22

Supongo que yo esperaba que él saliera corriendo. Pero no lo hizo. Se me quedó mirando, luego miró a los otros y luego me miró otra vez a mí.

Iba en una pequeña barca de pesca con un motor fueraborda. De pronto, se me ocurrió que seguramente había asustado a las ballenas con el ruido del motor.

Nos seguimos mirando un buen rato. Yo no sabía qué hacer ni qué decir, de modo que por fin saludé.

—Hola. ¿Qué tal?

Él se quedó callado otro rato, mirándome con la boca abierta.

—¿Eres un espíritu animal o algo así? —preguntó al cabo de un minuto.

Yo me llevé la mano helada al pecho helado.

—¿Un espíritu? ¿Por qué lo dices? —repliqué, haciendo un patético esfuerzo por echarme a reír.

Él se acercó un poco más, a golpe de remo.

Tenía una cara ancha y redonda, con los ojos un poco sesgados y la piel como el cuero de una bota vieja. Supuse que sería un esquimal. En cualquier caso, estaba bastante seguro de que no era francés.

Llevaba una ropa curiosísima. Unos pantalones de piel, guantes de una piel diferente, y una enorme parka azul.

—Parece que tienes frío —comentó, cuando la barca tocó el borde de hielo—. No pensaba que los espíritus animales tuvieran frío. ¿Quieres una manta?

Me ofreció una enorme pieza de piel, gris oscura y plateada, con círculos grises. La misma clase de piel que yo tenía un momento antes.

Me envolví en ella mientras él clavaba una lanza en el hielo para anclar la barca.

—¿Y tus amigos? —preguntó—. ¿También son espíritus animales?

—Supongo.

El chico me miraba con más curiosidad que miedo, con más interés que escepticismo. No era mucho mayor que yo.

Se me hacía raro encontrarme a un chaval joven solo en mitad de la nada.

Claro que quién era yo para llamar raro a nadie.

—Mi abuelo se pasaba el día hablando de los espíritus animales, y yo pensaba que estaba loco —dijo, tocándose la sien con el dedo haciendo el gesto universal de la locura—. Aunque siempre le decía: «Sí, es verdad, abuelo».

—Ya —contesté, tapándome las orejas para protegerlas del viento—. Nunca se sabe, ¿verdad?

Él se me quedó mirando otra vez.

—Di a tus amigos que tengo más pieles.

—¡Eh, que tiene pieles! —grité, en voz demasiado alta—. ¿Por qué no os acercáis y os tapáis con pieles calentitas?

No es que estuviera preocupado. No es que necesitara compañía.

Los otros se acercaron.

El chico se puso a sacar pieles de foca de la barca. Varias de ellas parecían quemadas.

—¿Tú eres un águila? —le preguntó a Tobías, mirándole con curiosidad.

<Un halcón, en realidad. Un ratonero de cola roja. Somos una especie muy común.>

—No, no por aquí. Las aves de por aquí no hablan —luego se volvió hacia Ax—. ¿Y tú qué eres?

Casi oí a los demás suspirar de alivio. Si aquel chico fuera un controlador, en primer lugar sabría reconocer a un andalita, y en segundo lugar no se acercaría a él para nada.

<Soy un andalita.>

—¿También sois una especie muy común?

¡Un chiste! Decidí que aquel chico me caía bien. Además, cualquiera que se tomara con tanta calma un encuentro con una feria de monstruos como la nuestra, tenía que ser legal.

—Cuántas pieles —comentó Cassie, envolviéndose en una.

—Sí, muchas. Pero no muy buenas. Están todas quemadas y no valen apenas nada.

—¿Cómo se han quemado? —preguntó Cassie, aunque conocía la respuesta tan bien como yo.

—Esos tíos de Star Trek, que están locos. Disparan rayos a las focas, como si practicaran el tiro al blanco con ellas o algo así. No tienen ningún respeto. ¡Me pone furioso!

—¿Los tíos de Star Trek? —dije.

—Sí —de pronto, añadió—: Ah, supongo que los espíritus animales no ven la tele, ¿no? Necesitarías una antena satélite, chico-espíritu.

—Me llamo Marco. Y éstos son Jake, Rachel, Cassie, Tobías… el de las alas… Y Ax. Ax no es de por aquí.

—Hola. Yo soy Derek.

—¿Derek? —vaya, no sé qué esperaba oír, pero desde luego no Derek.

—¿Estás solo? —quiso saber Cassie.

—Sí.

<¿Queda lejos tu casa?>, preguntó Tobías.

—No mucho —contestó él, ladeando la cabeza. Estaba hablando con un pájaro y ni siquiera se extrañaba—. A un par de días.

—¿Un par de días? —repitió Jake.

—Sí. Todos los años salgo de caza, desde que era pequeño.

—¿Y cazas focas? —preguntó Cassie.

—Sí. ¿A vosotros no os gusta cazar?

—Bueno…, no como a los tipos esos de Star Trek.

—Sí, ellos cazan por deporte, como si fuera un juego. A veces viene por aquí gente así, de Nueva York y Detroit. Matan osos y caribús desde helicópteros. No tienen respeto por nada. Pero los tipos de la base son los peores. Les gusta matar —el chico ladeó de nuevo la cabeza—. Seguro que eso os pone furiosos a los espíritus animales.

—Bueno…, nosotros no hemos dicho que seamos espíritus —comenzó Jake.

—¿Ah, no? Entonces ¿qué sois? ¿Extraterrestres?

—Él es un extraterrestre —respondí, señalando a Ax—. Los demás somos sólo idiotas.

El chico sonrió, pero su expresión se hizo más dura. No le gustaba no obtener respuestas.

—¿Tenéis algo que ver con la estación que están construyendo, o con las criaturas de hielo o las naves espaciales?

Yo miré a Jake, que se encogió de hombros.

—Sí, tenemos algo que ver —contesté.

—¿Ah., sí? Pues esa gente no me gusta nada. ¿Qué están haciendo aquí? No son como los ecologistas que vienen de vez en cuando. Y tampoco son cazadores. Están haciendo un destrozo en el agua, asustando a todos los animales con sus extrañas armas. ¿Quiénes son? ¿Y quiénes sois vosotros?

—Podríamos decir que ellos son los malos y nosotros los buenos —dijo Jake—. Hemos venido a destruir la estación.

—Me parece muy bien —aseveró Derek. Como si no fuera nada, como si acabáramos de sugerir una visita al supermercado de la esquina—. Espero que lo consigáis. Tengo miedo de que un día a Nanook le dé por asomar el morro por allí y acaben pegándole un tiro o algo.

—¿Nanook? ¿Quién es Nanook? —preguntó Jake.

—Nanook es mi amigo. ¿No conocéis a Nanook?

—Pues no. ¿Deberíamos?

—Tenéis que haberlo visto. Ha estado por aquí los últimos días. Yo le he seguido. Me gusta verlo trabajar. Es un cazador genial.

—Quizá le hayamos visto —dijo Jake, perplejo—. ¿Cómo es?

—Grande, de pelo blanco…

—¡Ah, él! —exclamé—. Sí, lo hemos visto.

—¿Pensabas cazarlo a él? —preguntó Rachel—. ¿Con eso? —añadió, señalando el rifle que había en la barca y la corta lanza—. Vas a necesitar más armas.

—No voy a cazarlo, sólo lo estoy siguiendo. Nanook es mi amigo. Lo conozco desde que era pequeño.

—Bueno, pues te voy a hacer una pregunta un poco rara —dije—. ¿Tú crees que podríamos acariciarlo?