—«Querido Tobías» —leyó el abogado.
Vaciló un momento y se puso unas gafas.
—«Querido Tobías. Soy tu padre. Tú no me has conocido, y yo tampoco te he conocido a ti. No sé cómo ha sido tu vida todos estos años. Espero que tu madre encontrara otro amor. Yo sé que todo recuerdo de mí ha sido borrado de su mente. Toda evidencia de mi tiempo en la Tierra ha desaparecido».
Notaba que Aria me miraba fijamente, alerta como un depredador. Yo me mantuve inexpresivo, sabiendo que Visser estaba esperando alguna reacción, una mueca, un gesto de preocupación, alguna emoción que me traicionara.
Pero me mantuve firme.
—«La misma criatura que borró mi rastro en la Tierra me ha dado esta oportunidad de comunicarme contigo. Me ha llamado el deber, y no puedo fallar».
»Todo esto te parecerá muy extraño, mi desconocido hijo. Pero yo no soy de tu raza. He asumido una forma humana, pero no soy humano».
Mis pulmones querían dejar de respirar, mi corazón dejar de latir. De pronto me sentí encerrado en un espacio muy pequeño, como si Aria/Visser estuviera respirando junto a mi mejilla y el abogado se inclinara sobre la mesa para susurrarme las palabras al oído.
¡No soy humano!
¡Una reacción! ¡Necesitaba mostrar alguna reacción!
Puse los ojos en blanco.
—¡Vaya, hombre! —exclamé con el tono más sarcástico que pude.
El abogado miró un instante a Visser Tres y siguió leyendo.
—«Luché en una guerra terrible. Hice cosas terribles. Supongo que tenía que hacerlas. Pero me cansé de la guerra, de modo que huí. Me escondí entre la gente de la Tierra, entre humanos. Mientras estuve en la Tierra, viviendo como un ser humano, asumí el nombre de Alan Fangor».
El abogado ya no leía, sino que citaba de memoria mientras me miraba con los ojos medio cerrados.
—«…asumí el nombre de Alan Fangor. Pero mi auténtico nombre es Elfangor-Sirinial-Shamtul».
El tiempo se detuvo. Yo me sentía como si hubiera metido los dedos en un enchufe de un millón de voltios. Todas las células de mi cuerpo temblaban.
¡Elfangor! ¡Mi padre!
Pero no podía dejar que asomara a mi cara la más mínima expresión. Ni un movimiento, ni un gesto con los ojos. Nada. ¡Nada!
El abogado se había detenido. Visser Tres me miraba airado con ojos de mujer.
Yo me encogí de hombros.
—¿Ya está?
Los ojos de Aria se nublaron.
Estaba decepcionada. La tensión, la electricidad pareció disiparse poco a poco en aquel despacho estrecho y sin aire.
—Hay más —contestó el abogado, suspirando por fin—. «Pero mi auténtico nombre es Elfangor-Sirinial-Shamtul —repitió, como si no pudiera creerse que aquel nombre no me hubiera hecho pegar un brinco hasta el techo—. Y aunque nunca me conocerás y nunca nos veremos, quería que supieras que si desaparecí de tu vida no fue por decisión propia. Yo sólo quería vivir mi vida, amar a tu madre, quererte a ti».
«Sí que nos hemos conocido, Elfangor —pensé—. Nos conocimos cuando tú agonizabas. ¿Lo sabías entonces? ¿Lo adivinaste?… Padre. ¿Sentiste en aquel terrible momento, cuando tuve que abandonarte al asesino que ahora se sienta a mi lado… sentiste que yo era tu hijo?»
¡Lágrimas! ¡NO! ¡NO! Una sola lágrima sería mi perdición.
DeGroot parecía ahora molesto, decepcionado. Leyó mascullando el último párrafo de la carta, como si de pronto tuviera prisa por irse.
—«Pero yo formaba parte de algo más grande. Tenía un deber. Tenía que combatir un gran mal. Había vidas en juego, incluyendo la tuya y la de tu madre. Pertenezco a una raza llamada andalita. El deber es muy importante para nosotros, como lo es también para muchos, muchos humanos. No puedo decir que te quiero, hijo mío, porque no te conozco. Pero sé que deseaba quererte». Está firmado Elfangor-Sirinial-Shamtul, príncipe.
Yo lancé una ronca carcajada.
—No me extraña.
—¿El qué no te extraña? —preguntó la criatura que se hacía llamar Aria.
—Pues que aparezca mi supuesto «padre auténtico» y sea un chiflado. Menudo idiota. Genial. Así que nada de dinero, ¿no?
—No —confirmó DeGroot.
Yo me levanté y Aria me imitó.
—¿De verdad quieres hacerte cargo de mí, o es que esperabas que heredara algo importante? —pregunté.
—Quiero hacerme cargo de ti —contestó ella con falsa sonrisa—. Pero tal vez tengamos que esperar un poco. Verás, es que me han llamado para que vuelva a África para… para repetir las fotos de unos leones.
Yo lancé una risa despectiva, siempre en mi papel de chico duro.
—Genial. Mi padre era un chiflado y mi prima una mentirosa.
Con estas palabras les di la espalda y me marché.
—Tobías —me llamó Aria.
—¿Qué?
—Yo… conocí a tu padre. Éramos… bueno, digamos que estábamos en bandos opuestos con respecto a ciertos temas. Pero no era ningún idiota —de pronto Aria/Visser Tres sonrió. Era una sonrisa lejana, como si estuviera recordando algo que pasó hacía mucho tiempo—. El príncipe Elfangor-Sirinial-Shamtul no era ningún estúpido. No es fácil que vuelva a haber en la galaxia alguien como él.
Yo alcé las manos.
—¡Jo, estás tan chalada como él!
En cuanto salí y cerré la puerta, oí que DeGroot decía:
—¿No deberíamos capturarle, convertirlo en uno de los nuestros? Aunque sólo sea por seguridad.
Aria resopló con desdén.
—Es basura de la calle. Sería desperdiciar un yeerk. Elfangor estaría avergonzado. Su hijo debería ser un guerrero, un adversario digno, no un estúpido. Es una verdadera pena.
Yo ya llevaba transformado mucho tiempo. Salí del despacho y llegué a un sitio sin que nadie me siguiera. Allí recuperé mi cuerpo. No pensé en mi decisión de convertirme definitivamente en humano. Me transformé en halcón antes de quedar atrapado.
Pero luego volví a convertirme en humano. Porque quería llorar. Necesitaba llorar. Y los halcones no lloran.