El gran salón del Ocaso era una visión imponente. A cada lado se alzaban pilares de mármol verde envueltos en delicadas matas de hiedra hechas de oro puro. Estrechos torrentes manaban a ambos lados del pasillo, y el aire resonaba con los sonidos de agua y música espectral. Grillos violinistas tocaban en las sombras, y pequeños hombres con alas de mariposa hacían sonar flautas y gaitas suspendidos en el cielo. El techo abovedado estaba pintado con la imagen del cielo rosado del Ocaso y, aunque era estático, brillaba con una luz interior.
Través nunca había visto un espectáculo semejante. Había pasado su vida en el campo de batalla, con poco tiempo para las torres de los señores o los barones portadores de Marcas de dragón. A pesar de sus esfuerzos, todavía tenía problemas para ver el sentido de cosas como la hiedra de oro o las paredes pintadas. Muchos decían que los forjados carecían de la habilidad para apreciar el arte. Pero no era tan sencillo. Para Través, la belleza estaba en la función. Un arco bien hecho, un escudo sólido: esas cosas inspiraban admiración y respeto en Través. La finalidad de un edificio era proteger y defender. Las decoraciones extravagantes eran innecesarias.
Cruzaron el salón de banquetes, donde había una mesa a la que podían sentarse un centenar de comensales. Parecía que su anfitriona deseaba una experiencia más personal, pues el inmenso mueble estaba vacío. Entraron en una sala mucho más pequeña. Una mesa oval dominaba el centro de la habitación, y en ella había copas de cristal y grandes platos ocultos bajo tapas de plata. Un gran candelabro colgaba del techo, o al menos eso parecía al principio. A medida que se acercaron a la mesa, Través fue observando que era una compleja suma de cientos de puntos de luz suspendidos en el aire sin ningún sostén. Las luces se reflejaban en la superficie de la mesa de ébano pulido y creaban la ilusión de un cielo estrellado.
—¡Sentaos, por favor! —gritó Kin.
Xu’sasar se sentó junto a Daine y Lei delante de él. Través se puso detrás de Lei y se cruzó de brazos.
—¡Maestro Través, siéntate! —dijo Kin.
El singular cortesano señaló el asiento junto a Lei y Través se dio cuenta de que era bastante más grande que los demás, como si hubiera sido preparado para alguien de su altura o su peso.
—No como ni bebo —dijo—. Y mis piernas no se cansan.
—Quizá no hayas comido en el pasado —dijo Kin—, pero harías bien en probar nuestra comida. Y sería un insulto para su majestad que te quedaras de pie junto a su mesa. Por favor.
—Venga, Través —dijo Lei, empujando la silla—. No querrás dar una mala impresión.
—Como desees.
Través se sentó en el asiento que le ofrecía. Como había pensado, era del tamaño justo. Se preguntó acerca de las palabras de Kin. ¿Probar su comida? Través no tenía estómago. No podía consumir alimentos aunque quisiera.
—Por favor, servios comida y bebida —dijo Kin—. Os prometo que no os hará ningún daño. Mi señora sólo quiere que cojáis fuerzas para el viaje que os espera.
—¿Lei? —dijo Daine.
Través advirtió la incomodidad que había entre los dos. Lei no había mirado a los ojos a Daine desde que habían salido de los baños. Había ira en ella, pero todavía tenía demasiadas emociones en conflicto, cosas que estaba reprimiendo. Por el momento, estudió a Kin, sopesando sus palabras.
—Le creo —dijo al fin—. Comamos.
Daine descubrió su plato.
—¿Es esto gorgona? —dijo sorprendido—. ¡No he comido gorgona desde que tenía nueve años! Y esta salsa…, vino tinto y setas. Era el plato preferido de mi abuelo.
Lei se sirvió en su copa de la botella que había junto a su plato y parpadeó ante el vapor ascendente.
—Tal de raíz negra —dijo—. Con miel ya mezclada. —Descubrió su plato y sus ojos se asombraron ante la variedad de carnes y verduras que había en él.
«Nada de esto es lo que parece —informó Shira a Través—. No es peligroso —añadió antes de que pudiera formular la pregunta—. La comida y la bebida están hechas de pura energía mágica, y fortalecerán los cuerpos y la mente de las criaturas que las consuman. Puedes comer. Será absorbida por la red de energía que te da vida».
«Muy bien», pensó Través. Después de años viendo cómo comían los demás, sintió una cierta excitación con la idea de comer él por vez primera. Apartó la tapa de plata. El plato hondo estaba lleno de una pasta sin calor, Si desprendía olor, era demasiado sutil para sus sentidos.
Gachas.
Su botella resultó estar llena de agua. «Los demás están comiendo lo mismo —observó Shira—. La magia responde a tus recuerdos, y tú no tienes recuerdos agradables a los que recurrir».
Través probó una cucharada de gachas. No tenían sabor, pero la predicción de Shira era correcta. La materia parecía disolverse en su boca. Mientras seguía comiendo, sintió fortaleza y confianza. Era difícil de precisar, pero no se había sentido tan bien desde que habían partido hacia Xen’drik.
Durante un rato, cenaron en silencio. Habían pasado mucho tiempo sin comer, y los compañeros de Través estaban en éxtasis por aquellos platos. Cuando terminaron, una nueva figura entró en la habitación. Pareció que el resto de la luz se apagara y que ella fuera la única iluminación de la sala. La constelación chisporroteante siguió allí, pero las pequeñas ascuas quedaron eclipsadas por la recién llegada. Era inconfundible. La reina del Ocaso había llegado.
La dama tenía los rasgos de un elfo, pero era más alta que Través. Su vestido era una maravilla, un espejo del cielo. Estaba bordado con oro puro y los dibujos tejidos en el dobladillo ardían con una luz interior. La falda era del tono rosado de las nubes del atardecer, mientras que los colores cambiaban en los varios azules de una noche nubosa por encima de la cintura. Una red de gemas brillaba en su largo pelo negro, y llevaba una diadema de plata con una luna creciente sobre la frente. La belleza significaba poco para Través, puesto que no tenía ninguna respuesta biológica a cosas como ésa. Pero Thelania trascendía la biología. Había una perfección en su forma que hizo pensar a Través en una espada perfectamente equilibrada. Su belleza era una fuerza elemental, y el forjado pudo sentir el poder de su presencia, una emoción que le recorrió cuando la miró. Través esperó que Shira identificara lo que le estaba pasando, pero su compañera se quedó en silencio.
—Bienvenidos. —La voz de la mujer era pura música. Aunque tuvo poco impacto en Través, éste advirtió su poder sensual en la reacción de Daine—. Tenemos muchas cosas de que hablar y muy poco tiempo.
—¿Y de qué tenemos que hablar? —Lejos de sentir pavor por esa belleza sobrenatural, Lei parecía enfadada—. ¿Acaso sabes quiénes somos?
Thelania no dio ninguna muestra de ira ni de emoción. A pesar de su belleza, había algo extrañamente inhumano en ella; sus rasgos tranquilos no dejaban traslucir ningún pensamiento.
—Sé más de lo que puedes imaginar, Lei, sobre el pasado de la casa Cannith. He estado observándote durante toda tu vida. Y conozco el desastre que provocaste en Xen’drik, aunque no fueras consciente de ello.
A Lei se le sonrojaron las mejillas, pero fue Daine quien habló en primer lugar.
—¿A qué te refieres?
—Hablo de la Oscuridad onírica, la fuerza que os ha utilizado desde el día en que llegasteis a Sharn. Durante decenas de miles de años ha estado atrapada en las pesadillas, a la espera de su propia destrucción. Ahora le habéis dado la llave para escapar de la cárcel y arrasar vuestro mundo.
—¿Nosotros hemos hecho eso? —dijo Daine—. ¿Cuándo?
—La luna… —Lei respiró con la mirada distante.
La reina de fantasía sonrió, pero no hubo calidez en su expresión; era una sonrisa de un adulto indulgente celebrando la deducción de un niño.
—Bien hecho, Lei. No es tan sencillo, pero has comprendido el corazón del asunto. En eras pasadas las gigantes de la tierra de Xen’drik se encontraban en guerra con Dal Quor, el plano de los sueños y las pesadillas. Un conflicto inoportuno, alimentado por la arrogancia de un lado y la desesperación del otro. Cuando los artesanos mágicos de Xen’drik se dieron cuenta de que no podían ganar esa guerra, buscaron otro modo de ponerle punto final, ignorando las consecuencias a largo plazo.
Xu’sasar la interrumpió.
—Cuando el ejército de horrores desgarró el velo del mundo, los poderosos arrancaron una luna del cielo y utilizaron su poder para hacer retroceder a sus enemigos a la oscuridad de la mente, donde pronto fueron olvidados.
—Hay algo de verdad en las leyendas de tu pueblo, hija de la noche —dijo Thelania.
Alzó la mano y las luces de encima de la mesa se movieron; lo que al principio parecía un candelabro era ahora una masa de chispas vivas que obedecían a la voluntad de la reina. Formaron trece orbes brillantes que daban vueltas alrededor de una esfera central, más grande.
—Hay un vínculo entre las lunas y los planos de existencia, aunque no es fácil de explicar. En el arsenal planar de Karul’thash, los gigantes sacrificaron la luna para romper la órbita de Dal Quor, partiendo su vínculo con Eberron e impidiendo a sus habitantes que pusieran sus pies en el mundo. —Movió bruscamente la mano y una de las esferas explotó con un estallido de luz—. El orbe que reconstruiste es una ancla, una representación de luna y plano. Ahora está intacto una vez más, y en manos de la Oscuridad onírica. Se está formando un ejército que está más allá de lo que vuestro mundo ha visto en su era, y vuestro pueblo no tiene le poder de los gigantes de antaño.
—¿Qué hay de los dragones? —dijo Lei—. Sin duda, los dragones de Argonnessen tienen más poder del que jamás tuvieron los gigantes.
—Ciertamente. Y si desatan ese poder en la batalla, destruirán con ello la humanidad, como insectos esparcidos antes de una tormenta. Fueron los dragones quienes finalmente destruyeron Xen’drik, y si Khorvaire se convierte en su campo de batalla, estáis condenados, de modo que es vuestra responsabilidad ir a Dal Quor y destruir el cristal lunar antes de que la Oscuridad onírica abra sus Puertas de la Noche.
Daine apartó la silla y se puso en pie.
—Nos has ofrecido una bonita mesa, pero tus historias no se tienen en pie. Esto carece de sentido. Si todo lo que esas pesadillas necesitaban era encontrar a alguien que arreglara esa esfera, ¿por qué no lo hicieron hace miles de años?
La singular reina se mantuvo impávida ante el estallido de Daine.
—La luna de cristal es un producto de una era olvidada, de una magia que la humanidad no domina. Hasta los gigantes que crearon la esfera estaban tratando con poderes que no llegaban a comprender y no podrían haberla reparado. La esfera fue hecha para ser destruida, no para ser reconstruida. Es como si vertierais vino en el mar y tratarais de recuperarlo. Es una tarea imposible…, excepto para Lei.
—Eso es ridículo —dijo Lei, poniéndose en pie—. Todavía estoy aprendiendo el arte del artificio. Ni siquiera domino las técnicas del quinto círculo. Hay cien herederos en la casa más habilidosos que yo…
—¡Chsss! —dijo Thelania, y era una orden.
Mientras Shira le advertía del uso de magia, Través sintió una oleada de calma en sus pensamientos y vio cómo Daine y Lei se relajaban.
—Siéntate —dijo la reina, ocupando su lugar en la cabecera de la mesa— y sigamos. Lei, dices la verdad. Hay muchos en tu casa más habilidosos que tú. Pero tu naturaleza te permite tocar la magia de un modo en que no puede hacerlo ningún humano.
—¿Humano? —dijo Daine. El efecto tranquilizador mantuvo su voz calma, pero no pudo detener su interés.
Través estaba pensando lo mismo. Los recuerdos destellaban en su mente. «Hasta podría perdonarte a ti y a la hermana Lei», había dicho Harmattan. En ese momento, Través había pensado que era una forma de hablar, pues todos ellos eran hijos de la casa Cannith. También había otro recuerdo, una visión que había visto estando al borde de la muerte, un sueño que podría haber sido el momento de su creación. «Protege a mi hija», había dicho una mujer. Lei. Una niña. Una niña que había estado tendida en una losa junto a la suya.
—¿Soy… un forjado? —dijo Lei.
—No —dijo Thelania—, pero tampoco eres humana. Eres una criatura de magia y carne, una mujer de dos mundos. Pero no es el momento de hablar de tu futuro o de tu pasado. Os he traído aquí para guiaros por el camino que tenéis por delante, para que podáis deshacer el mal que habéis hecho.
—¿Por qué nosotros? —dijo Daine—. Tú misma has dicho que no somos tan fuertes como los gigantes. ¿Por qué no lo arreglas tú, y nosotros nos encargamos de la próxima?
—No puedo. Los señores y señoras tienen un gran poder en Thelanis, es cierto. Pero hay un delicado equilibro entre planos. Todos somos un aspecto de vuestra realidad. Sueño y pesadilla son otra hebra en el tejido, una hebra que no está a nuestro alcance. No podemos utilizar nuestro poder contra Dal Quor sin consecuencias catastróficas, incluso peores que si la Oscuridad onírica toma vuestro mundo. Pero vosotros sois hijos del mundo mortal, y tenéis un lugar en cada plano.
—Pero sólo somos cuatro —dijo Través—. ¿No tendría más posibilidades de éxito un ejército?
—Estáis empezando a agotar mi paciencia —dijo la reina—. Un ejército no podría entrar en Dal Quor inadvertidamente, ni podría enfrentarse al poder de la Oscuridad onírica en la región de los sueños. Hay otros héroes en vuestro mundo, pero cada uno de ellos tiene su camino, su propio destino. Vuestros viajes os han preparado para esta tarea de un modo del que todavía no sois conscientes. Hay una red de destino que los dragones llaman profecía, y es responsabilidad vuestra enfrentarse a ese reto.
Daine dio un puñetazo sobre la mesa y despertó la atención de todos. Señaló la botella que tenía delante.
—Señora, si quieres que la gente siga tus historias, no deberías servir aguamiel duende con las comidas. Iré al grano. Lakashtai nos engañó y utilizó mi debilidad para que Lei hiciera lo que ella quería.
—Con la ayuda de otros, sí. Lakashtai es una emisaria de un ejército de espíritus malevolentes.
—¿Y ahora todos esos espíritus van a venir a Eberron?
—Ése es el menor de mis miedos. Dal Quor ha variado su órbita. Creo que la Oscuridad onírica trata de fusionarse con Eberron y convertir vuestro mundo en una pesadilla viviente.
—Bien —dijo Daine—. No me importa cómo has sabido todo esto. Si sigo tu camino, ¿encontraré a Lakashtai al final?
—No puedo ver lo que sucede en Dal Quor, Daine. Pero sospecho que si encontráis la luna de cristal, encontraréis a Lakashtai a su lado.
—Entonces, dime dónde está —dijo Daine—, porque esa mujer va a pagar por lo que ha hecho.
—Cada vez que sueñas, tocas Dal Quor —dijo Thelania—. Pero en este momento te enfrentas a demasiados retos. El puente de sueños sólo te lleva al borde del reino y deja tus pensamientos distantes y desperdigados. Por lo tanto, raramente puedes recordar tus sueños o controlar totalmente tus acciones. Además, en este estado fracturado serías incapaz de infligir ningún daño duradero a los habitantes del reino. Tienes que soñar con alcanzar Dal Quor, pero debes soñar con un lugar en el que las paredes entre los dos mundos sean lo más delgadas posible.
Aunque Shira no estaba compartiendo sus pensamientos con Través, sintió su absoluta atención. Través formuló una pregunta en su cabeza, pero no recibió ninguna respuesta.
—Estás hablando de zonas manifiestas —dijo Lei—, lugares donde los planos se fusionan. Lo mismo que esperaba poder utilizar para volver a Eberron. Pero no hay muchas zonas manifiestas que conecten con Dal Quor.
—No, ahora —respondió Thelania—. La obra de los gigantes rompió todos los vínculos, excepto los formados en el sueño. Pero los espíritus de Dal Quor han estado trabajando para restaurar estas conexiones durante siglos. En el reino que conocéis como Riedra, los sirvientes de los quori han construido monolitos de cristal y hierro. Esos monumentos son en sí mismos anclas que unen los planos.
—¿Quieres que declaremos la guerra a Riedra? —dijo Daine. Se sirvió otra copa de espeso aguamiel y se bebió la mitad de un solo trago.
—En absoluto. Estabilizar los planos de este modo es obra de centurias, y no todos los que construyen los pilares tratan de hacerle daño a vuestro mundo. Es un reto para héroes de otra era. La luna de cristal hace todo esto irrelevante y da a poderes agresivos del momento la oportunidad de atacar.
Daine se acabó su bebida.
—Entonces ¿qué hacemos hablando de esto?
—Porque si queréis llegar a Dal Quor, tenéis que dormir dentro de uno de esos monolitos. Sólo allí estaréis lo suficientemente cerca como para llegar al plano.
Lei negó con la cabeza.
—¿Quieres que vayamos a Riedra?
—Sí. Mi dominio toca vuestro mundo por muchos lugares y hay muchas puertas que podéis utilizar cuando la luz del Ocaso golpee el suelo. Cuando hayamos terminado todo esto, Kin os mostrará el camino. Cuando volváis a dormir, deberá ser en el monolito riedrano…, si sobrevivís al viaje, por supuesto.
Algo había molestado a Través durante la conversación, y ahora afloró a su mente.
—Has dicho que el viaje requiere dormir. Ni Xu’sasar ni yo dormimos.
Thelania volvió a sonreír.
—He dicho que habría muchas dificultades, más de las que imagináis, porque Lei tampoco sueña.
—¿Qué? —gritó Lei. Parecía que la magia tranquilizadora se estaba evaporando—. ¿De qué estás hablando? Sueño cada noche.
—No, hija, no. Sólo crees que sueñas. Tus visiones no son el resultado de un viaje espiritual. Son fabricadas en tu interior, juntadas con recuerdos y semillas que has llevado durante mucho tiempo.
—¡Estás mintiendo! ¡Yo no…!
—En Karul’tash, te topaste con una sala llena de miles de esferas. ¿No oíste las voces de esas esferas susurrándote?
—Sí —dijo Lei. Su furia dudó.
—En sueños, los gigantes son más vulnerables a sus enemigos, así que trataron de crear sueños artificiales, un santuario para el espíritu por las noches. Lo mismo ocurre en tu caso, y por eso pudiste tocar esos falsos sueños. Tus visiones tienen la apariencia de sueños, pero no son más que una máscara. Tú nunca has visto Dal Quor.
—Pero…
Lei apartó la mirada. En los ojos le brillaban lágrimas y la mente de Través se llenó de preguntas. ¿Qué significaba eso? ¿Qué era ella?
—Lo que significa que tengo que hacerlo yo solo —dijo Daine.
—No —respondió Thelania—. Ya te lo he dicho, Daine, tu viaje te ha preparado para el destino que te espera. Tienes el puente que necesitas para tus compañeros. —Se volvió hacia Través. Su sonrisa era gélida—. Se llama Shira.
—Explícate —dijo Través. Era al mismo tiempo palabra y pensamiento, pero la reina respondió a Shira.
—El reino de Dal Quor, el mundo de los sueños, experimenta los ciclos de cambio y renacimiento —dijo Thelania—. Estos ciclos pueden durar decenas de miles de vuestros años, y ni siquiera yo sé qué los provoca. Cuando los gigantes de Xen’drik abrieron una brecha en las barreras entre planos, lo seres de Dal Quor supieron que su era había terminado y buscaron alguna forma de preservar sus espíritus. Su guerra con Xen’drik fue un acto desesperado, un intento de huir del barco antes de que se hundiera. Pero creyeron que los que cruzaran la barrera físicamente seguirían vinculados al plano de los sueños y sufrirían su condena, de modo que experimentaron con formas de cortar los vínculos entre sueño y realidad, para dar al espíritu una ancla en este mundo. Tú llevas contigo uno de esos supervivientes: el espíritu Shira, un refugiado de un mundo perdido para siempre.
«¿Es eso cierto? —El pensamiento de Través era una exigencia—. Dímelo o te arranco de mi pecho».
«Sí. —El conocimiento asomó a la superficie. Como todas las comunicaciones de Shira, pareció que lo supiera desde mucho antes—. Dice la verdad. Soy de Dal Quor».
«¿Por qué? —pensó Través—. ¿Por qué no me has dicho qué eras? ¿Por qué permitiste que Lakashtai nos traicionara?».
«No conocía sus intenciones. No sabía que estabais en peligro. Comprende esto: Dal Quor era mi casa. Supe que Lakashtai era un espíritu de mi tierra y reconocí la finalidad del orbe que Lei reparó. Pero en mis recuerdos, Dal Quor es un mundo de luz, un lugar bello. Esa Oscuridad onírica habla de cosas que no significan nada para mí. He estado atrapada en sombras durante milenios, Través. Debería haber sabido que mi mundo no existía. Pero no quería lo que lo había sustituido. No quiero ser la última de mi especie».
«De modo que… ¿eres un espíritu de Dal Quor? ¿Una criatura como Lakashtai?».
«Tal vez tengamos un origen común, pero no soy como ella, al igual que tú no eres como Harmattan».
Través no supo qué decir o qué pensar.
«Así pues, para ti soy un cuerpo anfitrión de la misma forma que Lakashtai llevaba un cuerpo de carne».
«No. Ya te lo dije. A ti y a mí nos hicieron juntos. Para ser uno».
Través reprimió todo pensamiento y se obligó a escuchar la conversación. Estaba participando Lei, con los ojos perdidos en el pensamiento. Para ella, el reto intelectual era un refugio del miedo y la duda.
—… ella tiene un vínculo natural con Dal Quor, siendo del plano —dijo Lei.
—Correcto —respondió Thelania—. Es un vínculo que ha roto, pero que puede volver a forjarse.
—Y ha sido diseñada para conectar con forjados…, con Través. Estás diciendo que puede permitir que Través sueñe por medio del espíritu de ella.
«¿Es cierto?», pensó Través.
Hubo duda. «Sí».
«¿Por qué no me lo has dicho?».
«No me ha parecido que fuera necesario».
—¿Dónde me deja a mí todo esto? —dijo Lei.
—Sólo has empezado a reconocer tu verdadero potencial, hija. Recuerda cómo te sentiste cuando tocaste por primera vez la esfera que Través lleva en el pecho, cuando reparaste sus daños. Llegado el momento, debes volver a tocar la esfera y dejar que os guíe a los dos.
—¿Cómo sabes todo esto? —exigió Lei—. ¿Cómo puedes saber lo que he hecho, lo que he sentido?
—Porque es mi naturaleza —dijo Thelania—. Ése es mi dominio. Tú sabes de los trece planos, hija. Reinos de orden y caos, vida y muerte, sueños y locura. Pero ¿qué es Thelanis?
—La Corte de las Hadas —respondió Lei.
—El dominio del vidente. Pero ahora hablas de los habitantes del reino, no de la naturaleza primaria del plano. ¿Qué son los videntes?
—No…, no lo sé —reconoció Lei.
—Somos mágicos, somos misterio. Somos el atractivo de lo desconocido, la promesa de un cuento contado por una madre. Veo cómo se desarrollan las historias y conozco los secretos que dan forma a las vidas de los héroes, y los caminos que vuestras vidas tomarán. Ésta no es la primera vez que hemos hablado, y si seguís con vida, no será la última.
—¿Llamaviento? —dijo Daine.
—¿Qué pasa con ella?
—Daine sin apellido. Así me llamó. Cuando Kin nos ha traído aquí, ha utilizado las mismas palabras. ¿Eras tú?
Thelania sonrió y ahora fue una señal de orgullo, una artista satisfecha con su obra.
—Tengo muchos ojos en el mundo, Daine, y muchas voces para hablar en mi nombre. Un oráculo es un canal para el conocimiento, pero ese conocimiento debe proceder de alguna parte. Sí, Llamaviento portaba mi mensaje, como la cosa extraordinaria del agua.
—¿Y qué sacas tú de esto? —dijo Lei.
—No soy amiga de Dal Quor. Y si las pesadillas arrasan vuestro mundo, temo el impacto que tendrían en Thelanis. Te lo he dicho, Lei, somos el material con el que se hacen las leyendas. ¿Qué pasa cuando no quedan historias por contar?
Lei negó con la cabeza.
—No, reina del Ocaso. ¿Qué ganas tú con esto? —Metió la mano bajo la mesa y sacó su bastón de maderaoscura. La cara tallada era una máscara de la aflicción—. He conocido a otra persona que aceptó tu ayuda y ya ves lo bien que le fue.
—¿Creerás todo lo que te he dicho, Lei? ¿Y si te dijera que todo lo que he hecho por Corazón Oscuro lo he hecho por ti? Si el bastón no hubiera llegado a tus manos, habrías muerto en el subsuelo de Sharn.
—¿Así que sólo quieres ayudarnos? Entonces, libérala. —Lei golpeó la mesa con el bastón.
Thelania volvió a sonreír. Había peligro en sus ojos.
—No te atrevas a darme órdenes en el centro de mi poder, hija —dijo—. Corazón Oscuro todavía tiene un papel que desempeñar.
—Pues no te ayudaré —dijo Lei—. No vamos a ser tus títeres.
La reina se rió. El sonido resonó en toda la sala; era el sonido del último momento de luz, cuando el sol se desliza por debajo del horizonte.
—Es muy tarde para eso, Lei. No os estoy pidiendo esto como un favor. No estoy negociando con vosotros. Os estoy ofreciendo la posibilidad de salvar vuestro mundo de un horror que vosotros habéis desatado. Eres más sabia de lo que creía, pero no eres una reina.
Un escalofrío se había posado en la habitación y la luz se había desvanecido. La piel de Thelania era más pálida, casi luminiscente, y las gemas de su cabello brillaban como estrellas. Ahora su belleza poseía una oscuridad que había estado oculta hasta entonces; habían visto el sol, pero el ocaso también alberga sombras.
—Puede ser que te sorprenda —dijo Lei, recogiendo el bastón—. A veces una marioneta puede ganar la partida.
—Ya basta —dijo Daine—. Tiene razón, Lei. Tú lo has dicho antes: Lakashtai es responsabilidad nuestra. Corrijamos nuestros errores. Pero déjame decir esto, majestad… —Daine se puso en pie y se llevó la mano a la espada—. Por lo que yo sé, puedes ser todopoderosa en este lugar. Quizá sepas todo lo que hemos hecho o haremos. Si es así, sabes qué estoy pensando. Cuando todo esto termine, no quiero ver otra vez uno de tus ojos o de tus agentes.
Thelania inclinó la cabeza.
—Te doy mi palabra, Daine. Así será.
—Entonces, terminemos con esto. Has dicho que nos mostrarías el camino.
—Sí. Kin conoce muchos caminos hacia vuestro mundo, y os llevará hasta Riedra. Desde vuestro punto de entrada, debéis haceros con uno de los monolitos unidores de sueños. Tú, Lei y Través podéis dormir. Xu’sasar y Kin permanecerán despiertos para vigilar vuestros cuerpos.
—¿Y cuando entremos en Dal Quor?
—Ahí vuestro camino se oscurece —dijo Thelania.
—¿Qué? —preguntó Lei—. ¿Estás diciendo que no sabes absolutamente nada?
—Nadie lo sabe todo —dijo la reina vidente—. No hay ninguna debilidad en eso. Sé que sois capaces de acabar con esto. Y si fracasáis, sé qué horrores se desencadenarán.
—¿Así que nos echamos a dormir y esperamos que todo salga bien? —dijo Daine—. Es un buen plan.
—No puedo guiaros por el reino de las pesadillas y no sé qué necesitaréis para destruir el orbe. Pero en Dal Quor hay poderes que pueden ayudaros.
—Shira —dijo Través.
«No —dijo el pensamiento—. Te lo he dicho. No es el mundo que dejé. No sé nada de lo que queda».
—No —dijo Thelania—. Un guía os espera en vuestros sueños, pero necesitáis mucho más conocimientos de lo que él puede ofreceros. ¿Qué sabéis de la muerte?
—Basta —dijo Daine—. ¿Qué sabes tú?
Una sonrisa jugueteó en los labios de Thelania.
—Cuando la mayoría de las criaturas de Eberron mueren, sus espíritus van al plano de Dolurrh, donde se las despoja de recuerdos y el espíritu es aliviado de sus penas.
Lei dedicó una mirada petulante a Xu’sasar.
—Pero hay quienes siguen otros caminos —prosiguió Xu’sasar—, criaturas que tratan de preservar su conocimiento y su sabiduría más allá de la tumba. Como has dicho, Lei, los dragones de Argonnessen son la más vieja y poderosa civilización de vuestro mundo. Los dragones viven miles de años, y sabios con escamas han dedicado toda su vida al estudio de los planos y los misterios de la muerte.
—Fascinante —dijo Daine—. ¿Podemos ir al grano?
—Hay una secta entre los dragones que ha formado un santuario en Dal Quor. Un eidolon, una fuerza formada por la esencia de cientos de dragones caídos. Su poder es sólo una parte del que esos dragones tenían en vida, pero puede ser el único lugar seguro que encontréis en Dal Quor. Y si se produce movimiento, si los ejércitos se están reuniendo en los campos de la oscuridad, el eidolon lo sabrá.
—Bien —dijo Daine—. Kin nos enseña el camino, nos echamos una siesta, hablamos con dragones y ellos nos dirán dónde podemos encontrar a Lakashtai. ¿Es eso todo? Porque creo que estoy listo para irme.
—¿Estás seguro? —Thelania sonrió—. El tiempo es esencial. Pero con el peligro que os espera, mi reino puedo ofreceros muchos placeres. ¿No queréis quedaros una noche? Quizá nunca más tengáis la oportunidad.
—Espero que no —dijo Daine—. Pero gracias por la cena.
Thelania se puso en pie y se alejó de la mesa.
—En esa comida había más de lo que sabéis —dijo—. La comida os dará la fuerza necesaria para viajar por los próximos mundos y regresar al vuestro sin sufrir penurias. Y la bebida ha fortalecido vuestras mentes. El miedo es una de las grandes armas de los quori, y mis alimentos os protegerán en la batalla que os espera.
«Los efectos que describe durarán aproximadamente un día», pensó Shira.
Través mantuvo la mente en blanco a propósito, pero estaba preocupado. Hasta hacía poco, la presencia de Shira le reconfortaba. Ahora cada pensamiento ajeno le producía un escalofrío.
«No quiero hacerte daño —pensó Shira. Por mucho que lo intentara, a Través le resultaba imposible ocultarle sus pensamientos, lo que no hacía más que aumentar su miedo—. Través, he estado sola más de treinta y cinco mil años. Mi casa ya no existe. No soy como Lakashtai. Soy la última de mi especie. Si no he dicho nada era por mis propios miedos. Por favor, no vuelvas a dejarme sola».
Cuando Través se había introducido a Shira, ella se había mostrado fría e impersonal. Través tardó un tiempo en estar seguro de que en la esfera había una personalidad, que era algo más que una herramienta. Ella había mantenido la distancia entre ambos. Ahora él sentía sus emociones, su pena, su miedo.
Pero no sabía si se lo creía.
Los compañeros se pusieron en pie, y mientras se alejaban de la mesa, Thelania se acercó a Través.
—Hijo de la guerra, ¿estás listo para las batallas que te esperan?
—¿Por qué lo preguntas? —dijo Través.
—Te adentras en un peligro sin una arma en las manos. Le he hecho un regalo a cada uno de tus amigos. ¿Te has sentido olvidado?
—No necesito nada tuyo —dijo Través. Su risa fría todavía sonaba en su mente. Quizá no fuera una enemiga, pero Través no veía cómo podía considerarla una amiga.
—No te ofrezco nada mío —respondió—. Quiero ayudarte con lo que tienes por delante.
—Déjale —dijo Daine—. Y llama a tu sirviente. Nos vamos.
—Kin estará aquí en seguida, Daine.
Thelania caminó alrededor de Través. Unas cuantas chispas del candelabro flotante la siguieron. Colocó una mano en el carcaj de Través y éste casi retrocedió. El carcaj era parte de Través, lo tenía insertado en la espalda, y la superficie exterior tenía la misma sensibilidad que su piel de metal.
—¿Sólo una flecha, Través? ¿Un guerrero sin armas?
—Soy más que un guerrero —dijo Través.
—Eres más de lo que sabes —dijo Thelania—. Y eres un guerrero y una arma. Busca en tu interior, Través. —Cogió la mano del forjado y la llevó lentamente hasta el carcaj—. Busca dentro de ti.
—¿Través? —dijo Lei—. ¿Estás bien?
Cuando su mano tocó el carcaj, Través se dio cuenta de que Thelania tenía razón. Sentía un vacío desde que índigo había destruido su mayal. Lo había considerado fruto de la vergüenza y la pérdida de una sensación familiar, el reconfortante peso del arma en la mano. Entonces, se dio cuenta de que el vacío estaba en su interior, no en su mano. Introduciendo el brazo en el carcaj, penetró ese vacío…
Y encontró una arma.
Debería haber sido imposible. El carcaj no era tan profundo como para portar algo más grande que una flecha. Pero cuando cerró la mano, sacó un largo mayal. El arma era de un diseño similar a la que había perdido, pero más ligera. Tenía el equilibrio más perfecto de todas las armas que había tenido. Aunque la cadena y la bola parecían de oro, se dio cuenta con sólo tocarlas de que eran mucho más fuertes que el oro. La empuñadura estaba forrada de hierro y en la base había la cabeza metálica de un león negro. Shira estaba analizando las propiedades mágicas del mayal: la capacidad de la bola para producir una luz y un calor radiantes, la fuerza sobrenatural del metal y una notable precisión… Pero Través no necesitaba que se lo dijera. El arma era parte de él, había estado allí desde el principio. Introdujo la mano en el vacío por segunda vez y encontró el carcaj lleno de flechas.
—Capitán —dijo, sopesando el mayal—. Estoy listo.