Planeaba sobre la hierba en silencio. Apunté hacia delante con las garras, agité la cola, batí las alas y caí con perfecta precisión.
Mis garras se hundieron en el cuello del conejo.
Y una vez más dejé de ser un halcón para convertirme en otro animal. Ya no era el asesino sino la víctima, no el depredador sino la presa.
En esta visión sentí el dolor de mis garras en mi propio cuello. Sentí el terror ante la muerte que bajaba del cielo.
Pero aguanté. Tenía que aceptar lo que la visión me estaba diciendo. Era algo que un rincón de mi mente quería que yo comprendiera.
El conejo se calmó mientras yo adquiría su ADN, mientras pasaba a ser parte de mí. Luego apreté las garras hasta que el animal dejó de moverse, hasta que su corazón dejo de latir.
Al fin y al cabo soy un ave de presa. Tengo que matar para comer.
Pero también soy un ser humano, y jamás podré tomar una vida sin sentirlo.
Había oído el mensaje de mi padre, llegado a través de los años.
Ahora oía el mensaje que mi propia mente me enviaba: «Eres ambas cosas, Tobías. Eres halcón y humano. Siempre lo serás. Siempre tendrás que matar para comer, y siempre lo lamentarás».
Supongo que es una situación difícil. Pero mi deber es ser lo que soy: un halcón, un chico. Instinto y emoción. Y tendré que seguir caminando por esta cuerda floja.
Me comí a la madre conejo. Luego me transformé en ella y guié a las crías hasta su madriguera, mientras el otro halcón volaba sobre nosotros, esperando una oportunidad para devorarnos.
La vida sería mucho más sencilla si yo pudiera ser un animal sin sentimientos, sin piedad.
Si todas mis decisiones fueran claras.
Si todo tuviera lógica.
Pero los seres humanos no somos así.
Miré al otro halcón con los ojos aterrados del conejo. Me había convertido en presa, y esta vez de verdad. Ahora sabía lo que se sentía Eso era lo que mis presas veían cuando notaban que mi sombra tapaba el sol. Era bueno que yo lo supiera.
<Lo siento, hermano halcón —dije a la sombra de la muerte—. En esta pradera no queda nada para ti. Estos pequeños están ahora bajo mi protección.>
Tenía que matar para comer, es verdad, pero no necesitaba comerme a aquellas crías. De aquellos conejos me apiadaría, como un ser humano.
Esa noche fui a la habitación de Rachel. Estaba dormida y se enfadó un poco cuando la desperté. Pero salió de la cama, se puso una bata y me dijo que jamás conseguiría dormir con un pájaro estúpido que entraba y salía por su ventana a cualquier hora.
Luego me enseñó el pastel. Encendió una vela y yo la apagué batiendo las alas. Ninguno de los dos cantó «cumpleaños feliz». Pero ella lo dijo:
—Feliz cumpleaños, Tobías.