Esa tarde, en el granero, se discutió mucho sobre el tema del pequeño hork-bajir.
—Tenemos que ir a rescatarlo —afirmó Jake.
—Podría ser una trampa —señaló Marco—. Esa tal Aria tal vez sea una controladora.
Yo quería preguntar por qué a una controladora le preocuparían las condiciones de los animales en aquel horrible zoo.
Pero no dije nada. Supongo que cada vez me iba volviendo más callado. A veces todas las conversaciones que mantiene la gente parecen irrelevantes. Lo que cuenta es la acción.
Jake asintió con la cabeza.
—Tenemos que actuar suponiendo que todo esto es una trampa. Dividiremos nuestras fuerzas. Un grupo de nosotros se quedará aquí como refuerzo.
Marco miró sonriendo a Rachel.
—Esto es como en Patton.
Jake hizo ademán de darle un puñetazo.
A continuación vino una de las partes más raras de la vida de los animorphs: Jake, Rachel, Cassie y Marco se sentaron en el heno del granero, abrieron las mochilas y sacaron libros y cuadernos.
Deberes. Supongo que cuando uno es un chico totalmente humano, no hay forma de eludir los deberes.
Ax miró sobre el hombro de Cassie su libro de ciencias.
<Pero eso no es verdad —murmuraba todo el rato—. La gravedad no funciona así.>
Yo me posé cómodamente en las vigas y eché un vistazo a los deberes de Jake. Todavía disfruto leyendo cuando tengo ocasión. A veces voy a un banco del parque, a algún sitio donde la gente suela leer en voz alta. Busco alguna brisa suave, me pongo a flotar a varios metros de altura y leo sobre el hombro de alguien. He leído muchas cosas de John Grisham, Stephen King y Noah Gordon. No libros enteros, por desgracia, pero algunas páginas, o a veces capítulos completos.
Ahora leía sobre el hombro de Jake. Cuando empecé a aburrirme, cambié de sitio para echar un vistazo al libro de Rachel.
Hasta que por fin llegó la hora de irnos.
<Si realmente quieres comprender las leyes del movimiento tal como se aplican en la física cuántica, y de qué forma se relacionan con la gravedad y con lo que los andalitas llamamos la séptima fuerza…>
Cassie se echó a reír y tocó el brazo de Ax.
—Ax, debe de ser duro no tener a nadie con quien comentar las cosa a tu nivel.
Ax pareció desconcertado.
<No… No es eso.>
—Muy bien. ¿Todo el mundo ha resuelto el tema de los padres? —preguntó Jake.
—Sí, hemos contado las mentiras adecuadas —contestó Cassie, moviendo la cabeza con tristeza—. Se supone que todos vamos a dormir con algún amigo, como siempre.
—Bueno, esto no nos llevará mucho tiempo —dijo Rachel.
Todos se transformaron en ave y salimos volando hacia el safari de Frank. El cartel había cambiado. Ahora proclamaba que Frank tenía el primer alienígena del espacio. La cosa daba resultado, porque el aparcamiento estaba lleno de coches.
Yo iba en el primer grupo, junto con Rachel, porque los dos conocíamos el lugar. Con nosotros venía también Jake. Cassie, Ax y Marco se quedaron de refuerzo, listos para acudir si surgía algún problema.
Nos transformamos junto al estanque de los cocodrilos. Estaba oscuro, aunque no del todo, En el oeste todavía se veía luz del atardecer. La luna no había salido, pero el cielo estaba lleno de estrellas.
Yo esperé mientras los otros se transformaban. Me iba a convertir en algo que sólo había sido una vez: hork-bajir.
Por lo general nunca utilizo esta forma. Los hork-bajir son criaturas pensantes, y nosotros sostenemos la regla de no transformarnos en humanos u otros seres inteligentes. Al fin y al cabo no somos yeerks. No nos gusta andar por ahí adquiriendo y utilizando el ADN de criaturas libres.
Pero este caso era especial. Necesitábamos que Bek, el niño hork-bajir, viniera con nosotros por voluntad propia. Y yo sabía que Ket Halpak —cuyo ADN era el que iba a utilizar para mi metamorfosis— no se molestaría en lo más mínimo.
—Muy bien —susurró Jake—. Vamos a repasarlo una vez más. Yo entro como humano y apago el interruptor principal de la luz, para quedarnos a oscuras. Rachel se transforma, y en cuanto se vaya la luz, derriba la pared trasera. Tobías, tú te quedas aquí a oscuras hasta que Rachel te dé la señal. Entonces entras corriendo, liberas al niño y sales a toda velocidad. Cassie se encargará de él a partir de entonces. Hay que llevarlo por la carretera trasera, unos quinientos metros más allá, hasta el campo de maíz. ¿Entendido?
Rachel me guiñó el ojo.
—¿Sabes? Marco tiene razón, Jake se ha vuelto de lo más Patton.
—¡Venga ya! —protestó Jake de buen humor.
Por fin echó a andar con cautela en torno a la cerca del estanque de los cocodrilos.
—Oye, ¿qué ha dicho Jake?, ¿qué derrumbe una solo pared o algunas más? —me preguntó Rachel con fingida expresión inocente.
<Sabes perfectamente que sólo quiere que nos abras camino para entrar en el edificio. No ha dicho que tengas que derribar el zoo entero sólo porque Frank maltrata a los animales —repliqué muy serio—. Por otra parte, esto está tan oscuro, podrías confundirte…>
Rachel se echó a reír, con aquella risa suya un poco demencial de cuando estaba a punto de meterse en una pelea.
—Sí, podría confundirme.
Comenzó a transformarse en elefante. ¿Os acordáis que antes he mencionado que era fascinante ver a Rachel transformándose en águila? Verla transformarse en elefante es otra cosa. No tiene nada de atractivo.
Para empezar, el modo en que se pone a crecer. Es como si le salieran bultos de los muslos, del estómago, e incluso de la cabeza. Os aseguro que es muy perturbador ver que a alguien le sale de pronto de la cabeza una masa de carne gris del tamaño de una nevera.
Rachel fue transformándose así, a trompicones, hasta convertirse en una especie de monstruo amorfo. Las piernas y los brazos se convirtieron en columnas, y sus patas de elefante se hundieron en el suelo húmedo.
Me estaba sonriendo cuando sus dientes blancos parecieron fundirse unos con otros para luego sobresalir como dos lanzas curvadas en las puntas.
La nariz se le hundió hacia abajo, y luego pareció derretírsele, hasta que comenzó a hacerse más gruesa y oscura. Para entonces ya tenía las orejas del tamaño de dos toallas de playa.
La última parte de Rachel que desapareció por completo fue su pelo. Durante varios segundos parecía exactamente un elefante con peluca.
Pero para entonces yo ya me estaba transformando.
Transformarse es muy raro. Es siempre como una pesadilla. Imaginad lo que sería ver que vuestra piel se agita, se funde, se arruga, se encoge o se hincha. Imaginaos que oís el sonido de vuestros propios órganos internos licuarse o desintegrarse. Imaginaos lo que es tener partes del cuerpo que no habíais tenido antes, y un cerebro que sabe utilizarlas.
Una metamorfosis siempre es monstruosa. Pero cuando uno se transforma en animal extraterrestre, la cosa es todavía peor. Según Ax, el ADN es algo muy similar en toda la galaxia. La misma doble hélice de átomos forma la base tanto para toda la vida en la Tierra como para casi todas las formas de vida de otros planetas. Pero aparte de eso, no existen muchas similitudes entre los cuerpos alienígenas y los humanos. La vida real no se parece en nada a Star Trek. Los extraterrestres no son humanos con orejas raras, narices puntiagudas y disfraces.
Un hork-bajir no tiene nada ni remotamente humano. Pero lo más curioso es que sí existen puntos en común entre los hork-bajir y los halcones.
Las garras son muy parecidas, así como la boca en forma de pico y… bueno, la verdad es que ahí se acaban los parecidos.
Los hork-bajir son enormes. Miden unos dos metros de altura. Mientras que mis huesos son huecos y ligeros, los suyos son gruesos y densos como el acero. Mi sistema digestivo es muy sencillo, diseñado para digerir carne cruda, pero el suyo es mucho mas complicado y les permite digerir la corteza de los árboles.
Y mientras que yo cuento con algunas armas naturales, como el pico y las garras, los hork-bajir son en sí mismos armas naturales. Tanto las garras, que les permiten trepar los gigantescos árboles de su mundo natal, como las cuchillas de las muñecas, codos y frente, que les permiten arrancar la corteza de esos árboles, pueden ser utilizados como armas.
Pero los hork-bajir jamás las habían utilizado con ese fin, hasta que los yeerks y los andalitas llevaron su guerra al mundo hork-bajir.
Yo crecía y crecía, tanto que al final casi podía mirar a Rachel directamente a los ojos. Mis garras se convirtieron en patas de tiranosaurio. En la boca me salieron dientes afilados para cortar corteza y muelas serradas para triturarla.
Mis alas perdieron las plumas y se extendieron. Donde estaban los huesos de mis «dedos» salieron manos. Todo mi cuerpo se cubrió de músculo, del cual salieron las huesudas cuchillas.
<Menuda parejita hacemos —comentó Rachel—. Vamos a bailar.>
En ese momento se oyó un ruido. Motores de coche, frenazos, portazos. Muchos. Miré hacia el aparcamiento, pero desde allí apenas se veía.
Justo entonces se apagaron las luces del safari.
<Es la hora del espectáculo>, dijo Rachel con su risa salvaje.