La sobrenatural oscuridad era profunda, pero no absoluta. Daine podía ver las vagas formas de Través y Lei entre las sombras. Pero la mujer drow se había desvanecido, había desaparecido en el mismo momento en que se había impuesto la oscuridad.
—Desenvainad las armas. —La elfa oscura hablaba con una cadencia grave y lírica, pero una pausa sugirió que no se hallaba totalmente cómoda con la lengua común—. No debéis morir desarmados.
«Lei nunca va a parar de reprochármelo», pensó Daine. Veía movimiento en las sombras… Través había levantado su ballesta, pero Daine no iba a participar en ese juego.
—No —dijo—. Lei, Través, guardad las armas. No vamos a luchar.
—¿No? —La voz les rodeaba, parecía emerger de las sombras—. ¿No soy merecedora de vuestras armas? Cambiarás de opinión rápidamente.
El golpe fue un martillo en la espalda, una sólida patada que impactó directamente contra su columna vertebral y le arrojó hacia adelante. Se dio la vuelta, pero la mujer se había desvanecido de nuevo entre las sombras. El dolor latió en sus nervios y se vio tentado a ceder a su creciente ira, a desenvainar su espada para darle a esa mujer la batalla que buscaba. Y en ese momento, el risco de Keldan destelló en su mente. La elfaoscura podía ser una desconocida, pero se habían enfrentado al mismo enemigo. Daine había perdido a demasiados de sus compañeros de armas en los dos últimos años como para rendirse ante uno ahora, aunque le considerara su enemigo.
—¿Por qué haces esto? Te hemos salvado la vida.
—¿Que me habéis salvado la vida? —Su voz recordó a Daine el zumbido de los avispones…, musical, pero lleno de furia mortal—. ¿Vosotros?
«¡Cuidado!». Daine se agachó, y esa vez la patada apenas le rozó. Extendió los brazos, tratando de tocarla, pero su mano no halló más que aire vacío.
—¡Ya basta! —gritó Lei, y la luz inundó la sala. Tenía la mano levantada por encima de la cabeza y su guante refulgía con una radiación mágica que hizo añicos las sombras—. ¡Basta de esto! No sé qué te pasa, mujer, pero te he traído de vuelta de la misma entrada a Dolurrh. Si quieres volver, ¡puedo enseñarte el camino!
Aunque la luz revelaba la presencia de la mujer drow, ésta no paraba de moverse; era una sombra borrosa. Saltó por el aire, girando por encima de Lei, en una increíble muestra de agilidad. Lei apenas había acabado de hablar cuando una mano oscura apareció alrededor de su garganta.
—Ilumina el camino, tejedora de ensalmos —dijo la drow—. Estoy preparada.
La elfa oscura retenía el cuello de Lei con tres dedos, pero el efecto fue terrible. La artificiera palideció mientras trataba de evitar la asfixia y sus brazos le caían sin fuerza a ambos lados de su cuerpo. La elfa oscura tenía el otro brazo doblado hacia atrás, con los dedos juntos formando un extremo puntiagudo que a Daine le recordó la cola de un escorpión.
Daine sostenía la espada en la mano, aunque no recordaba haberla desenvainado. Junto a él, Través tenía una flecha en la ballesta y una segunda en los dedos, dispuesto a disparar en un abrir y cerrar de ojos. Daine se percató de la ira que se iba acumulando en su interior: si algo le pasaba a Lei, sería culpa suya. Abrió la boca, pero antes de que pudiera decir algo otra voz llenó la sala.
—Tu ira está fuera de lugar —dijo Través. Las palabras eran sibilantes y rápidas, dichas en el idioma de los elfos oscuros. Lakashtai le había dado a Daine el poder de entender la lengua de los drows, aunque no podía hablarla—. Tememos tu furia, pero no sabemos por qué tenemos que enfrentarnos a ella.
Los ojos de la mujer se abrieron un poco más durante una fracción de segundo, pero no le temblaron las manos.
—Estoy harta de esta farsa, hombre de metal —dijo, respondiendo a Través en la lengua drow—. Habéis roto mi camino y he perdido al último de mi sangre. ¡Y fanfarroneáis de vuestra hazaña!
La punta de la flecha de Través no tembló ni por un instante, y su voz era suave y segura.
—No sabemos nada de vuestras costumbres —dijo—. Sólo queríamos salvar la vida de un respetado aliado, y habríamos hecho lo mismo con tus compañeros si hubiéramos podido. Si la muerte es lo que deseas, fácilmente te la podré dar, pero no hagas que Lei pague el precio de tu ignorancia.
—Zzz. —La drow emitió un sonido agudo con la lengua—. Que me des la muerte es algo tan equivocado como que me hayáis dado la vida. ¿Sabes algo del mundo que queda más allá? Habéis roto mi camino a la tierra final y ahora tendré que empezar de nuevo.
—Ésa no era nuestra intención —dijo Través.
La mujer entrecerró los ojos.
—¿Cómo es posible que no sepáis estas cosas? Sois guerreros. ¿Por qué seguir el camino si no buscáis su final?
Través estaba distrayendo a la mujer, pero los dedos de ésta seguían reteniendo la garganta de la artificiera. Daine veía el dolor y la ira en los ojos de Lei, y ardía como el fuego. Todavía no sabía qué poder se estaba reservando la mujer, pero si se movía rápidamente podría apartar de un empujón a la distraída elfa de Lei. Apretó con más fuerza la espada y un torrente de adrenalina recorrió su cuerpo. Se preparó para actuar…
Y la esfera se estremeció.
Hasta entonces, el suelo había sido totalmente estable, no se movía como el de un barco y era fácil olvidarse de que se trataba de un vehículo y no de un edificio sin ventanas. Era una falsa seguridad. Se produjo un segundo temblor, y Daine trastabilló tratando de mantenerse en pie. Lei perdió el equilibrio y cayó de rodillas, pero la mujer drow se mantuvo erguida y siguió reteniendo el cuello de Lei. No se trataba de una tormenta. El segundo temblor vino acompañado por un pesado golpe, un gran impacto contra el caparazón exterior.
—¿Qué es esto? —siseó la drow.
—¡¿Harmattan?! —gritó Daine a Través.
—¡Creo que no! —gritó Través en respuesta.
La sala todavía temblaba a causa del impacto, y los y las líneas brillaban con cambiantes dibujos de llamas coloreadas. Través volvió a centrar su atención en la elfa oscura y habló en lengua drow.
—Todos estamos igualmente en peligro, y esa a la que amenazas es la única que puede salvarnos. ¿Es ésta la muerte que deseas?
La sala se estremeció por tercera vez y un pasaje de palabras brillantes escritas en la pared brilló y se apagó con un temblor sobrecogedor. La mujer drow mantuvo perfectamente el equilibrio en mitad del caos, con la mano derecha tras la espalda y preparada para atacar, y los ojos entrecerrados por la concentración.
—No.
Soltó a Lei, y la artificiera cayó al suelo, jadeando y frotándose la garganta. Daine corrió a su lado mientras Través seguía apuntando a la elfa oscura con la ballesta.
Lei se había incorporado valiéndose de un brazo cuando Daine llegó hasta ella. Todavía intentaba recobrar el aliento.
—Centro… del suelo… —dijo entre jadeos.
Las líneas y los símbolos brillantes que cubrían el suelo de la sala le recordaron a Daine los dibujos de magos construyendo cárceles para demonios o espíritus díscolos. Recordó a Lei sentada en la mitad del vasto sello cuando habían abandonado Karul’tash, y la ayudó a llegar al centro del dibujo. Otro impacto estremeció la sala, y esa vez se produjo un temible ruido de cristales rotos. Lei se sentó y el fuego frío del dibujo místico brilló con más fuerza. Daine sintió un cosquilleo gélido en la piel cuando las fuerzas mágicas empezaron a crecer.
—¡Helkad thelora!
Lei tenía los ojos cerrados y la piel brillante por el sudor. Otro ruido y fragmentos de cristal cayeron del techo. Una terrible sensación de vértigo arrastró a Daine, y de repente, se sintió sólido…, como si durante el último día hubiera estado flotando sin darse cuenta y la gravedad hubiera regresado súbitamente. La luz de las inscripciones relucientes se apagó, y Lei suspiró de manera audible. Todavía respiraba con algunas dificultades, pero su expresión seguía en calma. Parecía que su viaje había terminado.
Se volvió hacia la mujer drow.
—¡Tú! —dijo. Daine seguía sosteniendo la espada y la ira crecía en él. Podría haber jurado que la empuñadura se calentaba en su mano—. ¿Todavía quieres morir?
Aunque desarmada y en inferioridad numérica, la elfa oscura no mostraba señal alguna de miedo. Le miró a los ojos, y Daine sostuvo la espada en lo alto, dispuesto a atacar al primer movimiento. Finalmente, la mujer habló.
—El hombre de metal dice la verdad —contestó—. Ésta no es la muerte que busco. ¿Dónde está la tormenta de cuchillas?
«¿Harmattan?».
—Le hemos dejado atrás al huir del monolito, y no va a salir de ahí.
—¡Entonces, regresemos! —dijo—. Si también es vuestro enemigo, luchemos juntos una vez más. ¡Enfrentémonos a nuestro destino!
—También podemos no volver, dejarle atrapado en el monolito y gozar de una vida larga y fértil —dijo Daine.
La mujer silbó.
—Eres un guerrero. Luchaste contra los unidores de fuego. ¿Y huirás de ese enemigo?
—Por ahora —dijo Través—. Sólo un loco lucha contra un enemigo al que sabe que no puede vencer, y nosotros no le hemos encontrado ningún punto flaco en su armadura. Es nuestra presa, y en su momento caerá, pero esta cacería será larga.
—Entonces, me uniré a vosotros —dijo la mujer—. Tengo que derrotar a esa criatura si quiero encontrar mi camino a la tierra final. Lucharé a vuestro lado y perdonaré los males que me habéis causado.
«Te hemos salvado la vida, granuja desagradecida», pensó Daine. Pero estaban en una tierra desconocida y, pese a sus inconvenientes, era una talentosa guerrera.
—Aceptamos tu generosa oferta —dijo—. ¿Cómo dijiste que te llamabas?
—Xu’sasar —respondió—. Hija del escorpión, bendecida por las tres lunas.
—¿Qué te parece si te llamamos Xu?
La mujer volvió a silbar.
—Los extranjeros destruís todo lo que tocáis. Supongo que es natural que también destruyáis la belleza de mi nombre.
—Entonces, Xu. Yo soy Daine. Éste es Través.
—Y yo soy Lei.
El bastón de maderaoscura refulgió en la luz tenue. El golpe alcanzó a Xu’sasar en el cuello con una tremenda fuerza. La elfa oscura salió volando contra la pared. Lei había sacado su bastón de la bolsa mientras los demás hablaban, y ahora estaba junto a Daine con la punta de su arma contra la drow. Daine podría haber jurado que oía un débil canturreo, una preciosa voz justo en el umbral de lo audible.
—Si cambias de opinión con respecto a lo de morirte, dímelo.
Xu’sasar estaba acurrucada contra la pared, dispuesta a saltar, y Daine pensó que la lucha volvería a empezar. Pero la elfa oscura se relajó.
—Buen golpe, tejedora Lei —dijo—. Cuando volvamos a luchar, lo haremos en igualdad de condiciones. —Se volvió hacia Través—. Hombre de metal, ¿dónde da comienzo nuestra cacería?
—Aquí —dijo Lei—. Bienvenidos a Thelanis.