20

Jake ideó un plan. Cassie y yo nos ofrecimos voluntarios.

En realidad no era una tarea difícil. Todavía en el hielo, Cassie y yo nos transformamos en delfines. Teníamos que actuar deprisa, porque los delfines son animales de aguas más templadas y no tienen ni piel ni grasa suficiente para enfrentarse a aquel frío asesino.

Luego Jake y Rachel nos empujaron al agua helada. Me sentí como esos majaras que salen a veces por la tele; a esos que les da por ir a nadar al mar en pleno invierno, sólo con un bañador. En cuanto toqué el agua, todo mi cuerpo de delfín, por lo general tan juguetón y lleno de energía, se quedó tieso, entumecido.

Las crías de foca apenas intentaron escapar. En cualquier caso, fue un vano intento. Las focas son ágiles, pero Cassie y yo éramos más rápidos, más grandes y más decididos.

Trataron de esquivarnos un par de veces, pero no eran rivales para nosotros. Yo no quise ni pensar lo que aquello significaba para su futuro. Si no podían siquiera huir de un par de delfines congelados, no tendrían ninguna oportunidad contra la primera ballena o el primer oso polar que les saliera al paso.

Cassie y yo atrapamos a una de las crías en una acrobática maniobra. Nos acercamos deprisa por detrás y cada uno mordimos una aleta. La cría se debatió, pero era como un chihuahua contra un gran danés. Sin embargo, se las apañó para arañarme el morro unas cuantas veces con sus dientecillos. Incluso me hizo sangre. Me dolía, pero también me sentía bien. Era como si me lo mereciera.

Cuando la tuvimos bien atrapada entre los dientes, con cuidado de no hacerle daño, volvimos con los demás. Todos empezaron a transformarse en cuanto nos vieron llegar.

Alzamos a la foca hasta el hielo, a los pies de una extraña colección de criaturas: dos humanos vestidos como si fuera agosto, un ratonero de cola roja que se balanceaba sobre sus patas heladas, y Ax.

Jake y Rachel tocaron la foca y adquirieron su ADN. Luego la tuvieron sujeta mientras Ax ponía la mano sobre ella. Tobías se posó en el hombro de Rachel. Tuvo que hacerle daño, aunque seguramente estaba demasiado fría para notar el pinchazo de las garras.

La cría alzó la vista, fascinada por aquella criatura con alas que con tanta delicadeza la tocaba.

Cassie y yo salimos del agua y nos transformamos en el hielo. No fue una experiencia muy agradable. La piel se me congeló del todo cuando estaba a medio camino entre humano y delfín. Terminé dejando un buen trozo pegado al hielo.

—¿He mencionado que hace mucho frío? —pregunté tiritando. Por fin toqué la foca. Era una cosa húmeda, firme pero suave, como si fuera un globo de agua peludo—. Lo siento —dije, sin razón alguna.

—No podemos hacer nada —replicó Cassie, mientras dejaba a la cría de nuevo en el hielo. La foca se arrastró hasta el borde del agua y volvió con su hermana.

—Tal vez so-so-sobrevivan —resolló Rachel.

Pero Cassie movió la cabeza. No sé por qué, pero miró con tristeza a Tobías.

—No, no sobrevivirán. Pero alimentarán a alguna orca o algún oso polar, y no puede una ponerse sentimental con estas cosas, porque las crías de orca y de oso también tienen derecho a la vida.

<De todas formas, si pudiéramos…>, dijo Tobías.

Nos estábamos acordando de la camada de mofetas que salvamos una vez. Tobías se había comido a una de las crías y luego ayudó a Cassie a mantener vivas a las demás.

—La naturaleza, ¿no? —terció Rachel.

<Sí, la naturaleza. En fin, más vale que nos transformemos.>

—Bueno, también podríamos quedarnos aquí convertidos en estatuas de hielo discutiendo la supervivencia del más fuerte —observé. No hacía más que saltar de un pie a otro, para que no se me pegaran al hielo.

Rachel me dedicó una de sus típicas sonrisas insolentes.

—¿Tienes prisa, Marco? ¿Se te ha ocurrido pensar que si esas crías son pasto de las ballenas, nosotros lo seremos también?

Pues no, no se me había ocurrido. Pero ya se me estaba ocurriendo con todo lujo de detalles, incluidos los efectos sonoros.

—Una idea muy interesante, Rachel.

—Siempre a tu servicio, Marco.

Pero Rachel ya se estaba transformando.

Yo concentré mi mente abotargada en la imagen de la foca, hasta que por fin comenzó la metamorfosis.

Los brazos se encogieron. En un momento parecían bracitos de muñeco, hasta llegar a medir unos siete centímetros. Los dedos se me juntaron y volvieron a separarse, dejando entre ellos una fina capa de piel. De las puntas me salieron largas garras, perfectas para agarrarse al hielo.

Las piernas casi me habían desaparecido. Yo sabía que me iba a caer, pero de todas formas me sorprendí al desplomarme de narices al suelo. Los pies se me convirtieron en aletas de foca.

Y mientras tanto, el torso se me hacía más pequeño y al mismo tiempo más grueso. La grasa crecía bajo mi piel. Era un poco como aquella película de Eddie Murphy, El profesor chiflado, pero en pequeña escala.

Mis órganos internos se retorcían para adaptarse a mi nuevo cuerpo, haciendo un ruido de burbujeo. Los huesos crujían, cambiaban para formar mi nuevo esqueleto. En ese momento, era como una pelota de fútbol enorme y con aletas.

En mi cara, todavía humana, brotaron largos bigotes. Las orejas desaparecieron, dejando un par de agujeros en el cráneo. Mi cabeza no era más grande que una pelota de béisbol. La nariz creció, en cambio, hasta parecer la de un cachorro de perro.

Miré aquel mundo congelado a través de unos ojos grandes y oscuros, y descubrí que veía tan bien como con mis ojos humanos.

Por fin una gruesa piel me cubrió el cuerpo.

Y entonces… entonces…

¡Ah! ¡Qué alegría! ¡Qué alivio! ¡Qué maravilla! ¡Qué increíble sensación! La sensación más fabulosa que había experimentado desde el día que nací.

¡Calor!

¡Estaba caliente! ¡Caliente! Si los cielos se hubieran abierto y hubiera bajado de las nubes una mano gigante para darme un millón de dólares, dejarme escoger mi chica favorita de Los Vigilantes de la playa, me hubiera hecho crecer dos palmos y me hubiera otorgado la habilidad de Michael Jordan con una pelota de baloncesto, no habría sido más feliz.

¡Tenía calor!

¿Frío? ¿Qué frío? No hacía ningún frío.

Estaba en la playa, bebiendo limonada y charlando tranquilamente con Tom Cruise.

También sentía otras cosas, por supuesto. Sentía los instintos de la foca: el impulso de correr, el impulso de cazar peces, bla, bla, bla. ¡Pero todo eso estando calentito!

Mis bigotes tenían una sensibilidad increíble. Captaban el más mínimo cambio en el viento, el más mínimo movimiento de cualquiera de nuestro grupo. Y una parte de mí todavía olfateaba buscando a mi madre. Pero yo, Marco, controlaba la situación. Y yo, Marco, ya no tenía frío.

¿He mencionado que había entrado en calor? ¿Y que me sentía feliz? Sí, durante unos tres segundos.

<¡Los venber!>, gritó Tobías.

<¿Dónde?>

¡TSIUUUU!

Un rayo de luz alcanzó el hilo a medio metro de distancia. Si hubiera caído en roca, nos habría hecho pedazos como una explosión de metralla.

¡SHUAAAAANG!

¡Había rebotado! El rayo dragón rebotó en el hielo y abrió un agujero en el risco que teníamos a la espada.

Había sido un disparo entre un millón. Decidimos no probar suerte con el segundo.

<¡Corred! ¡Al agua!>, exclamó Jake.

Correr. Ya, sin problema. Giré mi cuerpo con forma de pelota. Estábamos a pocos metros del agua, pero a mí me parecían kilómetros, con mis extrañas patitas. Bueno, no, no eran patas, sino pies. Pies sin piernas. No es una buena combinación para correr. Moví la barriga a derecha e izquierda una y otra vez, arrastrándome hacia el agua.

Menudo ridículo.

¡TSIUUUUU!

¡KABUUUUUUM!

Habían fallado, pero no por mucho. Una columna de agua y hielo se alzó detrás de nosotros.

<¡Nos habrán visto transformarnos!>, gritó Cassie.

<O igual es que simplemente odian a las focas>, repliqué.

Pero incluso en mi terror me di cuenta de las implicaciones de lo que Cassie había dicho. Si los venber sabían que éramos humanos, no podíamos permitir que volvieran a acercarse a los yeerks.

Seguí moviendo la barriga sobre el hielo para tomar impulso. Vi el borde del agua, pataleé frenético y…

El siguiente disparo convirtió el lugar donde yo había estado en una explosión de cubitos de hielo.

Pero para entonces yo ya estaba en el agua.