25

Estaba anocheciendo. La oscuridad se extendía poco a poco sobre el lago, tiñendo el hielo de un fantasmagórico color azul. En la base se encendieron las luces. Los venber no las necesitaban, pero sí los controladores humanos, que parecían muñecos Michelín envueltos en sus parkas.

Nosotros llegamos con la noche, en silencio, en fila india para que si alguien nos miraba viera sólo un oso.

Teníamos un plan. Tres palabras fatídicas que generalmente acaban en gritos, chillidos, caos y locura.

Una cosa sabíamos, o más bien esperábamos: Visser Tres no estaba en la base. Su nave-espada no habría cabido ni siquiera en el enorme hangar. Lo cual era un alivio. Por desgracia, quienes sí estaban eran los venber. Estaban trabajando, sin hacer caso de la penumbra, sin que les molestara la drástica bajada de temperatura.

Ellos sabían que estábamos en el hielo. Sabían por lo menos que había un oso. Nosotros manteníamos la fila india. ¿Se habrían dado cuenta de que éramos más de uno? ¿Tendrían la inteligencia de dar la alarma?

No podíamos saberlo. Avanzábamos por el hielo, uno detrás de otro. Jake a la cabeza, seguido de Tobías. Luego yo, Cassie, Ax y Rachel.

Nos acercábamos muy despacio, sin correr, sin movimientos bruscos. Estábamos totalmente al descubierto. Nada se interponía entre nosotros y un rayo dragón. Los venber que vimos no estaban armados. Sólo estaban soldando, doblando y cargando cosas. Pero el cañón dragón no podía estar muy lejos.

Era como una de esas batallas de la guerra de secesión americana. Caminar, caminar bien erguidos, nada de agacharse o buscar refugio, caminar sin parar hacia la muerte. En cualquier momento, una bala podía atravesarte el corazón.

Estábamos cada vez más cerca. Oíamos los pasos de los venber y percibíamos su extraño olor, como de producto químico. Estaban trabajando sin esfuerzo. Uno de ellos alzó un enorme martillo y en ese momento pareció mirarnos. Pero eso fue todo. Sólo una mirada.

Ya estábamos casi entre ellos. Teníamos venber a la derecha, venber a la izquierda. A mí se me había cortado la respiración. Nuestro pequeño truco de ir en fila india ya no servía de nada. Cualquiera podía ver que éramos seis osos.

Nadie reaccionó. Los venber siguieron trabajando. Nosotros seguimos avanzando, mientras mi cerebro me gritaba una y otra vez: «¡Emboscada!»

De pronto, se abrió una puerta. Un rectángulo de luz. Una risa humana,. Una mujer envuelta en una enorme parka salió al hielo. Y se quedó paralizada.

Nos miraba con la boca abierta. Nosotros seguimos andando. Sólo somos osos, señora. No tiene que preocuparse. Es sólo un pequeño desfile de osos.

—¡ALARMA! —gritó la mujer—. ¡ALARMA! ¡ALARMA!

<¡Al hangar! —exclamó Jake—. ¡Todos al hangar!>

Echamos a correr. Pasamos de largo a los venber. La puerta del hangar estaba cerrada, pero nosotros nos lanzamos contra ella, sin hacer caso de los focos que se encendían por todas partes, sin hacer caso de los controladores humanos que salían de los edificios.

—¡andalitas transformados! —gritó alguien, pero sin histeria. Parecía seguro de sí mismo—. Programad a los venber. Objetivo: cualquier cuadrúpedo. ¡Anulad todos los protocolos de seguridad! Los andalitas no pueden escapar.

¿Programar a los venber?

<Eso lo explica todo>, comentó Ax.

Para mí, aquello no explicaba nada, pero quizás era porque estaba demasiado ocupado pensando lo que podría hacerme una criatura capaz de retorcer barras de acero como si fueran espaguetis.

<¡Vamos, vamos! ¡A la puerta lateral! ¡A la puerta de la izquierda!>, ordenó Jake.

A mi izquierda vi una silueta. ¿Otra mujer? ¿Un niño? Llevaba en la mano lo que parecía un mando a distancia de televisión. Estaba tecleando algo con toda tranquilidad.

<¡Aquí vienen!>, gritó Rachel desde la retaguardia de nuestra desordenada fila.

Todos sabíamos de quién se trataba.

Los venber soltaron sus herramientas y salieron corriendo como si esquiaran. Eran cinco. ¡No! Delante venían otros dos. Intentaban cortarnos el paso.

<No os enfrentéis a ellos. ¡Seguid avanzando!>

Pero las dos líneas se acercaban a la vez a la puerta lateral del hangar: dos venber, seis osos.

¡BUUMFF!

El primer venber se estrelló contra Jake. Jake se estampó contra el hangar, haciendo una abolladura en el metal.

Tobías, justo detrás de él, se lanzó rugiendo contra el venber. Pero el alienígena blandió uno de sus enormes brazos y tiró a Tobías de un golpe al suelo como si fuera un osito de peluche.

El otro venber se acercaba a mí corriendo. Si luchaba contra él, perdería. ¡Deja de correr! ¡PARA! Hundí las garras en el suelo y recibí una lluvia de cristales de hielo. Pero el venber pasó de largo a toda velocidad, demasiado torpe para girar a tiempo.

El monstruo se estrelló de cabeza contra el hangar. Ya no nos hacía falta ninguna puerta. En la pared había un agujero grandísimo, casi con el perfil del venber en el acero, como en los dibujos animados.

Cassie chocó contra mí y me tiró al suelo. Los dos nos levantamos y seguimos corriendo.

El primer venber perseguía a Jake, blandiendo los brazos con tal fuerza que si le llegan a alcanzar le hubieran partido los huesos.

<¡No os preocupéis por mí! —exclamó Jake al vernos vacilar—. ¡HUID!>

Tobías ya se disponía a echarle una mano, de modo que Cassie y yo seguimos adelante. Atravesamos el agujero y… ¡calor! ¡Luces brillantes! Era un lugar enorme. En él había dos cazas-insecto.

Y allí, entre nosotros y el caza más cercano, un venber.

O lo que quedaba de él.