Los pensamientos de Lei se aceleraron. Cuando su tío Jura fue expulsado de la casa Cannith, adoptó el nombre de Corazón Oscuro y llamó a su casa Bosque del Corazón Oscuro. ¿Era su mujer esa señora Corazón Oscuro? Si era así… «Corazón Oscuro debe probar la sangre del Cazador».

—Qué generoso —dijo Daine—. Pero no encontrarás lo que buscas aquí. Y no conozco a ninguna señora Corazón Oscuro a menos que te refieras a la chica drow que acecha entre las sombras y que busca el modo de acabar contigo.

El desconocido se rió bajo su desdeñosa máscara. Su escudo brillante debería haber iluminado su cara, pero en lugar de eso parecía ahuyentar la luz de él.

—¿No sabes quién camina a tu lado? Venga, señora. Tu prometido te espera.

Estaba hablándole a Lei.

«¿Prometido? ¿Se refería a Hadran?». Un año atrás, Lei se había prometido con el señor Hadran d’Cannith, un rico artificiero de Sharn. Había sido asesinado antes de que Lei llegara a Sharn… y habían creído que Tashana era la responsable. Pero ahora todo parecía dudoso. ¿Podía haber alguna enloquecida verdad en las leyendas de Xu’sasar? ¿Podía ser aquélla la tierra de la muerte?

Los ojos de Daine revolotearon hacia Lei, pero no iba a dejar que el enemigo la distrajera.

—¿Quién eres, exactamente? —dijo—. ¿Qué te hace pensar que te permitiremos irte con la dama?

El Cazador volvió a reírse.

—Mi nombre no es cosa tuya, mortal. Soy el noveno hermano de la Noche y cabalgo bajo la Luna del Cazador. Vengo de parte del Hombre de Bosque, para llevarme a su novia.

Lei sintió una creciente ira, un resentimiento que se formaba en el bastón y se distribuía por sus nervios. Dio un paso adelante ignorando el gesto brusco de Daine. Quería atacar, golpear con la punta del bastón la tierna carne que había debajo de la máscara de piedra, pero reprimió esas emociones desconocidas.

—¿Cómo es que me conoces?

El efecto fue dramático. El caballo del Cazador retrocedió, y cada uno de los perros dio un paso atrás, gimoteando. La cara de piedra del jinete ocultaba su verdadera expresión, pero su lanza giró para apuntarla.

—Es de veras triste en lo que os habéis convertido —dijo. Su voz profunda estaba llena de pena—. Pero el Hombre del Bosque os aceptará de todos modos, creo.

Lei no recordaba haberse acercado al jinete. El bastón se llenó de rabia y su furia anegó todo pensamiento racional. Lei estaba junto a Daine y, al cabo de un segundo, arremetía contra el oscuro jinete, descargando toda su fuerza con una rápida embestida.

Presa de la ira, se movió con una asombrosa rapidez. Pero el Cazador no tardó en reaccionar. Hombre y caballo se movían como uno solo. El semental se echó hacia un lado y el jinete alzó su escudo lunar.

El impacto fue escalofriante. Un trueno resonó en el valle, como si el mismo cielo estuviera indignado.

El bastón aulló.

Fue un sonido terrible, un lamento lleno de agonía y pena. El grito desgarró la esperanza y dejó un horrible vacío, una sensación de condena. Pese al dolor que le provocó, Lei se dio cuenta de que sólo sentía una versión reducida de la desesperación que estaba arrojando sobre el Cazador y sus perros de presa. El jinete cayó ante ella, desfalleciendo ante la fuerza del gemido. Después de eso, los perros de sangre atacaron.

—Esperaba escoltaros, señora —gritó el Cazador bajo el continuado gemido del bastón—, pero os llevaré por la fuerza si es necesario.

Lei dejó que la furia la guiara. El primer perro en llegar hasta ella saltó por los aires con la intención de embestirla. El golpe de Lei impactó en el pecho del animal y se hundió en la carne como si el bastón fuera una lanza. Mientras Lei retrocedía por la fuerza del impacto, pareció que el perro hervía; líneas de calor se erizaron a su alrededor. Un instante después, explotó, y Lei sintió cómo la sangre caliente le salpicaba la cara.

La artificiera se llevó la mano a los ojos para limpiarse la sangre y se distrajo en el momento crucial. Un segundo perro la embistió, la arrojó al suelo y cayó sobre su pecho. Le arrancó el bastón de las manos. El gemido se interrumpió repentinamente, y la fuerza y la ira de Lei se apagaron. El perro se movió con una rapidez cegadora. Le golpeó el cuello con los dientes manchados de sangre. Sus poderosas fauces se cerraron, apretaron… y fracasaron.

Antes de la batalla, Daine había ordenado a Lei que tejiera un encantamiento de protección en su chaleco, y esa magia dispersó lo más fuerte del ataque. El dolor era intenso, y Lei jadeó, pero el perro no pudo atravesar la armadura. Tomó una bocanada de aire y la criatura cayó de espaldas al ser alcanzada por las flechas de Través. Se disolvió y la presión desapareció al mismo tiempo que la sangre corría por el pecho de Lei.

Xu’sasar danzó entre los perros, atacando con las rodillas y los codos. Lei oyó el ruido sordo de la ballesta de Través antes de que las flechas punzaran el aire a su alrededor. Luego, vio al semental negro cargando contra ella.

En otro momento de su vida, Lei habría estado aterrorizada. Pero después de todo por lo que había pasado en los últimos días, un hombre a caballo no iba a conseguir asustarla. Vio la máscara de piedra del Cazador, la solitaria lágrima brillando a la luz de la luna, la punta de plata de su lanza apuntando a su corazón y los cascos del caballo desgarrando el suelo al correr hacia ella. Había perdido el bastón y no había tiempo de alcanzarlo. Estaba desarmada.

Pero en la palma de su mano izquierda había un glifo dorado.

Alzando la mano, extendió sus pensamientos para tocar el poder que había tejido en el guante. El símbolo explotó con un estallido de luz y alcanzó a caballo y jinete con una rociada brillante. Miles de motas doradas llenaron el aire, y después la luz se condensó alrededor del Cazador y su montura, y los cubrió a ambos con una capa de polvo refulgente. El semental se detuvo con un traspié, dando tumbos a ciegas y golpeando el suelo con los cascos. Dos flechas de Través canturrearon por el aire: una de ellas estaba dirigida a un ojo del semental; la segunda se clavó en la garganta del jinete. Ambas flechas se partieron al impactar. El Cazador apenas pareció percatarse del golpe.

—¡Al diablo! —gritó el Cazador. Su voz retumbó en las llanuras. Negó con la cabeza, pero el polvo mágico no podía ser eliminado con tanta facilidad—. ¡Este engaño no me impedirá hacerme con mi señora!

—Entonces, probemos un nuevo truco.

Daine saltó detrás del Cazador y le rodeó el cuello con el brazo. El semental cegado se revolvió y saltó, pero el capitán se agarró al Cazador con una adusta determinación. Los dos forcejearon, y Daine derribó al jinete de la montura; ambos acabaron rodando sobre la hierba. El Cazador rugió con ira. Se volvió y alcanzó a Daine con un golpe de revés de su escudo; el hombre era mucho más fuerte de lo que sugería su esbeltez, y el ataque hizo que Daine saliera volando.

—¡Tus armas no pueden herirme! —El Cazador blandió la lanza, y su voz pareció descender del cielo—. ¡Soy el Señor de la noche! ¡Soy…!

—Hablas demasiado —dijo Lei.

Daine le había dado tiempo, y ella se había puesto en pie y había recuperado el bastón de maderaoscura. Mientras el airado caballero aullaba de furia, le golpeó la espalda con el bastón. De nuevo, la madera partió el metal y la carne con la facilidad de la lanza más afilada. El aterrador grito del bastón de maderaoscura se mezcló con el aullido de dolor del Cazador, que cayó de rodillas y alzó las manos para coger la cabeza de madera que sobresalía de su pecho. Aunque su voz fue un susurro, Lei le oyó perfectamente.

—Mi señora —dijo entre dientes—, parece que merecíais vuestro destino.

Y después, desapareció.

Caballo, jinete, perros…, toda la jauría se desvaneció. Hasta los rastros de sangre estaban desapareciendo rápidamente. Sólo una cosa quedó: una cara de piedra mirando hacia arriba en el lugar en el que había estado el Cazador, con una solitaria lágrima descendiendo por su mejilla. Al principio, Lei pensó que era la máscara del Cazador, pero cuando la empujó un poco con el pie, descubrió que estaba firmemente agarrada al suelo.

El bastón se había sumido en el silencio, pero Lei percibía sus emociones. Había en él una cierta satisfacción, la sensación de victoria. Pero esa impresión se veía empañada por un tremendo dolor y una persistente ira.

—¿Hola? —susurró Lei.

La artificiera sintió un leve parpadeo de emoción, el más leve reconocimiento…, pero no hubo ninguna palabra a modo de respuesta. ¿Podía hablar? Giró el bastón para poder mirar directamente a los ojos de la cara tallada. Antes de que pudiera decir nada, una mano le cogió el brazo y la volvió.

—¿Quieres decirme qué ha pasado aquí? —Daine tenía un corte en el cuero cabelludo y la sangre le caía por la frente—. Hasta ahora, creía que podía confiar en que acatarías mis órdenes. —Aunque estaba enfadado, por encima de todo se le veía preocupado.

—Yo… no puedo explicarlo.

—Inténtalo. ¿Prometido? Hadran está muerto.

—También nosotros —señaló Xu’sasar.

La mujer drow estaba ayudando a Través a recuperar las flechas esparcidas por el campo de batalla. La mayoría estaban intactas, y dadas las circunstancias, no podían permitirse desperdiciar ninguna.

Lei negó con la cabeza.

—Sigo sin creérmelo.

—Pero ellos te conocían.

—No lo creo —dijo Lei—. Me parece que conocían esto. —Alzó el bastón entre ellos.

—Sigue.

—¿Recuerdas a mi tío Jura? Jura… Corazón Oscuro.

Daine asintió lentamente.

—Dijiste que su mujer había muerto.

—Y que era una dríada —dijo Lei, volviendo la cara del bastón hacia Daine—. Creo que parte de ella está aquí dentro.

—¿Es un bastón hechizado?

Lei se encogió de hombros.

—Las dríadas están vinculadas a los árboles. Si esto procede del corazón de su árbol… No lo sé. Pero quizá podríamos dejar la conversación para otro momento.

—¿Por qué?

—Ella no quiere hablar de eso.

Desde la desaparición del Cazador, la presencia del bastón parecía mucho más fuerte, y en el transcurso de la conversación, Lei se había dado cuenta de que la incomodidad del espíritu aumentaba.

Daine miró de soslayo a Través.

—¿Soy yo el único sin un amigo imaginario?

—Quizá deberías preguntárselo a Jode.

—Buen argumento —dijo Daine con un suspiro—. ¿Qué hacemos ahora?

—Sin duda, tenemos otra batalla que librar —intervino Xu’sasar, metiendo la cabeza entre el grupo—. No creo que hayamos derrotado totalmente al Cazador, y todavía tenemos que ganarnos el paso. Más sangre debe ser derramada.

«He tenido suficiente por hoy», pensó Lei. La sangre de los perros se había evaporado casi por completo, pero el recuerdo de la sangre caliente cubriendo su piel era demasiado reciente.

—No —dijo—. La visión que tuve decía que las respuestas están en el crepúsculo. Más allá de las Puertas de la Noche.

Para consternación de Lei, Daine miró de soslayo a Xu’sasar.

—Ella no sabe nada de ese lugar… —empezó a decir Lei, pero la drow la interrumpió.

—¿El espíritu te dijo eso? —Su voz musical era grave y seria. Xu’sasar era una cabeza más baja que Lei, y se acercó y alzó la mirada hacia sus ojos.

—Supongo que se podría decir que sí…

La mujer drow levantó una mano y la puso sobre la frente de Lei. Tenía la piel suave y fresca al tacto. Lei se preguntó si la sangre de los elfos oscuros era más fría que la de los humanos. Entonces, Xu’sasar alzó la otra mano y tocó la cara de la dríada tallada.

—Pregúntaselo —dijo.

—¿Qué quieres decir?

—Pregúntaselo. A esta torturada cuyo espíritu ha sido encerrado en la madera. Es de este mundo. Puede enseñarnos el camino al Ocaso.

Lei frunció el entrecejo. No le gustaba la mujer drow. Lei había aprendido la teoría de los planos en las Torres de los Doce y no quería debatir con una salvaje de la jungla. El problema era que esa vez Xu’sasar estaba en lo cierto. «Corazón Oscuro conoce el camino».

Miró el bastón.

—¿Puedes guiarnos a las Puertas de la Noche? —dijo.

Y el espíritu les mostró el camino.