La bolsa de Lei era mucho más grande de lo que parecía. Durante el tiempo en que estuvo en el ejército, Lei llevaba en ella los víveres de su escuadrón. Ahora se aseguraba de que contuviera siempre una serie de herramientas místicas. Dispuso esos pertrechos sobre una manta: pedazos de madera grabada, piedras semipreciosas pulidas, sobres con hierbas raras, partes del cuerpo de extrañas criaturas conservadas, pedazos de papiro cubiertos de intrincados grifos y otras cosas por el estilo. Sacó de la bolsa un pequeño fragmento de cuarzo y empezó a pulverizarlo en un mortero

—¡Maldita drow!

Daine había tardado unos minutos en darse cuenta de que Xu’sasar había desaparecido. Adondequiera que hubiera ido, lo había hecho sin dejar rastro. El capitán rodeó la esfera una docena de veces en busca de señales de vida. La llanura estaba vacía y en silencio; el único movimiento procedía de la ligera brisa que agitaba la hierba. Al cabo de un rato, se sentó junto a Lei.

—Te dije que no recogieras a niños descarriados —dijo la artificiera.

—Sé que no es fácil llevarse bien con alguien que acaba de intentar matarte —dijo Daine—, pero las cosas no son siempre sencillas. Cuando nos conocimos, la retuve a punta de cuchillo, traté de utilizarla como rehén. Y a pesar de ello luchó para liberarte de los unidores de fuego.

—Bueno, si consigue que la maten lo único que habré perdido será un ensalmo de sanación —dijo Lei—. Si vuelve, creo que tú deberías ser el siguiente rehén.

—Al menos tengo algo que esperar. —Daine contempló el improvisado taller de magia de Lei—. ¿Esto nos va a llevar a casa?

—No es tan sencillo.

—Inténtalo.

—Sé que es posible caminar de Thelanis a Khorvaire —dijo Lei. Añadió unos cuantos pelos de bigote de verynx al mortero y siguió con su trabajo—. Hay lugares blandos entre los mundos; lo único que tenemos que hacer es encontrar uno. Pero… es como decir que hay un árbol en Breland que tiene las raíces de oro. Thelanis es otro mundo, Daine. Es otro nivel de realidad, y el tiempo y la distancia pueden no funcionar del modo en que estamos acostumbrados. Si vagamos a ciegas, podemos tardar años en encontrar el camino a casa.

—Pero has tenido una idea.

—Bueno…, no tenemos más posibilidades que el propio Viajero, pero sí, tengo una idea.

Daine dejó la daga en el suelo y dobló el brazo por encima del hombro para rascarse la espalda.

—Te escucho.

—Necesitamos una visión oracular.

—¿Y?

—Los augurios y la adivinación son formas de magia. Los sacerdotes que practican la verdadera adivinación piden a los dioses su guía.

Daine frunció el entrecejo.

—¿Me estás diciendo que nuestra única esperanza está en manos de los Soberanos?

La voz de Daine era fría. La religión era un tema que prefería evitar. Daine era un devoto seguidor de la Llama de plata cuando Lei y él se conocieron, pero en el transcurso de la guerra había ido dando la espalda lentamente a la Llama y las creencias en poderes elevados. Lei todavía recordaba el día en las ruinas de Cyre en que Daine había roto su arco; nunca le había visto tocar una flecha desde entonces. Lei comprendía esa amargura. Tras la estela de la guerra había conocido a mucha gente que pensaba que ningún dios justo permitiría que sucediera un horror como aquél. Pero Lei todavía creía en los Soberanos. La Ultima guerra era obra de manos humanas. Lei no creía en la predestinación. No aceptaba la idea de que las manos divinas daban forma a todos los acontecimientos de Eberron. Los Soberanos eran ideales, y eran una fuente de inspiración. Onatar podía guiar las manos del artesano, pero era el artesano quien decidía hacer una espada en lugar de una pala. En ese momento, con todo, la inspiración podía ser lo único que necesitaran.

—En absoluto. Pero la adivinación funciona, Daine. Sea la guía de Aureon, la Llama de plata o alguna forma pura del conocimiento, hay un poder ahí afuera que podemos convocar para que nos dirija.

—Si fuéramos sacerdotes —dijo Daine con la voz todavía cargada de amargura.

—El poder es poder. —Lei encontró una botellita de agua pura y la añadió a la mezcla—. Si esto funciona… Bueno, debería mandar la pregunta al éter. No sé qué responderá, si es que lo hace. Pero es la única idea que tengo.

—¿Y si funciona?

—Nos dan un empujoncito en la dirección correcta, que es más de lo que tenemos.

—¿Y después?

Lei estaba acostumbrada al sarcasmo de Daine. Ese tono calmado y serio era impropio de él.

—¿Qué quieres decir?

Daine se volvió a rascar la espalda.

—Anoche hablé de nuevo con Jode.

—Fue un sueño…

—Quizá lo fuera. Pero tenía razón. ¿Qué pasó en Xen’drik, Lei? ¿Qué hicimos?

Lei sintió frío de repente.

—Eso ya ha terminado.

—¿Ya ha terminado? Lakashtai se tomó muchas molestias para llevarnos a Xen’drik, Lei. No sabemos por qué, y no me gusta. Hemos perdido una batalla y ni siquiera sabíamos que estábamos en guerra. Al menos, quiero comprender por qué estamos luchando.

El corazón de Lei martilleaba. Con sólo pensar en los acontecimientos de los días anteriores se puso a sudar. Tendió la mano para coger una varita, pero le temblaron los dedos y volcó un frasquito de ojos de lagarto, que se vertieron sobre la manta.

Daine le cogió la mano.

—¿Qué pasa?

—No…, no lo sé —dijo—. Es que…

Lei trató de desentrañar sus pensamientos, de centrarse en ese último encuentro con Lakashtai, pero no pudo. Había una muralla en su mente, e intentar acercarse al tema la llenaba de pavor. El vértigo la inundó y tuvo que apoyarse en el suelo con la mano libre. Entonces, tocó el bastón de maderaoscura, que estaba junto a la manta.

Se quedó rígida, estupefacta, cuando sus dedos contactaron con la madera. Una oleada de pura ira emergió del bastón e impactó con la muralla que había en su interior. El tiempo se desplomó. Oyó la voz preocupada de Daine y el débil sonido de una melodía, pero la sensación exterior estaba empequeñecida por la guerra que tenía lugar en su mente. El bastón era un pozo sin fondo de ira y dolor, y esas emociones se vertieron dentro de Lei. La presión aumentó, expulsando todos los pensamientos conscientes, y después sintió que algo se rompía en su interior. El miedo y la ira retrocedieron y la dejaron débil y vacía.

Lentamente, cobró conciencia de lo que la rodeaba. Estaba agarrada al bastón, las manos apretaban el mango y los nudillos se veían blancos de la presión. Daine la abrazaba, sosteniéndola, mientras le susurraba sonidos reconfortantes al oído. Muchos de los objetos que había dispuesto sobre la manta estaban volcados o rotos; parecía que el abrazo de Daine era algo más que una forma de reconfortarla.

—Estoy… bien —dijo, y su voz le sonó rara, brusca.

Lei miró el bastón. Quizá era un engaño de la luz de la luna, pero la cara esculpida parecía especialmente vivida, con los ojos llenos de pena.

—¿Estás segura? —Daine siguió abrazándola, y ahora Lei se relajó y se recostó contra él—. ¿Qué ha pasado?

Mientras Lei buscaba respuestas en su alma, empezaron a regresar los recuerdos de una voz que le susurraba a su mente en las profundidades de Karul’tash, una voz a la que era imposible resistirse.

—Creo que ha sido Lakashtai. —Sintió que Daine se ponía rígido al oír ese nombre—. En Karul’tash…, le hizo algo a mi mente, me obligó a seguir sus instrucciones. Debe haberme implantado una especie de defensa, una coacción mental para impedirme recordar lo que he hecho.

—¡Llama! —maldijo Daine—. Si está en tus sueños…

—No creo que lo esté —dijo Lei.

A regañadientes, se soltó del abrazo de Daine. Pese a lo reconfortantes que eran sus brazos, necesitaba ponerse en pie, recuperar el equilibrio. Utilizó el bastón para levantarse. No obstante su respuesta anterior, en ese momento parecía un simple pedazo de madera.

Aquélla no era la primera vez en que el bastón mostraba habilidades ocultas. Cuando se habían enfrentado a un desollador de mentes, en las profundidades de Sharn, la canción del bastón los había protegido, a Daine y a ella, de los poderes mentales del monstruo. Lei se había pasado días tratando de desentrañar sus secretos, estudiándolo con todas las técnicas místicas a su disposición, pero todo había sido en vano. Había magia en su interior, pero no podía identificar su naturaleza o qué acontecimientos eran necesarios para provocar su liberación. El bastón se lo había dado su tío Jura, un hombre que había sido expulsado de la casa por casarse con una dríada. Ella nunca había tenido mucha relación con Jura, pero había oído un puñado de rumores inquietantes. El último era que la esposa de Jura había muerto en circunstancias misteriosas, y que había sido una dríada unida a un árbol de maderaoscura.

Lei se quedó mirando el bastón, la cara tallada. «¿Tienes una historia que contar?».

No hubo respuesta. Ninguna canción, ningún movimiento. Sólo una pesarosa cara tallada en maderaoscura.

—¿Estás segura de que no estás herida?

Daine estaba tras ella; sentía su aliento cálido contra su cuello.

Ella asintió y dio un paso adelante, alejándose de él.

—Estoy bien. No sé qué me hizo Lakashtai, pero ya se me ha pasado.

—¿Y tu recuerdo?

Lei apretó con más tuerza el bastón, pero no era necesario. El miedo antinatural había desaparecido por completo. Dejó que su mente regresara al caos de Karul’tash.

«Cristales. Pedazos de cristal. Fragmentos de una esfera». Pero había más. Cuando había tenido los pedazos de cristal en la mano, había visto algo en su interior. Del mismo modo en que podía percibir las energías mágicas de un forjado al utilizar sus dones para repararlo, podía sentir el dibujo de la esfera, lo que había sido en el pasado, el estado al que anhelaba regresar.

—Una luna —susurró—. Rompieron la luna.

—¿De qué estás hablando?

La artificiera trató de extraer la imagen de su mente. El dibujo era dolorosamente complejo, más intrincado de lo que Lei había tratado jamás de crear. Por un momento, temió que se tragaría sus pensamientos. Insistió, tratando de hacerse fuerte con conceptos familiares: palabras, números, historias.

—Las leyendas dicen que en el pasado había trece lunas sobre Eberron —dijo.

—¿Y hemos perdido una desde entonces?

—Sí —dijo Lei, todavía esforzándose por controlar sus pensamientos—. Algunos creen que los planos están unidos a las lunas. Lakashtai dijo que el monolito era un lugar en el que los gigantes construían sus armas para la guerra. Creo que decía la verdad. El pilar central fue diseñado para que fuera posible viajar entre planos. La esfera que restauré debía impedirlo.

Daine frunció el entrecejo. La teoría mágica no era ni mucho menos su especialidad.

—¿Cómo? Trata de explicarte.

—La esfera… estaba diseñada para representar la luna y el plano de Dal Quor. Se llama magia comprensiva, aunque nunca había oído que se utilizara a esa escala. Creo que destruyendo la esfera, cortaron la conexión con Dal Quor y expulsaron a los espíritus.

—¿Y la luna?

—¿Desapareció? ¿Se fue a otro plano? Sólo son suposiciones.

Daine asintió.

—¿Y Lakashtai controló tu mente para arreglar eso?

—Sí. Pero hay más. Fue muy complejo. Yo no soy capaz de reparar algo así, sin embargo, por alguna razón sabía qué hacer. Era como si el conocimiento estuviera oculto en mi interior y Lakashtai hubiese expulsado el resto de mis pensamientos y lo hubiera hecho aflorar. —Recordó ese momento, su total concentración en reparar los daños…, y tuvo una segunda revelación—. Daine…, yo me he curado la mano.

—¿Qué?

—No sé cómo. Pero lo que me hizo Lakashtai… cuando reparé esa esfera, me ha curado también a mí.

—¿Cómo es eso posible? —dijo Daine—. Has dicho que ni Jode sería capaz de curar una herida como ésa.

—No. Ni yo tampoco. ¡No lo sé!

Daine alzó las manos.

—Vayamos por pasos. Dices que esos gigantes muertos utilizaban esa esfera para detener las invasiones.

—Eso creo.

—¿Y Lakashtai… es una de esas invasoras?

—No lo sé. ¡Tenemos que hablar con un kalashtar!

Daine negó con la cabeza.

—¿Después de todo por lo que hemos pasado? Eso es lo último que estoy dispuesto a hacer. No obstante, esto empieza a tener sentido. Cuando Gerrion nos separó, Lakashtai se puso furiosa. Casi le mató. ¿Y si todo eso, todo ese viaje a Xen’drik, era un montaje para llevarte a ti allí?

—¿Qué? —Lei negó con la cabeza—. Tú estabas enfermo…

—¿Y si me hizo enfermar ella? En Karul’tash, dijo que nunca tuvo que ver conmigo. Dijo: «A veces, la mejor forma de conseguir tus objetivos es amenazar a otra pieza». No te podría haber convencido de ir a Xen’drik tú sola. Pero sabía que lo harías…

—Para salvarte. —Lei suspiró—. Y nosotros le seguimos el juego. Pero ¿por qué no me volvió loca a mí? ¿Y por qué yo, de todos modos? No soy ni mucho menos la mejor artificiera de Sharn, y no digamos del mundo.

—Quizá…

Un nuevo sonido interrumpió la especulación de Daine. Era débil, distante, pero en mitad del silencio de la noche, podría haber sido una estruendosa explosión.

Se repitió. El aullido lejano de un perro.

—Será mejor que nos preparemos para tener compañía —dijo Daine—. ¿Cuánto tiempo necesitas para acabar ese oráculo?

Lei contempló las herramientas esparcidas en busca de la mezcla en la que había estado trabajando. Por suerte, la tenía cerca. En medio de aquel caos, el mortero estaba incólume.

—Ya está listo. Y si tenemos que pelear, será mejor que lo utilice ahora.

Daine asintió.

—Métete en la esfera. Yo vigilaré la puerta. Esperemos que Través y nuestra díscola drow regresen antes de que eso llegue hasta aquí. De todos modos, en cuanto termines, quiero que prepares un ensalmo cegador y que fortalezcas tu armadura. Hace días que vamos a la carrera. Esta vez, debemos estar preparados para la batalla.

Lei saludó rápidamente a Daine.

—Sí, capitán Daine.

La artificiera entró en el vehículo, y Daine bloqueó la entrada. Mirando hacia atrás, Lei vio algo raro. Daine estaba de espaldas a ella, contemplando la llanura, y observó una rara marca en la base de su cuello. Fue sólo un breve destello, un estallido de color negro y rojo surgiendo de su chaqueta de malla, el extremo de un moratón ensangrentado.

Pero no había tiempo para examinar heridas. Colocó el mortero delante de ella y se sentó en el suelo. Buscó en los bolsillos de su bolsa, sacó una larga cerilla y prendió fuego al contenido del mortero, del que salió una nube de humo aromático. Lei cerró los ojos e inspiró el vapor, tratando de dejar que sus pensamientos vagaran para liberarse del estrés de los últimos días y las pasadas horas. Quizá fuera sólo su imaginación, pero transcurridos unos instantes sintió que una presencia la rodeaba, una fuerza que observaba, escuchaba. Lei trató de hablar, de abrir los ojos, pero su cuerpo parecía no responderle, distante.

«¿Qué hacemos?», pensó.

La respuesta fue inmediata. Los pensamientos parecieron llenar el mundo…

«Tus respuestas están en el crepúsculo, más allá de las Puertas de la Noche. Corazón Oscuro debe probar la sangre del Cazador. Ella conoce el camino, y ella es la llave».

Con esas palabras, la presencia desapareció, y los ojos de Lei se abrieron de repente. Los últimos restos de humo estaban desvaneciéndose, saliendo por la puerta de la esfera. Lei estaba mareada, y las palabras «Corazón Oscuro» seguían en sus pensamientos. Pero habría tiempo para considerar ese acertijo en el futuro: Daine le había dado órdenes y tenía que prepararse para la batalla.