Por fin nos separamos de Derek. Nos había avisado de que se acercaba una tormenta, de modo que nos despedimos y le dejamos ir a contar sus historias. Si le dijera a algún controlador que había visto a seres humanos transformándose, tendríamos problemas. Pero pensamos que una aldea esquimal en mitad de la nada no sería precisamente uno de los principales objetivos yeerk.
Nos habíamos transformado en osos polares, ofreciendo a Derek una última actuación. ¿Star Trek? ¡Ja! Dudo mucho de que siga viendo ese programa por la tele.
Nos sentíamos de maravilla. No nos habíamos sentido mejor desde que llegamos a aquel sitio infernal.
Teníamos las formas adecuadas para aquel entorno. Como ser un tigre en la jungla o un cocodrilo en un pantano. Éramos los amos del lugar.
Yo ya había sido un gorila y un rinoceronte. Ya sabía lo que era sentirme fuerte. Pero aquello era nuevo.
Medía casi tres metros de altura, sobre mis patas traseras. Pesaba unos ochocientos kilos. Y si esto no significa nada para vosotros, os lo diré de otra manera. Era casi un metro más alto que Shaquille O’Neal. Y pesaba cinco veces más que él.
Mis patas delanteras medían unos treinta centímetros de ancho. Mis garras eran largas y negras. Y tenía tanta fuerza que podría haber levantado un camión.
¿Y el frío?
¿Qué frío? Por si la gruesa capa de grasa bajo la piel no bastara, mi cuerpo había desarrollado otras formas de conservar el calor.
Mi pelaje parecía blanco, pero no lo era. Era transparente y hueco. Cada pelo era como un pequeño invernadero que convertía la luz del sol en calor, que a su vez era absorbido por mi piel negra.
Veía tan bien como una persona, quizás un poco mejor incluso. Mucho mejor que la pobre Rachel con su forma de oso pardo. Mi oído era normal, pero mi olfato era alucinante. Olía focas por todas partes.
Claro que no es que hubiera mucho más para oler.
La mente del oso, que yacía justo detrás de mi consciencia humana, no era un hervidero de emociones, no tenía miedo ni un hambre voraz. Nanook estaba tranquilo. No tenía ningún miedo. ¿De qué había que tener miedo?
Nanook podía pasar semanas sin comer. Si cazaba, era más por jugar que por sobrevivir. En realidad, pasaba más tiempo holgazaneando por ahí que buscando comida.
Por fin, nos dirigimos hacia la base yeerk con la chulería de Clint Eastwood entrando en un saloon del oeste.
Fue una buena caminata. De vez en cuanto nos deteníamos para darnos un remojón en el agua. Claro que, al final, nos tuvimos que transformar, por supuesto, y no tuvo ninguna gracia. Pero enseguida volvimos a ser los Señores del Hielo.
<Supongo que Derek tenía razón en lo de la tormenta>, dijo Tobías.
El viento soplaba con mucha fuerza cuando alcanzamos a ver la base yeerk. No nevaba, pero la nieve caída se alzaba en remolinos. La visibilidad era cada vez peor.
<Puede ser una ventaja>, comentó Ax.
Jake observaba el terreno entre nosotros y la base, un kilómetro más o menos.
<Creo que será mejor acercarnos desde el agua. Nunca se esperarían un ataque desde ahí.>
En un punto, la base distaba del agua unos cien metros más o menos. Consistía en una serie de feísimos edificios de acero, colocados como al azar. Se veían vehículos para la nieve, camiones y grúas. Nada que pudiera parecer extraño a cualquier observador. A menos que uno advirtiera a los enormes venber plateados, que construían la principal antena satélite doblando el acero con las manos desnudas.
<¿Qué hacemos con ellos?>, preguntó Cassie.
<Intentar no cruzarnos en su camino>, propuso Tobías.
<¿Y después?>
<Llevárnoslos a casa de mascotas>, dije.
<Son una especie única —protestó Ax—. Tal vez no sean venber puros, pero no me gustaría explotarlos y destruirlos.>
<¿Sabes, oh temerario líder? —añadí—. Se me acaba de ocurrir que somos osos y todo eso, ¿pero cómo vamos a destruir esa base? Igual deberíamos pensar en ello primero.>