—Dime, artificiera, y dime la verdad: ¿dónde empezó tu viaje?
Daine apenas podía ver a Través y a Lei entre las sombras del río, pero la serpiente seguía hablando por sus dos, bocas. Daine y Xu’sasar estaban en la otra orilla donde la serpiente estaba enrollada en otro pilar de piedra negra. La criatura los ignoraba, y sus ojos dorados estaban fijos en la orilla opuesta.
«Artificiera», pensó Daine. Ésa tenía que ser Lei, sin duda. Una forma esbelta se subió a la espalda de la serpiente y empezó a caminar. Daine recordaba lo traicionero que había sido el pasco. Las escamas de la serpiente eran lisas y resbaladizas; la carne había cedido bajo sus botas. El corazón se le encogía cada vez que Lei daba un paso, pero siempre lograba mantener el equilibrio.
—Tienes mucho que aprender —dijo la serpiente.
Daine vio a Lei por los aires. Se dio cuenta de que estaba golpeando el suelo con los pies, que el aire llenaba sus pulmones para emitir un grito. Pero el grito nunca se produjo, y él no llegó a las aguas. Un momento de dolor, un rápido golpe contra la parte posterior de las piernas, y Daine cayó sobre el polvo y la hierba.
Xu’sasar estaba sobre él. Le cogió el cuello con una mano y le apretó tres dedos contra la base de la espina dorsal. Sintió un estremecimiento en los nervios, un destello de adrenalina y dolor, y todos los músculos de su cuerpo se quedaron rígidos.
La furia y el miedo por Lei inundaron su cerebro y se revolvió contra la traicionera drow, pero fue en vano. Ella se mantenía firme como una estatua, y mientras siguiera inmóvil, Daine permanecería impotente.
—Has cruzado el río —dijo Xu’sasar—. ¡No puedes volver!
Daine quiso gritarle, derribarla. Sólo cuando Través salió del río con el cuerpo empapado de Lei en brazos, Xu’sasar le soltó. Un instante después, estaba ya junto a Lei, extrayéndole el agua de los pulmones. Ella respiraba, pero tenía la piel pálida y fría, y su cuerpo inmóvil no respondía. Daine era vagamente consciente de que le estaba gritando, de que le ordenaba que se despertara mientras golpeaba el suelo con el puño.
Través sostenía a Daine y le apartó.
—Está viva, capitán. No puedes hacer nada por ella.
—¿Por qué no se despierta?
—No lo sé. Pero está estable. Nada ha cambiado desde que la he sacado del agua.
Volviendo a mirar a Lei, Daine vio una sombra oscura arrodillándose junto a ella… Xu’sasar. Liberándose de Través, Daine se lanzó contra la mujer drow y la embistió con el hombro. Ella no se lo esperaba y cayó sobre Lei; a punto estuvo de dar con su cuerpo en el agua.
Daine tenía la espada en la mano y ardía con el fuego de su furia.
—¿Qué has hecho? —dijo.
Xu’sasar se puso en pie y luego se agachó en la estrecha franja de la orilla. Tenía la rueda de hueso en la mano, y Daine, a pesar de su ira, se percató de las gotas de fluido verdoso que cubrían las puntas de los dientes.
—Te he salvado —dijo—. Si hubieras entrado en el río, habrías sufrido un destino mucho peor.
—¿De qué estás hablando?
—¿No escuchaste al Guardián de los Secretos? El río es conocimiento. El río es verdad. Escogió bañar a Lei en las aguas y te ordenó que siguieras en la costa.
—¿Y qué hacías tú hace un momento?
—Los peligros de la tierra son muchos, y mi gente tiene que aprender a sanar además de matar. Fui yo quien te atendió después de nuestra batalla con Colchyn. Sólo quería estudiar a tu acompañante y asegurarme de saber qué la afligía.
La ira que ardía en el interior de Daine se estaba apaciguando. A medida que la energía furiosa se apagaba la hoja refulgente de su espada se convertía en mero metal.
—Dime.
—Esta batalla está en su interior —dijo Xu’sasar—. Sólo ella puede librarla.
—¡Tiene que haber algo que podamos hacer!
—Puedes proteger su cuerpo, pero esta batalla está en su mente. Es un honor ser escogido así. Si sobrevive, será más fuerte gracias a ello.
La ira de Daine creció al oír el «si sobrevive», pero reprimió el fuego. Xu’sasar no era culpable de eso.
Través estaba junto a Daine. Su voz grave y familiar era un ancla emocional.
—No tenemos alternativa, capitán. Su fuerza vital es estable. Creo que lo mejor que podemos hacer es encontrar alimentos y refugio. Ha sido un largo viaje, y también tú tienes que descansar.
Través tenía razón, por supuesto. Lei estaba en un aprieto, pero Daine conocía sus límites y estaba luchando contra ellos.
—No nos vamos a quedar aquí. No quiero que Lei esté cerca de la serpiente y el agua. Tiene que haber algún lugar bien defendido cerca.
—Mira —dijo Través, señalando el pilar de piedra que la serpiente había utilizado como sujeción.
Daine tardó un instante en darse cuenta de qué estaba hablando Través, y después lo vio.
Un camino.
Hasta ese momento habían vagado por una tierra sin senderos. Los pilares de la serpiente eran los primeros signos de civilización que habían visto. Se advertían restos de un caminillo en la base del pilar, un camino que se hacía más ancho y más claro a medida que se adentraba en los bosques.
Daine se acercó a Lei con la espada todavía en la mano.
—Ve a ver qué puedes encontrar —le dijo a Través.
Él se volvió hacia la mujer drow. No había engaño en sus ojos, y Daine se dio cuenta de que pensaba lo que decía, que había hecho lo que creía que era mejor para él. Pero su ira todavía tenía que canalizarse y, en ese momento, sentía un fuego en su interior cada vez que miraba a la elfa oscura. Lei, Través…, sabía qué podía esperar de ellos. Sabía lo que harían. Lo que era más de lo que podía decir de Xu’sasar.
—Tú —dijo, quizá con mayor brusquedad de la necesaria—. No te alejes de mí, ¿de acuerdo?
Xu’sasar apartó la mirada y suspiró.
—Soy más rápida que el hombre de metal y mis pasos son igualmente silenciosos —repuso—. Mis ojos ven más cuando la luna está alta, y esta tierra está bañada por la luz de la luna. Es una estupidez mandarle a él en mi lugar.
—No me importa lo rápida que seas, princesa. Través obedece las órdenes, y ahora mismo la confianza es lo más importante de todo. Te dijeron que debías protegerme, ¿verdad? ¿Por qué no empiezas haciendo lo que te dicen?
—Te he salvado la vida —dijo.
Sus palabras fluían juntas, pero Daine no sabía si la velocidad con la que hablaba era una señal de vergüenza o de ira.
—Había mejores formas de hacerlo —dijo—. Trabajamos en equipo, ¿lo entiendes?
Pasó un instante, pero Xu’sasar finalmente chasqueó la lengua.
—Como tú digas.
Daine se arrodilló junto a Lei y le puso una mano en la mejilla. Tenía la piel fría. Sintió un estremecimiento en su interior, una sensación física más tangible que su preocupación o su rabia. Era la bola de energía en la base de la espina dorsal, la presencia que había notado cuando Lei había descubierto su marca. Al principio, pensó que todo estaba en su mente, pero podía sentirlo, una quemazón pura justo debajo de su piel, y ese dolor era más intenso cuando tocaba a Lei. Recordando los últimos minutos, no pudo evitar preguntarse por el pánico que se había apoderado de él. ¿Eran sólo los nervios y la visión de Lei en peligro? ¿O era algo más?
Arrodillado al lado de la artificiera, Daine observó cómo la serpiente se retorcía en la otra orilla. Reprimió la furia que sentía y trató de olvidar todas las leyendas que había oído sobre las Marcas de dragón aberrantes.
El único sonido era el débil manar del agua. Lei estaba inmóvil y el pecho apenas se le hinchaba al respirar. Pese a que esa inmovilidad despertó el terror en el corazón de Daine, nunca le había parecido tan perfecta, tan hermosa, como bajo la luz de la luna de Thelanis.
—¿Quieres que mate a los observadores o que los detenga con vida?
Eran las primeras palabras que Xu’sasar había pronunciado desde que Daine la había reprendido, y el sonido de su voz le sacó del ensueño. Mientras trataba de hallar el sentido de su pregunta, se produjo un revoloteo en las ramas de un árbol cercano. Parecía que Daine no era el único que lo había oído, y el intruso no iba a esperar una respuesta. El capitán vislumbró un puñado de plumas negras cuando un pájaro arrancó a volar, pero la criatura no era rápida. La rueda de hueso de Xu’sasar zumbó por los aires y —¡pam!— una forma oscura cayó al suelo. La rueda arrojadiza no cayó con ella, sino que deshizo su trayectoria por los aires y regresó a la mano de Xu’sasar.
Daine corrió para examinar a la criatura caída. Era un cuervo del tamaño de la cabeza del capitán. Parecía que Xu’sasar había decidido no matarlo, porque Daine no vio sangre…, pero el impacto debía haberle roto algún hueso, y el cuervo permanecía en tierra.
—¿Qué te hace pensar que es un espía? —dijo Daine.
—Un buen disparo; te lo concedo.
Aunque masculina, la voz era aguda, como la de algunos gnomos que Daine había conocido. Era una voz cascada y trabajosa, pronunciada con dolor. Era la voz del cuervo. El pájaro estaba de lado, con la cabeza inclinada para mirar a Daine.
—Tu chica tiene buen ojo. Podría ser una lechuza.
Xu’sasar no dijo nada. Sostenía la rueda de hueso en la mano, del revés. Un golpe del arma y las tres puntas curvas atravesarían la carne del cuervo.
—Primero escorpiones —dijo Daine—, después serpientes. Y ahora tú. ¿Todas las serpientes del otro lado del río hablan o sólo la grande?
—¿Las serpientes? —preguntó el cuervo con una débil risotada. Un poco de sangre le salió por el pico—. No seas estúpido. Tienen la sangre fría. A las muy zorras no les gusta nadie de fuera de su clan. ¿Yo? Yo soy un pájaro al que le gusta hablar. No hacía falta que me rompierais un ala para llamarme la atención.
—Nos estabas espiando y has tratado de huir cuando Xu te ha visto.
—¡Ah, eso! Bueno. Sí. Tampoco es que me haya dado muchas opciones, ¿no? Atrapar o matar. No charlar un poco amablemente. Alguien dice: «¿Qué hacemos, le pegamos una paliza a ese hombre o lo matamos?», y ¿tú qué haces?
—Quizá no espiar a nadie, para empezar —dijo Daine, que sacó su daga y se arrodilló junto al cuervo—. Y todavía no has respondido.
—Amenazando al pájaro que tiene el ala rota. Muy simpático. ¿Qué será ahora? ¿Tortura? ¿Arrancarme las plumas una a una?
—Nada tan lento —dijo Daine.
Otro hombre tal vez no habría considerado una amenaza a un pájaro. Pero aquélla no era la primera vez, ni siquiera fuera de Thelanis, en que Daine se había encontrado con un animal parlante o incluso un pájaro inteligente. Los magos guerreros de Valenar con frecuencia utilizaban aves de la familia como exploradores.
—No estoy de humor para juegos. —Levantó la daga.
—¡Espera! —El cuervo retorció la cabeza—. Puedo ayudarte. Puedo ayudar a la chica.
Daine mantuvo la daga sobre el pájaro.
—Te estoy escuchando.
—¿Estáis buscando refugio, verdad? Hacéis bien en no querer quedaros al aire libre. Puede ser que ella me haya visto, pero son muchos los poderes que moran en estos bosques. Y gracias a vosotros, ahora tengo que curarme, no quiero morirme aquí mismo, bajo tu daga o en las fauces de la noche. Si me lleváis con vosotros puedo conduciros a un refugio seguro.
—¿Qué clase de refugio?
—Una posada —dijo el pájaro—. El Árbol Torcido.
—¿Una posada?
—Eso es —dijo el cuervo—. Algo de bebida, un poco de pan, un techo sobre la cabeza. ¿Creías que era exclusivo de los humanos?
—No creo que los cuervos necesiten todas esas cosas —dijo Daine.
—No se trata sólo de lo que es necesario. Vosotros los humanos tampoco les dais muchas opciones a los animales. Además, aquí también hay representantes de tu especie. Ferric, que lleva el Descanso de la Luna, es manoso.
—¿Manoso?
—Tiene manos. ¿Ves adonde voy? No como yo. Y él encontrará a alguien que pueda ocuparse de mí, seguro. Le gustan los tratos, a Ferric.
Daine pensó en ello.
—¿Y dices que esa posada es segura?
—No he dicho eso —dijo el cuervo—. A Ferric le gusta llegar a un acuerdo. Pero no adora precisamente al Hombre del Bosque, y creo que eso lo comparte con vosotros, ¿verdad?
Daine apretó con más fuerza la empuñadura de la daga.
—¿Qué sabes tú de eso?
—Tu asesina tiene razón. Soy un observador. Miro y escucho, y comercio con la información. Las noticias del regreso de Corazón Oscuro se han extendido por toda la noche, y el Hombre del Bosque la quiere de vuelta. Pero ¿yo? Puede que haga un trato de vez en cuando, pero no soy una de sus criaturas. Si me sacáis de ésta, no diré ni media palabra sobre lo que he visto. Y Ferric estará contento con escupirle a la cara al Hombre del Bosque.
—Xu’sasar, ¿qué opinas?
Daine mantuvo la mirada fija en el cuervo al hablar. Aunque la criatura parecía herida, el capitán no iba a dar nada por sentado nunca más.
—Mata al pájaro —dijo Xu’sasar—. Nosotros mismos encontraremos un refugio. No es uno de los grandes espíritus. Es un espía y un tramposo que trata de conservar la vida con palabras.
—Es lo único que tengo además de plumas —terció el cuervo—. Pero, venga ya, ¿qué os he hecho?
—Nada todavía —dijo Xu’sasar—. Y si mueres, nada nunca.
Daine se quedó mirando al pájaro herido. No tenía razones para confiar en lo que la criatura decía. Estaban en territorio hostil, y el cuervo podía estar mintiendo. Pero nunca le había gustado matar a prisioneros humanos y, de alguna manera, no había gran diferencia en aquel caso. Y si el pájaro decía la verdad, quizá fuera una oportunidad para conseguir aliados en un lugar tan extraño. Y sabía lo que Lei habría dicho si hubiera estado consciente.
La llamada del cantante del ocaso cyr cruzó los bosques. La señal de Través. El forjado había oído voces y estaba pidiendo instrucciones. Daine le respondió: «Es seguro volver».
Través salió de los árboles.
—El camino es transitado —dijo—. Pezuñas y botas han pasado por él, y no hace mucho. A una buena distancia, hay una luz potente, parpadeante: un farol o un fuego.
—Eso es El Árbol Torcido —dijo el cuervo—. No es mucho trecho para vosotros. Llevadme y haré un buen trato. Es lo mínimo que podéis hacer, ¿no? Sólo la Luna sabe cuándo podré volar de nuevo.
—Bueno —dijo Daine—, te llevaremos con nosotros. Través, tú lleva a Lei. Yo llevaré a éste… Y te lo advierto, pajarito, si tenemos problemas entre este momento y la llegada a la posada, tú serás el primero en morir.
—Me parece justo —dijo el cuervo—. Y si somos amigos, podéis llamarme Huwen, ¿de acuerdo?
—Vamos a esa posada antes de firmar nuestra amistad, pájaro.
Daine dio una última mirada al río. Al otro lado vio la sombra de la gran serpiente enrollada en el pilar, y después recogió al cuervo herido y se adentró en el bosque.