Caos. Eso era lo que le preocupaba a Daine.

—Estamos siguiendo a un palo encantado que va a ayudarnos a encontrar a un jabalí —dijo Daine—, porque un escorpión dice que es el único modo que tenemos de atravesar la noche. ¿Y por qué creemos que eso tiene el menor sentido?

—No es cuestión de sentido —respondió Lei—. Esto es Thelanis. Es la fuente de los cuentos de hadas y las supersticiones. ¿Recuerdas la historia de la Torre de Espinas, en la que Kellan mata al ogro y sus costillas se convierten en una escalera? Estamos tratando con cosas así. Este es un mundo de magia, no de lógica.

—¿Estás diciendo que debemos hacerle caso porque no tiene sentido?

—No. Estoy diciendo que eso no importa. —Lei alzó el bastón—. El espíritu de la madera quiere llevarnos a alguna parte. Podemos decidir seguirlo. Podemos buscar un jabalí. O podemos vagar sin rumbo en esta tierra devastada a la espera de que más estrellas caigan del cielo y nos maten.

Daine miró de soslayo a Través, que había permanecido en silencio durante la conversación con el escorpión.

—Través, ¿algo que añadir? ¿Alguna sugerencia de tu misteriosa amiga?

—No —dijo Través—. Mi compañera está perturbada por este reino. Es sensible al flujo de energías mágicas, y el nivel de magia de este lugar le está provocando dolor. Estoy de acuerdo con Lei. No tenemos nada que perder buscando a ese animal, y yo prefiero tener un objetivo que actuar sin guía.

—¿Por qué lo cuestionas? —dijo Xu’sasar. La mujer drow estaba justo detrás de Daine y se había acercado a él mientras los demás hablaban—. Ahora tenemos un objetivo, un camino que seguir.

—No me gusta que los demás escojan mi camino por mí —dijo Daine—. Pero no tenemos mucho donde elegir. Pero no hagamos esto a ciegas. Lei, quiero que cargues la ballesta de Través. Hazla más eficaz contra animales. Quiero que hagamos esto tan de prisa como podamos.

—No tengas miedo —dijo Xu’sasar mientras Lei cogía la ballesta de Través y empezaba a murmurar sobre ella—. Tengo la velocidad de la pantera cambiante y golpeo con la precisión del escorpión. Esa bestia no se nos escapará.

—No me preocupa que escape —dijo Daine—. Déjame que te explique algo. Si vas a quedarte con nosotros, tienes que hacer lo que yo diga. Cuando yo tengo un plan, lo sigues. Si no puedes hacerlo, ve a buscar tu propio jabalí. No me importa lo rápida que seas. Nosotros trabajamos en equipo o no trabajamos.

Daine esperaba una respuesta hostil. Pero Xu’sasar bajó la mirada al suelo.

—No quería haceros daño con mis acciones. Soy la última de la tribu. Ahora mi lugar está con vosotros y haré lo que digas.

Hablaba en voz baja, y sus palabras eran más lentas de lo habitual. Por un momento, pareció que la máscara de la guerrera mortal caía. Desde la pelea en la esfera, Xu’sasar había sido arrogante, irritante y excesivamente confiada. Pero… «la última de la tribu». Daine había esperado que se mostrara agradecida por haber sido salvada, pero nunca había pensado en lo que ella habría perdido. No conocía su relación con Shen’kar y los demás drows que habían muerto en Karul’tash. Pero estaba sola, tan lejos de casa como ellos, sin ni siquiera el consuelo de las caras familiares. Era imposible intuir su edad —de haber sido humana, Daine le habría supuesto dieciocho o veinte años—, pero un elfo podía llegar al siglo sin señales de ello. Con todo, en ese momento, parecía una niña, avergonzada, sola y confundida. Quería ayudar, impresionarle con su talento, y él le había soltado una regañina.

—Sé cuáles son tus talentos. Estoy seguro de que precisaremos tu ayuda si queremos salir de ésta. Sólo necesito que sigas mis órdenes. Tengo que saber lo que mi gente va a hacer. Si actúas a tu aire, nos pones en riesgo a los demás. ¿Comprendido?

Xu’sasar no le miró, pero chasqueó la lengua. Daine recordó al capitán drow Shen’kar haciendo lo mismo a modo de afirmación. Tendió el brazo para ponerle la mano en el hombro, pero sólo halló aire: pese a estar abatida, Xu’sasar parecía no necesitar consuelo físico.

—Ya está —dijo Lei.

—Bien. Ahora, haz un enredador. Seguiremos a tu bastón, y esperemos que le gusten los jabalís. Xu, Través, quiero que ocupéis los flancos y que busquéis rastros. Si el bastón no hace su trabajo, tendremos que hacerlo del modo difícil. Cuando encontremos al jabalí, Lei utilizará el enredador para fijarlo al suelo. Través lo abatirá desde la distancia. Xu, tú y yo nos quedaremos junto a Lei y entraremos en combate solamente si el animal se libera. ¿Está claro?

Xu’sasar volvió a chasquear la lengua y los demás asintieron.

Daine se rascó la espalda y se permitió sonreír.

—Bien. Ahora, todos alerta. Nos hemos enfrentado a perros de sangre, estrellas que caían del cielo y escorpiones. Es seguro que podemos hacerlo con un pequeño jabalí.

—Eso no es un pequeño jabalí —dijo Daine—. ¿Estás segura?

Lei asintió y su bastón murmuró en el mismo sentido.

Estaban apiñados en la base de una de las inmensas caras de piedra mirando hacia el valle. Un minuto antes, Través había visto lo que al principio les pareció una antorcha moviéndose en la noche. No era una antorcha. Era Colchyn, el Gran Jabalí de la Luna del Cazador. La bestia era fácilmente del tamaño de una manada entera de caballos. Su cuerpo estaba cubierto de cerdas negras y un risco de llamas recorría su espalda.

El mismo fuego ardía en sus ojos, y de sus orificios nasales salían chispas cuando resoplaba y olía el aire. Través se estrujó los sesos para dar con algún plan que les permitiera evitar enfrentarse cara a cara con esa monstruosidad, pero no se le ocurrió nada. Estudió la formación rocosa tras la que se escudaban preguntándose si podrían escalarla, pero otra mirada a la bestia le hizo desechar la idea. Estaba seguro de que el jabalí podría alcanzarlos aunque subieran a la cima de la cara.

—No hay forma de evitarlo. —Una vez más, Xu’sasar se había deslizado tras Daine—. Es nuestra prueba. Afrontémoslo con valentía.

—Necesitaremos algo más que valentía. Lei ¿Y si nos damos un poco de prisa?

Ella asintió, buscó en su bolsa y sacó sus herramientas mágicas.

Daine miró por el borde y contempló al monstruo, que se aproximaba.

—Inténtalo con el enredador. Dudo de que atrape a esa cosa, pero no tenemos nada que perder. Través, mantén la distancia y dale tanto como puedas. Con el encantamiento de Lei, tus flechas son nuestra mejor arma.

—Comprendido —dijo Través.

Xu’sasar —dijo Daine—. Ya sé que lo hiciste con esos perros, pero ¿en serio tienes pensado liarte a puñetazos con esa cosa?

—No lucho sólo con mis puños. Golpeo con el aguijón del escorpión y la gélida noche. No le tengo miedo a esa criatura.

Daine estuvo tentado de decirle que se mantuviera a distancia. Liarse a patadas con una bestia del tamaño de un granero era una locura. Con todo, Xu’sasar era rápida hasta sin la magia de Lei, y lo que él quería era precisamente distraerlo.

—Si se libera, haz lo que puedas para que no recupere el equilibrio. Si nos ponemos en lados opuestos y no dejamos de golpearle… Tenemos que darle a Través tanto tiempo como podamos.

—¿Y yo? —dijo Lei. Había acabado de pintar un símbolo plateado en un disco de cuarzo.

—No te acerques a él —dijo Daine.

—¿Qué? ¿Estás diciendo que…?

—Esto no es una discusión. Sé que puedes cuidar de ti misma, pero mira esa cosa. Una patada y estaré sangrando en el barro. Eres la única de nosotros que puede sanar, y necesito que te mantengas alejada del peligro. Quédate atrás y utiliza esa varita tuya. Una explosión suya será más eficaz que un golpecito con tu bastón.

Daine percibió la frustración de Lei, pero tenía razón, y la artificiera lo sabía. Tenía sentido…, y de hecho, que eso la mantuviera a distancia del monstruo fue una afortunada coincidencia.

—Esperemos que el escorpión no nos haya mentido —dijo Daine—. ¿Lei? Vamos con esa velocidad.

Lei cerró las manos alrededor del pedazo de piedra y susurró una palabra incomprensible. Daine sintió sólo un débil cosquilleo en sus músculos, pero supo qué esperar.

—¡Vamos! —dijo, lanzándose al otro lado de la formación rocosa.

El jabalí estaba en la base de la colina, acercándose a ellos. Gracias a la magia de Lei, la bestia parecía moverse a cámara lenta, como si apenas se arrastrara por la ladera. Con todo, a esa distancia, Daine se dio cuenta de lo grande que era, y la idea de embestir contra una criatura como ésa le pareció ridícula. Sus colmillos eran largos como los brazos de Daine, y tenía las pezuñas envueltas en llamas; arrasaba la hierba al pasar por ella. Era una criatura salida de una pesadilla.

Pero se habían enfrentado antes a pesadillas.

Lei fue la primera en actuar. Había tejido el ensalmo enredador en una raíz retorcida y apuntó con esa varita improvisada a la gran bestia. Viñas y raíces surgieron del suelo y cubrieron al jabalí, ascendiendo por sus piernas y reteniéndolo en seguida. La primera descarga de flechas de Través voló por el aire prendida con fuego ultraterreno. La bestia aulló cuando los proyectiles la alcanzaron, y Daine sintió un destello de esperanza. Quizá le bestia no era tan temible como parecía.

Esas esperanzas no tardaron en desvanecerse. La bestia rugió con una vitalidad que no había sido mermada por las flechas que tenía clavadas en el cuello. Unos inmensos músculos se flexionaron para liberarse de las raíces que la sostenían y pudo avanzar lentamente por el traicionero suelo. Través lanzó una segunda descarga cuando el jabalí salió de la maraña, y un rayo estalló cuando Lei hizo que la varita actuara. Si la bestia sentía algo aparte de ira, Daine no lo veía por ningún lado. Siguió avanzando, reduciendo rápidamente la distancia. Era el momento de actuar.

«Abuelo, guía mi brazo», rezó al descender a la carrera la ladera.

La bestia resopló al ver a Daine y Xu’sasar, y los cubrió de una catarata de chispas. Daine aulló al torcer a la derecha, atacando una pierna inmensa; no estuvo seguro de que el monstruo acusara el golpe.

Pasaron unos segundos en que le invadieron un montón de sensaciones. Unas estruendosas pezuñas hacían agujeros en el suelo. Un aliento pestilente le cubrió; los largos colmillos buscaron su pecho. Daine no se paró a pensar o planear, se limitó a moverse, y el instinto y una velocidad sobrenatural le permitieron esquivar golpes mortales. Le clavó la espada en las patas, la blandió contra su hocico, aprovechó cada oportunidad que tuvo.

Fue una acción maestra, pero hasta un maestro podía caer ante un monstruo como aquél. A cada momento que pasaba, los golpes se acercaban más, y más se debilitaban los ataques de Daine. La espalda le ardió cuando un colmillo se clavó en la malla y la carne. El ataque le derribó al suelo. Se volvió a tiempo para ver los colmillos descendiendo…

Y una forma oscura se lanzó hacia adelante y se hundió entre las fauces de la bestia.

Xu’sasar.

Daine la vio sólo un instante, pero la imagen quedó grabada en su mente. La red de líneas blancas y plateadas tatuada en su piel oscura brilló a la débil luz, pero lo que realmente le dejó atónito fue su expresión: una combinación de adusta resolución y alegría. No había dudas ni miedo. Por un momento, quedó silueteada mientras trataba de abrir las fauces de la criatura, que se revolvía y jadeaba. Entonces, su boca se cerró de golpe, y Xu’sasar desapareció en su interior.

No había pensamiento: sólo furia, un crudo aullido que decía: «¡Otra vez no!». Daine lanzó todo su cuerpo en un último ataque, con ambas manos alrededor de una espada que brillaba como el sol. Cuando la hoja se hundió en la garganta de la criatura, Daine oyó el rugido de un ejército, el impacto de un millar de armas.

Y el jabalí explotó.

No hubo fuego ni calor. La carne del jabalí pareció expandirse, manar hacia afuera, alrededor de Daine, y el mundo cambió. El jabalí había desaparecido, y también el páramo desolado.