Ax y yo nos transformamos por turnos en el tejado de los rascacielos, alejados de miradas curiosas.
Durante todo el día un ratonero de cola roja y un aguilucho volaron en torno al hotel Hyatt Regency. Cuando Aria salió a comer, nosotros la seguimos. Cuando visitó una exposición de fotografías en blanco y negro, yo me transformé en humano para entrar con ella.
La estuvimos siguiendo durante horas. Esperando, vigilando por si se ponía en contacto con algún controlador que conociéramos, atentos por si intentaba visitar la piscina yeerk oculta bajo nuestra ciudad.
Cualquier yeerk tiene que volver a una piscina yeerk cada tres días. No podíamos estar vigilando constantemente a Aria durante tres días, pero sí era posible seguirla durante mucho tiempo.
No visitó la piscina yeerk.
Después de ocho horas de vigilancia la habíamos visto comer, leer el periódico, pasear por el parque, volver al hotel y salir de nuevo varias veces.
Nadie había hablado con ella.
No averiguamos nada. Nada en absoluto, excepto que su habitación del hotel parecía gustarle mucho. Solía salir a ratos, pero volvía cada dos horas más o menos. Dejaba las cortinas abiertas, así que podíamos espiarla sin problemas, menos cuando entraba en el baño y cerraba la puerta.
<¿Qué hay detrás de esa puerta?>, quiso saber Ax.
<El baño —contesté—. El retrete y esas cosas.>
<Ah. ¿Acaso es que no hay… servicios excepto en el hotel?>
<Claro que sí. Pero creo que las mujeres son más escrupulosas que los hombres a la hora de utilizar los servicios públicos.>
<¿Por qué?>
<Pues la verdad es que no lo sé. Probablemente porque ellas tienen que sentarse para hacer pis.>
Ax no sabía de qué le estaba hablando, pero no insistió. Además, en ese momento, Aria se disponía a salir de nuevo. La alcanzamos fuera del hotel. Iba caminando deprisa por la acera. Debían de ser las tres de la tarde, y era hora de que volviéramos a reunirnos con Jake y los demás.
Y entonces sucedió. Una niña se apartó de su madre, dio media vuelta y salió corriendo por la calle. Un autobús se dirigía a toda velocidad hacia ella.
<¡Cuidado!>, grité por puro instinto.
La madre lanzó un chillido, pero estaba demasiado lejos.
Aria volvió la cabeza y vio que estaba a punto de suceder un accidente. Tiró la cámara y salió disparada, como un jugador de rugby. Se arrojó contra la niña, la tiró al suelo y las dos rodaron a la estrecha mediana de cemento, en mitad de la carretera.
La madre llegó corriendo. La pequeña lloraba, pero parecía estar bien. Aria se levantó y se sacudió el polvo.
<Acaba de salvarle la vida a esa niña>, observé.
<Sí, y podía haberse matado.>
<Dios mío. Es humana de verdad. ¡Ningún controlador habría hecho eso!>
<No —convino Ax—. Está muy claro que Aria no se comporta como un controlador. Está clarísimo.>
Había algo en sus palabras que me inquietaba, pero se me olvidó con la oleada de emociones que tenía en ese momento.
Había imaginado que todo aquello era una trampa. Había supuesto que Aria era una controladora.
Pero no lo era. Era lo que ella decía: una mujer humana que buscaba a su primo perdido, Tobías.
Mi última excusa para seguir siendo halcón, para negarme a ser humano de nuevo, se había desvanecido. Ahora podría tener una casa. Ahora podría tener una familia.
Era verdad. Todo era verdad.
Tendría una familia, como cualquier ser humano. ¡Tendría un hogar!
No tendría que matar para desayunar. No tendría que comer carroña. Dormiría en una cama. Y Rachel me miraría sin tener que disimular la compasión.