No tuvimos que ir muy lejos para encontrar a Nanook.
Nos transformamos en focas, seguimos la barca de Derek y encontramos al oso polar tirado en el hielo, tomando el sol. Como si estuviera en la playa. Francamente, me puso de mal humor. ¿Cómo podía ninguna criatura disfrutar de un sitio como ése?
Salimos al hielo a unos cientos de metros de distancia y nos transformamos en humanos.
—Ojalá pudiera hacer eso —comentó Derek, observándonos con interés mientras nuestras caras humanas aparecían en los cuerpos de foca.
Habíamos tenido cuidado en ponernos a favor del viento para que el oso no nos oliera. Ya estábamos un poco hartos de que nos persiguieran.
El plan era sencillo; uno de esos planes que pensamos cuando no se nos ocurre nada inteligente ni sutil.
—¿Así que vais sin más ni más a agarrar al viejo Nanook? —preguntó Derek escéptico.
—Sí, ¿por qué? ¿Te parece raro? ¿Acaso te parece una locura absoluta y total?
<Eso es sarcasmo>, explicó Ax al esquimal.
—Sí —contestó Derek—, ya me lo pensaba.
Rachel y yo teníamos los papeles más divertidos. Ella mostró su sonrisa de Xena.
—Muy bien, Marco. Sí, hasta a mí me parece una locura.
Ya se estaba transformando. Los hombros se le ensanchaban, y comenzaba a aparecer un pelaje marrón y unas afiladas garras.
Yo me convertí en gorila. Era la única otra forma de que disponíamos que podía servir de algo para nuestro plan.
Nuestro pequeño grupo avanzó hacia el oso polar: un oso pardo, un gorila, un pájaro, un alien y dos humanos envueltos en pieles de foca.
Derek se quedó atrás. No nos dio ninguna explicación. Tampoco hacía falta: Derek estaba cuerdo. Cuando eres la única persona cuerda en una excursión de locos, no tienes que explicar nada.
De pronto, el oso polar rodó en el suelo.
—Os ha visto —nos dijo Derek desde una distancia segura.
Jake, Cassie, Ax y Tobías se detuvieron. Rachel y yo seguimos avanzando.
<Esto sería un exitazo en la tele: la pelea definitiva, dos osos y King Kong.>
<Yo iré directamente hacia él —me interrumpió Rachel—. Tú agárrale por detrás.>
<Sí.>
<¿Listo?>
<No.>
<¡VAMOS!>
Y los dos echamos a correr aterrados, resbalándonos en el hielo. ¡Oso contra oso! El oso polar ni siquiera parpadeó. Rachel se dejó caer a cuatro patas y se estrelló contra su hombro. Marrón sobre blanco.
¡BUUUUMF!
¡RRRRROOOAAAAAAAARRRRR!
¡RRRRROOOAAAAAAAARRRRR!
Zarpazo, mordiscos… Los dos osos estaban de pie sobre sus patas traseras, oscilando de un lado a otro como un par de luchadores de peso pesado.
Y Rachel no estaba ganando. No perdía, pero tampoco ganaba. Rachel empujó. El oso empujó. Rachel cayó de espaldas al suelo.
Fue impresionante. Nunca hubiera pensado que algo pudiera abatir a un oso pardo. El oso polar tenía el pecho manchado de sangre. Era la sangre de Rachel.
Me lancé a la carrera, queriendo rodear por detrás al monstruo blanco, pero los dos osos estaban de nuevo a cuatro patas, girando y girando, esperando para atacar.
¡BOOM! Se lanzaron el uno contra el otro.
<¡No me iría mal un poco de ayuda!>, gritó Rachel.
El oso polar era un poco más alto, quizá también más pesado. Pero por otra parte no era más que un oso, mientras que Rachel era humana. Bueno, por lo menos su cerebro era humano.
El oso blanco se irguió en toda su altura, dispuesto a lanzarse sobre Rachel. En ese momento, ella se tiró rodando contra él. Una reacción nada típica en un oso.
El oso polar tropezó con Rachel y cayó de narices al suelo.
<¡Ja! —exclamó ella—. Ya no hace falta tu ayuda, Marco. Me voy a cargar a nuestro amigo yo solita.>
Yo me lo quedé pensando una fracción de segundo. Pero estaba seguro de que Jake no lo aprobaría. De modo que di un brinco y agarré el brazo derecho del oso.
Él apartó a Rachel de un empujón y agitó el brazo para librarse de mí. No consiguió soltarse, pero casi me hizo dar una voltereta en el aire. Y os voy a decir una cosa: los osos polares tienen una fuerza increíble. Es verdad que los gorilas son fuertes, tanto que pueden arrancar un arbolito del suelo. Pero aquel oso era tremendo.
En ese momento, Rachel se lanzó de nuevo de cabeza contra él.
El oso polar hizo «¡Uuuuf!», y se quedó paralizado un segundo para tomar aliento. Un segundo fue suficiente. Le agarré el otro brazo —bueno, la pata en realidad—, y lo inmovilicé con una especie de llave nelson.
Rachel lo envolvió con sus patas y entre los dos atrapamos al monstruo sobre el hielo.
Entonces Tobías bajó volando, quejándose de que no había ninguna corriente termal en aquel aire tan frío. Ya veis, menudo drama. El caso es que hundió las garras en Nanook para adquirirlo, mientras Rachel y yo resollábamos y nos contábamos las heridas. El oso entró en trance, como les pasa a los animales cuando uno los adquiere, y unos minutos más tarde todos teníamos su ADN.
Cuando terminamos corrimos como locos hacia el borde del agua.
—Genial —dijo Derek—. Podré contar una historia estupenda. Nadie la creerá, pero será una gran historia.
Nanook se alejó tambaleándose, sin duda a contar también algunas historias propias. Ya lo estaba oyendo: «¡De verdad! Un gorila. Allí estaba yo, sin meterme con nadie, y de pronto aparece el gorila aquel…»