Daine se estaba acostumbrando a las pesadillas. Desde que Lakashtai había entrado en su vida, el sueño se había convertido en un campo de batalla. Monan el replicante. Lakashtai y sus trampas. Las horribles visiones del risco de Keldan. Cada noche esperaba el terror. Era raro tener sueños normales…, un noche en la que sus sueños vagaran de un lugar a otro.
Daine estaba en una fiesta. Un baile de disfraces, en la casa de Metrol de Alina Lorridan Lyrris. Vestido de guardaespaldas, observaba a los juerguistas, tratando de ver quién se hallaba tras cada máscara. Las paredes del salón eran unas grandes ventanas de cristal tintado. Una hermosa obra, aunque Daine sabía que no eran lo que parecían. Los karrns habían lanzado un ataque místico contra Metrol el día anterior, y el fuego había destruido algunas de las ventanas. Ahora estaban cubiertas con tablones de madera, pero Alina no podía tolerar esa fealdad y había escondido los daños con ilusiones.
Los ataques karrnarthi habían sido diseñados para causar terror. Karrnath no podía hacer llegar un ataque poderoso a un lugar tan distante como las fronteras de Cyre, pero los golpes despertaron oleadas de miedo e inseguridad entre la población. El daño ya estaba hecho. Esa mañana, Daine se había topado con el cuerpo calcinado de un niño de camino al mercado. No era cosa suya. Tenía una obligación con su familia. Él…
—¿Viviendo en el pasado?
Por un momento, el que hablaba era un niño con una máscara azul en forma de cabeza de dragón, uno de los muchos juerguistas que le rodeaban. Después, la fiesta desapareció y la máscara con ella.
Jode sonrió.
—¿No crees que ha llegado la hora de olvidarlo?
Estaban en una aeronave, una de las más grandes que Daine había visto jamás. El océano era un mar de nubes.
—¿Adonde vamos? —dijo.
—¿Tenemos que ir a alguna parte?
—Supongo que no.
Contemplaron en silencio. Daine se deleitaba con la mera compañía de su amigo. El sol del atardecer pintaba las nubes de naranja y oro, y al deslizarse bajo la superficie, tres lunas se apoderaron del cielo.
Jode cogió a Daine de la mano. No…, esa mano era demasiado grande para ser de Jode y demasiado pequeña para ser de Través.
—Daine —susurró una voz. Era Lei.
Se volvió hacia ella. Ahora se encontraba en una pequeña cama gris en medio de una pequeña sala gris. Ella estaba tendida ante él, y era la cosa más hermosa que hubiera visto jamás. Su piel parecía brillar a la luz de la luna y tenía el pelo en llamas.
—Daine —dijo.
Él trató de hablar y se dio cuenta de que no tenía voz. Pero la emoción exigía liberarse. No había tiempo para pensar mientras la besaba. La mano de Lei trazó líneas de fuego en su nuca, pero se entregó a sus brazos, cálida, rendida.
—¿Deseáis estar solos?
Xu’sasar estaba al pie de la cama, observándolos. Lei se quedó rígida y se apartó, y Daine se dio cuenta de que no estaba soñando. Lei tiró de la manta gris y se envolvió con ella, con la piel pálida enrojecida.
Daine se sentó y respondió airadamente a Xu’sasar; la ira se mezclaba con la vergüenza. Al menos, lo intentó. Ningún sonido salió de su boca. Lentamente, recordó los acontecimientos de la noche anterior.
—¿Daine? —dijo Lei, preguntándose claramente por qué no le había respondido.
—No puede hablar —dijo Xu’sasar. Si estaba incómoda, no lo demostraba—. Entiendo los movimientos de tu cabeza. ¿Quieres que me vaya?
Pese a lo airado que estaba, Daine sabía que no era culpa de Xu’sasar. Había estado en la habitación desde el principio, y él no tenía ni idea de cuáles eran las costumbres de su gente. «¡Maldita sea, puede ver en la oscuridad!». Después se le ocurrió. Todavía era oscuro. ¿Cuánto tiempo había dormido?
La puerta se abrió y entró Través. Lei saltó de la cama y se le escapó un sonido entre una risa y un jadeo. Se lanzó a los brazos del forjado, y él le devolvió el abrazo.
—Me alegro de volver a verte —dijo, y su voz grave llenó la habitación.
La oscuridad tras la ventana, la maldición del silencio, el viaje misterioso que tenían por delante…, esas cosas se arreglarían con el tiempo. Por el momento, volvían a estar juntos, y eso era lo único que importaba. Daine sonrió como un idiota y no podría haberlo evitado aunque lo hubiera querido. Xu’sasar le miró a la espera de una respuesta, y él negó con la cabeza.
—¿Qué ha pasado? —dijo Lei cuando al fin soltó a Través—. ¿Dónde estamos?
—No lejos del río en el que tuviste el accidente. Logramos encontrar refugio en esta posada para que pudieras descansar. Por la campana de la sala común, deben haber pasado ocho horas desde nuestra llegada.
¿Ocho horas? La débil luz de la luna al otro lado de la ventana polvorienta era la misma que cuando se había quedado dormido. «Maldito mundo de oscuridad».
Pero nada de eso importaba ahora que Lei se había despertado. Poniéndose la camisa, Daine se levantó de la cama y la cogió por el brazo.
—Daine —dijo ella, mirándole a los ojos.
Por un momento, él volvió a sentirse perdido y se olvidó de Través y Xu’sasar. Trató de hablar, de contarle sus sentimientos, pero tenía la garganta vacía y su lengua no podía dar forma al aire.
Lei se dio cuenta de que algo pasaba. Finalmente, debió comprender las palabras de Xu’sasar.
—¿Qué te ha pasado? —dijo. La alegría se convirtió en preocupación.
—Ha prestado su voz al posadero a cambio de esta habitación —dijo Través.
—¿Qué significa que ha prestado su voz? —dijo Lei con los ojos como platos.
—Eso —dijo Través—. No entiendo la magia. El posadero ha utilizado energías nigrománticas para arrancar la voz de Daine de su cuerpo. Le he oído utilizándola en el piso de abajo, mientras dormíais. Ha prometido devolvérsela a Daine cuando nos vayamos. Esperemos que se pueda confiar en su palabra.
Lei se volvió y le dio una bofetada a Daine. Le dejó una encendida marca roja en la mejilla. «¿Qué?», trató de decir él sin éxito.
—Pero ¿en qué estabas pensando? —dijo Lei. Pese a estar sorprendido, Daine vio que era el miedo y no la ira lo que la impulsaba—. ¿Hacer tratos con esta gente? ¿No has oído nada de lo que he dicho sobre este lugar? ¿No has leído una maldita leyenda en tu vida?
—Lo mismo le he dicho yo —dijo Xu’sasar, pero Lei no la estaba escuchando.
«Lo hice por ti —pensó Daine—, y volvería a hacerlo».
Lei apartó la mano de él.
—Nos vamos. Ahora. —Cruzó la habitación y cogió su bolsa—. Través, quiero ver a ese posadero.
—Has estado enferma. Ni siquiera sabemos qué te ha pasado. Quizá no sea el mejor momento para…
Lei metió la mano en la bolsa y sacó el bastón de maderaoscura. El bastón gimió, una clara advertencia afligida.
—Través, tráeme a ese posadero o apártate de mi camino para que pueda encontrarlo yo misma.
—Como quieras —dijo Través.
Daine acababa de ponerse su armadura de mella. Se colocó el cinturón, cogió sus botas y salió corriendo tras ellos.
El fuego todavía ardía en la sala común y el violinista estaba tocando una alegre melodía. Huwen, el cuervo, soltó una risotada y graznó cuando Daine entró en la sala. Los salvajes gestos del pájaro demostraban que sus alas se habían curado, y estaba charlando con Ferric, picoteando un pedazo de pan y de vez en cuando hundiendo su pico en una gran jarra. El corpulento posadero se reía de una de las bromas de Huwen, y Daine hizo una mueca al oír su voz. Miró la sala, pero parecía que los otros clientes se habían marchado.
—Tú —dijo Lei, cruzando la sala.
Ferric se volvió con una sonrisa, pero se le heló el rostro cuando vio el bastón de maderaoscura a la altura de su garganta. Se produjo un instante de miedo, pero Daine vio algo en sus ojos, como si hubiera reconocido a una desconocida tras una máscara.
—Lei… —dijo Ferric, y era la voz de Daine, llena de emoción, la voz que él habría utilizado al verla a la débil luz de la sala gris.
—No me conoces —dijo Lei, fríamente—. Hiciste un trato con mi amigo. Estamos aquí para cumplirlo.
Mientras ella hablaba, el invisible violinista cambió su melodía, aumentó el tempo y la convirtió en una alegre marcha. La música se introdujo en la mente de Daine, expulsando los pensamientos, animándole a olvidar sus problemas y a bailar. Hasta Través empezó a llevar el compás con el pie. Entonces, el bastón de maderaoscura respondió a la melodía. Su canción era de pérdida y pesar, y Daine no necesitó oír las palabras para verse afectado por el lamento. La voz del bastón hizo añicos la alegre tonada, y el capitán pudo volver a concentrarse.
—Intenta eso de nuevo y te comerás el violín —dijo Lei.
Miró al otro lado de la sala, y siguiendo su mirada, Daine vio finalmente el origen de la música. El violinista era un hombre pequeño, y sólo la magia podía ser la causa del volumen de su melodía; su instrumento era poco más que un juguete. La cabeza del músico habría llegado a la rodilla de Daine de haber estado de pie. Su chaqueta era de suave terciopelo marrón; sus botones, pedazos de gema. Tenía las extremidades inferiores de un saltamontes. Interrumpió su canción y miró a Lei con un gran reproche.
—Está bien, Zimi —dijo Ferric—. Parece que tenemos a un músico invitado en nuestra casa.
El violinista dejó caer su cabeza y se metió el violín bajo el brazo. De un salto llegó a la mitad de las escaleras y después desapareció en el segundo piso.
—Ahora —dijo Lei— creo que ibas a devolverle la voz a mi compañero.
Daine estaba asombrado. Lei parecía tener la situación controlada.
—Eres decidida cuando estás despierta, ¿eh? —Huwen soltó una risotada y después graznó cuando un rápido golpe del bastón le hizo caer de la mesa—. Mejor habría sido que hubiera seguido durmiendo —dijo desde el suelo.
—Lei —la llamó Ferric. Todavía tenía la voz de Daine, pero ahora su tono era formal, respetuoso. Dio un paso atrás y la miró a los ojos—. Deja de molestar a mis clientes. Sólo hice un trato con tu compañero. Cumpliré respetuosamente mi parte del acuerdo. Y confía en mí; es mejor para ti tenerme como aliado que como enemigo. ¿Por qué no te calmas y coméis un poco? Creo que tenemos mucho de que hablar.
—Me parece que ya nos vamos —dijo Lei—. No veo en qué puedes ayudarnos.
—No te precipites al juzgarme —contestó Ferric—. No sabes con quién estás tratando. El Árbol Torcido es la única posada de esta luna, y el camino se adentra todavía más en los dominios del Hombre del Bosque. No sé qué sabes de él —añadió, y sus ojos descendieron un momento al bastón de maderaoscura—, pero a la vista de tus compañeros, te aseguro de que es tu enemigo. Siéntate a mi mesa. Come mi pan. Cuéntame qué hacéis en esta tierra. Y quizá pueda ayudaros con vuestros problemas.
—No estoy interesada —dijo Lei—. Devuélvele la voz a Daine y nos iremos.
Ferric suspiró y alzó las manos en señal de rendición.
—Como quieras. —Salió de la barra y se detuvo ante Daine—. Abre la boca.
Una nube de humo emergió de la garganta de Ferric y un horrible grito lleno el aire. El vapor se introdujo en la boca de Daine y apretó su piel como una serpiente retorciéndose. Daine trató de expulsar las imágenes de las serpientes que había visto colgando de los árboles. Intentó no asfixiarse… y después aquello terminó.
—Gracias a la Llama —dijo por primera vez en un año.
Fue como si las palabras se pudrieran en su garganta. Conocía ese sonido. Era la voz con la que el posadero les había dado la bienvenida.
Ferric abrió la boca y la risa de Daine salió de entre sus labios.
—¿Eso es cumplir tu parte del acuerdo? —dijo Lei, y volvió a levantar el bastón.
—Lo he hecho —respondió Ferric—. Y ni siquiera tu compañero puede desmentirme.
—Dijiste que me devolverías mi voz —añadió Daine. Cada palabra era un nuevo horror.
—Eso dije, al principio. Después, querías que el precio incluyera a tus compañeros. Te dije que, en ese caso, te daría una voz, y tú estuviste de acuerdo. He cumplido mi parte del trato.
Huwen se rió en el suelo.
—Le gusta hacer tratos. Os lo dije.
—Esto no quedará así —lo intimidó Lei.
—¡Oh, sí lo hará! —dijo Ferric—. No creas que puedes amenazarme bajo El Árbol Torcido. Pero si quieres que tu amigo recupere su vieja voz, creo que podemos llegar a un acuerdo.
Daine tenía en las manos la espada y la daga, pero el bastón susurró, y Lei le hizo un gesto para que retrocediera.
—No, Daine. Ya conoces las leyendas. Creo que tiene razón. —Se volvió de nuevo hacia Ferric—. Qué quieres.
—A ella —dijo Ferric, señalando el bastón—. Hay un vínculo entre vosotras, lo veo. Pero… sé cómo tratar a los espíritus de la madera. No sé cómo te hiciste con ella, pero no creo que signifique para ti más de lo que significa Daine. Dámela y le devolveré a Daine su verdadera voz.
—No puedo —dijo Lei—. La necesito.
Ferric asintió.
—Creo que cuando me la hayas dado, el Hombre del Bosque dejará de estar interesado en ti. ¿Qué más necesitas? ¿Un camino a casa? Estoy seguro de que también puedo ayudarte en eso.
Lei miró a Daine, y éste advirtió la incerteza en sus ojos. El bastón se puso a cantar; era una canción grave y triste.
—No te preocupes, Corazón Oscuro —dijo Ferric—. Verás cómo mi casa es confortable… una vez que hayamos establecido cómo son las cosas.
Lei palideció y dio un paso hacia Daine. Su mano se apretó sobre el bastón. Daine le cogió el brazo.
—No puedo —susurró—. No puedo hacerle esto.
Daine no sabía de qué estaba hablando, pero no importaba. Aquello era su caos.
—Está bien —dijo, y el sonido de su terrible voz le llenó los ojos de lágrimas.
—No hay trato.
Ferric sonrió y sus dientes afilados brillaron a la luz del fuego.
—Como desees. Yo salgo ganando de todos modos. Disfrutaré de tu hermosa…
Los ojos del posadero se abrieron como platos cuando la punta de una hoja de marfil se clavó en su garganta. No salió sangre ni de su boca ni de la herida, sino volutas de humo y los más débiles susurros.
—¡Abre la boca!
Era Xu’sasar. La mujer drow sacó la daga del cuello del posadero y empujó al hombre herido. Ferric dio un traspié y se cayó ante Daine. Ahora el humo salía del cuello del hombre y un terrible grito llenó el aire, un grito de Daine.
Daine abrió los labios sin pensar. El humo nebuloso se unió en una densa columna y se introdujo por su boca. Ahora estaba gritando con su voz mientras le quemaba. Estaba gritando. Con su voz.
—¡Por la Llama! —dijo, maravillado por lo bien que sonaba.
—¿Qué has hecho, chica? —Huwen voló desde el otro lado de la sala y se posó sobre el cuerpo retorcido de Ferric—. No puedes matar a los que son como él. ¡No aquí!
Lei parecía igualmente estremecida. El bastón se había quedado callado, y la artificiera se arrodilló junto al cadáver. Parecía que el cuerpo de Ferric se estaba desvaneciendo.
—Tiene razón. Las leyendas…
—Mi pueblo cuenta leyendas distintas —dijo Xu’sasar—. Vámonos.
—¿Matas a mi marido y me dejas su cadáver? ¿Rompes una promesa honorable?
Era la voz de una anciana, fría y penetrante. Aunque no era más que un jadeo y un susurro, alejaba el caos y dejaba silencio tras de sí. En una esquina de la sala había una mujer, y a pesar de que estaba algo encorvada, era casi tan alta como Través. Entró en la zona iluminada, y Daine vio que tenía parras retorcidas en lugar de cabello y que su piel era una basta corteza gris. Sus extremidades eran largas y nudosas. Daine no sabía mucho de magia, pero no era un idiota. La posada El Árbol Torcido, el tronco gris emergiendo en el centro. Y el aviso de Ferric: «El Árbol Torcido no será un lugar seguro después de mi muerte».
—Lo haré —dijo Xu’sasar. Alzó una hoja de hueso—. Contempla el Diente del Vagabundo, árbol retorcido y viejo. Marido y promesa desaparecen al mismo tiempo.
—Sí —dijo la dríada—, un asunto espantoso. Te compadezco, hija.
La mujer miró a los demás. Daine seguía teniendo la espada en la mano, Través había colocado su última flecha en la ballesta y el bastón estaba ya preparado en manos de Lei.
—Con tu vil zarpa y la señora Corazón Oscuro podrías derribarme. —Negó con la cabeza—. Ferric debería haberse andado con cuidado. Y no apruebo su interés en ti, Corazón Oscuro. Supongo que merecía su destino.
—¿Y ahora? —dijo Daine, todavía en guardia, listo para atacar. El sonido de su voz era música para sus oídos.
—Cogéis la comida que necesitéis y os vais —dijo la dríada—. Y nunca más busquéis refugio bajo mis ramas.
Daine asintió. Dio un paso atrás y envainó lentamente el arma.
—Eres generosa. Lamento haber traído penalidades a tu puerta.
—Coged lo que necesitéis y no volváis jamás.
Daine se volvió hacia los demás.
—Ya la habéis oído. Coged algo y vámonos.
No estaba entusiasmado con la idea de comerse la comida de Ferric, pero el estómago le rugía, así que cogió una hogaza de pan y un odre de vino. Volvió a mirar a la vieja dríada. Huwen se había encaramado a su brazo y estaban hablando en voz baja.
—¡Vámonos! —gritó Daine a los demás.
Mientras se dirigía a la puerta, algo le llamó la atención: el cadáver de Ferric. Al principio, le pareció que se había desintegrado. Lo único que quedaba allí era la ropa. Después, Daine vio el cuerpo retorcido de una comadreja saliendo del interior de la camisa. El animal tenía una herida terrible en el cuello.
Daine miró por última vez a Huwen y se preguntó qué sería el próximo posadero de El Árbol Torcido.