La mañana. La pradera.
Mi pradera.
El otro halcón volaba en círculos, mirando hacia abajo, buscando el desayuno. Pero me vio a mí.
Yo lo sabía, porque si nos hubiéramos cambiado de lugar, yo le habría visto a él.
Se preguntaba por qué…No, no era eso. No se preguntaba nada. Era un ratonero de cola roja, y los ratoneros no se plantean nada. La pregunta «¿por qué?» es exclusiva de los humanos. Bueno, por lo menos en la Tierra. Sólo el homo sapiens se pregunta por qué. El Buteo jamaicensis, es decir, el ratonero de cola roja, no se hace preguntas.
El halcón me vio. Sabía que yo era una amenaza. Vigilaba, esperaba mi ataque. Cuando yo atacara, él respondería. Si yo no atacaba, él se lanzaría contra mí. Sería una pelea de mentira: faroles, amenazas, hasta ver quién huía primero. Pero también podía terminar en una lucha muy real. De pronto el halcón se lanzó sobre una presa. Unos segundos después volvió a elevarse. Tenía las garras vacías. Había fallado.
No había bastantes presas en la pradera para los dos. Uno de nosotros tenía que marcharse, o los dos pasaríamos hambre.
Al cabo de un instante vi un movimiento en la hierba. Un conejo salía de su madriguera. Todos tenemos que comer. Los conejos también.
Mi oponente estaba demasiado lejos. Abrí las alas y salí planeando de las sombras. Esta vez atraparía a uno de los conejos. Esta vez mis garras se clavarían en un animal vivo. Esta vez el conejo moriría para que yo pudiera vivir.
¡Ahí estaban! ¡Sí! La madre y una de las crías. El tamaño adecuado, la presa perfecta. La cría se movía despacio, inconsciente, a diferencia de su astuta madre.
Yo me acercaba con un planeo perfecto, situado en el punto ciego de la madre. Abrí mis garras, ajusté las alas y la cola a la perfección para interceptar al conejo en su siguiente salto.
¡Ahora! ¡Ahora! ¡Ahora! ¡Ataca!
<¡Aaaaah!>
La visión volvió a asaltar mi mente. ¡Yo era el conejo, no el halcón! ¡Vi las garras! ¡Demasiado tarde! Intenté huir, pero el pánico me inmovilizaba. Temblaba de terror. La muerte bajaba del cielo y yo no podía moverme.
<¡Noooo! —grité—.¡Nooooo!>
Me alejé volando y la espantosa visión desapareció. El conejo se acercó brincando a su madre.
<¿Qué me está pasando? —clamé al cielo—. ¿Qué me está pasando?>