Las canciones del bastón de maderaoscura carecían de palabras; eran sólo la música de una voz inhumana. No hablaba, pero Lei sentía las emociones del espíritu atrapado como si fueran ecos de sus propios pensamientos. Sentía a Corazón Oscuro recorriéndola para tocar el bosque, para proteger a Lei y sus compañeros de los ojos de sus enemigos. Cuando la tormenta se alzó a su alrededor, Lei no necesitó del bastón para saber lo que estaba sucediendo. Sabía que el Hombre del Bosque los había encontrado. Sentía su presencia, temible, terriblemente familiar, como si ese hombre hubiera acosado sus sueños durante toda su vida.
Al principio el bastón le dio coraje. Corazón oscuro no temía a las espinas, y mientras esos soldados del bosque se movían a su alrededor, esa confianza había ayudado a Lei a guardar silencio y mantener su posición. El Hombre del Bosque había percibido su presencia y había mandado a sus secuaces, pero eso era de esperar. Lei y sus compañeros estaban entrando en el verdadero corazón de sus dominios. Sólo tenían que resistir la tormenta hasta que la atención del Hombre del Bosque se centrara en alguna otra parte.
Entonces, estalló el rayo. El brillo borró la noche y la mano de un gigante la golpeó. Lei mantuvo las manos alrededor de la empuñadura del bastón incluso cuando la onda expansiva la derribó al suelo. Como fuera, logró mantener el bastón cogido entre el dolor y la caída. Le dolía el cuerpo, pero algo no funcionaba en un nivel más profundo, fundamental. La canción se había detenido, y también la corriente de emociones que emanaban del bastón. El único sonido era el viento y unos pequeños pies correteando por el bosque.
«¡Espinas!».
Un hombrecillo salió de detrás del árbol más cercano, con una larga hoja-espina en la mano. No había tiempo para el dolor ni para preocuparse por las heridas. Lei se podía mover y podía luchar. El bastón de maderaoscura refulgió en la noche, y la espina tuvo que retroceder. Lei la embistió y golpeó con la punta de su bastón a su pequeño enemigo. Estaba luchando por puro instinto, girando, atacando, volviéndose para enfrentarse a nuevos enemigos. Y durante todo ese tiempo, Lei se sintió entumecida, casi indiferente. Era como otro sueño, como observar a otra Lei batallando.
«¿Soy yo?».
Lei había recibido entrenamiento de combate para preparar sus obligaciones militares, pero nunca se había esperado de ella que luchara en el frente. Su tarea consistía en reparar los forjados heridos, no en unirse a ellos en el campo de batalla. A pesar de ese somero entrenamiento, había conseguido grandes logros. Hacía menos de un año se había enfrentado a un minotauro con las manos vacías. Había peleado con monstruos en las Tierras Enlutadas y con horrores bajo las calles de Sharn. Lei nunca había cuestionado sus habilidades antes. Le habían enseñado los principios básicos de la batalla y normalmente había estado a la altura de la situación, dejando que la ira la guiara en el combate. Seguramente, nadie lo hubiera hecho mejor en su lugar.
¿O sí?
Las espinas se centraron en sus compañeros. Tres trataron de rodear a Daine y Lei derribó a una con un golpe perfecto en la parte posterior de las rodillas. «¿Cómo he sabido dónde golpear?», se preguntó. ¿Por el entrenamiento? ¿Por sentido común?
¿O le habían introducido ese conocimiento?
«Dolor. Triunfo». Ésas eran las emociones de Corazón Oscuro, débiles pero cada vez más fuertes. Sintió el camino hacia su destino.
—¡Ya casi hemos llegado! —gritó Lei—. ¡Seguidme!
El bosque luchó contra ella. Las zarzas rasgaban su piel, mientras las parras y las raíces trataban de atraparla y hacerla caer. Sentía la maliciosa atención del Hombre del Bosque, una presencia que miraba desde cada árbol. Siguió moviéndose, abriéndose paso entre las ramas y el brezo. A cada paso, hallaba una nueva fortaleza en su interior.
Corazón Oscuro.
En el pasado había compartido esa frondosidad con el Hombre del Bosque, y su poder crecía a medida que se acercaba al centro. Lei percibía la ira en el interior del bastón. Exilio, encarcelación y un profundo odio por el príncipe vidente que la había condenado a eso: todo ello se unió para crear una oleada de furia que hacía retroceder a la traicionera vegetación y a las espinas. Lei dejó que la rabia condujera sus pensamientos a través de los bosques.
Y entonces, llegó al claro. Nueve inmensos arcos hechos de piedra y madera, tierra y agua. Las Puertas de la Noche. Ocho dispuestas formando un anillo alrededor de la puerta más grande, un arco de zarzas negras. Mirándolos, Lei supo que aquél era el mismísimo centro del reino, el corazón de la Luna de Densobosque… y la guarida del Hombre del Bosque.
—¿Qué hacemos? —dijo Través.
El bastón cantó una vez más. La emoción bullía en su interior; miedo mezclado con furia. Su ira todavía ardía, pero su canción era débil e irregular; había utilizado la mayor parte de su energía para cruzar el bosque.
—¡Estoy trabajando en ello! —dijo Lei. «¿Qué hacemos?». Su visión había dicho que Corazón Oscuro era la llave, y la dríada les había llevado a las puertas. «¿Y ahora?».
—Trabaja de prisa —dijo Daine, saliendo de entre los árboles seguido por Xu’sasar. Sangre y savia cubrían su armadura.
—Gracias por el consejo —contestó Lei. Se encaminó hacia el arco de espinas.
Sintió la oleada a su alrededor. Las raíces se alzaron del suelo, las ramas se desenrollaron como serpientes al ataque, y un muro de madera se levantó alrededor del claro. Se volvió hacia Daine, tratando de correr en su ayuda.
«¡No!».
No era una palabra. Era un estallido de pura emoción, una orden tan fuerte que detuvo a Lei en el sitio. Mientras su furia crecía, Lei se dio cuenta de que era demasiado tarde. Través y Daine, impotentes, estaban atrapados por las cadenas de madera, mientras que Xu’sasar había desaparecido; si había caído en el mar de árboles retorcidos, no podía saberse qué había sido de ella. Lei no podía luchar contra esa fuerza. Si entraba ahí, quedaría también atrapada. Dio un paso atrás hacia el arco y esperó.
Lei sintió una oleada de reconocimiento cuando el Hombre del Bosque salió de entre los árboles; reconocimiento e ira. Sonrió cuando la vio y se cambió de hombro la gran hacha.
—¡Oh, querida! —dijo el Hombre del Bosque—. Al fin regresas a mí.
—¿Querida? —dijo Daine—. Lei, ¿qué…?
Sus palabras se interrumpieron cuando una rama se enrolló alrededor de su cabeza, amordazándole.
—Sabía que regresarías algún día, señora Corazón Oscuro. —La voz del Hombre del Bosque era grave y suave, viento soplando por una arboleda de pinos, y sus labios sonrientes no se movían cuando hablaba—. Creía que viajarías con mejor compañía.
—Y yo debo una apología a mis amigos —dijo Lei—. Les dije que no eras un idiota con una hacha.
—Mi hacha es para carne y sangre. Para los tuyos, recipiente.
—Demuéstramelo.
Lei embistió recordando lo mortal que su bastón había sido en la batalla con el Cazador. En su mente, esa pelea ya había terminado. Oyó cómo el Hombre del Bosque gritaba cuando el bastón golpeó su cuerpo y vio cómo se le caía la máscara al suelo.
La madera golpeó a la madera y el poderoso golpe hizo añicos el sueño de Lei. El Hombre del Bosque bloqueó su ataque con el hacha. Su fortaleza era increíble; la fuerza de su golpe casi la derribó al suelo. Refulgió un rayo en el cielo y la risa del Hombre del Bosque fue un trueno.
—¿Me amenazas, criatura de carne? ¿Sabes siquiera quién soy?
—Torerías —dijo Lei, hablando con toda la confianza que pudo reunir—. El más joven de los Nueve hermanos de la Noche. Una juventud arrogante, un presuntuoso señor de los pinos despreciado por los verdaderos poderes de su plano.
El trueno estalló de nuevo, pero el Hombre del Bosque no se estaba riendo. Lei vio que su sonrisa esculpida flaqueaba y, en ese momento, embistió. El bastón de maderaoscura aulló y el Hombre del Bosque se apartó de su trayectoria de un salto y esquivó el golpe. Trazó un arco de plata y madera pulida con su hacha, y Lei alzó el bastón para bloquear el ataque, pero él lo contuvo. Lei se dio cuenta de que no quería golpear el bastón.
—¡Basta! —dijo el Hombre del Bosque, y Lei se congratuló de oír un poco de preocupación en su voz—. No deseo hacerte daño, recipiente, ni dañar a mi querida Corazón Oscuro. Tus acompañantes son otra cosa.
Daine estaba amordazado, pero Lei oyó el amortiguado grito de dolor cuando las ramas del árbol retorcieron la carne y el hueso. Aunque Través no emitió ningún ruido, Lei vio que sus junturas de madera se flexionaban y advirtió la terrible tensión a que estaban sometidas.
—¡Basta! —gritó, bajando el bastón—. Basta. No les hagas daño. ¿Qué quieres de nosotros?
El Hombre del Bosque bajó su hacha con una sonrisa fría y triunfante.
—¿Qué quiero? Quiero justicia, planta de semillero. Quiero lo que es mío. Quiero a la señora Corazón Oscuro. Por ahora eso significa que debo tenerte a ti también. No temas, sin embargo. Encontraré la manera de arrancar tus raíces de esa criatura. No sé quién llevó a cabo esta monstruosa magia, pero una vez que seamos unidos, encontraré la forma de restaurar tu verdadera belleza. Y juntos nos vengaremos de quienes tanto mal te hicieron.
Había curiosidad en el bastón, pero la furia era la emoción más fuerte.
—¿No lo ves? —dijo Lei—. Tú la pones así. Tú la alejas.
Su propia ira estaba empezando a crecer y sintió que lo que le había contado la dríada la reconfortaba. Durante toda su vida, había dejado que los demás le dijeran lo que tenía que hacer. El aprendizaje en la casa. El servicio en la guerra. El compromiso con Hadran. Todo hasta el engaño de Lakashtai. ¿Había sido algo más que una herramienta? ¿Una marioneta útil?
—Mientes —dijo el Hombre del Bosque, y una ráfaga de viento obligó a Lei a retroceder unos pasos—. Nuestros caminos son gemelos desde el momento de la creación. Señor y señora, macho y hembra. Fuimos hechos para gobernar esta luna, para dar forma a esta hora de la noche, y no puedo alcanzar la cúspide de mi poder hasta que nos unamos. Es el destino.
—Tu destino. Tu deseo. Quizá ella quería más.
El bastón estaba ahora cantando, con la voz clara y hermosa, un desgarrador lamento que se hacía eco de las palabras de Lei.
—¿Más? A mi lado, ¡gobernaría este dominio! ¿Qué más podía querer?
—Libertad —dijo Lei.
—¡Bah! —rugió el Hombre del Bosque, alzando una vez más su hacha—. ¡Le llenas la cabeza de locuras, mortal! Esperaba utilizarte como puente para unirme a Corazón Oscuro por medio de tu frágil cuerpo, pero no te permitiré que sigas envenenándola. Deja a un lado a mi compañera y morirás rápidamente. ¡Lucha contra mí y me convertiré en un jardín de agonías en el interior de tu piel!
Dio un salto y su hacha refulgió a la velocidad de una estrella fugaz. Lei alzó el bastón para impedir la trayectoria de la hoja descendente, y una vez más el Hombre del Bosque retrocedió. Era un mortal juego de gato y ratón, pues el Hombre del Bosque trataba de eludir su guardia y golpearla en su débil carne. Su velocidad y fortaleza eran asombrosas, y manejaba el hacha como si fuera el estoque más ligero. Lei retrocedió dando tumbos, buscando en la retirada algo de alivio, pero apenas escapó al desastre cuando la raíz de un árbol le cogió un pie. Los árboles con vida se alzaban justo al otro lado de las puertas. Tenía que permanecer en el anillo o la batalla habría terminado.
Lei redobló sus esfuerzos. Ya ni siquiera trataba de golpear a su enemigo. Lo único que podía hacer era defenderse. Pero mientras luchaba, se sorprendió adoptando un ritmo. Era Corazón Oscuro. La dríada conocía al Hombre del Bosque, sabía cómo luchaba, y estaba guiando los movimientos de Lei. Él todavía era demasiado rápido, y ni siquiera la dríada podía ayudar a Lei a lanzar un ataque. Pero con la dríada dirigiendo sus acciones, los pensamientos de Lei eran libres.
«¿Cómo es posible?», se preguntó ella. ¿Era un poder del bastón? ¿O había algo más? ¿Algo en su interior?
«Encontraré la manera de arrancar tus raíces de esta criatura», había dicho el Hombre del Bosque.
Las palabras de Corazón Oscuro en las aguas blancas: «En cualquier otra mano, yo sería fría madera, pero tú puedes entrar en mí».
Un recuerdo emergió entre todos los demás: la ocasión en que había luchado contra Través en las cloacas de Sharn, cuando había tenido la visión de su red vital y había pensado en él como un hermano por primera vez. Había visto cuatro patrones, todos conectados, y ahora estaba segura de que uno de ellos era suyo.
No tenía sentido. Era carne y sangre, y eso era evidente a juzgar por su piel quemada y sus doloridos músculos. Pero en el calor de la batalla, no había tiempo para cuestionarlo.
Dejó a un lado todos los pensamientos. Su cuerpo se movía bajo la guía de Corazón Oscuro, pero Lei se volvió hacia su interior en busca de esa trama que había visto una vez antes.
«Ahí». Un rastro de energía, un rayo de luz adentrándose en la oscuridad. Lei cogió y tiró, y ahí estaba: la red de luz y vida que conocía como Través, ese patrón que había arreglado tantas veces antes. En el pasado, había tenido que tocar a Través para acceder a su red vital. Ahora podía hacerlo con la mente. Pero ¿podía manipularla? Recurriendo a sus talentos como artificiera, trató de tirar de los hilos, tejer un patrón nuevo, temporal, en la red.
Respondió. Aunque Través estaba al otro lado del claro, sostenido en los aires, sintió que los cambios estaban teniendo lugar. «Fuerza. Toma fuerza de mí, hermano».
Las imágenes se disolvieron en un estallido de dolor. Estaba dando tumbos por el claro y cayó antes de alcanzar la inmensa masa de follaje retorcido. Un entumecimiento húmedo se extendió por su pierna derecha y un fiero dolor le dijo que la empuñadura del hacha del Hombre del Bosque le había roto una costilla. Trató de aclarar sus pensamientos, pero el dolor era demasiado intenso. El Hombre del Bosque embistió con su hacha ensangrentada en lo alto.
Través saltó sobre él dejando un rastro de parras rotas y pedazos de raíz en su camino. Cogiendo al Hombre del Bosque por las muñecas, Través lo alejó de Lei. Aunque el Hombre del Bosque tenía la fuerza de un ogro, Través era aún más fuerte y le puso de rodillas.
El Hombre del Bosque gritó.
El grito fue una sorpresa para Lei. Través estaba luchando con una fortaleza aumentada mágicamente, pero no tenía armas y estaba haciendo poco más que mantener al Hombre del Bosque a raya. Entonces, Lei vio un destello de hueso blanco: era la rueda arrojadiza de Xu’sasar lanzada desde la otra punta del claro. La mujer drow estaba junto a un arco de piedra negra, cogió el bumerán de vuelta y se preparó para volver a lanzarlo.
—¡No! —dijo Lei, corriendo por el claro—. No, no le mates.
—¡Soltadme! —rugió el Hombre del Bosque, todavía forcejeando a manos de Través—. ¡Pagaréis por esta indignidad! Os veré enterrados en la tierra y devorados por insectos, vivos y conscientes hasta que vuestros huesos sean…
Sus palabras se disolvieron en un aullido de agonía cuando Lei apretó la punta del bastón contra la herida de su espalda, por la que manaban abundantemente la savia y la sangre. El bastón tembló en manos de Lei cuando el poder fluyó por la empuñadura. El Hombre del Bosque se quedó rígido y volvió a gritar mientras su cuerpo crecía hacia arriba. Través lo soltó antes de que se alzara hacia el cielo, y observaron, asombrados, cómo el ser que había sido el Hombre del Bosque completaba su transformación. Se levantó por encima de ellos unos cuarenta pies de altura; tenía las piernas abiertas sobre el anillo de puertas.
Se había convertido en un árbol.
Su corteza era pálida como la piel de sus brazos, y sus hojas, oscuras como la ropa que llevaba. Lei pensó que podía ver una cara vagamente trazada en el tronco, la vaga imagen de la máscara que había llevado. Pero los vientos de la tormenta habían desaparecido y sus piernas no se movían.
—¿Puede alguien ayudarme a bajar?
Los árboles que rodeaban el claro se habían sumido en el silencio, pero Daine seguía colgado en el aire, atrapado en las ramas que rodeaban su torso.
Mientras Xu’sasar y Través corrían a ayudar a Daine, Lei se volvió hacia la gran puerta que había en el centro del claro. Todavía sentía el poder revolviéndose en el interior del bastón. Había en él una sensación de satisfacción, pero la pena persistía.
—¿Qué te sucede? —susurró Lei.
En respuesta, Corazón Oscuro se introdujo en Lei. Su poder y su presencia eran más fuertes que nunca, y Lei se movía sin pensar. Se revolvió contra la fuerza que controlaba su cuerpo, pero Corazón Oscuro era demasiado poderosa. En contra de su voluntad, Lei dio un paso… y golpeó el suelo con el bastón ante la puerta de zarzas.
El trueno estremeció al mundo. Las manos de Lei se cerraron alrededor de la empuñadura del bastón, y ella sintió el poder que el bastón había recibido del Hombre del Bosque desvaneciéndose, introduciéndose en la tierra. Y la puerta ante ella cambió. Hebras de oro ascendieron desde el suelo y se entrelazaron con las zarzas negras. Y después vio la luz. La luz del sol, débil pero clara, la primera luz pura que había visto desde que había entrado en Karul’tash, hacía ya tanto tiempo. El bosque oscuro la rodeaba, pero a través del arco veía el sol poniente del ocaso.
«Libérame».
El pensamiento fue claro y vivido; era la voz de la mujer que Lei había visto en su coma. Y entonces, desapareció. Lei se bamboleó. Casi se cayó al suelo. Sintió como si cada onza de su energía le hubiera sido extraída de los huesos. El bastón estaba totalmente en silencio, física y emocionalmente.
—¡Lei!
Daine corrió hacia ella seguido por Xu’sasar y Través. Ella se volvió hacia el capitán, pero antes de que pudiera hablar sintió un agudo dolor en el hombro, un dolor seguido de un gélido entumecimiento. Era una flecha, una fina flecha hecha con una espina larga y afilada y con hojas en lugar de plumas.
—¡Lei! —gritó Daine.
El capitán la cogió cuando ella se balanceaba, justo antes de que cayera al suelo. Una descarga de flechas salió de los árboles negros. Través dio un paso adelante y cubrió a Lei con su cuerpo.
—Puerta… —susurró Lei—. Ocaso…
—¡A la puerta! —gritó Daine.
Y las espinas atacaron.
—¡Venga! —dijo Xu’sasar mientras se acercaban a la puerta.
La elfa oscura tenía una flecha en el muslo; la sangre oscura era casi invisible contra su piel. Hizo girar su cadena, rodeando una espina con los eslabones y derribando a la criatura al suelo. Daine dudó, y después corrió hacia el arco…
Hacia la luz.
En la distancia, el sol poniente perfilaba la silueta de una cadena montañosa, pero después de la larga noche, el sol del atardecer era la cosa más hermosa que Lei había visto jamás. Los sonidos de la batalla habían desaparecido; lo único que oía eran grillos y pájaros cantores y la trabajosa respiración de Daine.
—Bienvenidos al Ocaso —dijo una voz, masculina, joven—. Sin duda, habéis tardado mucho.