Xu’sasar vivía en un mundo sin sombras. De acuerdo con las leyendas de Qaltiar, el primer drow había sido imbuido de la esencia de la noche, lo que explicaba la piel negrísima de la gente de Xu’sasar y los poderes mágicos de la raza. Uno de esos dones místicos era la capacidad de ver en la oscuridad con la facilidad con que los extranjeros veían durante el día. Se sentía tan cómoda en la total oscuridad de una profunda caverna como en la tenue luz de la luna del bosque. De niña, había aprendido a reconocer el espectro de grises que reflejaba la luz que los demás veían. Cuando estaba de caza, tenía que saber cuándo estaba a la sombra y salir a la luz. En todo caso, la única verdadera oscuridad que había conocido jamás eran las sombras mágicas que formaban parte de su sangre, la oscuridad mística que un drow podía proyectar al mundo.

Para Xu’sasar, la noche no albergaba miedos. Los extranjeros temían a la oscuridad, pero Xu’sasar había tenido que aprender a reconocer las sombras. La noche era su dominio, el momento de perseguir y cazar. De haber podido elegir, habría estado danzando en los bosques más densos y oscuros de las Tierras Finales, en busca de las más temibles amenazas que aquel reino pudiera ofrecerle.

Pero no podía elegir.

—No soy el más adecuado para decirlo, por supuesto —había dicho Huwen—, pero si fuera una criatura que caminara tomaría ese camino. Puede ser que os topéis con algo que venga en dirección contraria, sí, pero mucho peor es en el bosque. Habéis cruzado el río y habéis llegado al corazón de la noche. Ni siquiera yo sé qué hay ahí fuera, y eso que sé bastantes cosas.

Xu’sasar tendría que haber matado a esa criatura de buenas a primeras. Quería mostrar respeto por Daine, darle al extranjero la oportunidad de decidir. No había esperado que decidiera equivocadamente. ¿Es que los extranjeros no sabían nada de las Tierras Finales? Aquél era un pájaro de mal agüero, sin duda enviado para probarlos y engañarlos.

Y ahora tomaban el camino que él les había sugerido.

Xu’sasar lideraba el grupo y escudriñaba los árboles en busca de movimiento. Los demás la seguían muy de cerca. El camino estaba pavimentado con discos de maderaespesa, círculos irregulares de muchos tamaños distintos, como si hubieran sido hechos con ramas caídas. El camino tenía la anchura suficiente para que lo transitaran dos gigantes de lado, y le recordó a Xu’sasar los antiguos caminos de su tierra, Xen’drik. Trató de recordar cuántas veces había utilizado esos caminos como escenario de emboscadas, cuántas veces había emergido del bosque que la ocultaba y había dispersado a exploradores imprudentes con un asalto rápido y furioso.

—Tiene algunas ideas pintorescas, ésta —dijo el cuervo—. Si tuviera amigos a la espera, ¿creéis que haría algo tan obvio como esto? Soy tan listo que soy tonto, ¿es eso?

Daine estaba justo detrás de Xu’sasar con la carga de plumas negras en la mano. Xu’sasar se volvió rápidamente.

—Déjame en paz —dijo—. Todavía hay tiempo para que sufras. Hasta es posible que llegues vivo a esa posada.

—¿De modo que ahora eres tú quien toma las decisiones? —dijo Huwen—. Creía que tú eras el capit… ¡Ay!

Daine tiró del ala rota del cuervo y acalló a la criatura.

—Déjala en paz, ¿de acuerdo?

—Se alimenta de secretos —respondió Xu’sasar—. ¿Cómo crees que ha aprendido las cosas que sabe? Todavía hay tiempo para matar y dejar que el conocimiento muera con él.

El cuervo forzó una risilla.

—No sabes tantas cosas como yo, chica. Tienes unas docenas de hebras y crees que has visto un tapiz. Por cada dos cosas que sabes tienes el inmenso vacío que hay entre ellas. ¿Yo? No soy un impostor, no sirvo a algún gran mal. Sólo vivo aquí. Todo el mundo tiene que vivir en alguna parte, ¿verdad? Este es mi territorio.

Daine apretó con más fuerza al pájaro negro.

—¿Y la lectura de mentes? ¿Es eso una hebra de la verdad?

—¡Ah!, bueno, eso —dijo Huwen—. Supongo que sí. Me gusta cómo sabe el pensamiento, algo de pena, un secreto pintoresco. Eso es lo que soy. Cuando me da un poco de hambre, tengo unos cuantos recuerdos. No hay nada de malo en ello, no más que en el hecho de que tú te tomes una copa de vez en cuando. Haz que todo salga bien, y yo estaré en deuda contigo. ¿Para qué iba a decir todo lo que sé?

—Ya he hecho que las cosas salieran bien, pájaro —dijo Daine—. No me aprietes. Si nos traicionas… Bueno, ¿por qué no echas un vistazo a mis pensamientos y ves lo que tengo en mente?

Huwen tembló, y sus plumas se alborotaron.

—Eso es muy… pintoresco. No estoy seguro de que sea posible, pero la verdad es que no tengo intención de descubrirlo. Como ves, aquí todos estamos de acuerdo. Yo estaba fisgoneando un poco. Soy el primero en reconocerlo. Me cogéis, me herís. Me ayudáis a curarme, yo os ayudo a encontrar un refugio para nuestra amiga y todo el mundo sale ganando. No hay necesidad de pensar cosas así.

—Pues voy a seguir pensándolas —dijo Daine—. Recuérdalo.

Daine se volvió hacia Xu’sasar.

—Tus instintos son buenos. Entiendo lo que estás pensando. Pero he tomado una decisión y tienes que apoyarme.

Xu’sasar estaba sorprendida, pero menos por lo que había dicho que por el modo en que había hablado. Ella era una hija del bosque formada para oír la voz del espíritu, y percibía una creciente fortaleza en el interior de Daine, algo de lo que él mismo no podía ser consciente. Xu’sasar intuyó que había sufrido alguna enfermedad en Xen’drik y que se había ganado las marcas de guerrero en la espalda al mismo tiempo que había superado esa aflicción. Se preguntó si ese espíritu depredador siempre había estado en su interior o si era una semilla que había brotado en las tierras Finales.

Daine estaba esperando una respuesta. Ella chasqueó la lengua e inclinó la cabeza, un gesto que había aprendido observándolo.

—Bien. Necesito que Través lleve a Lei. Si Huwen dice la verdad, esa chispa de luz es la posada. Adelántate para explorar. Entra en el bosque, haz lo que creas mejor. Sabes cómo se planea una emboscada. Utiliza ese conocimiento.

Ella volvió a chasquear la lengua.

—No ataques a los desconocidos. No puedo permitirme perder a nadie más. Si ves algo amenazador, regresa e informa. Si eso es imposible, necesitaremos una señal de aviso. ¿Puedes hacer esto?

Daine silbó imitando el canto de un pájaro extranjero. Xu’sasar tuvo que intentarlo dos veces antes de que lograra hacerlo igual. Le enseñó dos llamadas más, una para «todo despejado» y otra para «necesito una respuesta». Finalmente, quedó satisfecho.

—Puedes ser tan observadora como Través —dijo Daine—. Puedes ser igual de rápida en la noche. Ahora demuéstrame que eres fiable. Buena cacería.

Xu’sasar chasqueó la lengua y abandonó el camino. El pájaro observó cómo se iba, pero no dijo una palabra.

En cuanto hubo abandonado el camino, Xu’sasar sintió la presencia de los árboles. Un humano habría desdeñado esa sensación, la habría considerado una simple paranoia. Xu’sasar era más lista. Los árboles estaban vivos. Eran más conscientes que los robles moteados por la luna de la otra orilla del río. A cada paso que daba hacia el Ocaso, el bosque se tornaba más consciente y más hostil. Cada paso las adentraba todavía más en el dominio del Hombre del Bosque. Xu’sasar se preguntó qué forma preferiría ese espíritu, qué poderes poseía. No sabía de ninguna leyenda que hablara del Hombre del Bosque, y eso en parte la complacía. Disfrutaría de la oportunidad de forjar nuevas historias. Pero ahora tenía una tarea, la obligación de proteger a ese extranjero. Y se sorprendió sintiendo los primeros atisbos de miedo. Una muerte noble ya no era suficiente. Tenía que vivir, encontrar una forma de vencer a sus enemigos. ¿Y si no podía? ¿Y si eso escapaba a sus poderes?

Hizo a un lado esos miedos, expulsó todo pensamiento. Una ligera brisa sopló entre los árboles, y Xu’sasar se movió con ese viento, deslizándose por el bosque con tal elegancia silenciosa que ni los árboles se percataron de su presencia.

El camino no era transitado y había poco movimiento en el bosque. Xu’sasar vio a una lechuza lanzándose contra su presa y alzando el vuelo con un hombre minúsculo en las garras. Un zorro plateado se cruzó con ella deslizándose entre los arbustos. Pero ni la lechuza ni el zorro vieron a Xu’sasar.

Sólo en una ocasión se topó con un verdadero peligro, pero no llegó a saber de qué se trataba. A medida que se acercaba a la luz, Xu’sasar fue sintiendo una rápida caída de la presión del aire. Se quedó inmóvil, en silencio total. Ni siquiera sus agudos ojos podían ver nada, pero sentía una presencia ante ella moviéndose por el bosque. Al principio, creyó que se trataba de un espíritu de aire puro, parecido a los espíritus de fuego unidos por los odiados sulatar. Después se acercó. El escalofrío que sintió no tuvo nada que ver con la gelidez del aire. En una ocasión, Xu’sasar se había topado con un verdadero fantasma, un espíritu errante arrancado del camino de la existencia. Esa alma atormentada le había provocado un escalofrío parecido, pero si aquello había sido una ligera brisa, esto era el corazón del invierno. «Ni siquiera yo sé qué hay ahí fuera —había dicho el pájaro—, y eso que sé bastantes cosas». Ahora Xu’sasar comprendía a qué se refería. No quería saber lo que era ese ser. Sólo quería que pasara.

Y lo hizo.

La sensación duró sólo un momento. Y desapareció. Xu’sasar contuvo la respiración un rato más, pero el espíritu se había ido, adentrándose todavía más en el bosque. Avanzaba en dirección contraria a Daine, y no se había acercado al camino, de modo que tal vez el pájaro había dicho la verdad. Quizá el camino era seguro. El recuerdo del escalofrío siguió en ella después de que el espíritu se marchara, y Xu’sasar hizo el resto del trayecto más cerca del camino.

Pero el trayecto no era largo. El punto de luz se hizo más grande y pronto vio que era una lengua de fuego frío contenida en una jaula de cristal colgada de la rama de un árbol. Había llegado a su destino.

Era fácil descubrir de dónde venía el nombre de la posada: El Árbol Torcido. El edificio en sí estaba hecho de paja y barro negro, pero había sido construido alrededor de un árbol con una docena de retorcidas ramas que crecían por encima del largo techo. Las ventanas eran de cristal oscuro tintado, pero Xu’sasar vio el parpadeo del fuego en el interior y olió el humo en el aire. Las sombras se movieron en la ventana, y Xu’sasar oyó risas y conversaciones. Rodeó el edificio atendiendo a los débiles sonidos hasta que pudo distinguir las voces. Después volvió corriendo hacia la noche, bordeando el extremo del camino. El espíritu frío que la había rozado había desaparecido y no encontró ninguna amenaza significativa.

—El camino está despejado —dijo cuando llegó hasta Daine.

Él asintió y ella se colocó a su lado cuando tomaron el camino.

—Alguien lo había dicho ya —dijo Huwen—. ¡Ah, sí!, yo. Parece que después de todo sé alguna cosa.

—El edificio tiene dos pisos —dijo Xu’sasar, ignorando al pájaro—. Creo que sólo hay cuatro personas dentro, o al menos cuatro despiertas. No he visto guardias ni centinelas. Las paredes son fáciles de escalar. Sugiero que yo entre por el segundo piso, mate a los que estén durmiendo y espere junto a las escaleras. Cuando vosotros entréis por la puerta, podemos atacar a los cuatro de la primera planta, que tendrán la guardia baja.

Daine y Huwen se la quedaron mirando.

—¿Qué? —dijo Daine, al fin.

—Ellos son más, pero contaremos con el elemento sorpresa. Nuestros enemigos quizá no vayan muy armados, aunque en esta tierra, obviamente, debemos esperarnos su magia.

—¿Has…? —Daine negó con la cabeza—. Dime en qué momento esa gente se ha convertido en nuestros enemigos.

Ahora era Xu’sasar quien estaba perpleja.

—Vamos a hacernos con su refugio, ¿no?

—Es una posada —dijo Daine—. ¿Sabes lo que es? Un posada, donde te dan cobijo a cambio de oro.

—¿Oro?

Xu’sasar lo pensó. En Xen’drik, el cobijo era algo parecido a un tesoro. Su pueblo no construía. Cuando viajaban a una nueva zona, hacerse con unas ruinas o una caverna era siempre la primera de las tareas. Podías compartir refugio con una tribu con la que tuvieras relaciones de sangre, pero cuando unos desconocidos tenían lo que tú deseabas, la violencia era lo más natural. A menos que…

¿No había entendido bien a Daine? ¿Se refería al lugar en el que la gente intercambiaba protección por carne? Sin duda, eso tendría más sentido que un regalo en forma de metal blando.

—¿A quién vas a entregar a esos desconocidos? —dijo.

El escorpión le había ordenado que protegiera a Daine. No había dicho nada relacionado con permitirle que la vendiera.

Daine frunció el entrecejo.

—No voy a darles a nadie. Es una posada. —Suspiró—. Supongo que nunca has visto una. Se ganan la vida dando refugio a desconocidos a cambio de bienes valiosos, no de gente. —Miró a Huwen, que había mantenido el pico cerrado durante la conversación—. Y ya que estamos en eso, ¿con qué moneda comerciáis aquí?

—Eso depende de Ferric —dijo Huwen—. Lo que le parezca justo. Os propondrá un trato. Eso es seguro.

—Sería mucho más simple matar a los que están ahí dentro —dijo Xu’sasar—. Y después, seguir con el pájaro.

Daine mantuvo cerrado el pico del cuervo con el pulgar y el índice para silenciarlo antes de que pudiera responder.

—Ya basta, Xu. No es necesario matar a nadie. Si tengo que acabar con un enemigo, lo haré. Pero no voy a matar a un hombre por poner un techo sobre mi cabeza para pasar la noche, ¿comprendido?

Xu’sasar chasqueó la lengua, y continuaron avanzando.

Daine era un misterio para ella. Xu’sasar seguiría sus órdenes, pero estaría preparada para cualquier trampa que pudieran tener ante ellos. Apretando la rueda de hueso con la mano, se concentró, recordó las lecciones que había aprendido e imaginó una nueva forma. La rueda se flexionó y retorció en su mano, el marfil se mezcló y se extendió. Xu’sasar bajó la mano izquierda para coger la segunda empuñadura. Un instante después, sostenía una daga de hueso en cada mano con una cadena de marfil que unía los dos mangos. Probó las hojas. Su equilibrio era de una enorme belleza, y se sintió como si fueran sus garras. Le mostró los dientes a la luna que estaba en lo alto y esperó que la gente que estuviera en esa posada le diera una razón para derramar sangre.

—¿Estás seguro de esto? —dijo Xu’sasar. Estaban junto a El Árbol Torcido.

—Estoy seguro —dijo Daine—. Ahora, ábrenos la puerta. Y esconde los cuchillos. No queremos que esa gente crea que somos asesinos.

—Sería un malentendido ridículo —dijo Huwen—. Me reiría con sólo pensarlo si no estuviera distraído por el horrible dolor de un ala rota.

Xu’sasar escondió las dagas en el interior de su arnés y redujo la extensión de la cadena con la mente. Sintió un temblor emocional al acercarse a la puerta, y una vez más reconoció el aliento del miedo. Era el caos, la incerteza. En Xen’drik, la vida siempre había sido simple. Los desconocidos eran enemigos. La vida era conflicto. Siempre estaba preparada para una batalla, dispuesta a morir con una arma en la mano. Pero entrar en un hogar desconocido con las manos vacías, confiar en un extraño, era aterrador.

Xu’sasar reprimió el miedo tratando de mantener sus emociones ocultas para los extranjeros. Era un espectro guerrero de los qaltiar, y esos humanos no podían hacer nada que ella no pudiera hacer también. Abrió la puerta y entró.

La habitación era caliente, el aire estaba lleno de humo y resultaba un tanto dulzón. Había fuegos en chimeneas de piedra a ambos lados de Xu’sasar, y las pequeñas y constantes llamas parecían la única fuente de luz de la amplia sala. Era probablemente una cámara oscura, poco mejor que una noche con luz de luna, pero las sombras no significaban nada para Xu’sasar y escudriñó la sala hasta el último detalle. Suelo de tierra. Sin mesas ni sillas, sólo grandes almohadones esparcidos por el suelo. Un hombre bajo observando desde detrás de una larga barra, buscando entre una montaña de odres de agua. El gran tronco de un árbol retorcido se alzaba en el centro de la habitación y cruzaba el techo. Una escalera de caracol rodeaba el tronco. Y un hombre y una mujer bailaban lentamente al ritmo de una música suave y sombría.

—¡Bienvenidos!

El posadero salió de detrás del mostrador y se encaminó hacia Xu’sasar. Era un hombre blando, con los huesos escondidos bajo una montaña de grasa. Llevaba una capa de terciopelo gris y tenía una reconfortante sonrisa en los labios. Parecía tener buena salud y buen humor, pero su voz era la de una cosa muerta, como si sus pulmones se estuvieran pudriendo en su interior. Xu’sasar dio un paso a un lado y puso la espalda contra la pared. Deslizó la mano hasta la empuñadura de una daga.

—¡Bienvenidos a la posada El Árbol Torcido! —prosiguió el hombre, palabras amables que no parecían casar con su horrible tono—. Siempre es un placer ver a alguien de las tierras tranquilas bajo nuestro modesto techo. Hacía mucho tiempo, muchísimo, que no teníamos aquí a uno de los tuyos.

Xu’sasar rehuyó el abrazo del posadero, pero la sonrisa de éste no desapareció. Señaló las almohadas del suelo.

—Poneos cómodos. ¿Queréis algo de comida o algo de beber?

—Necesitamos una habitación para pasar la noche. —Daine había entrado en el edificio después de Xu’sasar.

—¡Y espera a ver quién viene con ellos, Ferric! —gritó Huwen.

—¿Huwen? —dijo el posadero, entusiasmado—. Hacía demasiado tiempo que no nos honrabas con tu presencia. Esto es ab…

El posadero se quedó en silencio, y la música se detuvo abruptamente. Los bailarines se quedaron donde estaban.

Través entró en la sala con Lei en los brazos.

—La dama… ¿Corazón Oscuro? —dijo el posadero, palideciendo.

—En cierto sentido —respondió Huwen.

—No sé de qué va esto —dijo Daine— y me da igual. Huwen dice que no eres amigo de ese Hombre del Bosque. ¿Es cierto?

—Oh, sí —dijo el posadero—. No tengo ningún miedo. No le diremos a los bosques nada de tu dama herida.

—Bien —dijo Daine—. ¿Nos darás una habitación?

—Por supuesto. Pero está la cuestión del precio. Esto es un negocio, no un santuario.

Daine asintió.

—Tengo oro.

—¿Oro? No utilizamos la moneda bajo la Luna de Densobosque. Necesitarás algo más que metal para ganarte una habitación en El Árbol Torcido. ¿Qué más puedes ofrecerme?

—La vida de un pájaro herido —dijo Daine, poniendo su mano libre alrededor del cuello de Huwen.

Xu’sasar estaba impresionada. Había considerado que Daine era un idiota por perdonarle la vida a la criatura. Nunca pensó que pudiera utilizarla como rehén. Con todo, no estaba convencida de que fuera a lograrlo.

Tampoco Ferric. El posadero se rió; fue un sonido jadeante y sibilante.

—No, Huwen es un cliente, y si quiere refugiarse aquí también él tendrá que pagar un precio. No puedes comerciar con su vida. Si deseas la protección de nuestras paredes tendrás que darme algo de ti. Digamos… tu bonita voz.

Xu’sasar miró de soslayo a Daine. Podía desenvainar y atacar en un abrir y cerrar de ojos. Sin duda, ahora se percataría de las ventajas de haber tomado el refugio con sangre.

Quizá el posadero pudo leer sus pensamientos; quizá solamente vio cómo sus manos se deslizaban hacia las empuñaduras de las dagas.

—No lo hagas —dijo—. Estoy seguro de que podríais matarme, pero os aseguro que El Árbol Torcido no sería seguro después de mi muerte. —Su sonrisa se ensanchó, y Xu’sasar pudo ver sus afilados dientes.

—¿Cuáles son tus condiciones? —dijo Daine.

—¡Oh!, soy un hombre justo —dijo Ferric—. No espero que te quedes en silencio para siempre. Solamente custodiaré tu voz durante tu estancia. Tendré ese tiempo para disfrutarla, y tú tendrás nuestra hospitalidad.

—No lo hagas —dijo Xu’sasar.

La elfa oscura no necesitaba ninguna leyenda que le dijera que sería un error, pero las historias de su pueblo estaban llenas de leyendas de aquellos llevados por el mal camino por astutos espíritus.

—Refugio para mí y para mis compañeros —dijo—. Un precio para todos.

—Eso establece un mal precedente —dijo Ferric con un suspiro—. Con todo, viajas con augusta compañía y me complace meterle el dedo en el ojo al Hombre del Bosque. Así lo haremos: como sólo tú pagarás, sólo te daré una habitación. Cómo uséis ese espacio es cosa vuestra. Tú permanecerás en silencio durante toda la estancia, hasta que te dé una voz cuando abandonéis nuestra compañía. Es un trato justo, ¿verdad?

—¿Y garantizas nuestra seguridad?

—Mientras estéis bajo El Árbol Torcido, sí, señor.

—No lo hagas —dijo de nuevo Xu’sasar.

—Estoy de acuerdo con Xu’sasar. —Fue la primera vez que Través hablaba desde que habían abandonado la orilla del río—. En este lugar hay fuerzas extrañas, capitán. Sin duda, podemos encontrar otro refugio.

Daine soltó el cuello de Huwen y el pájaro dejó escapar una risotada.

—No es probable, hombre de hojalata. Cuanto más os acerquéis al Hombre del Bosque, peor estarán las cosas para vosotros. Ésta es una de las pocas casas públicas a estas horas de la noche, y Ferric dice la verdad. Si queréis un verdadero refugio, tendréis que pagar su precio.

—¡Basta! —dijo Daine—. Lei tiene que descansar y no sabemos qué hay ahí fuera. Si podemos conseguir un lugar seguro por una noche en silencio, me parece un trato justo. —Se volvió hacia el posadero—. ¿Cómo lo hacemos?

—Tardaremos un momento. Menos. Abra la boca y me pondré a ello.

El hombre gordo alzó los brazos y colocó una mano fofa en la garganta de Daine.

Daine gritó.

Xu’sasar desenvainó las dagas y puso las dos puntas en el cuello del posadero. Daine había soltado al cuervo herido y su cara era una máscara de dolor. Su grito pareció pender en el aire, y entonces Xu’sasar se dio cuenta de que, en realidad, pendía en el aire, que una voluta de humo plateado había salido de la boca de Daine, y que el sonido agónico emergía de esa bruma flotante. El humo destelló en el aire y se introdujo en la boca de Ferric, y la sala volvió a quedar en silencio.

—Si no le importa, señorita, eso es muy incómodo.

Era la voz de Daine, tranquila y firme, pero las palabras procedían de la boca del posadero.

Los cuchillos de Xu’sasar seguían contra la garganta de Ferric. Miró a Daine. Tenía el rostro pálido y cubierto de sudor frío, pero parecía que el dolor había cesado. Abrió la boca, la cerró, volvió a abrirla. Finalmente, dio un paso adelante y apartó las dagas de Xu’sasar del cuello del posadero.

—Gracias —dijo éste con la voz de Daine—. Aprecio a los hombres que cumplen su palabra incluso cuando venden sus palabras. Ahora permíteme enseñarte tu habitación. Después, tú y tus compañeros estáis invitados a disfrutar de la hospitalidad de esta sala común.

Daine negó con la cabeza.

—Como quieras. Seguidme.

El posadero los guió hasta la escalera que rodeaba el árbol gris. Mientras cruzaban la sala, Xu’sasar advirtió un detalle que se le había escapado, y a pesar de los muchos terrores que había presenciado, sintió un leve escalofrío. Los fuegos de las chimeneas ardían alegremente, pero no lo hacían alimentados con troncos de madera, sino con huesos humanos, intactos pero ennegrecidos y quemados. Mientras ascendían por la escalera, Xu’sasar vio que los huesos tenían las marcas de unos dientes pequeños y afilados como agujas.

La habitación de la segunda planta era gris. El colchón gris estaba relleno de paja y cubierto con una manta de lana gris. Una pequeña y raída alfombra gris de lana cubría el suelo, tan gris como la madera que había debajo. La ventana estaba llena de polvo, y la luna arrojaba una débil luz gris sobre el suelo.

Través dejó a Lei en el suelo.

—Su estado no ha cambiado —dijo—. ¿Podemos hacer algo por ella?

Daine abrió la boca y parpadeó. Después la cerró con los labios fruncidos. Miró a Xu’sasar.

—No podemos hacer nada —dijo Xu’sasar, pensó en las leyendas que había oído acerca del Guardián de los Secretos—. Sólo podemos vigilar y proteger su cuerpo. La lucha está en su interior, y no podemos hacer nada para influir en ella. Ni podemos ver a qué se enfrenta. La batalla podría haber terminado ya, y quizá haya perdido. Si ése es el caso, nunca se despertará y sólo lo sabremos cuando muera de hambre. —Miró a los ojos a Daine—. Sería una bendición que su agonía terminara.

Daine negó con la cabeza; tenía una mirada dura. Xu’sasar vio en él la ira provocada por la simple insinuación, y sintió una dentellada de culpa. No conocía a Lei y apenas a Daine. A cada hora que pasaba se sentía más sola. Era la última de los jalaq qaltiar, y la voz de Vulkoor le había prohibido seguir a los suyos por los caminos de la muerte. Su destino se había visto unido al de ese Daine. Ellos tres eran la única familia que le quedaba, y aunque no conocía a Lei, no le deseaba nada malo. Le habría ofrecido la misma rápida bendición a cualquier miembro de su tribu que sufriera una larga enfermedad.

—Eso sería un error —dijo Través—. Puede ser que no te preocupes por Lei como nosotros, Xu’sasar, pero es nuestra guía en este lugar. Sin ella, nuestras posibilidades de sobrevivir son mínimas.

—No quería faltarle al respeto —dijo Xu’sasar—. La muerte por hambre es lenta, y su alma ya está perdida; no querría que su cuerpo sufriera.

Daine frunció el entrecejo.

—Esperemos que no sea el caso —dijo Través—. Mi señora tiene un espíritu fuerte, y estoy seguro de que resurgirá.

Xu’sasar buscó en su mente palabras de disculpa. Al final, se limitó a chasquear la lengua e inclinó la cabeza, apartando la mirada de los ojos acusadores de Daine.

Sintió su mano en el hombro. Se encogió un tanto ante el contacto desconocido, pero alzó la mirada. La expresión de Daine se había suavizado. Le señaló la cama.

—No lo entiendo —dijo. ¿Era un acercamiento sexual? A pesar del creciente vínculo que sentía con el trío, seguían siendo extranjeros.

—Creo que el capitán te está ofreciendo el espacio que queda libre en la cama para que puedas descansar cómodamente —dijo Través. Se detuvo y después continuó—. Creo que no sabe que tu raza no duerme.

Los ojos de Daine se agrandaron un tanto. Miró a Daine. «¿No duermen?», dijo su boca, en silencio.

—Así es —dijo Xu’sasar—. Esta debilidad fue purgada de nuestra raza en el tiempo del horror, cuando la oscuridad golpeó los sueños de los poderosos. —Miró a Daine—. Ocupa tú ese lugar. Yo te vigilaré.

Daine se encogió de hombros y miró a Través.

—Yo vigilaré la puerta, capitán. ¿Quieres comer algo antes de dormir?

La música había vuelto a la sala común, y el sonido de las risas se filtraba por el suelo: la risa de Daine. Éste frunció el entrecejo al oírla y negó con la cabeza. Se sentó en la cama y durante un rato se quedó mirando a Lei. Después, se quitó la armadura y se tendió junto a ella. Al cabo de un momento, estaba dormido.

Xu’sasar miró a Través. El forjado se alzaba, inmenso, sobre ella y la contemplaba con ojos brillantes. Pasó un rato en silencio, ninguno de los dos se movió. Ella se preguntó si Través estaba evaluando su potencial como amenaza, pensando en las formas en que podría derrotarla si se enfrentaban en un combate. Eso era lo que ella estaba haciendo mientras le observaba. Sabía que ese hombre de metal era un aliado y respetaba sus habilidades como cazador y viajero en la noche. Pero a pesar de ello era una criatura extraña y sobrenatural. Mientras le miraba, le vino a la memoria el ser que se había transformado en una tormenta de cuchillas, la criatura que había matado a su padre y la había dado por muerta. El deseo de venganza contra Harmattan todavía ardía en su interior, y cuando miró a Través le resultó difícil no ver la sombra de ese monstruo.

—Pasaré la noche al otro lado de la puerta y vigilaré el pasillo —dijo Través—. Desde esa posición, podré oír lo que suceda en el piso de ahajo y cualquier sonido de alarma en esta habitación. ¿Defenderás a mis compañeros?

—Con mi sangre —respondió ella.

Al cabo de un momento, Xu’sasar estaba a solas con los humanos dormidos. Se arrodilló en un rincón de la pequeña habitación con la espalda contra la pared. Sacó sus cuchillos de hueso, dejó que sus pensamientos se deslizaran hasta las armas y observó cómo se transformaban en respuesta. «El Diente del Vagabundo —lo había llamado el hombre—. Una arma de destino, una hoja para la que naciste».

«¿Y qué destino compartimos?», había dicho ella.

¿Qué habría pasado si no lo hubiera preguntado? Ahora no había forma de saberlo. Sólo podía quedarse sentada en la sala gris observando cómo soñaban los humanos y preparándose para las batallas que el mañana le deparara.