El corazón me latía a toda velocidad.
Estaba a punto de ver a una prima mía que, a lo mejor, quería hacerse cargo de mí. O tal vez me estaba metiendo en una trampa.
Contamos veintitrés plantas y volamos en torno al edificio. Es muy emocionante sobre todo volar alrededor de edificios altos. Al estar junto a un rascacielos, por fuera y no por dentro, la parte humana que hay en ti recuerda lo alto que estás. Te imaginas a una persona en tu lugar, ves su terror al caer y… bueno, que uno piensa en esas cosas.
<Con el sol me cuesta mucho trabajo ver al otro lado de las ventanas>, me quejé.
<¿De verdad? A mí no>, replicó Rachel.
<Las águilas de cabeza blanca pescan —señalé—. Tus ojos pueden ver a través del agua, incluso cuando hay reflejos. Yo como ratones y conejos.>
<¿Conejos?>
<Hay que pillar lo que se puede. Y no me vengas a hablar de Tambor en Bambi o del conejo de Pascua. Los conejos son presas, como los ratones.>
<Sólo iba a decir que parecen más apetitosos que los ratones. De hecho la gente también come conejo.>
<Exacto. No tiene nada de malo comer conejo.>
<A menos que se llame Bugs bunny. Oye, veo a una mujer en esa habitación. Es la… la tercera ventana desde el final.>
<No veo bien.>
<Muy oportuno, porque se está cambiando.>
<De ropa, querrás decir, ¿no? ¿O se está transformando?>
<Está transformando sus pantalones de chándal y su camiseta en un vestido. Un vestido que está… Como cuatro años pasado de moda.>
<Entonces igual es verdad que ha estado en África. Si es que se trata de ella.>
<O tal vez no sigue la moda. Veo muchas cámaras y equipo fotográfico. Eso también cuadra con lo de que es fotógrafa.>
<El reflejo del cristal cambia. ¿Ya puedo mirar?>
<¿Siempre eres tan considerado?>
<No me gusta ir de mirón —repliqué—. Además, no puedo utilizar mis superpoderes para hacer algo malo.>
Rachel se echó a reír.
<Ya puedes mirar.>
Giré, aleteé para mantener la altitud, y planeé lo más despacio posible, a unos doce metros de distancia de la ventana.
La mujer debía de tener unos veinticinco o treinta años. Llevaba el pelo oscuro recogido en una coleta. No era ni alta ni baja. Delgada, eso sí. Parecía muy morena.
<¿Y se parece a alguien de tu familia?>, preguntó Rachel.
<No. Bueno, no lo sé. Según DeGroot tengo un padre del que ni siquiera había oído hablar. ¿Quién sabe si esa mujer se parece a alguien de mi familia?>
<¿Cómo lo vamos a averiguar?>
Yo no contesté. La verdad es que ni siquiera había oído la pregunta. Estaba distraidísimo, mirando a aquella desconocida que quería cuidar de mí.
¿Por qué? ¿Por qué de pronto iba alguien a quererme? Ella ni siquiera me conocía. ¿Por qué? ¿Por un vago concepto de lealtad? Tal vez. Supongo que algunas familias son así. Las personas se sienten conectadas con cualquiera que comparta con ellas un lazo biológico. Pero mi familia era muy diferente. Por lo menos los miembros que yo había conocido.
Mi madre desapareció y mi padre murió cuando yo era pequeño. Apenas me acordaba de ninguno de los dos. Tenía fotografías, claro, de cuando yo era humano. Pero cuando ahora intentaba recordar a mis padres no sabía si mis recuerdos eran reales o me los había inventado.
A veces me preguntaba si no sería todo una ilusión. Tal vez nunca había tenido padres. Tal vez nunca había sido humano.
Era un monstruo de la naturaleza. No, tampoco eso era verdad. La naturaleza no podía haberme creado ni en su momento más perverso. Era un monstruo de la tecnología. De la tecnología alienígena.
Era un ave con la mente de un chico humano. O un chico en el cuerpo de un ave. En cualquier caso, la mujer que vi a través del cristal, la misma mujer que ahora cambiaba de canal en la televisión hasta detenerse en las noticias, aquella mujer no me conocía.
Ni al que yo era antes ni al que yo era de verdad: «Sorpresa, prima Aria, tu hijo adoptivo es un halcón ratonero».
<Digo que cómo lo vamos a averiguar>, repitió Rachel.
<¿Qué? Ah. Supongo que siguiéndola,. Vigilándola, observando. Si es una controladora tendrá que ir a una piscina yeerk en los próximos tres días.>
<No podemos vigilarla constantemente>, advirtió Rachel.
<Quizá no —admití—. Pero tal vez logremos averiguar lo suficiente. ¡Mira! Está recibiendo una llamada.>
<Parece sorprendida.¡Y ahora ilusionada!>
Aria… si es que era Aria… se echó una cámara al hombro, se detuvo frente al espejo y se arregló un poco el pelo y la ropa.
<No te preocupes del pelo —saltó Rachel—. ¡Haz algo con ese vestido!>
Yo me eché a reír. Pero al mismo tiempo, algo que había visto me preocupaba. Algo…
La mujer salió de la habitación y desapareció de la vista.
<Deberíamos rodear el edificio hasta la puerta principal par verla salir>, propuso Rachel.
<Sí. Esperemos que no tenga coche ni pida un taxi.>
<¿Por qué?>
<¿Has intentado alguna vez seguir volando a un coche?>