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Mi cumpleaños. ¿Cuándo era mi cumpleaños? ¿Ese mismo mes? ¿En qué mes estábamos?

Al salir del despacho me metí en el supermercado. Ax y Marco hicieron como que no me veían. Ax tenía la cara toda manchada de algo que sin duda debía de ser chocolate.

Yo ni siquiera los miré. No hice ni una señal, ni un guiño, nada. Si nos estaban siguiendo, el menor desliz nos podía delatar.

Si yo quería dar la señal de «peligro» tenía que ir a la vitrina de los donuts y mirar dentro. Si quería decir que todo iba bien, tenía que tomar una chocolatina y volverla a dejar en su sitio.

Así que me puse a juguetear con la chocolatina, hasta que el empleado del mostrador me dijo:

—¿La vas a comprar o no?

Ax y Marco se marcharon. Yo fui al estante de los periódicos para mirar la fecha. Sí, era el mes de mi cumpleaños. Era el día veintidós.

Mi cumpleaños era…¡el veinticinco! Sí, eso era. Probablemente.

Una vez que Marco y Ax desaparecieron, salí yo. Parpadeé al sol y estuve a punto de batir las alas.

¡Mi padre! ¿Que mi padre no era mi padre?, ¿que tenía algún padre «auténtico» en algún sitio? ¿Qué también estaba muerto?

Muchas casualidades. Y ahora de pronto aparecía una prima lejana, justo cuando estaban a punto de abrir el testamento de mi «padre».

Sí, demasiada casualidad.

Eché a andar en dirección a un parque cercano, donde me transformaría en un sitio que habíamos convenido con anterioridad. Cuando estaba a medio camino, oí la voz telepática de Jake:

<Creo que te están siguiendo. Es un hombre corpulento con traje de chaqueta.>

Jake debía de estar por el cielo, volando.

Ya habíamos previsto esa posibilidad. Al otro lado de la calle había una hamburguesería y seguí corriendo hacia el servicio, antes de que el hombre que me seguía pudiera verme. Luego giré rápidamente a la izquierda, pasé de largo los servicios y me metí en la cocina.

Los camareros y camareras corrían de un lado a otro empujándose, riéndose, gritando. Los cocineros trasteaban con las sartenes. Me abrí paso entre ellos buscando la puerta trasera.

—Oye, si buscas los servicios… —gritó alguien.

En cuanto salí por detrás del establecimiento eché a correr. Era una calle residencial de casas pequeñas. Me metí por un callejón y giré a la derecha otra vez para ir de nuevo en dirección al parque.

No estaba muy preocupado. Quizás alguien había pensado que podía seguirme sin que yo lo notara. Pero había ojos en el cielo vigilando por mí.

<Lo has despistado>, informó Jake.

Por fin llegué al parque, Había unos servicios cubiertos pero bastante abiertos, de esos que tienen un techo pero las paredes no suben hasta arriba, ya sabéis.

Me metí en un retrete vacío.

<Tobías, ya no hay moros en la costa>, dijo Cassie.

Era el momento de transformarme. Volví a ser un halcón. Salí volando de los servicios y me elevé en el cielo azul.

Sólo entonces me di realmente cuenta de lo que pasaba: alguien me quería. Familia. Alguien quería cuidar de mí.

A menos, por supuesto, que lo que realmente quisieran fuera conocer mis secretos…

Y luego matarme.