—Vaya, un hork-bajir renegado —dijo uno de los controladores—. ¡Vamos a capturarlos a los dos! Visser Tres se va a poner muy contento —aseguró, apuntándole con el rayo dragón—. Tú decides, hork-bajir, te vienes con nosotros por las buenas o por las malas.
Bek estaba ente ellos y yo. Si yo atacaba…
Pero por suerte no estaba solo.
No vi al lobo hasta que cayó sobre el controlador. Sus fauces se cerraron sobre la mano que sostenía la pistola.
—¡Aaaaaaah! —gritó el hombre.
<¿Cassie? ¡Qué oportuna!>
<Sí, soy yo. Pero no te quedes ahí. ¡Vienen más! ¡Muchos más!>
No vacilé ni un segundo. Salté por encima de la jaula de Bek y aterricé de pie sobre uno de los controladores. Puede que los hork-bajir no sean genios, pero rápidos sí que son.
Mi víctima se desplomó, gritando, forcejeando para escapar.
¡BANG!
El disparo pasó tan cerca que el estruendo me hizo más daño que la bala. Ésta abrió un agujero limpio y redondo en la cuchilla de mi codo izquierdo.
Yo ataqué instintivamente. El arma cayó al suelo. Al controlador le iba a costar bastante trabajo contar con los dedos más allá de ocho.
Cassie y yo contábamos con una momentánea ventaja. Me puse a trastear con los torpes dedos hork-bajir en la cerradura de la jaula de Bek, hasta que una cosa negra y enorme me apartó de un empujón.
<Anda, deja que este gorila se encargue de eso —dijo Marco—. Es una cosa que requiere delicadeza, paciencia, sutileza.>
Con estas palabras agarró los barrotes de la jaula y…
¡RIIIIIIIIIIP! Abrió la jaula como si fuera una bolsa de patatas.
<Ven conmigo, Bek>, indiqué al aterrado niño.
<¿Ket Halpak?>
<Eh… sí. Ven.>
Bek me agarró la mano y entonces fue cuando estalló el caos.
¡BANG! ¡BANG! ¡BANG!
¡PFIUUUU! ¡PFIUUUU!
El destello cegador de los disparos, y más cegador todavía de los rayos dragón. Explosiones que hacían temblar la sala.
De pronto, un elefante.
Rostros furiosos, rostros asustados visibles a la luz del tiroteo.
Sentí como un golpe en el estómago. Por un momento no supe qué era. ¿Me habría pegado Bek? ¡No! ¡Era una bala! Veía el agujero, veía la sangre.
¡BRAAAAAAAARRRR!, barritaba Rachel.
Ahora había más criaturas. El lince estaba fuera de su jaula, un tigre rugía y lanzaba zarpazos. Un gorila blandía sus puños como jamones. Un andalita restallaba su cola como un látigo con terrible precisión.
Era una batalla demencial, desesperada, caótica. Las balas volaban, los rayos dragón abrían agujeros en jaulas y paredes, las llamas y el humo se alzaban a mi alrededor.
Retrocedí sin soltar a Bek, buscando alguna vía de escape. Pero aparte de los destellos de las armas, la oscuridad era casi total. El techo se hundía en algunas partes, donde casi se había desplomado. Las paredes estaban medio caídas, las jaulas dispersas por todas partes. Los animales rugían, los humanos gritaban.
De pronto sentí dolor. Me doblé sobre mí mismo, pero sin soltar a Bek, que tiraba de mí muerto de miedo.
Ahora la batalla comenzaba a organizarse. Los controladores tenían la mitad frontal del edificio, y algunos de ellos lo rodeaban por la parte trasera atravesando a la carrera el estanque de los cocodrilos en un intento de cortarnos la retirada.
Rachel se estaba transformando. Su cuerpo de elefante estaba resultando un inconveniente. En cuanto comenzó a encogerse para recuperar su tamaño de persona, se agachó y desapareció en la oscuridad.
Los controladores, que ya eran más de diez, habían aprendido un poco de humildad. Intentaban ponerse a cubierto y disparaban a lo loco, esperando sin duda cortarnos así la retirada.
<¡Tobías!¡Saca al niño de aquí!>, gritó Jake.
<Pero me necesitáis>, contesté.
<¡Llévatelo de aquí!>
Apreté la mano de Bek y retrocedí hacia la pared hundida por la que habíamos entrado. La herida del vientre me dolía como si alguien me hubiera atravesado con una espada al rojo vivo. De pronto sentí aire frío en la espalda. Me volví, listo para lanzarme a través del agujero en la pared, pero no tenía el camino despejado.
Allí había un andalita.
Era mayor que Ax, más grande, lleno de cicatrices. De él emanaba una oscuridad más negra que la noche, una oscuridad que provenía del malvado gusano que vivía dentro de su cerebro cautivo.
¡Visser Tres!
Lanzó un latigazo con la cola y yo retrocedí. Pero no bien reconocí el cuerpo andalita que en otro tiempo perteneció a un poderoso príncipe, se empezaron a percibir los cambios.
Visser Tres se estaba transformando. Visser Tres, el único controlador andalita, el único yeerk con el poder de la metamorfosis.
Visser Tres, que había viajado por toda la galaxia adquiriendo las formas de las criaturas más peligrosas del universo conocido.
<Ah, un hork-bajir renegado —dijo. Parecía encantado—. El pequeño fugitivo y el renegado. Ket Halpak, si no me equivoco. Bien, amigo hork-bajir, no tardaremos en llevarte a la piscina yeerk. Pronto volverás a ser nuestro.>