—Estás muy triste —dijo Jode—. No es el fin del mundo, a menos que lo sea.

Daine abrió los ojos. Estaba solo en la cama, en su habitación de la posada de Sharn. Se había quedado dormido acurrucado junto a Lei, y sin ella la cama parecía doblemente vacía.

—Hay aquí mucho espacio para los tres, ¿no crees? —Jode saltó sobre el colchón y contempló la habitación—. ¿Te has parado a pensar en la posibilidad de hacerte posadero? Tu encanto, las gachas de Lei… Eso es una mina de oro, amigo mío.

Daine se incorporó. Se dio cuenta de que la espalda ya no le picaba, lo que confirmó sus sospechas.

—Sí, es un sueño —dijo Jode—. Y como es tu sueño, quizá podrías imaginar que hay algo delicioso en la despensa.

—¿Sabes qué estoy pensando? —dijo Daine.

Jode puso los ojos en blanco.

—Yo soy aquello en lo que estás pensando.

—Creía que habías vuelto conmigo.

—Es difícil de explicar —dijo Jode—. Creo que estoy soñando. Pero no tengo cuerpo, así que estoy soñando tu sueño. Cuando te despertaste, yo seguía allí. Siento cosas, destellos de tus emociones, imágenes de lo que te rodea, pero sobre todo he estado vagando en sueños.

—Pero ¿eres real? ¿No estoy sólo imaginando esto?

—Daine, cuando le preguntas a tu amigo imaginario si es real, ¿qué respuesta esperas obtener? —Jode negó con la cabeza—. No sé lo que soy. Quizá sea un fantasma. ¿Importa eso? Tienes cosas más importantes de las que preocuparte.

—¿Ah, sí? ¿Cuáles?

—¿Qué tienes pensando hacer?

—Llevarme a Lei y a Través a casa.

Daine salió de la cama. La habitación parecía perfectamente normal. Después de semanas de terrores nocturnos y de la travesía por Xen’drik, se había acostumbrado al horror.

—Por supuesto. Ése es el noble capitán. Como cuando cruzamos Cyre para llevar a Lei a Sharn. Aplastar todos los obstáculos que se encuentren en el camino hasta llegar al santuario.

Daine miró por la ventana. El sol iluminaba las calles de Altos Muros, pero estaban vacías, el distrito habría sido abandonado.

—¿Y qué tiene eso de malo?

—Estás desamparado.

Daine frunció el entrecejo. Sintió que la ira y la frustración se agolpaban en su mente, y en ese momento, un grupo de nubes pasó ante el sol.

—¿Qué debería hacer si no?

—Encontrar a Lakashtai.

El estruendo de un trueno estremeció la habitación y al otro lado de la ventana empezó a llover. Daine se volvió hacia Jode; ahora sentía verdadera ira.

—¿Y cómo voy a hacerlo? Ni siquiera sé dónde está.

—Ni qué robó, o por qué te eligió a ti. Ni si seguís estando en peligro. ¡Ni si vuestra pequeña aventura ha puesto en riesgo a todo el mundo! —Jode hizo un gesto dramático—. Imagina que el destino de Khorvaire estuviera en juego.

—¿Crees que es así?

Jode sonrió.

—Bueno, no, pero ¿no sería algo estremecedor?

La fiera ira empezó a retroceder.

—Supongo. Pero…

Daine dejó la frase sin acabar y apartó la mirada. Lakashtai le había tomado el pelo. Todavía no comprendía totalmente la sucesión de hechos que le habían llevado a Xen’drik. Cuando lo pensaba, sentía vergüenza. Su debilidad había desencadenado todos esos acontecimientos.

—¡Por los dientes de Dorn! —Jode saltó de la cama y le dio un golpe en la rótula—. Tú no hiciste todo eso. Lo hizo Lakashtai. Ahora tienes que descubrir cómo y por qué.

—¿Y cómo crees que debería hacerlo?

—Creo que es un trabajo para los vivos —dijo Jode—. Y ahora, si has terminado de contemplar la lluvia, creo que me debes un desayuno.

—¿Qué esperas que…?

Daine se interrumpió cuando el olor de canela y pan recién cocido se filtró por el suelo.

—Eso está bien —dijo Jode, deteniéndose para degustar el aroma—. Pero antes echémosle un vistazo a tu brazo.

A Daine le picaba la espalda.

Alguien tiró de su brazo izquierdo. Abrió los ojos, extendió la mano derecha y cogió a…

Lei.

—Lo siento —susurró—. No quería despertarte.

—Está bien —murmuró él.

Daine se incorporó tratando de asimilar lo que le rodeaba. Volvía a estar en la esfera. El aire era gélido, y la única luz procedía de los sellos parpadeantes grabados en las paredes y el suelo. Sus pensamientos aún estaban nublados por el sueño y no tenía ni idea de cuánto tiempo había transcurrido.

—Echémosle un vistazo a tu brazo —dijo Lei.

Daine se la quedó mirando y, por un momento, se preguntó si todavía estaba soñando. La situación no parecía real. Y entonces, su estómago gruñó…, pero en este caso no había pan recién hecho para satisfacerle.

Lei oyó el sonido.

—Todavía tengo unas cuantas raciones en la bolsa —dijo mientras examinaba la manga hecha trizas—. No mucho, me temo, pero… —Su voz se apagó.

—¿Qué? —dijo Daine.

Través estaba en un extremo de la sala, pero al oír el tono de Lei, el forjado se Volvió para observarlos.

—Míralo tú mismo —dijo Lei.

Valiéndose de las dos manos, la artificiera hizo un agujero en la manga de la camisa de Daine, en el sitio en el que las garras de Tashana le habían alcanzado.

—¡Eh! —exclamó Daine, pero se quedó en silencio al ver la piel. Las heridas que Tashana le había infligido habían desaparecido, no había rastro de moratones ni cicatrices—. Buen trabajo. ¿Puedes hacer algo con…?

—No lo he hecho yo —dijo Lei—. He atendido a Través mientras dormías y he preparado un ensalmo de curación para ti, pero no he llegado a utilizarlo.

—Puede haber sido la misma fuerza que ha restaurado tu dedo.

Través se había acercado para examinar mejor el brazo de Daine.

—Es posible —dijo Lei—. Si sus garras no le hubieran atravesado la piel, pensaría que todo es una especie de ilusión…

—Lo ha hecho Jode —dijo Daine.

Los otros se lo quedaron mirando.

Estaba empezando a recordar el sueño. A diferencia de sus visiones del campo de batalla de Keldan, éste era como un verdadero sueño. Los detalles eran borrosos y se desvanecían.

—Ahora me acuerdo. Me ha curado justo antes de que me despertara.

—¿De que te despertaras? —se extrañó Lei—. ¿Estás diciendo que Jode lo hizo en un sueño?

Su tono le molestó.

—¿No tienes un mejor ejemplo? Algo arregló tu dedo.

Lei suspiró.

—Daine, Jode no podría haberme curado la mano ni cuando estaba vivo. No sé por qué estás empecinado en eso, pero tiene que haber otra explicación.

—Fue esa botellita. El líquido azul.

—¿De qué estás hablando?

«Ella estaba inconsciente cuando me la bebí», pensó Daine.

—Es… —Daine se rascó la espalda mientras trataba de juntar las palabras—. El año pasado, cuando luchamos contra esa cosa en las cloacas, Teral dijo que estaban robando Marcas de dragón, que iban a robarte tu Marca de dragón.

Lei asintió. Notó un escalofrío al recordar la cámara de los horrores en las profundidades de Sharn.

—¿Recuerdas que recuperamos unas cuantas botellas de líquido negro allí? ¿Y que se las dimos a Alina? Bueno, una de ellas no contenía líquido negro, sino azul. Y tenía la Marca de dragón de Jode grabada en el sello.

—¿Estás diciendo… que te has bebido su Marca de dragón?

—¡Tú eres la experta en magia! —dijo Daine—. No sé qué era. Pero ni siquiera los sanadores Jorasco pudieron explicar lo que le pasó a Jode, ¿recuerdas? Me bebí la poción y vi a Jode en sueños. Y ahora… creo que me ha curado.

—Eso es imposible —dijo Lei.

—Díselo a tus dedos —respondió Daine—. A los diez.

Lei bajó la mirada hasta su mano.

—Pero él no se me ha aparecido en sueños. Y ya te lo he dicho: Jode no podía hacer esto.

—Si tú lo dices —replicó Daine—. Yo, por mi parte, no pienso quejarme. —Miró hacia la otra esterilla: la mujer drow seguía envuelta en la manta—. ¿Has comprobado si…?

—Quería atenderte a ti primero —dijo Lei, mirando a un lado.

—Bueno, veamos si el sanador misterioso ha visitado a nuestra amiga.

Daine apartó cuidadosamente la manta.

La fuerza que había sanado a Daine y Lei no había tocado a la elfa oscura. Su piel de ébano presentaba docenas de cortes, y la manta estaba manchada de sangre coagulada. Ninguna de las heridas era profunda, pero su cantidad cortaba la respiración. Aunque Daine había visto casos peores, sintió que el corazón le daba un vuelco. «Esa… cosa… forjada… iba a por mí, pero ella se interpuso entre ambos».

—Cúrala —dijo él.

—¿Qué? —Lei no parecía contenta.

—Has dicho que has preparado un ensalmo sanador. Yo no lo necesito. Cúrala.

Lei dudó, y Daine le puso las manos en los hombros.

—No te pido que te guste, Lei. Pero esa mujer ayudó a salvarte de los unidores de fuego. Arriesgó su vida por nosotros menos de un día después de que yo la golpeara. Nos estaba guardando las espaldas cuando la hirieron.

Lei no dijo nada y se quedaron en silencio. Daine se preguntó qué le estaba pasando por la cabeza. ¿La traición de Gerrion?

—Lei —dijo Daine, al fin—, por favor.

Ella asintió y se alejó de él. Se arrodilló junto a la mujer drow, sacó una moneda de plata de su monedero y la pasó por encima de la mujer herida, comenzando por sus pies y subiendo lentamente hasta su cabeza. Un débil, resonante tintineo llenó la sala, y los cortes empezaron a desvanecerse. El poder del ensalmo era limitado, y sólo algunas de las heridas quedaron completamente sanadas. Pero grandes hendiduras se convirtieron en tajos poco profundos, y desaparecieron los rastros de infección.

El tintineo se interrumpió. La mujer drow parecía estar dormida, y Daine la contempló. Era indudablemente elfa, con rasgos elegantes, grandes ojos con forma de almendra y orejas largas y puntiagudas. Como la mayoría de los elfos que Daine había conocido, era baja, esbelta y atlética, pero más predispuesta a la velocidad que a la fuerza. Aunque en su mayor parte los elfos eran de piel más bien clara, esa mujer era completamente negra, de una tonalidad mucho más oscura incluso que el tono que pudiera observarse en un humano. Esa oscuridad estaba interrumpida por una red de tatuajes blancos, abstractos pero casi hipnóticos a causa de su complejidad. Tenía el pelo largo, del color de la luz de la luna, blanco plateado y brillante. Ese manto de cabello la cubría más que la ropa. Lucía en los antebrazos protecciones hechas de conchas opalescentes y unas espinilleras del mismo material. Aparte de esa armadura, llevaba un corto taparrabos negro y unas pocas bandas de cuero alrededor del torso. Dos pequeñas fundas pendían de su arnés hecho a mano, pero sus cuchillos debían haberse quedado en el monolito.

Sus peores heridas se habían curado, y su respiración era lenta y regular, pero seguía con los ojos cerrados y no se movía.

—¿Lei? —dijo Daine.

—El ensalmo se ha agotado. Si sigue inconsciente, no puedo hacer nada más.

Lei se inclinó para observar más de cerca a su paciente.

—Está consciente —dijo Través.

—Y enfadada.

Su voz era basta; su acento, raro; las palabras se mezclaban; y enfadada. La mujer abrió los ojos, blanco plateado puro sin iris ni pupila.

Y entonces, todo quedó negro.