine… —empezó.

—¡Chsss! —dijo, cogiéndola de la mano y llevándola a su caballo—. Habrá tiempo para nosotros más tarde. Ahora, nos espera Riedra.

Por primera vez aquel día, Lei sintió cómo desaparecían todas sus preocupaciones. Y aunque su corazón estaba jubiloso, un recuerdo emergió a la superficie y le provocó un escalofrío. Su padre, en el corazón de León negro.

«Es la cosa más peligrosa que hemos creado jamás».

¿Qué quería decir?